jueves, 11 de julio de 2024

El toro de Pasífae y la técnica

por Giorgio Agamben para Quodlibet

En el mito de Pasífae, la mujer que se hace construir por Dédalo una vaca artificial para aparearse con un toro, es legítimo ver un paradigma de la tecnología. En esta perspectiva, la tecnología aparece como el dispositivo a través del cual el hombre intenta alcanzar -o volver a alcanzar- la animalidad. Pero éste es precisamente el riesgo que corre hoy la humanidad a través de la hipertrofia tecnológica. La inteligencia artificial, a la que la tecnología parece querer confiar su resultado extremo, pretende producir una inteligencia que, como el instinto animal, funcione por sí sola, por así decirlo, sin la intervención de un sujeto pensante. Es la vaca dedálica a través de la cual la inteligencia humana cree poder aparearse felizmente con el instinto del toro, convirtiéndose o volviéndose a convertir en animal. Y no es de extrañar que de esta unión nazca un ser monstruoso, con cuerpo humano y cabeza taurina, el Minotauro, que es encerrado en un laberinto y alimentado con carne humana.
En la técnica -ésta es la tesis que pretendemos sugerir- se trata en realidad de la relación entre lo humano y lo animal. La antropogénesis, el devenir humano del homo primate, no es, en efecto, un acontecimiento realizado de una vez por todas en un momento determinado de la cronología: es un proceso continuo, en el que el hombre no deja de ser humano y, al mismo tiempo, de seguir siendo animal. Y si la naturaleza humana es tan difícil de definir, es precisamente porque adopta la forma de una articulación entre dos elementos heterogéneos y, sin embargo, estrechamente entrelazados. Su asidua implicación es lo que llamamos historia, en la que todo el saber occidental, de la filosofía a la gramática, de la lógica a la ciencia y, hoy, a la cibernética y la informática, está implicado desde el principio.
La naturaleza humana -no hay que olvidarlo- no es un dato que pueda adquirirse o fijarse normativamente según la propia voluntad: más bien se da en una praxis histórica, que -en la medida en que tiene que distinguir y articular juntos, dentro y fuera del hombre, lo viviente y lo parlante, lo humano y lo animal- no puede sino implementarse incesantemente y cada vez aplazarse y actualizarse. Esto significa que en ella se juega un problema esencialmente político, en el que está en juego la decisión de lo que es humano y lo que no lo es. El lugar del hombre está en esta brecha y tensión entre lo humano y lo animal, el lenguaje y la vida, la naturaleza y la historia. Y si, como Pasífae, olvida su propia morada vital e intenta aplanar los extremos entre los que debe permanecer tenso, sólo generará monstruos y, con ellos, se aprisionará en un laberinto sin salida.

 

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