Sudamericana acaba de distribuir El tiempo de una vida, que recopila escritos autobiográficos de Juan José Sebreli (Buenos Aires, 2005, 320 págs., ISBN 950.07.2616.5).
Bien sabemos que la autobiografía suele ser el género literario más penoso, aquél en el cual la "celebridad" articula su vida pretérita en pasos que, sucesivamente, lo llevaron a ocupar el lugar que ocupa. No es ese inevitable efecto del género, por lo tanto, lo que hay que reprocharle al esperadísimo libro de Sebreli, quien nos mira desde la portada con su intensidad característica (bien captada por el pincel de Guillermo Roux). ¿Un cuadro de sí como tapa?, preguntará el lector poco afecto a la autocelebración. ¿Por qué no? Es un equivalente (tal vez desmesurado, pero no exento de ironía) del más frecuente dispositivo "foto de solapa", que podríamos juzgar igualmente desagradable si no se hubiera convertido ya en una no dicha ley del libro. No eso, tampoco, lo que inquieta del libro de Sebreli.
Es, para decirlo rápidamente, su apatía en relación con lo más precioso de sí (su misma vida). La más vibrante página de El tiempo de una vida es la reproducción de una larga carta de Carlos Correas (págs. 205-206). Lo demás es casi una crónica o el guión de un documental que la televisión del futuro hará sobre Sebreli. Que su madre fuera maestra o que su padre fuera un encubierto homosexual son hechos que ocupan el mismo espacio y se dicen con el mismo laconismo. No hay grandes alegrías ni grandes desdichas en la vida de Sebreli y todo aparece dominado por el mismo efecto: "sensaciones descoloridas, una atmósfera opaca, impersonal" (pág. 85).
Sebreli ha sido parco incluso a la hora de enriquecer el anecdotario intelectual. Cuenta que en el Edelweiss, una vez, asistió "impávido" a "una batalla campal entre David Viñas y un grupo de poetas surrealistas acólitos de Oliverio Girondo, quien debió pagar los platos rotos" (pág. 164), y nada más.
En el último libro de Sebreli, la historia del mundo, de Buenos Aires y sus barrios sólo puede contarse como el progresivo abandono del ethos pequeñoburgues y su irremediable degradación en una entidad fantasmática sólo puede entenderse como un nuevo avatar de lo siniestro).
El tiempo de una vida es uno de esos libros de lectura obligatoria y de los cuales se hablará durante mucho tiempo. Es probable que suscite polémicas. Hacia el final del libro, encontramos a Sebreli solo, en su departamento de Barrio Norte abarrotado de objetos recordatorios.
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