martes, 28 de noviembre de 2017

Las mejores cosas.....

Anoche vimos el final de la segunda temporada de Better Things, una de las cosas más perfectas que la televisión haya dado,  y nos complace anunciar que habrá una tercera temporada.



Hago mías las palabras de Ben Travers:

Even professional writers have their limit, and mine arrived the moment Max (Mikey Madison) lifted her blindfold and saw her mother, Sam (Pamela Adlon), sisters Frankie (Hannah Alligood) and Duke (Olivia Edward), and grandmother, Phil (Celia Imrie), dressed all in black, standing on a shiny black stage, about to recreate Christine and the Queens’ “Tilted” music video as a graduation present for the family’s eldest daughter.



sábado, 25 de noviembre de 2017

Al infinito, y más allá


Por Daniel Link para Perfil



De los lanzamientos televisivos, dos me llaman la atención: Star Trek: Discovery, que es una continuación o spin off de la serie que modeló mi relación con el universo. Más allá del casting, el diseño de personajes y la nave, Discovery impresiona desfavorablemente por su trama, que carece del encanto de la original y de cualquier intención de intervenir en el presente. El contexto es una guerra contra el imperio klingon (tlhIngan en el idioma que, como todo el mundo sabe, tiene su gramática, sus páginas en Internet, y ochenta dialectos poliguturales que se articulan según una sintaxis adaptable). De entonces hasta ahora ha corrido mucha letra entre los especialistas y en Discovery los klingons hablan durante gran parte de los capítulos en su lengua original. Más allá de eso, todo es bastante aburrido y previsible.
La otra serie se propone como una parodia de la saga Star Trek: se llama The Orville (el nombre de la nave) y fue creada por Seth MacFarlane, quien la protagoniza. Paradójicamente, es más fiel al original: cada capítulo plantea un “problema” contemporáneo. En uno, los protagonistas son secuestrados por una raza superior para exhibirlos en un zoológico. Para rescatarlos, los de la Orville ofrecen a cambio un completo zoológico humano: una colección de más de tres mil reality shows. En otro, una pareja antropo-reptílica de hombres que viajan en la Orville (en esa especie todos los individuos son hombres) procrean una hembra y, de inmediato, solicitan la reasignación de sexo. No revelo la resolución: es impecable. En el último, se propone una sátira de una sociedad cuyo aparato de justicia se compone enteramente de “Likes” y “Dislikes” que la ciudadanía intercambia con los demás. Con grandes estrellas invitadas (Liam Neeson, Charlize Theron) y tramas bien planteadas, The Orville consigue lo que los dueños de la franquicia Star Trek no: una rara felicidad y un asombro ante el mundo.


sábado, 18 de noviembre de 2017

Quemen a la bruja

por Daniel Link para Perfil


Judith Butler ganó la prestigiosa y muy bien dotada beca Mellon, que decidió destinar a armar una red de estudios críticos con varias universidades norteamericanas y latinoamericanas. Como parte de las actividades previstas en uno de los programas incluidos en esa red, se organizó en San Pablo (Brasil) un seminario cuyo título, “El fin de la democracia”, indicaba un camino de indagación: formas radicales de democracia y micropolíticas como salida a la crisis de representación que puede observarse en cada rincón de Occidente.

Enteradxs de la visita de Judith Butler, un grupo de conservadores agresivxs recabó firmas con el objetivo de que la conferencia de Butler se cancelara, porque ella, así dijeron, promueve la destrucción de la familia y quiere “hacernos creer que la identidad es variable y fruto de la cultura”. “foraButler” y “Quemen a la bruja” fueron las consignas que consiguieron más de 360.000 adherentes.

El día del Seminario hubo miles de manifestantes a favor y en contra de la presencia de Judith y su discurso que, justo es decirlo, esta vez tenía poco que ver con la construcción histórica que reconocemos como “género”.

