(Mientras escribo una conclusión provisoria respecto de la relación posible entre tipos de la imaginación, y mientras pienso cada vez más en América Latina y mientras Cartulina Freire, nuestra gata burmesa, manifiesta sus primeras pero inequívocas exteriorizaciones de celo, en un día feriado cargado de perezas acumuladas).
Miro televisión. Me dejo llevar por el vómito de los comentaristas deportivos y los humoristas que los acompañan. A medida que los partidos avanzan están siempre dispuestos a cambiar su evaluación sobre la "calidad" del juego del equipo que les tocó en suerte. Un jugador argentino le dice en Alemania a un humorista de pacotilla que ha decidido darle un pulóver de regalo: "Así justificás por qué te mandaron". No se equivoca el muchacho y si el notero tuviera alguna dignidad ya se habría vuelto a Buenos Aires. Es pedirle peras al olmo. El conductor de un programa de fait diverses, con la cara cada vez más desencajada por la amargura (una amargura incomprensible tratándose de un millonario joven, con toda la vida por delante), invade el estudio de un equipo de periodistas que trabaja para otro canal y hace una publicidad de su propio show. En un tercer canal, censuran el episodio."Qué sacados debieron haber estado", pienso. Una notera descubre a una chica que se ha puesto sobre el pantalón una bombacha con los colores de la escuadra de su país (que es el mío, que es el de todos) y le pregunta, dejándose arrastrar por la vulgaridad en la que su intervención se inserta, por quién se sacaría la bombachita. Maradona tiene nuevo novio (al menos para mí). "Debe ser el novio de su hija", me dicen. "Pero es que se sienta invariablemente a la derecha de Maradona", digo. Misterio. Un humorista se presenta en la mesa de los comentaristas deportivos disfrazado de travesti. La performance es tan lamentable que sus compañeros le reclaman el "tonito" que usaría durante su hipotético trabajo. El humorista disfrazado de travesti (que no es Olmedo, ni Hugo Arana, o son las épocas las que han cambiado) no acierta a otorgarle consistencia a su personaje.
El aviso de YPF dice, después de poner en ridículo a los jugadores de la selección argentina, "Lo de ellos es el fútbol". Como en el caso de Gumbrecht, se trata aquí de afirmar la autonomía total y absoluta del "deporte rey" (robo palabras de Beatriz Sarlo). Ni esto, ni esto, ni esto. Lo de ellos es el fútbol. "Esta desconexión respecto de la vida cotidiana es lo que algunos pensadores han descripto como `autonomía' o `insularidad' de la experiencia estética" (Gumbrecht, pág. 43).
Pienso que esta vía de análisis no me conduce a nada más que a una constatación de algo que ya sabía: es muy difícil hablar del fútbol como hecho o fenómeno de la cultura sin chocar invariablemente con la pared de las argumentaciones ad hominem. Me cuentan que durante la sobremesa del día del padre, un hijo de padres separados, irritado por las opiniones heterodoxas del suyo, le preguntó "¿Y cuándo estuviste vos en casa para saber si miraba yo mucho o poco fútbol?".
No es el fútbol en sí lo que sería uno de esos típicos Improfanables fabricados por el capitalismo por los que Giorgio Agamben parece últimamente preocupado, sino la cultura que a su alrededor se levanta como una placa protectora. "Háganlo por todos los que no pudimos llegar", dice la propaganda "que más pegó en la gente". Un Improfanable afirma al mismo tiempo un Universal (ninguna experiencia tan universal como haber jugado alguna vez al fútbol sin ninguna esperanza) y la fragilidad que lo constituye (la defensa cerrada que supone). "Lo de ellos es el fútbol", y si hay que otorgarles el apoyo incondicional que estamos dispuestos a otorgarle y si no hay profanación que pueda alcanzarlos es porque ellos están en el lugar sagrado que el Universo anhela (porque no puede alcanzarlo). Un Improfanable no es necesariamente sublime e incluso admite que se lo someta a la lógica de la transgresión: encontrar un límite y someterlo a una cierta torsión. Esos emblemas de masculinidad universal que son los jugadores sobreviven a las más transgresoras manipulaciones.
Está esta irrresistible foto de David Beckham
que sólo lo confirma como la estrella que es. Estrella de qué, no lo sabemos, porque no sabemos exactamente a qué nos invita (más allá de que estaríamos dispuestos, como semiólogos que somos, a averigüarlo). No hay allí profanación sino mera transgresión. Cosas que en Europa pueden hacerse y en Argentina, seguramente no sin escándalo.
