domingo, 29 de marzo de 2020

Diario de la peste, día 11

(anterior)

Hoy el diario El País propuso un titular extraordinario:


La relación con el mundo es espacio-temporal: declarado el encierro, es como si el tiempo mismo se hubiera detenido. Como en estas latitudes (y longitudes) no tenemos cambio horario estacional, de inmediato comenzamos a enviarnos titulares generados del mismo modo, a propósito de otros problemas:

"Pampita lloró en su programa, y da igual"

"Lali Espósito habló de la convivencia en la cuarentena, y da igual"

En algún punto, casi todo da igual, salvo la cualidad de confinamiento. Yo. de pronto, ya no me hablo con mi mamá. Ella se enojó en algún momento por no sé qué cosa y dejó de contestarme cuando le preguntaba si quería comer tal o cual cosa. Da igual. Puedo no hablarle, porque ella se ha confinado en la parte suya de la casa y sólo compartimos la cocina. Los pocos intercambios que tenemos suceden con la mediación de mi marido, que garantiza muchas cosas pero, sobre todo: nos salva del asesinato.
En cuanto a las noticias que nos llegan, da igual. Las amigas brasileñas se quejan de la posición de Bolsonaro. Los amigos mexicanos aplauden la posición de AMLO (eran, hasta hoy al menos, casi idénticas). Da igual. 
Algunos dicen que el virus COVID19 es la peor pandemia que le tocó a la humanidad en más de un siglo. Otros (el ministro de salud, entre ellos) sostienen que no es peor que las influenzas anuales. Da igual.
Estamos encerrados. Pero no del mismo modo. La universalidad del encierro, que es lo que habría de garantizar no la inmunidad, ni esquivar el contagio, sino que no colapsen los sistemas de salud y sólo eso, ya no es tal y se ha producido una distribución por clases.
1. Están los enclaustrados absolutos de clase media y media alta, dentro de los cuales hay que diferenciar dos grupos bien diferentes:
1.1. Los que realizan teletrabajo (incluidos les profesores, que desde hace años estamos acostumbrados a los soportes virtuales como complemento de nuestra pedagogía).
1.2. Los que no tienen posibilidad de teletrabajo. 
2. Están los enclaustrados de clase media baja y baja, que carecen de medios de subsistencia y, sobre todo, de interior. Ellos son confinados al "barrio", no a la casa. Si se contagian, al menos el virus no saldrá de esas comunidades ghetificadas para tomar otras.
3. Están los obligados a circular (personal esencial de fuerzas de seguridad, sanidad, etc.).

Ahora bien, quebrada la universalidad del enclaustramiento (y conste que yo creo que esa medida fue una decisión acertadísima), lo que entra en crisis es el paradigma entero del cuidado y de la prevención, porque no se reparte equitativamente en toda la ciudadanía: es un ejercicio desparejo de control poblacional (es decir, de biopolítica). Veremos cómo evoluciona (acá y en el resto del mundo) semejante paradoja porque, como muches hemos dicho desde el principio, resulta un poco injusto que haya algunos que hacen posible el aislamiento (y la superviviencia, en última instancia) de otros.

En ese contexto, me sorprende lo poco que se dijo del extraordinario mensaje papal en ocasión de la bendición universal Urbi et Orbi.
Yo habitualmente no sigo los mensajes papales, que me importan más bien poco, y tengo una particular antipatía por el Papa Francisco. Pero creo que este discurso se lo escribió alguien de la talla de Ratzinger. Y creo que no da igual.
Entre mis contactos, sólo Edgardo Cozarnisky, Diego Bentivegna y Diego Carballar reconocieron la calidad del mensaje. Copió acá lo que me mandó este último:

Sí, buen discurso.Una especie de katejón ("nuestro juicio, no tu Juicio"), el Jesús medio hippie durmiendo en la tormenta, la importancia de aquelles que hacen que esto no colapse ya (los recolectores de basura, las enfermeras), la comunidad lacerada, la escena es en el mar de Galilea: Galilea, cuya naturaleza serena y amable tocara el alma de profeta judío galileo de Jesús e inspirara las parábolas basadas en la vida agrícola, según Burucúa, superando al ascetismo duro y lacerante del desierto de Judea, facilitando la helenización del cristianismo, cuya deriva, este discurso romano y lluvioso le hace justicia.” (Diego Carballar)

(continúa)


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