Volviendo a su país, la teórica tuvo que soportar todavía una afrenta mayor: ella y su mujer fueron atacadas por mujeres con pancartas que las empujaron ante la mirada atónita de las fuerzas de seguridad, que permitieron el vejamen. Una de esas ménades persiguió a la mujer de Judith Butler diciéndole: “sos fea, andá a la peluquería”. “Vivan las princesas de Brasil” fue la hedionda consigna de quienes abogaban por retrotraer la discusión política sobre género y sexualidad a la Edad Media. La efigie de Judith Butler fue quemada en acto público mientras se rezaba el Padre Nuestro.

En las últimas semanas, una muestra de arte (Queermuseu) y una performance con un Cristo representado por un transexual fueron levantadas en Porto Alegre y en Río de Janeiro. Estamos hablando de hechos de violencia de género, homofobia y discriminación en grandes ciudades brasileñas. Imaginarse lo que puede suceder en el resto del país, dominado por cámaras legislativas confesionales, hiela la sangre.

Si a eso se suman las reacciones paranoicas y destempladas de prácticamente todas las comunidades en relación con el “caso Kevin Spacey”, queda claro que el mundo se apresta a un salto hacia atrás de imprevisibles consecuencias y que ninguno de los derechos ganados en los últimos años está garantizado.

Un poco por eso, con Albertina Carri y Sebastián Freire creamos un colectivo cuya primera presentación fue “Archivos del goce”, una meditación sobre el modo en que el fascismo ha marcado nuestros cuerpos y hasta qué punto es imposible la felicidad y la algarabía física en un mundo cada vez más inclinado al secuestro, la normalización y la represión de los placeres.



viernes, 17 de noviembre de 2017

jueves, 16 de noviembre de 2017

Ornamento




miércoles, 15 de noviembre de 2017

Si pasás por Cape Town, fijate....



martes, 14 de noviembre de 2017

Preguntan si...

"Leo como leo por los que me enseñaron" 


por Mauro Libertella para Ñ

Novelista, docente y performer -el más audaz de los catedráticos argentinos-, repasa en su nuevo libro su vida como lector y rinde homenaje a sus maestros.



Daniel Link tiene una biblioteca a sus espaldas. La frase no es una metáfora: mientras conversamos sobre La lectura: una vida, en su oficina céntrica de la UNTREF, apenas un vidrio lo separa de una parte importante de la biblioteca de su juventud, que el escritor y catedrático donó a la Universidad. Son los libros de sus años de formación: novelas, ensayos, poemas, cuentos; literatura latinoamericana, francesa, inglesa, italiana, norteamericana. Son los ejemplares que construyeron, poco a poco, estante sobre estante, al Daniel Link lector, y ese recorrido de formación intelectual es el que está narrado en La lectura: una vida, un texto estructurado en diez episodios biográficos, de la infancia al profesorado, de la universidad al trabajo como editor, de los años de periodismo cultural a los amigos de ruta. Todos los lectores se forman de modo único, intransferible, y al mismo tiempo es como si todos compartieran un mismo patrón de sentido, una música secreta que escucharon de chicos y que nunca se pudieron sacar de la cabeza. La lectura: una vida es la partitura de esa melodía.

–Este libro surgió por un encargo, por pedido. ¿En qué momento te encontró esta propuesta?

–Cuando Graciela Batticuore, la directora de colección, me convocó con la idea, yo estaba de sabático escribiendo el libro La lógica de Copi y el pedido coincidió con una necesidad que tenía de declarar las deudas: decir “leo como leo por esta gente que me enseñó”. El libro se escribió muy rápido; son diez capítulos y en diez semanas estuvo terminado.


sábado, 11 de noviembre de 2017

Políticas de la crueldad


Por Daniel Link para Perfil



En una tira de Mafalda, la niña camina con su amiga Susanita. Se cruzan con esa constante visual del paisaje de la ciudad de Buenos Aires: un grupo de mendigos o familia paupérrima (no me acuerdo bien). Mafalda dice: “Me parte el alma ver gente pobre”. Susanita le contesta: “A mí también”. Mafalda: “Habría que darles de comer, ropa, trabajo”. SIgue, creo recordar, un cuadrito en blanco hasta que Susanita remata: “Para qué tanto, bastaría con esconderlos”.