Lo que no podría hacerse ni allí ni aquí es tratar de pensar el mundial de fútbol como hecho de cultura. Los fanáticos del deporte se resisten a considerar al fútbol, entre otras cosas, como hecho de cultura (es decir, de cultura industrial), y sostienen una inquebrantable condescendencia ante cualquier interpretación vagamente culturalista. El fútbol sólo puede interpretarse en términos de fútbol (y nada más). Es como si, por una burla de la Fortuna, el formalismo ruso se hubiera convertido en razón de Estado. Naturalmente esos propios nombres son más herméticos y escurridizos que las categorías de la hermenéutica y parecen descansar en un saber para el cual no hay doctorados universitarios porque sencillamente supera cualquier posibilidad de contención académica.
Ironizando sobre mi repentina curiosidad antropológica, un amigo me pregunta: "¿Pero vos sabés las diferencias entre Olimpíadas y Mundiales?". Le contesto que no, naturalmente, pero que en Internet y en la televisión está todo lo que debería saber, al alcance de todos; en particular, los partidos, que son divertidos o aburridos, y eso puede verlo cualquiera ("Deu medo ver a Argentina hoje. Pela primeira vez nesta Copa, uma equipe jogou 90 minutos de futebol comparável aos grandes escretes do passado. A Argentina colocou o bom time da Sérvia e Montenegro na roda de um jeito que eu não via há tempos").
¿Cuál ha sido el error de Brasil? No haber notado que éste es un mundial de estrellitas en ascenso y no de superestrellas consagradas. Por supuesto, uno de los mayores méritos de José Pekerman es haber comprendido desde el primer momento esta tendencia y haber actuado en consecuencia, poniendo incluso como estrella clave de la escuadra que armó a un jugador fantasma, casi una leyenda urbana, del que llegó a sospecharse que no existía o que había sido secuestrado y por eso no aparecía ante las cámaras sino en tomas extremadamente alejadas y, por lo tanto, poco adecuadas a ratificar la existencia de alguien. Un niño, casi, que exigió la presencia en la concentración de su "mejor amigo" para no aburrirse.
La superstar del fútbol brasileño, Ronaldo, ha decidido adoptar para fastidio de sus admiradores y de quienes habían depositado en su actuación alguna esperanza, los modales hieráticos de la Garbo: "Ronaldo no anota un nuevo gol decisivo porque haya 30.000 euros, o más, ligados con ello" (Gumbrecht, pág. 43). En efecto, sabe que su carrera profesional (en fútbol, en publicidad, en acumulación de riqueza) ya ha tocado un techo ("É verdade que o Ronaldo entrou com vontade de correr, pelo menos. Mas isso só tornou ainda mais visível o fato de ele não tem nenhuma condição de jogo"). Las superestrellas ya han sido vistas más allá de lo debido y en todos los ángulos posibles, como lo demuestran las simpáticas imágenes que hasta aquí he ido coleccionando para divertimento de mis fieles. Se necesita, para decirlo en pocas palabras, carne joven.
Nos hemos acostumbrado a ver competencias laborales salvajes por televisión en todas las áreas (aún las más incomprensibles y aburridas, como la dirección general de una remota gerencia ejecutiva en un trust inmobiliario), pero nos resistimos a considerar que los mundiales puedan ser, entre otras cosas, también eso: un concurso televisivo de talentos y, al mismo tiempo, el casting de los futuros representantes de las grandes marcas.
Es emocionante también ese espectáculo: tal jugador debería raparse porque los cuatro pelos de Homero Simpson por los que se lo reconoce serán obstáculo en su carrera; tal otra starlet deberá realizarse un implante de mandíbula (si la medicina deportiva se lo permite) para poder ocupar el lugar que sus piernas parecen garantizarle.
No es sólo puro fútbol lo que se ve, sino además el funcionamiento (global/ local) de un dispositivo. Los expertos en fútbol dirán que eso, por supuesto, ya lo saben, pero que "lo de ellos es el fútbol", otra cosa: un Improfanable.
A ver si entendí: ¿cómo articulás a tu análisis el "sentimiento nacional" o el "sentirse representado..."(si opinás que eso tiene entidad)? ¿El "sentimiento de pertenencia" a una "identidad nacional", es también un Improfanable?
ResponderBorrarTodos esperamos ver la ansiada foto del lindo David Beckham, pero no se puede ver........una lástima.
ResponderBorrarSi siguiera sin verse la foto de Beckham, se puede a ir a esta dirección, de donde la tomé: http://www.iballer.com/malecelebs/pretty_celebs/beckham/images/b6_jpg.jpg
ResponderBorrarHay algo raro con esa maldita fotito........al entrar al sitio aparece el siguiente cartel:
ResponderBorrar"Forbidden
You don't have permission to access /malecelebs/pretty_celebs/beckham/images/b6_jpg.jpg on this server."........
Parece que el porno en la web tiene un cieto stop (al menor para chicas que quieren ver chicos).
Che, pero qué cómodas se han vuelto las mujeres a la hora de procurarse objetos de placer. Fijate en el post que está más adelante, sobre Niembro/ Tevez (del 22.6), donde aparece de nuevo el vínculo detrás de las palabras la categoría "culo".
ResponderBorrar¡Es muy linda foto!