sábado, 26 de diciembre de 2020

El ano solar*

Por Daniel Link para Perfil

¿Cuántas veces habré dicho que los bisiestos son funestos? ¡Espero que éste demuestre a mis detractores que mi convencimiento no es (nunca lo fue) una mera superstición sino una certeza fundada en verdades matemático-antropológicas.

¿Qué es un año bisiesto sino una aberración del año solar? La tierra tarda en dar la vuelta al sol exactamente 365 días 5 horas, 48 minutos y 45,10 segundos. Ése es su ritmo natural y, en consecuencia, también el ritmo de todo lo viviente.

Para simplificar el asunto, los diferentes calendarios (el egipcio, el juliano-romano, el gregoriano) establecieron en 365 días la duración del año. Las casi seis horas “perdidas” en los cómputos de los funcionarios se agregan de una vez cada cuatro años.

La invención tiene su costado amoroso: cuando Julio César conoció a Cleopatra, supo que ella tenía un calendario mejor que el suyo. Encargó a Sosígenes que le copiara el modelito egipcio. El 46 a.c. (año “juliano” o de “la confusión”) fue el más largo de la historia (445 días), porque hubo que corregir siglos de desbarajuste calendario.

Desde entonces, se llama bisiesto a cada año con un día agregado porque en el calendario juliano se hacía coincidir ese día extra con el sexto días antes de las calendas de marzo (ante diem sextum kalendas martias), el 24 de febrero. Con el tiempo, ese día repetido (como en El día de la marmota) se llamó sencillamente Bi-sextum.

Semejante manipulación del tiempo natural tuvo sus consecuencias.

Cada 1.460 años (que son los caracteres que esta protesta ha ocupado desde el comienzo hasta la palabra “consecuencias”) habría que agregar un año adicional, por la sumatoria de días sueltos agregados a los bisiestos. Creemos atravesar el 2020 pero en verdad estamos terminando el 2021 porque nadie se atrevió a saltearse un año entero en los calendarios. Por el otro, Julio César y Augusto agregaron un día a los meses que los celebraban (ambos salieron, por supuesto, del pobre mes de febrero, “el más desafortunado”). Caprichos de los líderes del mundo.

Yo pienso que esa pequeña astucia de la razón y de los poderosos ha sido nuestra ruina porque nos hemos desencajado de los ritmos naturales. Es lógico que, cada cuatro años, la tierra tiemble ante la osadía de haber redondeado su paseo celestial. No sé cómo han resuelto el asunto quienes usan calendarios diferentes del nuestro (el calendario musulmán se basa en ciclos lunares y no solares).

¿Qué son los días ficcionales y caprichosos y los años desajustados sino un atentado a la integridad de lo viviente? El cálculo imperial-capitalista interfiere con el ritornello, sin el cual no hay felicidad posible.

Destinemos lo que queda de este año funesto a la celebración del reverso de la revolución solar, esa otra revolución que nos salva del cálculo falaz y nos devuelve al ritmo del mundo.

*El título apareció levemente cambiado en la edición de Perfil

 

sábado, 19 de diciembre de 2020

La expresión americana

Por Daniel Link para Perfil

Joseph Pierce, un querido amigo ciudadano de la Nación Cherokee, acaba de publicar un artículo en el que se refiere a un episodio de intolerancia que sufrió cuando osó criticar “una performance chilena por su utilización de cuerpos negros como elementos de adorno monstruoso” (se trata de Cuerpos para odiar). Se lo acusó de colonialista, y de extractivista. Se lo consideró lisa y llanamente un agente del Imperio, sin reparar en lo que podía haber de común entre su situación como integrante de una nación subalternizada en el hemisferio norte y los grupos subalternizados en el hemisferio sur de Abya Yala (las Américas), para usar las palabras de Joseph.

El prejuicio de que cualquiera que viva en los Estados Unidos es cómplice de todos los atropellos que pudieran asignarse a la política exterior de ese país es fácil. Pero tal vez no sea intelectualmente honesto, y la historia nos lo demuestra. 