Cuando eran apenas dos jóvenes ambiciosos que actuaban en sótanos porteños, Carlos Perciavalle y Antonio Gasalla grabaron un disco (1971) con algunas de sus mejores canciones y monólogos. El de Carlos Perciavalle ("Los pobres") comenzaba diciendo algo así como: “Qué barbaridad... ¿Ustedes saben por qué pasan estas cosas espantosas en esta país, viste, estos siniestros crueles? ¿Quiénes tienen la culpa de que haya devaluaciones, que aumente todo, que venga la revolución? ¡La gente pobre, m'hija! Si son la mayoría, viejo. Cada vez hay más, ¿viste? Esa gente de lo peor... Siempre vestidos con esos colores tan deprimentes... Mandan a sus chicos a colegios del Estado gratis, donde no va nadie conocido, ¿cómo pueden?”.

La década del setenta imaginaba, a través de esas voces, cómo piensa la clase “alta” y, al hacerlo, revelaba su propio imaginario y la distancia incomunicable de ambos imaginarios. La relación de clase implica siempre el desconocimiento radical del otro.

El monólogo de Perciavalle acaba de ser modelo (voluntario o no) del audio de la Doctora de Nordelta que se queja de sus vecinos porque toman mate, juegan con el perro y gritan: cosas de pobres. La relación entre ambos discursos queda subrayada por el uso de una palabra totalmente fuera de registro y del uso actual: “cache” (equivale a grasa, pero incorpora la sonoridad del kitsch, tan productivo durante los sesenta y setenta).

Las reacciones a ese audio han sido mayormente de condena: pensar así es ejercer una violencia social inesperada. Los mejores comentarios vinieron de otras mujeres que, a la parodia inicial, agregaron las suyas: la Negra Vernaci y Verónica Llinás dieron rienda suelta a su desenfreno y produjeron piezas hilarantes.

Pero en esa cadena de parodias (Perciavalle parodiaba el espíritu de la clase, la Doctora de Nordelta parodiaba a Gasalla, Vernaci y Llinás parodiaban a la Doctora de Nordelta) algo se pierde: la posibilidad de pensar lo otro.


viernes, 10 de noviembre de 2017

Paranoia y deseo

por Daniel Link para Soy




Casuística Un “caso” es tal cuando permite articular algo del orden de lo singular (“esto que pasó”) con asuntos del registro de lo universal. Probablemente Kevin sea una persona sumamente desagradable, pero los enunciados que su salida del armario han desencadenado no pueden ser más alarmantes y merecen nuestra atención. Parto de un recorte de prensa que me envió mi editora para animarme a escribir sobre “el caso Kevin Spacey”. El recorte dice: “Roberto Cavazos, un actor formado en Gran Bretaña y con experiencia en cine, teatro y televisión, dijo el lunes desde su perfil profesional de Facebook que experimentó «un par de encuentros desagradables» con el otrora aclamado protagonista de la serie House of Cards. Según su relato, todos ellos «estuvieron al filo de poder ser llamados acoso. Es más, de haber sido yo una mujer, probablemente no hubiera dudado en identificarlo como tal», agregó Cavazos en su publicación, sin precisar la fecha de tales encuentros”. El recuerdo de Cavazos, de quien sabemos más bien poco, es inquietante porque nos obliga a preguntarnos si cuando le miramos el culo a uno de los chongos que se duchan después de su rutina en el gimnasio no estaremos “al filo de” algún nombre del que no querríamos quedar colgados. Además, el “de haber sido yo una mujer” incorpora una fantasía de cambio de género con la que mejores psicoanalistas que una se habrían hecho un banquete. Pienso en Freud y las pelotudeces que fue capaz de decir sobre “el caso Schreber”, cuando leyó las memorias de aquel juez de la corte de Dresde que se volvió loco de atar una noche en que pensó, en una deliciosa duermevela: “Qué lindo sería ser una mujer sometida al coito”. Unterliegen es el término legal que Schreber usa para definir esa condición de sujeción a un poderío muy inscripto en el sentido común del siglo XIX, que él asocia con no sabe bien qué voluptuosidades. La simple idea, cuando medita en ella, lo asquea.
Poco después se dará cuenta de que Dios, con la mediación de fuerzas, rayos y nervios, quiere volverlo una mujer para cogérselo bien cogido y engendrar en su vientre una nueva raza, habida cuenta de que la especie humana ya había tocado fondo, cosa que a esta altura del partido ya todos sabemos.
Ese argumento (que Schreber escribió en 1901 en el libro Memorias de un enfermo nervioso, para que lo dejaran salir de la clínica donde fue internado y para que le levantaran la interdicción para administrar sus bienes) es la paranoia (cuya lógica definirá Freud a partir de ese libro), originalmente ceñida a ese principio de articulación, el goce femenino y el poder (supuestamente) inscripto en la frase que desencadena el delirio. Los tiempos verbales no coinciden del todo (“sería” piensa Schreber, “hubiera sido”, dice ahora Cavazos). En los dos casos, se trata de una forma potencial y en esa potencias se fundan todas las condenas: paranoico, acosador.



