martes, 22 de marzo de 2005

Galería



Ninguna afrenta se le perdona a San Sebastián, que de una abyección y de una injuria pasa a otra y otra más. Lo hemos visto compitiendo con el cuerpo de la sagrada familia, resistiéndose a las miradas heteronormativizadoras. Lo hemos visto atormentado por las flechas y la maledicencia de sus torturadores. Ni las evocaciones de Derek Jarman y Manuel Puig lo salvarán de esta nueva ofensa, obra de Douglas Schmidt, que diseñó la estatuilla, y de Nino Novellino, que la realizó en resina policromada a partir de un modelo vivo para el decorado de Nick and Nora (1991), una producción de Broadway.
¿Por qué colocan a ese joven más atónito que gozoso, más sorprendido que extático, más marcado en el sentido que la palabra tiene entre los jóvenes que concurren al gimnasio que en términos de la peste y la ignominia, como era el caso de las anteriores representaciones, por qué (repito) lo colocan sobre un pedestal dominado por cuatro calaveras? ¿Es la muerte lo que da sustento al conjunto? ¿No era la iconografía del mártir lo que indicaba la posibilidad de una
transformación ascética e, incluso, de una función terapéutica?
Interrogando esta imagen se entiende mejor la experiencia estética propuesta por Tony de Carlo, igualmente contemporánea, pero libre de toda la mariconería de ésta, que quiere matar la santidad del mártir proponiéndolo como mero elemento decorativo y sometiéndolo al eclecticismo iconográfico (ese gusto clasicista-rococó que tanto puede ser el de la sala de Donald Trump como el de una casa de baños sauna en Las Vegas): sometiéndolo, es decir: normalizándolo, clausurando las vías de la ascesis, la función terapéutica, la investigación sobre los goces de la carne. Como en el cuadro de Mantegna, aquí también Sebastián es objeto de la burla de otros dos, pero éstos permanecen fuera de escena y se dicen sus autores: han interiorizado la homofobia y el heterosexismo. Han pasado de la iconografía a la idolatría y el estereotipo. Son frívolos: están presos de un sistema de clasificación de los otros. También a San Sebastián (al menos a éste) hay que decirle: "Perdónalos, señor, no saben lo que hacen".

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