En 1836, Ralph Waldo Emerson publicó anónimamente el libro Naturaleza, que se abría con la pregunta “¿Por que no habríamos de disfrutar también nosotros de una relación original con el universo?” y se cerraba con una exhortacion a “construir un mundo propio”. Al año siguiente pronunciaría su célebre conferencia “The American Scholar”, que fue considerada la Declaración de Independencia literaria, una escritura de enmienda o mejora de la propia Constitución de los Estados Unidos de America. Si “El Scholar americano” es, probablemente, el texto original de la descolonización, Los condenados de la tierra de Frantz Fanon es el texto final de la perspectiva decolonial.

Sabemos la importancia que tuvo Emerson para Sarmiento, quien, cuando se entero de su muerte, escribio en El Nacional de Buenos Aires: “Emerson. ¡Los dioses se van!...”.
Algunos años después, Jose Ingenieros dedicó un curso a Emerson, publicado luego como Hacia una moral sin dogmas, cuyo sentido se mezcla inexorablemente con el de la Reforma del 18. Allí señala que una cierta “filosofía social” llegó simultáneamente a las dos Américas. Emerson y Echeverria fueron el alma de agrupaciones (el Club de los Trascendentales, la Asociación de Mayo) alentadas por idénticos principios. En la perspectiva de Ingenieros Emerson aparece como un miembro excéntrico de la Generación del 37.
Antes podía pensarse en una cierta traducción de políticas (decoloniales entonces, ahora antirracistas) de un hemisferio a otro. ¿Por qué hoy no?

 

lunes, 14 de diciembre de 2020

Educando a Rita

 

 

(para salir de la melancolía)

sábado, 12 de diciembre de 2020

Greta (2014-2020)

En octubre había cumplido seis años y esta mañana temprano nos avisaron que había muerto. Greta fue uno de los caprichos de mi mamá, que quiso reemplazar una perra muerta por otra, en un período en el que no abundan las crías disponibles. 

Tuvimos que recurrir a un criadero de schnauzers, donde quedaba sólo ella de su camada. Greta era hermosa y muy inteligente. Fue la única perra que acataba órdenes sencillas y que parecía reirse (con sus ojos achinados apenas visibles detrás de su flequillo). 

Adoraba revolcarse por el barro, después de la lluvia, pero con los años empezó a tenerle miedo a las tormentas. Regábamos juntos y ella pretendía morder el agua de la manguera.

A Niro, el perro adulto que la precedía, lo volvía loco a mordiscones y sabe Dios cuántas cosas rompió mientras crecía (trapos colgados, cajas de cartón, almohadones). 

Como guardiana, tenía sus manías: aceptaba sin problemas a las mujeres, pero a los varones (incluso a los de la familia que no veía con regularidad) les ladraba con un vozarrón que te hacía temblar las piernas. Creo que compartía con mi mamá, que la malcriaba, ese rasgo de misantropía.

Hace dos años una picadura de garrapata le produjo una erliquiosis, cuya secuela fue una leucemia mieloide crónica, que nos obligó a involucrarnos en el mercado de la sangre canina. El jueves pasado hizo mucho calor: tanto ella como Niro estuvieron muy tirados. A la noche, ella vomitó sin parar. A la mañana del viernes, se instaló al lado de la tumba de Cartulina, que murió hace apenas tres semanas, como diciendo: acá me quedo. La llevamos al veterinario donde le dieron unas inyecciones que no surtieron efecto. Empeoraba. La llevamos a internar para que la estabilizaran: vomitaba y cagaba sangre. Esta mañana el teléfono sonó temprano y yo ya sabía: Greta había muerto. Odié el lugar común del pobre tipo que me lo comunicaba: "Luchó hasta último minuto", porque yo sabía que no era cierto.

La tierra, que ella tanto necesitaba, ahora le va a tomar hasta los huesos.



Mi nieta va a preguntar "¿Dónde está Greta?" y algo tendremos que inventarle sin que note la pena extraordinaria que nos abruma.





