viernes, 16 de junio de 2006

La fiesta deportiva sin igual

Días atrás me preguntaba Anita si "realmente" me importaba "Australia-Japón". Por poco me apresuré a contestar que en modo alguno. Pero lo pensé mejor y me pareció injusta su pregunta porque me obligaba a una respuesta rápida, a sacarme de encima "el problema". Si tuviera que contestar una pregunta similar en relación con cualquier campo de actuación mi respuesta sería siempre la misma: no, no, no. No me interesa realmente el gobierno de la ciudad de Buenos Aires, ni el Mundial de Fútbol, ni la política parlamentaria, ni, para mi desdicha, el tenis internacional o la entrega de los Oscars. Lo único que me "interesa", realmente, es aquello en lo que me veo personalmente involucrado: hacer bien mi trabajo, encontrar tiempo para escribir y leer, procurar que mis hijos no sean más infelices que lo necesario por mis acciones o mi falta de ellas, mis gatas, la armonía conyugal, mi casa y sostener un prestigio que me ha costado conseguir pero del que no podría, a esta altura del partido, prescindir: me gusta homenajear las pocas relaciones de amistad que me siento capaz de sostener cocinando para mis amigos (y lo hago bien). And yet, and yet...
El mundo existe más allá de mi pobre (y de mi triste) horizonte y existen pasiones que yo no sólamente no comparto sino que, muchas veces, ni siquiera entiendo. ¿Habría yo de negarme la posibilidad de reflexionar sobre esas pasiones extrañas, extranjeras? Existen los mundiales y otras instituciones cuya desaparición yo no vería, casi con certeza, con melancolía. ¿Pero acaso eso justificaría que bregara por su desaparición, sabiendo bien lo que eso representa (aunque se me escape el sentido) para mucha y tantas personas (mi hijo, entre ellos, que gusta además del tenis y de la música romántica)?
Por cierto, las competencias deportivas permite que afloren los peores rasgos de personalidad: el chauvinismo, el racismo, la misoginia, la homofobia, el patrioterismo barato. Dudo que sea el deporte lo que las haya generado. Observo con simpatía algunas expresiones de fastidio ante el mundial pero no las comparto, porque en el fondo encierran (o se fundan) en vagas fantasías de exterminio.
Dicho esto, que cualquier persona sensata puede llegar a comprender, vayamos al punto. Como no me interesa realmente el mundial, puedo sostener sobre el evento una mirada excéntrica o, si se quiere, distanciada (mediana, neutra, ¿objetiva?). No me interesa si Argentina gana o no el mundial (más bien tiendo a desear que lo gane el mejor equipo, es decir: quien se lo merezca) y suele irritarme el estilo irremediablemente "nacional" (berreta) de las intervenciones de la selección. Pero no me interesa realmente el resultado de los partidos que Argentina juega. No es, en todo caso, una compensación simbólica lo que podría llegar a interesarme del Mundial sino un estado de la imaginación sobre los cuerpos y sobre los códigos. Por eso, aunque me aburran mortalmente (como sucedió con el primero, que literalmente me durmió) voy a mirar los partidos de la selección argentina. Y por eso, también, voy a mirar todos los partidos que Brasil juegue (el primero tampoco fue muy bueno, pero eso sucede casi siempre con los primeros partidos en los mundiales). Me decía Santiago Llach, a quien no sólo respeto como poeta sino también como un entendido en los lances de pelota, que no se puede gustar del fútbol y no amar las presentaciones de la selección brasileña. Yo le contesté que, en mi caso, era como subirse al carro de los vencedores.
¿Por qué no habría de interesarme, en definitiva, en la medida de lo posible (y realmente mis compromisos laborales me lo impiden la mayor parte del tiempo) partidos insignificantes como Australia-Japón? Después de todo, la insignificancia del deporte de masas es para mí (¡para mí, para mí!) un dato de partida y no se articula ni con las identificaciones imaginarias (nacionalitarias) ni con las estrategias geopolíticas. El mundial sucede y, porque sucede, forma parte de mis "intereses medianos" (lo que Roland Barthes llamaba studium). No me arrebató Australia-Japón, como tampoco me arrebatan tantas otras cosas. Por ejemplo, las competencias televisivas de baile de salón que hacen furor en todos los canales de televisión (y sin embargo, se me obliga a verlas y no siempre tengo la fuerza suficiente para protestar en contra de ellas).
El mundo podría ser mejor. Pero eso no justifica que yo permanezca indiferente a lo que es. Lo importante no son las cosas (no es "eso"), sino la relación en la que, respecto de ellas (respecto de "eso") uno esté dispuesto a ser arrastrado.

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