sábado, 31 de agosto de 2024

Bolaño, mi desconocido

por Daniel Link para 266


¿Te creíste que ibas a poder zafar de Bolaño? ¿Te creíste que el
novelista de la segunda persona iba a olvidarse del encargo que te
hizo? ¿Qué te hizo? ¿Qué te hizo Bolaño que nunca lo leíste? ¿Alcanza
con decir que no sos experto en literatura hispanoamericana como
para tacharlo de tu lista? ¿O crees que podés refugiarte en el hecho
de que Bolaño salta a la fama a finales del Siglo XX y eso, de alguna
manera, lo arroja fuera de tu corte temporal? ¿Vas a querer justificar
tu indiferencia hacia Bolaño en una arbitrariedad cronológica?
¿No fue acaso que el triunfo de Bolaño viniera de la mano
de Anagrama lo que te hizo sospechar de inmediato? ¿No fue el uso
de los verbos al comienzo de Putas asesinas lo que te desalentó para
siempre: “cogí un taxi al que ordené que se detuviera antes porque
quería pasear un poco”? ¿”Coger” un taxi? ¿”Ordenar” al taxista? ¿Y
no fue acaso su prosa plúmbea, plagada de ripios, lo que te impidió
siempre pasar de la primera página?
¿O fue su heterosexismo lo que te impedía leerlo? ¿No
contradice ese prejuicio tuyo la dedicatoria en Los sinsabores del
verdadero policía
: “A la memoria de Manuel Puig y Philip K Dick”? ¿O
vas a decir que esa misma dedicatoria póstuma es lo que te parece
más sospechoso? ¿No es precisamente en contra de la clasificación
que allí propone Bolaño que armaste la tuya? ¿No has repetido que
Proust pertenece a las locas, Joyce a los paquis irredentos y Kafka...?
¿A quién le pertenece Kafka?
¿A quién le pertenecerá Bolaño, quién se sentirá interpelado
por su literatura? ¿A la casta de escritores-estratega? ¿A los cultores
del realismo latinoamericano? ¿A aquéllos para quienes el lenguaje
es sólo un vehículo para transmitir ideas de mediano impacto?

 

Microdosis de Bolaño

 por Daniel Gigena para La Nación

“¿A quién le pertenecerá Bolaño, quién se sentirá interpelado por su literatura? ¿A la casta de escritores-estratega? ¿A los cultores del realismo latinoamericano? ¿A aquellos para quienes el lenguaje es solo un vehículo para transmitir ideas de mediano impacto?”, se pregunta en su microdosis crítica el escritor y académico Daniel Link.



 


El agujero negro del sentido

Por Daniel Link para Perfil

El Poder Ejecutivo de la Nación fundamentó su intención de veto a la Ley de Movilidad Jubilatoria promulgada por el Honorable Congreso de la Nación negando todos y cada uno de los considerandos del Decreto 274/2024 que el mismo Poder Ejecutivo publicó en el Boletín Oficial el 25/03/2024.

Y lo hizo, además, apelando a una guerra fraticida que tuvo antecedentes ficcionales y que ahora el Gobierno del Sr. Milei ha decidido actualizar. La relación entre realidad y ficción quedó suficientemente clara en una comunicación telefónica suya en la que subrayó “el agujero negro que han hecho en términos fiscales con el sistema preficcional” [SIC en 04:31].

Nosotras, profesoras de literatura, propusimos hace años la categoría de “ficción informal” que ahora se ve enriquecida por otro umbral mucho más sofisticado: el “sistema preficcional”, donde la realidad (parecería) sostiene argumentos previamente ficcionales, en correlación con los regímenes de posverdad. El punto de sutura de la realidad-ficción sería, pues, un manantial de lo que puede salir cualquier cosa: un unicornio, esta columna, una guerra.

La guerra civil en la que el Poder Ejecutivo se compromete, diciendo que el Honorable Congreso de la Nación la ha declarado, fue ficcionalizada por Adolfo Bioy Casares en Diario de la guerra del cerdo (1969) y por Leopoldo Torre Nilsson en La guerra del cerdo (1975).