Terror doméstico

Por Daniel Link para Perfil

En una playa de Perdido Key unos desprevenidos paseantes se asustaron al encontrar un cuerpo humano decapitado, cuyo cadáver estaba totalmente cubierto de conchillas, algas y otros naturales del océano. Llamaron al 911, pero antes de que llegaran alguien se dio cuenta de que era un maniquí.

La confusión, tan americana, replicó la de esa vez que una mujer de Virginia Beach alertó a la central de emergencias porque había un cadáver de mujer en su jardín. Seis patrullas de policía, un camión de bomberos y los equipos médicos especializados descubrieron que el presunto cuerpo desnudo era en realidad una muñeca inflable “realista”.

Los muñecos antropomórficos en escala 1:1 son lo suficientemente inquietantes como para inspirar historias de terror (de Metrópolis a Psicosis, claro; pero mucho más cerca: Las hortensias del uruguayo Felisberto Hernández).

Yo sufro uno de esos sobresaltos que me ponen al borde de la parálisis cardíaca cada vez que visito el estudio fotográfico de mi marido, en el piso de arriba, quien de este modo, calibro, asegura su privacidad.

Cada vez que voy al baño veo, por el rabillo del ojo, un ser humano desnudo parado en la bañera a punto de atacarme.

Por supuesto, es un maniquí que él usa ocasionalmente para sus producciones. Yo lo sé, pero cada vez grito como en una pesadilla, como si me encontrara en un callejón a oscuras rodeado por jugadores de rugby, operadores bursátiles o abogados previsionales. Inerte, el maniquí es el soporte de los monstruos personales.

viernes, 11 de diciembre de 2020

El Mal absoluto

El auto huele a sangre fresca. Si me detuviera la Policía de la Provincia de Buenos Aires no sé qué explicación les daría. Dentro de una bolsa negra de consorcio metimos un hule negro ensangrentado en el baúl.

Pero, de todos modos, parte de la sangre chorreó en el tapizado del baúl, en mis crocs, en mis pies.

Han sido tres semanas de pesadilla desde la muerte de Cartulina,  que trataré de poner en limpio en cuanto recupere un poco de equilibrio.

Esta mañana, después de haber estado vomitando toda la noche, Greta se instaló al costado de la tumba de Cartulina, donde nuestro jardín se confunde con el bosque salvaje. 

La llevamos de inmediato al veterinario porque sabíamos que la perra ya se había instalado en la muerte. Le pusieron unas inyecciones para proteger su aparato digestivo sin éxito: seguía vomitando sangre. 

La cargamos en el baúl del auto (usando una hamaca paraguaya de camilla) y nos fuimos a la Clínica Veterinaria donde le habían hecho una punción hace dos años. En el camino, cagó sangre.

Nos empapamos en la sangre sacrificial de la perra, que quedó internada, intubada, hasta mañana. No sabemos cómo se resolverá su cuadro clínico. 

Pero es evidente que esta noche deberemos salir a matar a los fantasmas que se han apoderado de nuestra vida cotidiana. En memoria de Cartulina y, tal vez, para salvar a Greta de las garras del Mal.



 

lunes, 7 de diciembre de 2020

Treinta años después

 


Todos los archivos conducen a Roma

 


