Por Daniel Link para Perfil
Es Antonio Gramsci quien más ha trabajado con la oposición “casta de gobierno separada del pueblo” (Los intelectuales y la organización de la cultura). Por supuesto, las castas son plurales (casta sacerdotal, casta militar, estamentos, etc.).
Detengamonos en la que más persistentemente ha sufrido el común desprecio. En Enrique VI, William Shakespeare le hace decir a uno de sus personajes: “Lo primero que hay que hacer es matar a todos los abogados”.
Casi al mismo tiempo, Francisco de Quevedo se queja en el Sueño de la muerte: “—Hay plaga de letrados. No hay otra cosa sino letrados, porque unos lo son por oficio, otros lo son por presumpción, otros por estudio (y destos pocos), y otros (estos son los más) son letrados porque tratan con otros más ignorantes que ellos”. En el sueño del juicio final letrados, jueces, abogados, escribanos y ministros de la justicia habitan en las sucesivas visiones del infierno quevediano. En un famoso soneto, Quevedo lanza a los letrados el veredicto “o lávate las manos con Pilatos, / o, con la bolsa, ahórcate con Judas”.
La casta de los abogados ha sabido desde siempre despertar la animadversión de los fuera-de-casta. Un chiste corriente y muy antiguo se pregunta “¿Cuál es la diferencia entre una sanguijuela y un abogado? Que la sanguijuela deja de chuparte la sangre cuando te morís”.
Detrás de un odio exacerbado a una casta, conviene preguntarse desde dónde ha sido formulado porque tal vez el odio sólo funcione como revelación de la adhesión a otra. Odiar a la casta de los aparatos de gobierno es una pulsión bastante corriente (por no decir vulgar), pero sorprende cuando son los mismos gobernantes los que sostienen ese odio. Tal vez haya allí una confusión de nombres y se trate del persistente y nada original odio a la casta de letrados.
Sólo se puede odiarla tanto desde el punto de vista del economista o el contador, a quienes no les viene mal la advertencia de Héctor Guyot, “cuando olvida el fondo contradictorio del propio ser humano, tanto en su carácter de observador implicado como en su ingrato rol de conejillo de indias irreductible a la planilla de Excel”.
Casta contra casta. El letrado contra el economista, dibujados por José Guadalupe Posadas: no importa quién gane, seremos sus víctimas.
¡Bravo!
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