En la novela (y en la película basada en ella) los jóvenes matan a los viejos, sin percatarse de que se están matando a si mismos por anticipado.

Si se usara la nueva fórmula de movilidad jubilatoria, argumenta el Sr. Milei inventando una numeralia ridícula que ni Humpty Dumpty se habría atrevido a proponer, “estamos hipotecando el futuro” y “es la ruina del país” pero, sobre todo, implica “el hundimiento en la indigencia y la pobreza de los jóvenes y las futuras generaciones”.

La nueva guerra del cerdo (ahora preficcional) decide sacrificar a los jubilados en el altar de la “juventú” que, como todo el mundo sabe, es una enfermedad obligatoria, leve y totalmente curable.

El deterioro de los haberes jubilatorios no es nuevo. Es condenable tanto el veto kirchnerista al 82 % móvil como la pérdida de poder adquisitivo durante el gobierno del Sr. Fernández. Nada de eso legitima ahora un veto que se fundamenta a si mismo en una guerra civil entre padres, madres, hijos e hijas, impulsada por el Poder Ejecutivo de la Nación.

A la pregunta del Sr. Presidente: “a quién le quieren arruinar la vida” se podría contestar muy fácilmente: basta con dar de baja los regímenes impositivos promocionales vigentes (que favorecen a muy pocos) y cuya derogación no arruinaría la vida de ningún millonario.

Pero es mejor no hablar con quien sólo está dispuesto a escuchar a sus propios demonios preficcionales y sus propios delirios posverdaderos. Hablémosle a la juventú.

Queridas, les están mintiendo. Si los haberes jubilatorios no son justos ustedes tendrán que hacerse cargo de sus padres y sus madres más tarde o más temprano. Digan NO a la guerra.

 

sábado, 24 de agosto de 2024

Diferencia y repetición

Por Daniel Link para Perfil

Qué sutil alegría nos invade cuando algo nos devuelve a una pasión que creíamos perdida. Fui al cine a ver Alien Romulus. A diferencia de otras entregas de las grandes franquicias, la película de Fede Álvarez es inteligente y recupera con gran sabiduría los motivos narrativos de las precedentes (dejo de lado los bodrios con Predator, porque son otra cosa que no tienen nada que ver con la saga original). Tal vez la nacionalidad (la extranjería) del director le permitió escapar de los condicionamientos de la industria respecto de los cuales otros directores hubieran sido más obedientes (las deceptivas entregas ultimas del universo Starwars son el ejemplo más a mano).

Muy bien contada, Romulus es capaz de esquivar la repetición mecánica y recombina con elegancia los elementos viejos para producir algo novísimo, que liga muy bien con nuestro tiempo, cuarenta y cinco años después de la brillante Alien: el octavo pasajero.

Justo es decir que mi fidelidad a ese universo flaqueó un poco con Resurrection (1997) y se quebró completamente con Covenant (2017), una porquería inexplicable. Así que no esperaba demasiado de una película que me llevó al cine sólo por inercia y porque la sociabilidad en el lugar en el que vivo tiende al cero absoluto.

Por supuesto, Romulus recupera no sólo motivos sueltos, sino la matriz simbólica que sostiene toda la saga, que es una interrogación (más o menos trascendentalista, según las entregas) sobre los límites de la humanidad y sus agenciamientos con la técnica, por un lado, y sobre el lugar de la mujer en los regímenes patriarcales, por el otro. Ripley, la estrella absoluta de Alien, pasó por la violación, la maternidad, el aborto y la sororidad. La paternidad había asomado en Prometheus (2012) y vuelve aquí con toda su fuerza de mandato y su potencia de cuidado respecto de la protagonista. En cuanto a la técnica, Romulus recupera de las anteriores una ecología tecnocapitalista (que llega aquí al colonialismo y la explotación brutal de los trabajadores) que permite interrogarnos sobre el sentido del desarrollo y de su asociación con las inteligencias artificiales que, si son realmente inteligentes son malas (deshumanizadas, asesinas) y si son tontas son buenas (y paternalistas).

