El placer de mirar
por Hans Ulrich Gumbrecht
El problema es de principios. Todos sabemos que aquellos que miran deportes llamarán "bellas" a algunas jugadas, home-runs, o rutinas de patinaje. Tratar de comprender las implicaciones del uso frecuente y cotidiano de la palabra "bello" fue el punto de partida del análisis que Immanuel Kant hace de la experiencia estética en su Crítica del juicio. Y, sin embargo, es cierto que la mayor parte de quienes adjudican calificativos de "belleza" a los deportes, tanto intelectuales como no intelectuales, dudarían, y dudarían por cuestiones de principio, de la posibilidad de asociar tal acto de habla y aquello que lo motiva con la experiencia estética. Si usted les pregunta a los intelectuales por qué piensan que los deportes atraen a tantos espectadores, lo más probable es que se vuelvan, de un modo más que condescendiente, hacia la psicología popular más trivial. "Los perdedores en la vida adoran identificarse con los ganadores en el estadio", podrían decir, o acaso "gritar fuerte es un modo fácil de dejar salir la presión de las frustraciones acumuladas". Una opinión igualmente despreciativa, pero menos banal, relaciona el ser espectador con el supuesto mal de una competitividad general que habría invadido la sociedad moderna. Aparentemente, entonces, no es sólo difícil hacer el elogio de los deportes. Está tambén la resistencia a admitir que la fascinación por los deportes puede tener motivaciones respetables. Sin embargo, es muy fácil cmprender las razones de esta segunda resistencia.
Aquellos grupos sociales que se consideran "cultos" porque han aprendido (a decir) que aprecian la experiencia estética como un componente que eleva su existencia tienden asimismo a creer que la experiencia estética sólo puede ser activada por un conjunto limitado de objetos y situaciones canonizados: libros que se presentan como "literarios", música interpretada en salas de concierto, cuadros expuestos en museos u obras dramáticas producidas para el escenario. Ser conservador acerca de este canon tiene el efecto de mantener la función de la experiencia estética como herramienta de privilegio y distinción social, herramienta de distinción, dicho sea de paso, que la autodenominada "clase media educada" está haciendo jugar hoy, de modo creciente, contra los "meramente ricos", más que contra los pobres. Aquello que billones de personas y algunos billonarios miran y disfrutan no puede ser lo suficientemente digno, en la consideración de los oficialmente cultos, como para pasar por experiencia estética. Pero ¿no sería una utopía vuelta realidad ver que la experiencia estética es compartida por cantidades realmente masivas de personas? En cualquier caso, los (relativamente inofensivos) mecanismos de exclusión existentes en torno de las formas canonizadas de la experiencia estética también explican por qué entender los deportes como experiencia estética es algo que nunca cruzará por las mentes de los espectadores "no cultos". Éstos han interiorizado la idea de que la experiencia estética es y deberá serles ajena. Por otro lado (y una vez más), si insisto en que mirar deportes corresponde a la definición más clásica de experiencia estética, no lo hago a efectos de dar un aura nueva a ciertas formas no canónicas de este placer. Los deportes no precisan recibir tal condecoración, pues, después de todo, el hecho de no ser exclusivos es uno de sus mejores (y más generalizados) rasgos. Además, no tengo la más mínima intención de negar que ser un fanático del deporte pueda ser adictivo, estresante, compensatorio... llámenlo como quieran. Únicamente sostengo que ninguna de tales razones puede ser tan fuerte como para hacernos pasar por alto el placer que la experiencia estética refleja, en tanto factor de atracción cenral y conceptualmente más obvio hacia los deportes.
Tomado de Hans Urlich Gumbrecht. Elogio de la belleza atlética [ISBN 987-1283-06-7]*. Buenos Aires, Katz editores, 2006 (traducción de Aldo Mazzucchelli), págs. 39-42.
*Desde su retiro del Fondo de Cultura Económica, esperábamos el regreso de Alejandro Katz como editor. Después de un tiempo más largo del que, casi, estábamos dispuestos a soportar, vuelve, como él mismo lo dice, "al ruedo" con un proyecto editorial entre cuyos primeros títulos se encuentra el Elogio de la belleza atlética de Hans Gumbrecht del cual reproduje un fragmento más arriba y del cual puede leerse en la página de la editorial parte del prólogo. Podría inscribirse el libro de Gumbrecht (cuya edición original es del año pasado) en el conjunto de lanzamientos "oportunistas" relacionados con la Copa Mundial de Fútbol, pero lo cierto es que no habría modo (entre mundiales de fútbol y certámenes olímpicos) de sustraerse a esa acusación, por lo que mejor es no tenerla en cuenta (declararla, desde el vamos, inválida). Más interesante, tal vez, sería discutir las hipótesis de Gumbrecht a propósito de los deportes considerados como parte de las bellas artes. Es verdad que su presentación es suficientemente sólida en lo que a los fundamentos kantianos de la estética se refiere, pero también es cierto que (la objeción no es nueva y había sido ya formulada por la escuela de Frankfurt) la concepción kantiana de la experiencia estética no va más allá de su caracterización como contemplación extática. No es exactamente un déficit de Gumbrecht lo que se nota en esa relación (sabemos, desde hace muchos años, que Gumbrecht es un lector finísimo y un erudito), sino más bien una incapacidad de la filosofía clásica para dar cuenta de la experiencia estética tal como ésta se nos revela en este mundo nuestro.
De todos modos, el esfuerzo de Gumbrecht es encomiable y, en estos días de alegrías y desdichas, la lectura de su libro (bellamente editado pero no tan bien traducido: "balón" por "pelota" y "guardameta" por "arquero" son lecciones completamente odiosas) resulta más que pertinente. Por cierto, bienvenido sea Alejandro Katz, a quien sólo resta desearle la mejor de las suertes en esta nueva vita activa.
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