sábado, 5 de diciembre de 2020

El mundo del lenguaje

por Rafael Spregelburd para Perfil

Tal vez la ortografía no sea más que un ritual reverencial por el detalle. A mi hijo le da lo mismo el invierno que el imbierno y no comparte mi desesperación, que explico mal, como casi todo lo que le explico. Tampoco me dejo llevar por el encanto de “Dios está en los detalles”, frase adjudicada a San Agustín, a Flaubert y sobre todo al arquitecto Mies van der Rohe, que es donde mejor se ve con cosas. La filmación en la que estoy demanda que respondamos un cuestionario médico. Cada día por WhatsApp me llegan de un laboratorio en Estados Unidos unas preguntas para responder con sí o con no. Es obvio que todas son no, salvo que tenga síntomas. Pero el cuestionario ha quedado en las pinzas de algún robot y mi tozudez no sabe de chips: escribo que no utilizando mayúscula para empezar la frase y punto al terminar. Queda así: No. El protocolo no reconoce mi prolijidad. Me dice que es incorrecto y que responda por sí o por no. Es lo que hago, les digo. Otra vez el robot: por sí o por no. Me lleva un tiempo deducir lo que ya sé: que el protocolo es fotosensible a la ortografía y que es “no” sin punto ni mayúscula ni nada. Y en el caso de poner “sí”, además, deberá ser sin tilde, por motivos que prefiero desconocer. Una profunda indignación superficial me anega el alma y es aquella indignación que elijo permitirme para olvidar rugbiers, epidemias y decesos. ¿Por qué me obligan a abandonar una convención tan plana como la ortografía y adherir a otra igual de convencional como el error? ¿Para qué? ¿Qué ganamos? Si yo fuera ese robot estadounidense aceptaría bien gauchito por válidas todas las respuestas, mal o bien escritas. Pero el destino ha querido que sólo empiecen a tener valor las que están mal. Cuando esto se extienda al resto de las superficies que pueden ser tocadas por el error estaré verdaderamente preocupado. Después de todo, vivimos en el mundo del lenguaje para no tener que ocuparnos del dolor real, ese que no podemos manejar con convenciones. 


Cosas de negros

por Daniel Link para Perfil

Qué asco lo de estos chicos de Los Pumas. No tanto los chistes imbéciles (¿quién no ha pronunciado alguna vez alguno?) sino que se pretenda que esas son cosas de adolescentes rebeldes, con las hormonas desarregladas.
¿Intervino el INADI de oficio? ¿O, como suele ser su costumbre, reservó sus energías para otras causas (nunca las que importan verdaderamente)?
Los chicos de la verdulería donde suelo aprovisionarme consideraron que los recuperados exabruptos de esos inexcusables jugadores los habilitaban a decir similares barbaridades. A la tercera estupidez los paré en seco: ¿pero vos te miraste al espejo? ¿pero vos sabés qué sangre corre por mis venas? Como argentino, les dije, yo tengo sangre indígena y sangre probablemente negra (independiente de la coloratura de mi piel), aunque mi apellido parezca muy centroeuropeo. “Atlanta” murmuró uno mientras pesaba las papas, y simulé no oírlo.
Yo no sabría ahora decir en qué momento empecé a soportar mal los índices de una manera de pensar la relación entre los lenguajes (o los discursos), lo mundano, lo viviente y lo universal. En todo caso, de pronto, la expresión “expresión latinoamericana” se me apareció y me exigió un compromiso.
Todo lenguaje, es, en principio, un gesto. Es decir: la “expresión”, ese acontecimiento de discurso, pone en contacto una(s) lengua(s) y uno(s) cuerpo(s). La expresión americana (que involucra tres dimensiones: lo viviente, lo discursivo, la escritura) pasa del gesto al estilo hablado y del estilo hablado al estilo escrito.
Pedro Henríquez Ureña, el más grande filólogo que dio este continente, había elegido para la primera lección de la Gramática castellana que hizo junto con Amado Alonso un fragmento de la Excursión a los indios ranqueles de Mansilla. El fragmento da el mismo escalofrío que los tweets de los rugbiers (dice lo mismo).
La Excursión de 1870, tan transitada por nuestras juventudes porteñas, es contemporánea de un libro de poemas al que hay que rescatar del archivo. Se trata de Horas de meditación (1869) de Horacio de Mendízabal (1847-1871).
 