Brutales como suelen ser los campos simbólicos en el cine chatarra (del que Alien es un lujoso exponente), sin embargo Romulus nos fuerza a desear (¡más, más!), a despreciar el desarrollo insensato y a pensar en las relaciones de semejanza entre imágenes. No es poco en un mundo tan empastillado.

sábado, 17 de agosto de 2024

La transfiguración

Por Daniel Link para Perfil

Los juegos olímpicos han terminado y, con ellos, un tiempo especial y una relación con lo trascendental.

Los monoteísmos con los que tenemos que convivir son más bien tacaños a la hora de distribuir divinidad. Las personas divinas son muy pocas (e incluso más de las que el monoteísmo necesita). A ellas se suman la Virgen ascendente y, después de complejos procesos judiciales, los católicos canonizados que alcanzan el umbral de santidad.

En la Grecia clásica, en cambio, la apoteosis (la transformación de la naturaleza humana en divina) era un fenómeno mucho más corriente y los juegos son un buen índice de ello.

Durante dos semanas contemplamos extasiados a esos diosecillos de las pistas, los aparatos, las carreras, los clavados, en suma: del aire, el agua y la tierra. Más allá de sus habilidades sobrenaturales nos maravillaba su belleza, que era, por supuesto, la que les había prestado la transfiguración: casi desnudos, siguiendo las convenciones sociales, estaban, sin embargo, vestidos de gracia.

Terminados los juegos aparecieron ante nosotros despojados de gracia: eran ahora el albañil, el abogado, la pediatra, el vendedor ambulante, la partera, los vendedores de contenidos a través de Onlyfans (como esas clases son culturales, dependen de todos los prejuicios). Habían vuelto a ser cualquiera, qualunques como nosotras, que los adoramos en su divinidad transitoria.

Para eso también sirven los juegos olímpicos: para situar como acontecimiento histórico el terrorismo monoteísta y para poder descansar de él durante un par de semanas durante las cuales, ¡lo vimos!, cualquiera puede ser un dios.





sábado, 10 de agosto de 2024

La imagen justa

Por Daniel Link para Perfil

La imaginación no es sólo asunto de poetas trasnochadas y de artistas ebrios. Existe algo como la “imaginación pública”, donde se juegan nuestros destinos personales y donde se cocinan los más graves acontecimientos políticos. Los dos grandes paradigmas interpretativos del siglo XX, el freudismo y el marxismo (o si se prefiere: el psicoanálisis y la teoría crítica revolucionaria) pusieron a lo imaginario en su lugar, el lugar de la conciencia falsa, el lugar de las identificaciones narcisistas.

Así, puestos a actuar, lo primero es quitar las capas de falsedad para llegar a lo real tal cual es. Es lo que está sucediendo en Venezuela, donde un régimen agónico acusa a sus enemigos de falsear la realidad (de sostener una conciencia falsa) y prepara un vasto movimiento de depuración.

Hay, además de los dos paradigmas antes mencionados, un libro capital sobre la imaginación, que contiene y supera a ambos: Lo imaginario (1940), donde Jean-Paul Sartre distingue de manera fundamental la imagen y la percepción como dos actitudes irreductibles de la conciencia: ambas se excluyen entre sí porque una conciencia imaginizadora está acompañada del anonadamiento de una conciencia perceptiva. No puedo a la vez "imaginar" y percibir. El segundo punto es que hay una "vida imaginaria" en la que me irrealizo en la convocatoria de las imágenes o en las imágenes que me sobrevienen en un "espasmo de espontaneidad". El tercer punto es que un objeto en imagen se designa como una "falta definida": una pared blanca en imagen es una pared blanca que falta en la percepción. El "no ser ahí" es su cualidad esencial, y lo irreal no es sólo el objeto sino todas las determinaciones de espacio y tiempo a las que está sometido y que participan de esa irrealidad. El cuarto punto es lo que Sartre llama "pobreza esencial" de los objetos en imagen que, a raíz de ello, pueden satisfacer dócilmente sin decepcionar jamás. Quinto punto: la imagen es una nada, condición esencial para que la conciencia pueda imaginizar, es decir, negar lo Real, plantear una tesis de irrealidad. Sexto punto: al postular la imagen, postulo también el mundo como nada, lo anonado, y esto es la posibilidad constitutiva de la libertad. Así, la nada es la materia de la superación del mundo hacia lo Imaginario. Para Sartre el verdadero problema es la libertad, y su tesis es que el hombre imagina porque es trascendentalmente libre.

