jueves, 17 de febrero de 2005

Magias cotidianas

Interrumpo mi trabajo (de todos modos, hoy funciono a media máquina porque estoy con dolor de garganta y la cabeza embotada. Hablé con Chiquita ayer y me dijo que ella también se levantó maltrecha, con lo cual sospechamos que se trata de uno de esos resfríos generalizados que son más el producto de la cohabitación y el hacinamiento en las ciudades de hoy en día que otra cosa), para anotar las novedades sobre "los nuevos muchachos" del quinto piso.
Hace un rato, cuando volvía del correo, me encontré con uno de ellos en el palier de entrada. Él bajaba del ascensor y, al verme, me dijo muy amablemente: "¿Sube?". Lo primero que se me ocurrió fue cruzarle la cara de un sopapo, pero después me dije que el estado ruinoso en el que me encuentro, con la barba crecida, las ojeras y la mirada intensa de los afiebrados seguramente me avejentó ante su mirada de joven insolente. "No, gracias", le contesté. "Subo por las escaleras, de paso hago ejercicio". "Yo voy a lo mismo", me dijo, ya más descontracturado. Efectivamente, estaba vestido deportivamente y el pantalón le marcaba graciosamente los glúteos. "Ah, ¿vas al gimnasio?", le pregunté. "Sí, soy profesor de gimnasia", me contestó. Y eso fue todo. Tengo que cotejar información con Beba o su marido, a ver si sacamos algo en limpio de todo esto, pero ya dije que las suspicacias que intuyo en las conversaciones me desmoralizan.

Por otro lado, tengo en muy bajo concepto a los "profesores de gimnasia" porque el 75 % de los "modelos masculinos" que desfilan por el estudio de S. declaran esa especialidad o la de "masajista profesional". Por las fotos que encargan, todos sabemos que en realidad alquilan o en el mejor de los casos prestan sus cuerpos para la satisfacción de deseos que, si bien tienen que ver con la salud, difícilmente serían prescriptos por la medicina moderna.
De hecho, mi reluctancia a entablar conversaciones en los pasillos de la comunidad tiene que ver con mi sospecha de que las murmuraciones sobre nuestos hábitos deben ser muchas y que en modo alguno deben favorecernos, con el desfile constante de profesores de gimnasia, masajistas profesionales (algunas veces, actores) al que los tenemos acostubrados. De más está decir que la ética laboral a la que adhiere S. (con mi total aprobación) es precisamente lo que nos impide disfrutar, más allá de la mirada, de las golosinas que acuden a esta casa y lo que explica el suceso que S. tiene en el segmento laboral, donde sus sesiones son consideradas "muy profesionales".

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