 

El libro sale en 1869, el autor muere dos años después, durante la epidemia de fiebre amarilla mientras ayudaba a las víctimas como secretario de la junta popular presidida por el doctor Roque Pérez.
El afroporteño Horacio de Mendízabal se pregunta en el prólogo del libro: “¿Tendríais horror de ver un negro sentado en el primer puesto de la república? ¿Y porqué, si fuese ilustrado como el mejor de vosotros, recto como el mejor de vosotros, sabio y digno como el mejor de vosotros? ¿Tan solo porque la sangre de sus venas fue tostada por el sol del África en la frente de sus abuelos? ¿Tendríais horror de ver sentado en las bancas del parlamento á un hombre de los que con tan insultante desdén llamáis mulato, tan solo porque su frente no fuese del color de la vuestra? Si eso pensáis, yo me avergüenzo de mi pueblo y lamento su ignorancia.”
Para los suprematistas blancos de la generación del ochenta y los rugbiers de hoy y de mañana es un poco demasiado. Mejor es poner a los afroporteños en su lugar y que sea lo que Dios quiere (si bien no hay estadísticas que corroboren la sospecha de que la fiebre amarilla diezmó particularmente a la población afroporteña, lo cierto es que después de 1871 declina aceleradamente).
La expresión americana se articula en la tensión entre lo europeo, lo indígena y lo negro. La heteretopía latinoamericana (correlativa de su heteroglosia expresiva) es muy radical: no tiene historia, ni inteligencia, ni pueblo y su tarea es la construcción de esas tres dimensiones: darse una historia, sostener una inteligencia, inventar un pueblo (que falta).
Hay que construir, para eso, un lugar de enunciación novomundano, hacer de America no solo un tema obsesivo, sino una perspectiva, y una hipótesis de futuro. O como dijo Pedro Henríquez Ureña, ese negrito dominicano: “si no nos decidimos a que [América] sea la tierra de promisión para la humanidad cansada de buscarla en todos los climas, no tenemos justificación”. 
Eso es algo más allá de toda necesidad y toda posibilidad, es una exigencia.
 

 
 

miércoles, 2 de diciembre de 2020

De la arrogancia

sábado, 28 de noviembre de 2020

Compartir pantallas

Por Daniel Link para Perfil

Esta semana terminaron las ciberclases, que fueron tan satisfactorias como el cibersexo, el autoteatro o las visitas virtuales a los museos: una burda parodia para llenar el vacío de la espera.

En un texto delicioso, Gilles Deleuze se refería a la proliferación de anuncios en el Apocalipsis de Juan (los siete sellos, las trompetas, los cuatro jinetes, las plagas, etc.) como el “Follies Bergère del Apocalipsis”: un conjunto de pelotudeces a las que nos someten mientras esperamos no se sabe bien qué pero que casi con certeza nos perjudicará irremediablemente.

Las ciberclases nos dieron un trabajo loco (que ni los ministerios ni las universidades reconocerán más que con declaraciones de circunstancias y vestiduras rasgadas porque una dijo no sé qué cosa y otro le contestó no sé qué otra). La cantidad de plata que pagamos en horas de conexión por fuera de nuestros planes de wifi o de datos no tiene número preciso (¿para qué hacer el cálculo si nadie va a devolvernos esos importes?). Ni que hablar del tiempo invertido y los desbarajustes de los calendarios burocráticos.

Les estudiantes (en el nivel universitario) aprendieron más o menos según sus capacidades previas (como sucede siempre) pero hicieron, en todos los casos, enormes esfuerzos por sobrellevar la pedagogía de excepción que tuvimos que proponerles.

Por supuesto, nos enteramos por el correo electrónico de que, mientras sosteníamos lo casi insostenible, en ciertas oficinas se dedicaban a dibujar tareas rentadas y a tomar decisiones por fuera de las decisiones de los órganos de gobierno.

La emergencia se volvió la norma y, como si eso fuera poco, las escuelas nunca pudieron abrir no se sabe bien por qué otra razón más que por la incompetencia de los funcionarios responsables.

Ya está, mejor es mirar hacia adelante. Tal vez la tan cacareada campaña de vacunación nos permita salir de este atolladero. ¡Vamos a volver, mejores!

 

El último pase

por Daniel Link para Perfil

¿De qué otra cosa podríamos hablar? Yo negué a Maradona por lo menos tres veces y se me perdonó esa herejía porque errar es humano.