Pero tal vez convenga desplazar la definición de lo imaginario del ámbito de la libertad (que se ha transformado hoy en una coartada) al ámbito de la potencia para, al mismo tiempo, devolver a la imaginación toda su fuerza presubjetiva: venimos a un mundo ya saturado de imágenes, un mundo que es él mismo una imagen y es en esas tensiones imaginarias donde los sujetos se constituyen como tales. Las imágenes, lo queramos o no, nos preceden en el mundo.

Para cualquiera llega un momento en el cual debe expresar un “Yo puedo” (actuar en relación las guerras en Oriente Medio y en Ucrania, o la descomposición venezolana, a propósito de la pérdida de capacidades lectoescritoras de la infancia argentina, en una situación familiar desesperante, lo que sea), que no refiere a alguna certeza o a una capacidad específica (el poder) sino, más precisamente, a una demanda absoluta. Más allá de todas las facultades, este “Yo puedo” no significa nada, salvo la marca de qué es, para cada uno de nosotros, quizá la más dura y desgarradora experiencia posible: yo puedo sobrevivir, yo puedo salvar, yo puedo convivir, yo puedo superar. Esa es la experiencia (imaginaria) de la potencia.
La potencia no es simplemente no-Ser todavía, simple privación, sino la presencia de una ausencia. Tener una imagen de lo posible significa que hay una privación y lo que nos constituye es tanto la privación como la imagen de lo posible que adviene en y por la privación.
La potencialidad es el modo de existir de la privación. Ser potencial (como lo son, ejemplarmente, las artes) significa ser en la propia falta, estar en relación con la propia incapacidad. La potencia y la imaginación son en si mismas inoperantes, pero puestos a hacer algo mejor es tener por delante una imagen justa y bella. El mandato sartreano que todavía no queremos o no nos atrevemos a cumplir podría sintetizarse como: Devolver a lo imaginario su potencia de futuro.



