Una mujer emprende un experimento (o una investigación) de largo aliento. Se trata de pensar cómo sostener un discurso en los medios. Paradójicamente, la primera constatación es la soledad a la que la arroja no su "voluntad" sino su curiosidad. Menos de un año después de emprendida la investigación se habla de ella como de una muerta-viva: la suicidada de la sociedad. Por momentos se exaspera ("debo de ser la mujer más odiada de Buenos Aires") pero no claudica. Ella, que ha militado siempre contra la espontaneidad de los discursos, no se irrita tanto por las invectivas que le lanzan sino por la unanimidad con la que se considera espontáneo un discurso determinado (éste, aquél, cualquiera). Seguirá experimentando. Hace pasar por su propio cuerpo la banalidad de la cultura industrial y la ignorancia enfática de la opinión pública, esas dos ruinas contra las cuales siempre ha alzado su magisterio. ¿Hasta cuándo seguirá? ¿Hasta que su conciencia se lo dicte? ¿Hasta que su paciencia se acabe? ¿Hasta que su discurso desaparezca por completo y haya devenido nadie y cualquiera? No: hasta que su experimento arroje alguna conclusión socialmente valiosa.
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Las tres gracias
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Mientras preparo un taller sobre el paso (siguiendo algunos motivos) de los
cuentos tradicionales, desde las lejanas cortes europeas a los libros que
hay...
Hace 2 semanas.
1 comentario:
tá, yo lo suponia...pero, me pregunto - de verdad ¡me pregunto!- si está como "espía encubierta" o como "doble agente", digo, insisto..¿no está jugando la gran canchereada de decir: "fah, yo me hice la mediática, les saco después un tomo con conclusiones, y les pongo la tapa bien puesta a todos"? Entonces, sigo, esa gran cancherada...¿no está muy cerca, demasiado cerca, de la gran llanura del chiste? en definitiva: que el chiste lo entendemos muy pocos, que nos seguimos riendo entre nosotros. eso. e basta.
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