Todavía me faltaban lecturas. Me di cuenta de que atado a los paradigmas de la teoría crítica, Maradona no podía sino ser el exponente más acabado de la industria de la cultura, con sus adhesiones indelebles y su positividad inanalizable. Después leí otras cosas.

También me faltaban viajes. Cuento el decisivo para mi conversión: en 2008, después de no sé qué congreso europeo, atravesamos el Mediterráneo y llegamos a El Cairo, donde nos esperaba un minibus para llevarnos al desierto por caminos cada vez más precarios. Después de seis horas de adentrarnos en una nada donde ya no importaban ni los idiomas porque no había nada para decir o para escuchar y volvíamos al comienzo de la humanidad, al gesto, llegamos a un oasis donde nos esperaban unas 4x4 que iban a dejarnos en el campamento donde íbamos a pasar la noche, como beduinos.

Atónito y conmovido hasta los huesos, leí el único letrero que había en el medio de la nada del oasis: Maradona Market.

        Foto: Sebastián Freire

 

Entonces me di cuenta de algo evidente para los fieles del culto: su mano no era suya sino de Dios, después le cortaron las piernas. Ese proceso de desmaterialización alcanzó a su nombre, que se acortó a Maradó. Él empezó a referirse a si mismo en tercera persona (porque era otro de quien estaba hablando). En ese lento proceso de apoteosis, a medida que su cuerpo (antes tocado por la Gracia) se volvía más frágil, su cualidad sobrehumana se acentuaba.

Llegó un momento en que empezó a bailar con los números, que fueron hechos para que el universo tuviera un ritmo constante más allá de nosotros, los mortales. Podemos lamentarlo, pero el pase de Maradona al plano de las deidades tutelares no podía haber sucedido en otro momento (1960-2020: 60), el mismo día en que antes habían muerto sus dos partes: Fidel y Ricky Fort.

 

sábado, 21 de noviembre de 2020

Fan club

Una cancelación por acá

Por Daniel Link para Perfil

El Manifiesto de la revista argentina de vanguardia Martín Fierro (1924) terminaba con una apelación más marketinera que vanguardista: “¡Colabore Ud. con “Martín Fierro”! ¡Suscríbase Ud. a “Martín Fierro”!” (¿alguien recuerda otro manifiesto de vanguardia que pidiera plata a sus lectores?). El manifiesto lo redactó Oliverio Girondo, cuyos versos todavía tienen alguna gracia. En la revista escribieron también Jorge Borges, Ramón Gómez de la Serna, Evar Méndez, Norah Lange y publicaron sus dibujos Emilio Pettoruti y Xul Solar.

Una maestra mía, la Seño Beatriz, acuñó la expresión “criollismo urbano de vanguardia” para referirse a ese mazacote de arrogancia, xenofobia y racismo. Otra maestra mía subrayó en el último párrafo un error. El texto dice que Martín Fierro “rectifica para él, la sospecha de que hay muchos más negros de lo que se cree”. Debería decir: ratifica. Y ese error, nos decía la Seño Elvira, era el rastro de un esfuerzo para resolver un problema ideológico.

Los “negros” de los que parece hablar la revista son los que se encandilan con cualquier cosa. Pero luego dice: “Martín Fierro sólo aprecia a los negros y a los blancos que son realmente negros o blancos y no pretenden en lo más mínimo cambiar de color”. O sea: los que saben cuál es su lugar. Pero después me enteré de que a partir de 1874, en los Carnavales, había jóvenes blancos que se disfrazaban de negros para bailar el candombe (se los llamaba “lubolos”). Y, al revés, hubo un poeta afroagentino, Horacio de Mendizábal, que acarició el sueño de llegar a Presidente. ¿A quién se le ocurre?

De modo que el asco que siempre me dieron los martinfierristas ahora adquiere un nuevo estatuto: no sólo fueron xenófobos, racistas y oportunistas sino también transfóbicos (enemigos de lo transracial).

