viernes, 26 de junio de 2009

Loca como tu madre

Por Daniel Link para Soy

Más allá del autor
En un libro clásico de crítica cinematográfica, Pauline Kael razonaba que una película memorable, por la misma lógica del cine, lo es por el encuentro (en el lugar y en el momento adecuados) de un conjunto de singularidades que, por sí mismas, jamás hubieran conseguido el mismo efecto. El ejemplo que utilizaba para una semejante descalificación del “cine de autor” era un poco injusto, porque Orson Welles, además de Citizen Kane (1941), fue director de otras películas igualmente desmesuradas y gloriosas -El proceso (1962) es una de ellas. De todos modos, Kael tiene razón al señalar que el reconocimiento universal a El ciudadano (que repiten ritualmente las nuevas generaciones de espectadores) supone, al mismo tiempo, una reverencia al director, Welles, pero también al guionista, Herman Mankiewicz, a la troupe de actores que dieron vida a los complejos caracteres diseñados por ellos, y al conjunto de técnicos que los acompañaron (la cámara, el montaje y el maquillaje siguen siendo insuperables). Lo mismo podría decirse de Esperando la carroza (1985), la película argentina que, sin proponérselo, hoy ocupa el lugar indiscutido de una de las obras maestras del cine argentino. Sin la fuerza concurrente de Jacobo Langsner (el autor del libro original), Alejandro Doria (el director) y los excepcionales actores que encarnaron a los personajes, Esperando la carroza no seguiría merenciendo nuestra atención.
Que en estos días haya muerto Alejandro Doria es una buena ocasión para recordar su película más exitosa (la más perfecta) entre las muchas que hizo, algunas igualmente buenas (
Las manos, 2006) y otras francamente deleznables.

Posdictadura Estrenada en 1985,
Esperando la carroza es estrictamente contemporánea de La historia oficial, la película de Luis Puenzo que ya no puede verse sin deplorar todas y cada una de sus elecciones (formales y temáticas). Las dos, sin embargo sirven como el encuentro entre una necesidad ética (la explicación de la dictadura como trauma social) y una necesidad estética (cómo contar la supervivencia). Esperando la carroza desdeñó todos los andariveles simbólicos y alegóricos y recuperó una de las herramientas más potentes que la cultura argentina tiene para decirse y para investigarse a si misma: el grotesco.
La historia es por todos conocida: los Musicardi están en un momento de crisis y discuten la tenencia de Mamá Cora, la anciana madre de cuatro hijos que han tenido suerte económica diversa durante los años de la Dictadura. Cuando descubren la ausencia de la anciana, que está cuidando al hijo de una vecina, la creen muerta, organizan el velatorio del cadáver de otra vieja y, finalmente, la ceremonia fúnebre se transforma en una amarga celebración cuando Mamá Cora reaparece sin comprender del todo lo que está pasando. Entre uno y otro pormenor, las recriminaciones, los rencores y las miserias de la “gente corriente” son expuestas con la crudeza que el género permite y reclama. Toda la película gira alrededor de un tema, el cuerpo ausente de la Madre, que parece invertir (y, por lo tanto, abismar en espejo) el gran tema de la política argentina desde el
Martín Fierro: la voz de la Madre reclamando por el cuerpo ausente de los hijos.

Texto e historia
Sobre estos asuntos, el guión original de Jacobo Langsner no podía saber nada. La versión primera de Esperando la carroza se estrenó en el ciclo Alta Comedia de Canal 9 durante la década del setenta (China Zorrilla, Pepe Soriano, Raúl Rossi, Dora Baret, Alberto Argibay, Alicia Berdaxagar, Lita Soriano y Marta Gam fueron sus intérpretes; Hedy Crilla era una fantasmática Mamá Cora).
A partir del mismo núcleo narrativo, Alejandro Doria reformuló algunos personajes y situaciones (multiplicando, sobre todo, las apariciones de Mamá Cora, que en un principio iba a ser desempeñado por Niní Marshall y que terminó haciendo Antonio Gasalla). Antonio y Nora Musicardi son los “nuevos ricos” que han triunfado sobre los demás gracias a los “contactos” de Antonio con los sectores más repugnantes de la Dictadura. Beneficiarios de la “plata dulce”, son los personajes que pudiendo resolver las dificultades de los suyos, deciden darles la espalda: el pasado político divide a la familia (algunos de cuyos miembros han abrazado la psicosis más espeluznante) y funciona como una herida que supura.
El elenco convocado: China Zorrilla, Luis Brandoni, Betiana Blum, Julio de Grazia, Juan Manuel Tenuta, Enrique Pinti, Cecilia Rosetto, Darío Grandinetti, Mónica Villa y Lidia Catalano. La televisión y el teatro no podían dar un ramillete de nombres más adecuados a esos roles. A pesar de los trabajos previos y posteriores, es probable que ningún actor haya destacado tanto en su papel como en esta película: Mónica Villa y Lidia Catalano, que venían del teatro
off, donde habían hecho notables caracerizaciones, son tal vez el ejemplo de un brillo irrepetible y decisivo para la comprensión del efecto de Esperando la carroza. Lo mismo podría decirse de la verborragia indetenible de China Zorrilla o de la grasada despectiva de Betiana Blum.

