Una mujer se queja, con voz grave, de las pieles de sus ocasionales amantes varones. No. En realidad se queja de los efectos de sus ocasionales amantes varones sobre su piel: la dejan toda irritada, rayada, dice, como si hubiera salido recién de la selva. Después del sexo, dice, lo único que quiere es que se vayan, que se callen, que dejen de decir las estupideces que pronuncian ("vos viste lo estúpidos que son los hombres", dice), que la dejen en paz así ella puede bañarse y ponerse crema en todo el cuerpo para atemperar los estragos que las barbas (no importa cuán afeitados estén los hombres que elige) le provocan. ¿Y por qué se acuesta con varones? No sabe, dice. Cada tanto no viene mal, la "experiencia". Pero no soporta que hablen y no soporta el efecto que tienen sobre su piel. Sueña con un muchacho de piel suave, un efebo imberbe (pero que no sea un efebo). No, nada de eso. En realidad a ella le gustan las chicas, pero los varones son su entretiempo. Tántas veces podría haberse puesto de novia (con chicas, con varones), pero no quiere, no tiene ganas.
Una mujer, sentada, dice que tiene con los hombres un problema de piel.
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