Por Daniel Link para Perfil
Circula un extraordinario video que Martín Kohan realizó para UNA a propósito de los ataques que el sistema educativo viene recibiendo por parte del Poder Ejecutivo.
Martín se refiere a la aporía de considerar a la educación argentina actual bajo el signo del “adoctrinamiento”. Para que eso suceda, deberían existir figuras que no conocemos: un profesor de poder absoluto y un alumnado totalmente inerte que acepta a pie juntillas lo que se le dice. Ambas realidades son quimeras, por supuesto.
Yo agregaría una tercera objeción (a lo mejor estaba en el video completo de Martín, que está muy editado) a las sedicentes víctimas del “adoctrinamiento”. ¿Qué es una doctrina? Si acaso hablamos de teorías (que tienen hipótesis y conclusiones, que arriesgan tesis que aspiran a ser discutidas), sometemos a esas mismas teorías a una mirada crítica. En modo alguno adherimos a alguna “doctrina” ni esperamos que nuestras alumnas lo hagan.
“Doctrina” es un conjunto de proposiciones enseñadas como verdaderas (y por lo tanto inobjetables). Nosotras estimulamos la duda y la desconfianza. De hecho, mi mejor estímulo para la lectura es decir en la primera clase: “Yo puedo estar diciendo cualquier cosa sobre los textos. Por eso es imprescindible que ustedes lean previamente. Para que puedan controlar si lo que digo tiene algún asidero o es un invento para hacerlos fracasar en los parciales”.
¿En qué sentido puede ser dogmático Kafka, que quería que quemaran toda su obra? ¿En qué sentido lo sería Roland Barthes, que siempre se mantuvo alerta y distante contra la doxa (la opinión común) y contra la arrogancia de los discursos de victoria?
No transmitimos dogmas ni doctrinas, sobre todo porque sometemos la palabra y el discurso a su propia historicidad. Son los momentos históricos los que constituyen el contexto de enunciación de las teorías, proposiciones, hipótesis, mandatos, reparos, interrogaciones y condenas.
La semana pasada relacioné la gubernamentabilidad liberal con su irremediable destino: la revuelta. Por supuesto, no es una opinión mía ni tampoco una doctrina, sino que está fundada en el trabajo de archivo realizado por Foucault, en particular a partir de los textos de un fisiócrata francés llamado Abeille (1719-1807).
Un adoctrinador o lavador de cerebro es el que impone una idea sin considerar sus condiciones de de enunciabilidad o evaluar sus consecuencias. Una ley antidoctrinamiento, por ejemplo, es ella misma, doctrinaria. ¿Es que no ve la abejita que sostiene su reinado en dogmas espesos?
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