lunes, 5 de agosto de 2024

Algunas noticias sobre Ucrania

por Giorgio Agamben para Quodlibet

Entre las mentiras que se repiten como si fueran verdades evidentes está la de que Rusia invadiría un Estado soberano independiente, sin precisar en absoluto que ese supuesto Estado independiente no sólo lo era desde 1990, sino que además había sido durante siglos parte integrante primero del imperio ruso (desde 1764, pero ya entre los siglos XV y XVI estaba incluido en el Gran Ducado de Moscú) y luego de la Rusia soviética. Ucraniano, además, fue quizá el más grande de los escritores en lengua rusa del siglo XIX, Gogol', quien, en las Estelas de la granja Dikanka, describió maravillosamente el paisaje de la región que entonces se llamaba "Pequeña Rusia" y las costumbres de las gentes que vivían en ella. En aras de la exactitud, hay que añadir que, hasta el final de la Primera Guerra Mundial, una gran parte del territorio que hoy llamamos Ucrania era, bajo el nombre de Galitzia, la provincia más lejana del Imperio austrohúngaro (en una ciudad ucraniana, Brody, nació Joseph Roth, uno de los más grandes escritores en lengua alemana del siglo XX).
Es importante no olvidar que las fronteras de lo que desde 1990 llamamos República Ucraniana coinciden exactamente con las de la República Socialista Soviética de Ucrania y no tienen ninguna base anterior posible en las continuas particiones entre polacos, rusos, austriacos y otomanos que tuvieron lugar en la región. Por paradójico que parezca, la identidad del Estado ucraniano sólo existe, por tanto, gracias a la República Socialista Soviética cuyo lugar ocupó. En cuanto a la población que vivía en ese territorio, era una mezcla abigarrada compuesta no sólo por descendientes de los cosacos, que habían emigrado allí en masa en el siglo XV, sino también por polacos, rusos, judíos (en algunas ciudades, hasta el exterminio, más de la mitad de la población), gitanos, rumanos, huzulíes (que formaron una efímera república independiente entre 1918 y 1919).
Es perfectamente legítimo imaginar que, a los ojos de un ruso, la proclamación de la independencia de Ucrania no sería por tanto demasiado diferente de la posible declaración de independencia de Sicilia a los ojos de un italiano (no se trata de una hipótesis peregrina, ya que no hay que olvidar que en 1945 el Movimiento para la Independencia de Sicilia, dirigido por Finocchiaro Aprile, defendió la independencia de la isla protagonizando enfrentamientos con los carabinieri que dejaron decenas de muertos). Por no hablar de lo que ocurriría si un Estado norteamericano se declarara independiente de Estados Unidos (al que pertenece desde hace mucho menos tiempo del que Ucrania formó parte de Rusia) y formara una alianza con Rusia.
En cuanto a la legitimidad democrática de la actual república ucraniana, de todos es sabido que los 30 años de su historia han estado marcados por elecciones invalidadas por fraude, guerras civiles y golpes de Estado más o menos encubiertos, hasta el punto de que, en marzo de 2016, el presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker, declaró que Ucrania tardaría al menos 25 años en cumplir los requisitos de legitimidad que permitirían su entrada en la Unión.

2 de agosto de 2024

sábado, 3 de agosto de 2024

La fiesta de los dioses

Por Daniel Link para Perfil

Desde Tinelli que no se veía un cachivache semejante. Por más intertítulos que pusieran a cada uno de los capítulos de la apertura de los Juegos Olímpicos todo era una mescolanza sin ton ni son: el cabarute con las belles lettres, todo pasado por agua.

Nos daba satisfacción el fracaso galo, después de las estridencias previas que se vivieron entre nosotras, las argentinas de bien.

El momento Barbierísima pregrabado de Lady Gaga no daba ni para el Estrella de Mar. Y después, sólo algunos destellos de belleza: las bailarinas oscilantes atadas a largos palos y el ménage à trois estimulado por libros arrancados de los anaqueles y puestos a circular entre los cuerpos.

¡Y la insopotable caravana de lanchas y de Bateaux Mouches que duró más que cualquier esperanza de redención! Ni Macron (que está hecho para las pantallas) podía sobreponerse al aburrimiento soberano.

No sé por qué tantas protestas a propósito de la recreación de una cena (algunos dicen que ni siquiera era la Última, sino La fiesta de los dioses de Jan Hermansz van Bijlert). Después de todo, los Juegos no son una invención católica sino todo lo contrario: lo que el catolicismo francés (el más asesino de todos) no puede tolerar. En todo caso, un bodrio, sobre todo por cómo estuvo televisado: en fragmentos muy breves, sin que se entendiera el rol de cada quien.

De pronto el tiempo se detuvo: un caballo robótico cabalgaba sobre el Sena con una majestad que tanto decía el pasado como el futuro. Fue un largo momento poético, pero era para que lo vieran todas las personas que habían aguantado el chubasco.

Después, la Tour Eiffel se volvió loca vestida con falsos lasers y nos dimos cuenta de todo. Los organizadores se habían dicho: hagamos cualquier cosa, si total tenemos la Tour...

Pero después se transformó en plateau para una performance deslumbrante que nos despellejó en vida. Celine Dion cantó "Hymne à l'amour" de Edith Piaf con una perfección potenciada por su condición física.

Sé que las personas con menos sensibilidad lagrimearon durante esos minutos de amor a toda costa.

Y para terminar, el pebetero volante con falso fuego. Fueron tres momentos a lo largo de cuatro horas. Pero había que separarlos en el tiempo, aunque fuera con desperdicios.