Mujeres al borde Entre los más curiosos efectos de Esperando la carroza hay que mencionar su carácter de culto entre los sectores que defienden y patrocinan todas y cualquier forma de disidencia sexual. No se trata sólo del hecho de que el personaje clave de la película esté desempeñado por un notorio transformista (después de todo, Pepe Soriano había hecho lo mismo en La nona en 1979). No se trata, tampoco, de la intencionalidad del director o del guionista sino, seguramente de algo que, una vez más, supone el encuentro en un mismo punto del tiempo y del espacio de fuerzas que vienen de lugares diferentes: una coagulación, o un chisporroteo como consecuencia de ese choque.
Se trata, tal vez, del carácter desmesurado de las feminidades en pugna. Si
Mujeres al borde de un ataque de nervios de Almodóvar no fuera posterior en el tiempo, podría suponerse que Esperando la carroza la homenajea o la copia. Afortunadamente no es así.
El catálogo de locas propuesto por Doria a partir de la pieza de Langsner parece hecho para desatar todos los procesos de identificación: ¿a vos, cuál clase de mujer te habita? Está la atorranta de enfrente (la Rosetto), el ama de casa desesperada (Villa), la
borderline (Catalano), la ninfómana (Blum), la intrigante (Zorrilla), la díscola descerebrada (Tenuta) y, finalmente, la vieja ida (Gasalla) y la extranjera (la húngara muerta).
¿No hay, en esas posiciones a lo largo de una serie fluctuante, algo que va marcando cortes en lo que se refiere a la identidad (imposible) del género y que, al mismo tiempo, señala la desaforada irrupción de la sexualidad o de su necesaria suspensión (que no es censura)? ¿No se juega en los excesos de caracterización (el habla interminable de una, los implícitos envenenados de otra, los desesperanzados gritos de aquélla, el balbuceo pre o poshumano de esta otra) y en los comportamientos siempre al límite de lo posible algo del orden de la construcción de lo femenino, y por lo tanto, de su mera función como forma liminar de un devenir-mujer, de un hacerse mujer (de clase tal o cual)? ¿No es esa relación intensa de la mujer con el cuerpo ausente, en lo que la película de Doria insiste una y otra vez, por donde empieza una (cualquiera, o a lo mejor la única posible) política de la loca?

Recuadro:

Alejandro Doria nació el 1 de noviembre de 1936 en Buenos Aires, donde murió el 17 de junio pasado, víctima de una neumonía. Desde finales de la década del sesenta hizo televisión (El avaro de Moliére, intervenciones en Alta Comedia, Papá corazón, Pobre Diabla, El rafa). Algunas de sus películas: La isla (1979), Los pasajeros del jardín (1982), Darse cuenta (1984), Cien veces no debo (1990). A ésta última le impuso el mismo brillante ritmo narrativo que a Esperando la carroza, pero sin los mismos resultados (ni el casting ni el libro lo ayudaron). En 2009 se estrenó Esperando la carroza 2: Se acabó la fiesta, con guión de Jacobo Langsner, dirección de Gabriel Condrón y un elenco parcialmente idéntico al de la primera parte: una resurrección penosa que subraya la imposibilidad de ser sino es junto con los otros, y las horrendas consecuencias de los pleitos judiciales entablados sucesivamente entre las partes.


6 comentarios:

AM dijo...