La interpretación Freud no conoció a Daniel Paul Schreber, pero le pasaron su libro. De ese caso, el ilustre vienés dedujo una teoría general de la paranoia en un artículo de 1911. El propio Freud cita el fallo que le devolvió la libertad a Schreber y que, según él, resume su sistema delirante: “Se considera llamado a redimir el mundo y devolverle la bienaventuranza perdida. Pero cree que sólo lo conseguirá luego de ser mudado de hombre en mujer”. Sea, pero Freud entiende que la paranoia fue, para Schreber, una forma de defenderse en contra de un “despertar” del deseo homosexual (nada de eso aparece en el libro, por supuesto). Freud confunde deseo homosexual con identidad de género (“ser una mujer”) y goce femenino con que te rompan bien el culo. Con personas así de toscas, no hay manera de ponerse de acuerdo. En una carta posterior, el maestro Sigmundo escribió: “he triunfado allí donde el paranoico fracasa” (refiriéndose aparentemente a sus propias tendencias homosexuales). El propio Jacques Lacan, en las clases que integran el seminario 3, Las psicosis, tuvo que aceptar que en la paranoia hay un núcleo resistente al análisis propuesto por Freud (que es como decir que meó fuera del tarro).

En todo caso, Freud define la paranoia en relación con otros dos padecimientos que conviene traer a cuento: la hipocondría (forma leve de paranoia) y la erotomanía, de la cual Kevin Spacey fue víctima sacrificial en estos días.



Te amo, te odio, dame más Freud concluye diciendo (lo cito sólo para que los analistas sepan que lo he leído) que “los paranoicos procuran defenderse de una sexualización así como de sus investiduras pulsionales sociales” y por eso “nos vemos llevados a suponer que el punto débil de su desarrollo ha de buscarse en el tramo entre autoerotismo, narcisismo y homosexualidad, y allí se situará su predisposición patológica”. Que el Señor de los Sueños se vea llevado a suponer algo es casi exactamente lo mismo que le pasó al Dr. Schreber: su transexualismo cósmico (él se ve llevado, en su delirio, a una transformación del mundo urdida por Dios) se convierte en un pobrísimo mecanismo de defensa.

¿Qué es un erotómano? Según Freud, un paranoico que ha invertido la frase «Yo [un varón] lo amo [a un varón]» por la frase: “Yo lo odio porque él me ama”.

Lacan lee bien la intervención de Freud y le quita gran parte de su estupidez (toda, hubiera sido empezar de nuevo). Retiene la idea de la erotomanía, que es básicamente la situación paranoica de considerarse el objeto de deseo de todos los demás (incluido Dios, naturalmente) y odiar a todos los demás por ello.