No creo que haya que “cancelar” Martín Fierro, sin embargo. Que se estudie en las escuelas y se sepa lo que fueron como grupo.

miércoles, 18 de noviembre de 2020

Anarchivismo y desacato

lunes, 16 de noviembre de 2020

Cartulina (2005-2020)

El domingo pasado (¡ayer!) había tenido una crisis respiratoria ("los domingos pasa todo", nos había advertido Estefania, su veterinaria de cabecera). Nos asustamos bastante y llamamos a Martín, el otro veterinario. Nos aconsejó que le duplicáramos la dosis de antihistamínicos y diuréticos que le veníamos aplicando desde hacía diez días. 

La crisis pasó pero era evidente que Cartulina, nuestra rusita azul, la gata más buena del mundo, ya no aguantaba más. Le pedí que nos hiciera un último favor (en quince años fueron tantos que sería imposible contarlos): que pasara la noche tranquila y yo le prometía que hoy lunes ya ibamos a dejar de molestarla.


Me hizo caso, y durmió toda la noche relajada, entre nosotros. Yo elegí velar su sueño, y por suerte justo habían estrenado The Crown, de modo que podía seguir superficialmente la serie, en maratón nocturna. 

Esta mañana hablamos con los veterinarios y nos dijeron que nos esperaban.  Ella se tomó su tiempo y todavía quiso ir a mearles las piedritas y a comerles la comida a los gatos de mi mamá antes de subir al auto. En la veterinaria, le canté mientras le daban un calmante antes de la inyección letal (me salió "Duerme, negrita", totalmente inadecuado). Después ya no quise ver cómo su cuerpo se transformaba en otra cosa.

Le dije, también, que cuando llegara al cielo de los gatos preguntara por los gatos Molloy (Cartulina no era muy lectora, pero nos oyó hablar mil veces de los mil gatos de Sylvia y ella eligió fotografiarse la mayoría de las veces con Cartu). Eso fue un error, ahora me doy cuenta, porque es seguro que los gatos Molloy maúllan en inglés o en irlandés y Cartulina nunca tuvo cerebro para los idiomas.

Pero seguro que va a encontrarse con Rorro Palmeiro, con los gatos de María Moreno, con la gata de Laura y Martín, con Irma, la gatita de Mariano López o con Sabático, nuestro gato que murió en batalla, o con Piqui. Con Mía, la primera gata mala de mi mamá no creo que se encuentre porque está en el infierno.

Fue feliz en estos quince años, y nos dio tanto amor como el que le dimos nosotros. Cartu: te pido disculpas por haberte obligado a pasar un domingo en crisis. No sabíamos... Fuimos egoístas.

Volvimos a la quinta e hicimos un pozo detrás de las plantas de frambuesas. Nos habían preparado un balde con cal para que los perros no fueran a escarbar la tierra. Niro, nuestro "gran danette" (en la libreta sanitaria le pusieron "gran danés", no entendemos por qué), su mejor amigo, de todos modos, no para de buscarla, olfateando todo el terreno.

Te veremos en nuestros sueños. Descansá en paz.
 


La mujer araña ataca de nuevo

¿Por qué los libros del Siglo XX siguen siendo nuestros clásicos? 

Entre los muchos progresos que el siglo XXI ha realizado respecto de su precedente, no se cuenta el de haber podido construir clásicos literarios de la misma envergadura que los del siglo XX, por su potencia estética, su osadía de pensamiento o su radicalidad política. ¿Qué novela de Manuel Puig nos conviene incluir en ese selecto grupo de libros que todavía, milagrosamente, hablan nuestro tiempo? Probemos con El beso de la mujer araña.

