sábado, 14 de diciembre de 2024

La nueva universidad

Por Daniel Link para Perfil

En una asamblea universitaria (a la que creo que fui convocado como “sobreviviente”) se lanzan premoniciones agoreras sobre el futuro de la universidad. La culpa de todo es de Milei, se dice.

Alguien, sentado en un silloncito de los que yo no pude disfrutar porque llegué tarde, se siente en “la primera línea de combate”.

Harto de la unánime melancolía, pido la palabra y retomo lo que alguien dijo casi al comienzo y que pasó inadvertido: el alumnado actual constituye un nuevo sujeto pedagógico.

Digo que, en efecto, habría que pensar a partir de ahí y, sobre todo, a partir de los procesos que arrojan como resultado un sujeto ya constituido, es decir, pensar la universidad como espacio constituyente de subjetividades y de relaciones intersubjetivas.

Digo que la Universidad (en todas partes) recibió dos golpes fatales (porque el cartero llama dos veces). El primero fue el ASPO (Aislamiento Social Preventivo y Obligatorio) instaurado durante la pandemia, que destruyó lo más esencial, lo más formador del universo universitario: la reunión, el pensamiento común, la discusión y precisamente, esto que estamos haciendo, una asamblea.

El tan fatigado cuerpo a cuerpo de la antigua pedagogía murió de golpe y en su lugar se impuso la “creación de contenidos” y la clase virtual. Como todos saben, esas experiencias deceptivas sobrevivieron a la pandemia y ahora se identifica la “presencialidad” pedagógica con la “sincronicidad”: basta que dos personas simulen estar conectadas al mismo servidor a la misma hora para que eso se considere una clase. Una clase muerta, habría que decir, porque la divisa que yo sostuve durante toda mi carrera universitaria (“la clase es el lugar de todos los intercambios”) no se sostiene en esas experiencias vicarias. El segundo golpe (ahora mortal) que recibió la Universidad (en todas partes) fue la masificación de las Inteligencias Artificiales Generales (el General Intellect marxiano). Independientemente de la valoración que yo haga de esas inteligencias (cuyo modelo de pensamiento, de razonamiento y de juicio me resultan, por lo general, despreciables) constituyen herramientas que interfieren y compiten con los procesos de aprendizaje tal y como los concebíamos hasta hace apenas tres años.

¿Qué enseñar, y para qué? Para quién, ya lo sabemos: es un nuevo sujeto que, como sujeto político, se constituye alrededor de las interpelaciones mileinaristas. Y como sujeto pedagógico, hereda del ASPO expectativas y resquemores que encuentran en la IA su justo destino.

Entonces, me pregunté en alta voz (mi intervención fue más tartamuda y más corta, claro), ¿estamos dispuestas a pensar nuestra propia subjetividad en este contexto en el que, en cinco años y con tres golpes netos, la Universidad perdió sus anteriores condiciones de existencia (pero no su prestigio)?

Es cierto que las nuevas derechas (en Alemania, en Argentina, etc.) recortan presupuestos en cultura. En nuestra patria, incluso, presupuestos en investigación que hasta los países más admirados por el actual ejecutivo han respetado. Ya que tanto roban de The West Wing, recuerden que allí se impugnan los fondos del NEA, National Endowement for the Arts, pero no los del NEH, National Endowement for the Humanities. No es que esté bien discutir algunos presupuestos y otros no. Es que hay espacios que nadie se atreve a impugnar, ni siquiera con la coartada de que los fondos públicos no alcanzan para todo. Incluso teniendo en cuenta esa situación (bastante falsa), las humanidades públicas reciben generoso financiamiento porque se supone que allí se analizan precisamente los cambios y las tensiones en las relaciones intersubjetivas.

Ahora bien, las nuevas ultraderechas hoy están y mañana pueden no estar. En todo caso, son también el efecto de la emergencia de nuevos sujetos.

La Universidad (cualquiera sea) tiene que establecerse como el espacio en el que se garantiza no sólo la formación de ciudadanía, sino el análisis de las nuevas subjetividades que exigen de la Universidad, sus profesores e investigadores, respuestas nuevas. No para adecuarse a una demanda, sino para mostrar los efectos de las transformaciones epistémicas, subjetivas y políticas que nos constituyen. Yo sé que muchas de nosotras estamos dispuestas a aceptar el desafío que, sin embargo, requiere de respuestas colectivas. Es decir, de más asambleas.


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