viernes, 14 de diciembre de 2007

Asesinos de la imaginación

Jericho es un ejemplo del efecto-Lost y lo mal que puede hacerle a la televisión la copia de un modelo, pero sin inteligencia o gracia alguna. Hacia el episodio diez de la primera temporada S. y yo ya estábamos hartos de la serie y ahora sólo nos sostiene en la prolijidad de terminarla (y olvidar para siempre la pésima idea de haber bajado esa porquería del e-mule) el deseo de muerte que nos domina. Queremos que mueran los personajes secundarios principales: la madre, el padre (que estuvo cerca) y el hermano del protagonista. Ya nos dimos el gusto con la cuñada, y eso no hace sino estimular nuestra fe: deben morir, van a morir, y queremos estar frente a la pantalla para festejarlo.
La historia es ésta: unos terroristas aniquilan algo así como las principales veinte ciudades de los Estados Unidos con bombas nucleares. Jericho, un pueblo desangelado habitado por personas siniestramente buenas, permanece en una zona libre de contaminación. Aislados, los de Jericho se las ven en figurillas para sobrevivir (¡a mí qué me importa!). El casting es lamentable, y de allí nuestro odio hacia los personajes, pero mucho más horrible es el guión, que insiste en que los sobrevivientes festejen Acción de Gracias en medio de una catástrofe sin precedentes, los padres se reconcilien con sus hijos y los habitantes del pueblo se empeñen en permanecer en la ignorancia de lo que ha sucedido: atrincherados en sus vidas miserables, medio muertos de hambre y frío, pero con fuerzas suficientes para sostener un "nosotros" repugnante. Por favor, por favor, no es mucho lo que pedimos: ¡maten a la madre del protagonista!*

*Actualización: en el último capítulo de la primera temporada, tal como queríamos, muere el padre del protagonista. En compensación, reaparece la maestra de ciencias. Uf.

1 comentario:

girlontape dijo...

jajaja
miré 5 mins del 1er episodio y no volví nunca
admiro su disciplina y ganas de autoflagelación
están alcanzando niveles místicos