viernes, 11 de marzo de 2005

Galería


Discípulo del gran Paolo Ucello, Andrea Mantegna es uno de los grandes pintores arqueólogos del Renacimiento. En casi todos sus cuadros (pero en ninguno tanto como en dos de los tres San Sebastián que pintó) abundan las referencias a la arquitectura clásica, que sirven, sobre todo, para crear un clima de desolación. Protegido de los Gonzaga, en Mantova (la ciudad de Virgilio), Mantegna contribuyó al brillo de una corte de segundo orden, al mismo tiempo que era requerido de otras ciudades italianas y, aún, de Roma. La casa de Mantegna en Mantova (diseñada por él mismo) sigue siendo hoy una maravilla arquitectónica: en un cubo, Mantegna inscribió un cilindro (el patio interior), al cual dan las ventanas del edificio. La planta muestra una articulación entre el cuadrado y el círculo que todos los arquitectos modernistas han admirado como la realización más elevada de las grandes utopías constructivistas del siglo XX.
A diferencia de lo que se ve en los anteriores que pintó, Mantegna hace gala en éste de una libertad conseguida a fuerza de favores políticos: el cuerpo del Mártir (en el abdomen, sobre todo) abunda en anotaciones musculares de gran exquisitez que llaman al tacto.
Atado a una columna, San Sebastián se presta (porque sabe que su destino está en otra parte) a la mirada de los curiosos (o sus torturadores), aquéllos que, al pie del cuadro, intercambian con total naturalidad las injurias que constituyen al mártir: "En el principio, hay la injuria. La que cualquier gay puede oír en un momento u otro de su vida, y que es el signo de su vulnerabilidad psicológica y social (...), traumatismos más o menos violentos que se experimentan en el instante pero que se inscriben en la memoria y en el cuerpo (porque la timidez, el malestar, la vergüenza son actitudes corporales producidas por la hostilidad del mundo exterior)" (Didier Eribon. Reflexiones sobre la cuestión gay. Barcelona, Anagrama, 2001, pág. 29).
Pero la grandeza de Mantegna no se detiene allí: al poner a San Sebastián contra un fondo de edificios derrumbados, el pintor dice que ese trauma no sólamente interpela (captura y constituye) la conciencia del mártir sino también a la civilización en su conjunto. Un mundo en el que es posible estigmatizar a uno es un mundo en el que se puede estigmatizar a todos y a cualquiera: la ruina de la civilización. La perspectiva que domina el cuadro ("sotto in sú", de abajo hacia arriba), no hace sino acentuar la grandiosidad de la representación y, por lo tanto, universalizar el comentario de Mantegna: la iconografía de San Sebastián, con todo lo operístico que incluye, es el lugar donde la cultura anuncia (con ruido de fracaso) su propio punto de derrumbe.

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