Por
Daniel Link para Perfil
La imaginación no es
sólo asunto de poetas trasnochadas y de artistas ebrios. Existe algo
como la “imaginación pública”, donde se juegan nuestros
destinos personales y donde se cocinan los más graves
acontecimientos políticos. Los dos grandes paradigmas
interpretativos del siglo XX, el freudismo y el marxismo (o si se
prefiere: el psicoanálisis y la teoría crítica revolucionaria)
pusieron a lo imaginario en su lugar, el lugar de la conciencia
falsa, el lugar de las identificaciones narcisistas.
Así, puestos a
actuar, lo primero es quitar las capas de falsedad para llegar a lo
real tal cual es. Es lo que está sucediendo en Venezuela, donde un
régimen agónico acusa a sus enemigos de falsear la realidad (de
sostener una conciencia falsa) y prepara un vasto movimiento de
depuración.
Hay,
además de los dos paradigmas antes mencionados, un libro capital
sobre la imaginación, que contiene y supera a ambos: Lo
imaginario
(1940), donde Jean-Paul Sartre
distingue de manera fundamental la imagen y la percepción como dos
actitudes irreductibles de la conciencia: ambas se excluyen entre sí
porque una conciencia imaginizadora está acompañada del
anonadamiento de una conciencia perceptiva. No puedo a la vez
"imaginar" y percibir. El segundo punto es que hay una
"vida imaginaria" en la que me irrealizo en la convocatoria
de las imágenes o en las imágenes que me sobrevienen en un "espasmo
de espontaneidad". El tercer punto es que un objeto en imagen se
designa como una "falta definida": una pared blanca en
imagen es una pared blanca que falta en la percepción. El "no
ser ahí" es su cualidad esencial, y lo irreal no es sólo el
objeto sino todas las determinaciones de espacio y tiempo a las que
está sometido y que participan de esa irrealidad. El cuarto punto es
lo que Sartre llama "pobreza esencial" de los objetos en
imagen que, a raíz de ello, pueden satisfacer dócilmente sin
decepcionar jamás. Quinto punto: la imagen es una nada, condición
esencial para que la conciencia pueda imaginizar, es decir, negar lo
Real, plantear una tesis de irrealidad. Sexto punto: al postular la
imagen, postulo también el mundo como nada, lo anonado, y esto es la
posibilidad constitutiva de la libertad. Así, la nada es la materia
de la superación del mundo hacia lo Imaginario. Para Sartre el
verdadero problema es la libertad, y su tesis es que el hombre
imagina porque es trascendentalmente libre.
Pero
tal vez convenga desplazar la definición de lo imaginario del ámbito
de la libertad (que se ha transformado hoy en una coartada) al ámbito
de la potencia para, al mismo tiempo, devolver a la imaginación toda
su fuerza presubjetiva: venimos a un mundo ya saturado de imágenes,
un mundo que es él mismo una imagen y es en esas tensiones
imaginarias donde los sujetos se constituyen como tales. Las
imágenes, lo queramos o no, nos preceden en el mundo.
Para
cualquiera llega un momento en el cual debe expresar un “Yo puedo”
(actuar en relación las guerras en Oriente Medio y en Ucrania, o la
descomposición venezolana, a propósito de la pérdida de
capacidades lectoescritoras de la infancia argentina, en una
situación familiar desesperante, lo que sea), que no refiere a
alguna certeza o a una capacidad específica (el poder) sino, más
precisamente, a una demanda absoluta. Más allá de todas las
facultades, este “Yo puedo” no significa nada, salvo la marca de
qué es, para cada uno de nosotros, quizá la más dura y
desgarradora experiencia posible: yo puedo sobrevivir, yo puedo
salvar, yo puedo convivir, yo puedo superar. Esa es la experiencia
(imaginaria) de la potencia.
La potencia no es simplemente no-Ser
todavía, simple privación, sino la presencia de una ausencia. Tener
una imagen de lo posible significa que hay una privación y lo que
nos constituye es tanto la privación como la imagen de lo posible
que adviene en y por la privación.
La potencialidad es el modo
de existir de la privación. Ser potencial (como lo son,
ejemplarmente, las artes) significa ser en la propia falta, estar en
relación con la propia incapacidad. La potencia y la imaginación
son en si mismas inoperantes, pero puestos a hacer algo mejor es
tener por delante una imagen justa y bella. El mandato sartreano que
todavía no queremos o no nos atrevemos a cumplir podría
sintetizarse como: Devolver a lo imaginario su potencia de futuro.