viernes, 8 de julio de 2005

Warhol y sus precursores*

Por Daniel Link

[*publicado como "La revolución cultural" en RollingStone, 88 (Buenos Aires: julio 2005)]

Eric Hobsbawm ha señalado que durante la pasada década del sesenta se dan transformaciones históricas y antropológicas sólo comparables al neolítico. En relación con el arte podría señalarse otro tanto. La imaginación pop en su conjunto equivale a las pinturas rupestres neolíticas (que agregaron el blanco a la sangre y el óxido de los trazos paleolíticos: un comienzo radical que vuelve "paleo", prehistórico, todo lo anterior).
Andy Warhol (Pittsburgh, 1928 - Nueva York, 1987) es uno de los más grandes artistas del siglo XX por innumerables razones que el lector seguramente ya conoce, pero entre las que conviene destacar su excentrica lucidez respecto de la cultura norteamericana (su familia era checa, su padre era trabajador de las minas de carbón), su precoz profesionalismo (trabajó desde muy joven y se convirtió ya a comienzos de los años cincuenta en uno de los más cotizados representantes de "arte comercial"), su amabilidad para con el espectador, su sensibilidad intelectual y emocional, su incapacidad para considerar la vida sino como pretexto de una obra futura (gran parte de la cual está todavía guardada en las famosas "cápsulas del tiempo" atesoradas por el Andy Warhol Museum de Pittsburgh, que van abriéndose en fechas prefijadas para revelar todos sus tesoros), su talento insuperado para la mercadotecnia --Interview, las tapas de discos (Rolling Stones), los carteles de películas (Querelle), en fin, toda su obra--, su olímpico desdén por las convenciones ajenas (fue, sino otra cosa, el más grande y consecuente de los dandys: peluca) y, por encima de todo, su rigor formal (que muchos tildan de infantil).
Tenemos pruebas de que hubo un big-bang de la cultura y el arte hace poco más de medio siglo: desde su primera muestra a los 24 años ("Cincuenta dibujos basados en los escritos de Truman Capote", 1952), Warhol sigue brillando como una supernova: campbell, campbell, campbell, pero también: silla eléctrica, silla eléctrica, silla eléctrica.
En un artículo publicado en el New York Times el 10 de junio pasado se lee que "Warhol hizo todo lo que hizo Rubens, y más". La afirmación no es desmedida. El "más" encierra, por lo pronto, a Rembrandt y Goya, a Duchamp y Man Ray. Warhol es eso y más: sintetiza todo el arte, lo transforma y lo proyecta hacia el futuro. Duchamp es importante, claro que sí (Warhol le debe su impulso utópico), pero en el mismo sentido en que son importantes los filósofos pre-socráticos: porque Warhol existió (y porque ocupa un papel fundamental en el canon de nuestro tiempo y de los tiempos que vendrán) es que nos importan sus precursores. Para comprender la radicalidad y la influencia decisiva de Warhol (la misma que, respecto de la música, siguen teniendo John Cage o La Monte Young: 4'33'' es un concierto durante el cual el pianista permanece sentado inmóvil y en silencio frente al piano durante ese tiempo, etc.), basta con contar su obra: una de las películas-marca-Warhol es un plano fijo del Empire State Building que dura ocho horas, otra muestra a un poeta beatnik comiendo un hongo incesantemente, otra es el primer plano de un muchacho a quien le practican una felación fuera de cuadro; coloreó fotos con la orina diabética de uno de sus ayudantes; fotografió a todos los que visitaron su taller (es decir, a todos); fue asesinado por una feminista, Valerie Solanas (sobrevivió algunos años a los disparos).
Como cualquier gran experiencia estética, el arte de Warhol es una experiencia radical de disidencia. En dos líneas de uno de sus "relatos" ("The Underwear Power"), se deja leer su política estética. A (el Artista) prefiere las plantillas del doctor Scholl. Su interlocutor prefiere en cambio los diamantes, "porque un diamante es para siempre" (los diamantes, como los valores estéticos, son eternos). A le contesta: "¿Y qué?". Los únicos diamantes que a Warhol le interesaban eran los diamantes industriales que usó para espolvorear algunos de sus "Mitos". No "los diamantes de las minas" (el polvo del padre) sino los de las fábricas (el polvo de las estrellas).
Aunque la "obra" de Warhol (consecuente con ese "¿y qué?") no diga sino el desdén por esa forma vicaria de la eternidad que supone la conservación museográfica, conviene visitar la muestra que por estos días ocupa el Centro Cultural Borges para ver, al menos, las series "Frambuesas salvajes" (1959), "Silla eléctrica" (1971), "Mitos" (1981) o "Especies en peligro" (1983).
La entrada cuesta $ 9. Los cuadros están mal colgados, sin criterio cronológico ni sentido dramático, la iluminación es mediocre, los textos son torpes y abundan en inexactitudes, las majestuosas películas se exhiben mutiladas (en la programación no figura siquiera la duración a la que se redujo el metraje original de cada una de ellas), pero se trata de Warhol, Warhol, Warhol, el pálido maestro de las instantáneas.

1 comentario: