martes, 8 de febrero de 2005

Chicas que cantan

El look del cielo


por Daniel Link Uno de los momentos más desconcertantes de The girlie show, la penúltima gran performance de la cultura pop -protagonizada, por supuesto, por Madonna- fue la versión de "Like a Virgin", de la cual hay sólo un registro en la edición limitada que acompañaba el estupendo catálogo de esa gira mundial (Callaway Boundsound Book, Boy Toy, Inc. y Winterland Productions, 1994), junto con otras dos canciones, "In This Life" y "Why's It so Hard". Era, probablemente, el momento más conceptual y menos previsible de ese impresionante show. Madonna entonaba ese hit inicial de su carrera con un acento extraño ("Ueryin", se escucha todavía en el cd), vestida de frac, los labios muy pintados, las cejas muy delineadas. La audiencia -muy inculta, como corresponde a los consumidores del pop- no llegaba a entender que Madonna estaba, en ese momento, parodiando a Marlene Dietrich y que esa cita era conceptualmente necesaria en el desarrollo argumental del show, una puesta experimental sobre las imágenes de la mujer en el siglo XX. Madonna, que había sido material girl, que había usado el look de Marilyn Monroe, que se había desnudado y se había arrodillado para lamer los glúteos de los modelos que la acompañaron en el libro Sex y que sería, más tarde, Evita, una madre new age, una chica punk, decidía tematizar, en el centro de su investigación sobre las máscaras mediáticas de la mujer, a la más bella, la más fría, la más libre -¿la más enigmática?- de las estrellas que el siniestro star system de la década del treinta impuso al mundo: Marlene Dietrich.

Una chica difícil Alrededor de la vida de Marlene casi todo es leyenda. Ella misma se encargó de alimentar la voracidad de los cronistas de diarios y revistas, de biógrafos, admiradores y detractores con informes contradictorios. Marlene nació el 27 de diciembre de 1901 como Marie Magdalene Dietrich en Berlín-Schöneberg. Ese nombre de puta redimida (apenas disimulado en la contracción Mar-lene) seguramente le dio ideas cuando comenzó a construir su imagen pública. Entre 1907 y 1919 va, como corresponde, a la escuela. Entre 1920 y 1921 estudia en un internado en Weimar y toma clases de violín y de piano en el conservatorio de la ciudad. En 1922 comienza con sus primeros papeles en teatros berlineses (entre otros, el Grosses Schauspielhaus Berlin dirigido por Max Reinhardt). En esa época temprana, quieren las habladurías, es ya habilísima en la práctica del cunninlingus, para beneficio de sus compañeras de reparto, que se habrían entregado a sus talentos prácticos entre escena y escena. En 1928 brilla en una pieza de Bernard Shaw (Asociación ilícita, rebautizada como Padres e hijos para esa producción) como Hypatía, la hija liberada de una familia de clase media. Un crítico de la época escribió: "Cuando se sienta en el escenario y muestra las piernas, uno olvida todo el contenido social del tema sobre la clase media. Sus piernas son mejores que muchos artistas de reparto, por no decir todos". Durante las funciones se hizo muy amiga de otra actriz, Lili Darvas, quien, interrogada sobre aquellos años, declaró que Marlene tenía "una extraña virtud, la de atraer la atención total del público, estando completamente inmóvil en el escenario. Cualquier otra actriz hubiera trabajado histéricamente, arreglando objetos sobre alguna carpeta, enderazando cortinas o deslizando las manos por el cuerpo. Marlene, simplemente, se sentaba fumando un cigarrillo, con lentitud, y en una forma tan sexy que el público se olvidaba de que las demás estábamos allí. Tenía tal porte natural, tanta melodía en la voz y tal economía de gestos, que para el espectador se convertía en algo tan absorbente como un Modigliani. Tenía la única condición esencial para ser estrella: ser magnífica sin hacer nada". Las fotografías de esa época muestran a una cáscara en la que no reconocemos a la Marlene mítica: una chica regordeta, de mirada más bien alucinada y casi siempre mal vestida. Pero adentro estaba ya ese fuego y ese rigor que los estudios de Hollywood comprarían y a los cuales adecuararían su cuerpo, que ya tenía, no obstante, esas piernas, esa voz (un poco quebrada, con una sonoridad de hojas secas sobre todo cuando canta), ese hieratismo, esa manera de fumar y ese sex appeal que serían su marca para siempre.

