sábado, 24 de mayo de 2025

Deserción masiva

por Daniel Link para Perfil

La decadencia argentina no tiene límite: nos precipitamos hacia el abismo de la insignificancia y, hay gente que tiene razón, la señal más alarmante es la incapacidad del periodismo para notar lo evidente: el hartazgo del electorado. La mitad del padrón de la ciudad de Buenos Aires decidió no votar al señor de Adorno (sigo las enseñanzas de un maestro de la denominación), ni a su patrón, el Sr. Milei y, al mismo tiempo, ¡decidió no votar a nadie más! Como si una voz colectiva dijera: no voy a votar a ninguno de estos payasos, pero tampoco te voy a votar a vos, y por las mismas razones. De la otra mitad, sólo un treinta por ciento apuesta a un futuro libertario. Hagan las cuentas: eso da un 15 % del padrón electoral.

Es cierto que estas elecciones tenían por objeto la nada misma, el colmo de la inoperancia y del vacío de sentido, que es la Legislatura de la ciudad. De todos modos, revela una crisis política de una magnitud que yo no recuerdo, acompañada como de una aparente inmovilidad o apatía pero que es en realidad un movimiento a tan grande velocidad que se vuelve imperceptible, pero está ahí.

El electorado está desertando masivamente de la payasada a la que pretenden someterlo. ¿Y qué se pregunta la prensa? Que si Milei se comió al Pro, que si el peronismo porteño es o no kirchnerista, que si Larreta es un traidor o un héroe. ¿A quién le importa?

En Italia, la izquierda se defiende cuando se la confronta con la adhesión del electorado a Giorgia Meloni al grito de “El voto es optativo” (en verdad: la abstención no se sanciona). Aquí, donde el voto es obligatorio (la abstención se sanciona, al menos formalmente), el asunto es más grave porque implica no sólo la resignación de un derecho sino la impugnación de un sistema de representación.

Por supuesto, los payasos de la pista no pueden sino actuar su algarabía, hacer sus gracias, cagarse de risa. Pero debería ser el deber de los más sabios subrayar que no hay imaginación política que pueda resistir un magro 15% de adhesión (para citar sólo el porcentaje más alto en esta larga lista de fracasos).

Desertar, entonces. El gesto debe ser entendido en toda la dimensión de su desprecio (“que se vayan todos”).


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