Quería una nube, sólo una una nube, una nube de conceptos, "la nube de Úbeda" que me lleva y me trae, en la que vivo..., y obtuve nubarrones: tétricas nubes que traen tempestades, truenos y tragedias.
Es que cambiar es desafiar a los dioses de cotidianidad, los lares y penates que nos cuidan y creen que cuando se ausentaron nos entregamos a los ditirambos corales en honor a Dionisio, ese diosecillo extranjero, y no saben ya si somos los mismos que fuimos aunque el cambio sea tan leve, tan sutil, tan deliberadamente imperceptible como la capa de pintura en una pared descascarada.
A cambiar el sitio (me dije), para poder colgar una nube. La nube se me niega, todavía*. Pero, en cambio, obtuve "seguidores", como la prima donna que se obstina en cantar su aria allí donde mejor se la ilumina. No sabía que tenía seguidores. Pensaba que cantaba en sombras.
Pero allí están, y entre ellos descubro nombres, investigo, recupero recuerdo de noches de bohemia teatral, en ciudades lejanas y queridas. Son "cosas mías" (lo sé, y no diré más).
Yo quería una nube, la movediza humedad que escarcha el cielo. Obtuve seguidores y cartas de navegación (una bitácora que dice, por si me pierdo, por dónde anduve). Y mensajes de asesoramiento: un punto menos en la tipografía del título del cabezal, sugerencias para la paleta de colores... Amigos, así se hará, porque los quiero. Y cambio un poco para que todo siga igual (entre nosotros).
*Ya no.
Las tres gracias
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Mientras preparo un taller sobre el paso (siguiendo algunos motivos) de los
cuentos tradicionales, desde las lejanas cortes europeas a los libros que
hay...
Hace 2 semanas.
1 comentario:
bien tuneado. felics.
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