Muy importante en la obra de Doria fue la colaboración con N.Tiscornia.

girlontape dijo...

qué lindo escribis linkillo! de tu non-fiction creo que tus textos sobre cine son mis favoritos.
y ahora a ver esta peli...otro pedazo de historia argenta a descubrir.

Xtian dijo...

Absolutamente de acuerdo. Esperando la carroza es una obra maestra. Me gustaría señalar algunas cosas de esta película que ya viste decenas de veces.

1. Es uno de los pocos guiones de películas argentinas que tiene por lo menos 10 parlamentos memorables. Y está lleno de one-liners. Eso ya en sí es algo inusual. La trama me parece bastante floja. Y hasta diría que el grotesco cuando exagera, pincha la película (esto se nota más en los personajes masculinos: los Grandinetti boludo o Pinti borracho no agregan mucho).

2. La película tiene un gigantesco whodunit (ese elemento alrededor del cual parece girar la película pero es sólo una excusa). Ese whodunit es Mamá Cora. Y sobre todo la interpretación de Gasalla. Al estrenarse la película todos salieron deslumbrados por eso, por la pericia transformista de Gasalla. Y luego fue olvidada, si no fuera porque los putos la convirtieron en película de culto (y no sólo putos argentinos, conocí hace 10 años a un puto cubano que se sabía la película de memoria).

3. Gasalla fue el atractivo obvio de una primera pasada por Esperando, pero ahí lo que convierte a la película en una obra maestra es China Zorrilla. Ella está en otro registro, a otra velocidad. Mientras que Blum o Villa pronuncian y modulan sus parlamentos, Zorrilas los dice a toda velocidad. Hacen falta varias visiones para entender todo lo que dice. Y después encima la batería gestual que usa en la película. El tempo, la entonación (a pesar de que grita todo el tiempo), las pausas, las muecas microscópicas. La película ya es una obra maestra agarrando la cinta de lo que dice Zorrilla y escuchando eso solo ("¡Parecés una modelo!", "Yo hago ravioles, ella hace ravioles", etc, y la mejor: "¡Que seas vos quien se atreva a hablar de mi corazón! ¡Vos, que no tuviste el menor escrúpulo en mandar a la muerte a una anciana mártir sólo porque te echó a perder una mayonesa de mierda!").

4. Villa y Blum son excelentes y también Tenuta. No me interesa mucho el personaje de Rosetto y el de Catalano está jugado muy al borde (pero Catalano es una actriz de puta madre y sus pocas intervenciones son excelentes).

5. Conclusión: Esperando la carroza es un milagro. La vi 500 veces y si la pongo ahora mismo y pongo cualquiera de las escenas en las que están Blum, Villa o Zorrilla me muero de risa. Sería bueno que ahora, cuando todavía Zorrilla está viva, vayan y le pregunten si todo eso que metió en esa performance única, estaba en el guión o de dónde cuernos lo sacó.

alejandra f dijo...

Qué interesante lectura !

Anónimo dijo...

1) Perdón,pero no lo puedo evitar: "Yo hago puchero, ella hace puchero. Yo hago ravioles, ella hace ravioles. ¡Qué país!"

2)Daniel, ¿cuánto tiempo hace que no ves La historia oficial? Yo volví a verla hace dos o tres años y la reivindiqué bastante. La tenía muy defenestrada pero esta última vista me hizo pensar que estaba bastante bien para lo que habíamos tenido tiempo de elaborar en esa época. No digo que sea estupenda. Digo que para su momento estaba bastante bien. Porque no es sólo la historia rosa del matrimonio de idealistas que no habían visto una Molotov ni en figuritas (me refiero a los padres de la nena) y los malos se los llevaron. La película intentaba hablar de un conjunto de cosas. El almuerzo entre Alterio, Arana y Guillermo Battaglia era una de esas cosas. El trasfondo económico -los negocios con los milicos que tenía el personaje de Alterio- o las internas suspendidas entre compañeras del colegio -cuando Chunchuna manda a otra a la puta que la parió- son otras. Creo que esta película requiere volver a ser vista en nuestra "adultez".

3) Me hubiera encantado ver qué mamá Cora componía Niní.

pringas dijo...

en mi humilde opinión el " la película argentina". A pesar de haber muchas muy buenas poej.: Made in Argentina,la ya citada Historia Oficial, etc., esta es la que realmente nos representa. Los actores son magníficos. Es como " Cambalache" nunca formará parte del pasado.
Un saludo.
Gastón