La siniestra sociedad en la que vivimos ha decidido ignorar el registro de lo simbólico y el registro de lo imaginario, y así nos va. Cualquier batracio de estanque de agua podrida (de esos que van al gimnasio a marcar sus abdominales) se cree por eso deseable. Se olvidan que uno desea una cara, porque el deseo es, en última instancia, el deseo del otro.

Una persona dice: hace muchos años, Kevin Spacey estaba borracho y me quiso culiar. Sus presupuestos son: ¿pueden ustedes dudar de mí? ¿Acaso no soy absolutamente deseable? ¿Acaso ustedes no me desean?

Luego un mexicano sale a decir: sí, yo me sentí incómodo en varias situaciones con Kevin Spacey porque me di cuenta de que él me deseaba. ¿Pueden dudar de que Kevin, que es más feo que una cucaracha, me deseara a mí? E incluso más: ¿pueden ustedes dudar de que estas maricas relajadas de Hollywood y Broadway no están todo el tiempo tratando de chuparnos la verga, de violar a nuestros hijos, de emputecer el mundo?

Y en cuanto pueden, los erotómanos salen a decir su discurso enloquecido: lo odio porque me desea, lo denuncio porque me deseó. Si una loca, de armario o no, pone su brazo en el hombro de un actor, un alumno, un compañero de deportes o un pariente lejano, de inmediato esos erotómanos que no son capaces de imaginar ninguna relación que no sea erótica en su sentido más violento (el sexual) dirán: “qué asco, me tocó porque me desea”.

Hemos llegado al punto de mayor vileza que una sociedad pueda sostener: aceptamos a los homosexuales, los dejamos que se casen incluso, les ofrecemos paquetes turísticos y festejamos sus chistes. Pero somos incapaces de aceptar que un homosexual nos toque porque de inmediato sabremos que sólo lo hace porque nos desea. Y lo odiaremos, en consecuencia, por eso.



Girls just wanna have fun Vuelvo a repetir: a lo mejor Kevin Spacey es una mala persona y una bicha repugnante. Pero en lo que se ha oído hasta ahora lo que queda claro es que los paranoicos son los otros.

En Las psicosis, Lacan se sorprende de que un caso que tanta razón hubiera podido darle a Freud haya sido abordado por él “bajo ciertos modos que dejan mucho que desear” y nos regala una equivalencia: “el nombre de Freud(e) significa alegría. En inglés, alegre y despreocupado se dice “gay” y por alguna razón las locas adoptaron la etiqueta durante bastante tiempo: no nos tiren encima sus paranoias y sus erotomanías. Nosotras sólo queremos divertirnos. Si algún ortazo presuntamente hétero cae en la volteada, no nos odien por eso. O mejor: no nos odien. Porque a lo mejor ese odio es el rastro visible de que envidian y desean nuestro deseo.

martes, 7 de noviembre de 2017

¡Y una sin twitter!


(¡Gracias, Patricio!)



Después de todo...




lunes, 6 de noviembre de 2017

Preguntan si...

por Darío Zalgade para OcultaLit

(...)


Vos alternás extraordinariamente bien entre géneros como el ensayo, la novela, el cuento, la crítica. Se hace muy difícil prever en qué consistirá tu próximo libro. ¿Por dónde pasan ahora tus próximos proyectos?

Lo único seguro es que por un tiempo descansaré de los libros con notas al pie. Esa forma de compromiso con la verdad es un poco agobiante. Tengo dos novelas entre manos: una es más fácil y es una especie de mundillo o de ciberciudad con muchos cambios de perspectiva. La otra es más difícil porque me encapriché con un tema histórico que me obliga a avanzar más lentamente.
Ahora participo con personas queridas (Sebastián Freire y Albertina Carri) de un colectivo llamado Colectivo Quri Kancha, con el cual presentamos a principios de noviembre una instalación-performance titulada “Archivos del goce, del amor y del deseo (o el incendio de los lugares comunes)”. En fin, el pensamiento puede aparecer por cualquier parte, y la escritura también. Mejor es no cerrar ninguna ventana, para que todos los vientos nos atraviesen.