Una madre complicada El 17 de mayo de 1923 Marlene se casa con Rudolf Sieber. Apenas siete meses más tarde nacerá María Elisabeth Sieber, su única hija y heredera, que en 1993 vendió el fabuloso "Archivo" de la diva a la provincia de Berlín y a la Cinemateca Alemana. La herencia de Marlene incluye más de 3.000 artículos textiles -de los años veinte a los noventa-, entre ellos 50 vestidos de películas y 70 de shows, 50 bolsos, 150 pares de guantes, 400 sombreros, 440 pares de zapatos (absolutamente todo de las mejores firmas, claro: Balenciaga, Balmain, Chanel, Givenchy, Ungaro, Agnès, Delman, entre otras), alrededor de 15.000 fotos de 1904 a 1922, 300.000 páginas de documentos, incluyendo cartas de sus contemporáneos, y 2.500 grabaciones de los años treinta a los ochenta. María Riva pudo o no haber tenido una infancia fácil. Niña sobrealimentada, jamás concurrió a la escuela. María declaró al Ladies' Homes Journal que, ya en California, "tenía dos tutores que me enseñaban en casa: uno inglés y el otro alemán. Todas las tardes tenía además clases de piano o de tenis. Todo en casa. Nunca se me permitió salir". La leyenda cuenta que, por esos años, Marlene dejó a su pequeña hija al cuidado de una niñera lesbiana para pasear con una de sus amantes ocasionales. Y la leyenda quiere (necesita) que esa niñera haya sometido a la niña a sus instintos lésbicos, casi para el beneplácito de la madre.
Anécdotas al margen, lo cierto es que en 1929 Marlene Dietrich obtiene su primer papel protagónico en La mujer que uno desea. En octubre de ese mismo año -la misma Marlene contó la anécdota en uno de sus recitales- fue convocada urgentemente a una audición. Le pidieron que cantara "una canción estúpida", "Ich bin die frische Lola" (Soy la frívola Lola) sin que ella supiera muy bien para qué. Es el comienzo de un mito: era la canción de El ángel azul.

Una actriz temperamental Dirigida por Josef von Sternberg, Marlene es la Lola Lola de El ángel azul, una cantante de cabaret que seduce, humilla y condena al profesor Immanuel Rath (interpretado por Emil Jannings), que se pierde en esas piernas de pecado y en esa mirada de hielo. Lo mismo le sucedería a Sternberg, loco de amor por una mujer que sólo le reconocería su habilidad para fotografiarla como ella merecía. Juntos, emigran a California. Juntos, conquistan Hollywood. Juntos, realizan las películas más disparatadas (y sin embargo, exquisitas) películas de la época, ésas que jamás figurarán en la lista de los mejores films de todos los tiempos pero que nadie puede dejar de amar con desesperación. La primera producción americana del binomio Sternberg-Dietrich es Morocco (1930). Allí, Marlene es cantante en un improbable cabaret marroquí que debe elegir entre dos hombres, Adolphe Menjou o Gary Cooper (miembro, en el film, de la legión extranjera). La Dietrich de esa película es ya definitiva: adelgazada, masculinizada, sus cejas delineadas hasta el delirio caricaturesco, su mirada como un laser de potencia infinita, comete hacia el final de la película un gag involuntario. Gary Cooper avanza con su compañía hacia el desierto. Marlene (¡la Dietrich!) decide, repentinamente, seguirlo. Convulsionada, se saca los zapatos de taco aguja que llevaba y se interna, descalza, en el desierto, tras la caravana, como la más baja de las cuarteleras de las que se tenga memoria. A esas pequeñas humillaciones la sometía von Sternberg (en La Venus rubia la disfraza de gorila), con quien la estrella tuvo una relación turbulenta hasta 1935, cuando, luego de siete películas en común, deciden separarse profesionalmente.
Los testigos de la época coinciden en señalar que, como actriz, Marlene era inmanejable. Sumamente consciente de la luz y de los planos, jamás se dejó fotografiar sino como ella quería. De esa obsesión por controlar la propia imagen da cuenta la soberbia colección de fotografías que integran su archivo. Cuando Maximiliam Schell quiso hacer un documental sobre su vida y su obra ella le contestó lacónicamente: "He sido fotografiada hasta la muerte". Prestó su voz decrépita para esa película documental, pero no su imagen.

Una cara celestial Como actriz puede haber sido correcta o no (ninguna de sus películas, queda dicho, son memorables y ella misma se encargó de destruirlas), como cantante ha dado interpretaciones memorables (la célebre canción nazi "Lili Marlene", una versión exquisita de "La vie en rose", entre ellas) en un registro más bien módico. Cierta vez, un admirador le comentó que sus pechos eran dos icebergs y, ante su estupor, remató el elogio con la frase "en ellos han naufragado tantos hombres". Sus piernas fueron consideradas "patrimonio de la humanidad". Pero es su cara lo que todavía nos interpela desde cada una de las imágenes que la registraron. Ya esté envuelta en los visones más caros o vestida con frac o smoking, Marlene siempre será ese misterio maravilloso que se esconde detrás de una mirada que sólo convoca la pensatividad. ¿Qué piensan María Magdalena, o Marlene, o la Gioconda (para el caso es lo mismo)? Nunca lo sabremos, a menos que accedamos a ese cielo en el cual viven definitivamente esas caras perfectas hasta el delirio, a menos que podamos, nosotros también, encontrar las claves de ese look del cielo que puede transformar a una chica cualquiera (pero no a todas, o mejor: a casi nadie) en la Dietrich.

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