Por Daniel Link para Perfil Cultura

Juan Manuel Puig Delledonne (General Villegas, Provincia de Buenos Aires, 28 de diciembre de 1932) nació en la madrugada del día de los Santos Inocentes en un pueblo asfixiante de la provincia de Buenos Aires. A partir de sus trece años, se instaló con su familia en Buenos Aires para hacer su bachillerato en el colegio Ward de Ramos Mejía. Después, intentó cursar estudios de Arquitectura y Filosofía y Letras y frecuentó las aulas de la Alianza, el British Institute y la Dante Alighieri, de donde surgiría una beca que le cambiaría la vida. A partir de 1956 se instaló en Roma, estudiando en el Centro Sperimentale di Cinematografia. En Italia, encontró a Cinecittà entregada a la pasión por lo Real, el neorrealismo para el que "sólo contaba el conocimiento de la realidad". Bien pronto quedó claro para el joven que añoraba los gestos del período clásico de la cinematografía que sus guiones no iban a encontrar una ecología propicia para transformarse en películas.

Todas las novelas de Manuel Puig son obras maestras. Todas ellas, tienen, además, un modelo libresco. La traición de Rita Hayworth tematiza la vida pueblerina, "un sistema machista total" que produce formas de odio y de muerte. Hay, en esa novela familiar, un instante de identificación con la ficción glamorosa del cine clásico. Pero luego hay un instante de distanciamiento garantizado por la forma novelesca. Una vez, Puig hojeó el Ulises de Joyce y vio que cada capítulo tenía un estilo diferente y decidió que esa mezcla le convenía a La traición. Boquitas pintadas, su segunda novela, toma a La montaña mágica como referencia y al espacio cerrado de la enfermedad (la tuberculosis) como ecología amorosa. Formas de podredumbre (es decir, de hipocresía).

Una y otra vez, de acuerdo con su programa maníaco, Puig se obliga a vivir en esos universos terroristas (donde el terror a lo viviente son la norma) y a sostener esas voces de la discriminación y el odio. ¿Cómo vivir juntos en el pueblo, en la enfermedad, en el mundillo del arte, en la ciudad, en la cárcel o en el cine? ¿Cómo sobrevivir en el mundo sin la asistencia de esos fantasmas benévolos que nos acompañan y nos reconfortan? "Pasión por lo real": así llaman los filósofos a ese deseo de destrucción y de catástrofe que recorrio el siglo XX como una sombra desoladora. Puig fue el más consecuente enemigo de esa pasión que no hizo sino producir formas de muerte.

El programa Puig se deja leer completo desde su primera novela: la renuncia al lugar del supuesto saber narrativo, la identificación total con los personajes. No es que los personajes representen a Puig (porque compartan su lenguaje y sus gustos). Es él quien ha decidido compartir con ellos el universo que habitan (sea éste cual fuere). Jamás la literatura fue tan lejos en una exposición del mundo tan respetuosa de las formas de vida y tan solidaria con quienes estaban, efectivamente, presos del mundo.

La literatura nunca fue para Puig una máquina de hacer novelas sino, sobre todo, un dispositivo ético: la manera de analizar (postular, rechazar) formas de vida y formas de vivir juntos. Imaginada entre Roma, Nueva York, México, Río de Janeiro y Buenos Aires, durante los años en que todas las revoluciones parecían al alcance de la mano, la obra de Puig es el despliegue obsesivo y sistemático de una misma y única pregunta: ¿cómo vivir juntos? El beso de la mujer araña (publicada en Barcelona en septiembre de 1976) es tal vez la novela más dogmática de Puig, y la de mecanismo narrativo más complejo. El modelo es obviamente Las mil y una noches, donde cada historia vale por un día más.

La novela encuentra a comienzos de 1975 a Valentín Arregui Paz, un militante de 26 años (ebrio de deseo de justicia), en una celda a la que ha sido trasladado Luis Alberto Molina (37 años, vidrierista y condenado en una causa por abuso de menores, protegido de Parisi, amigo del director de la cárcel). Molina ha sido trasladado a esa celda con el objetivo de que obtenga de Valentín detalles sobre la organización política de la que participa, que la tortura no ha podido arrancarle en el ya largo tiempo durante el que ha estado detenido. Molina está dispuesto a todo, incluso a traicionar las confidencias de su compañero de celda, para poder salir de la cárcel para cuidar de su madre enferma.

El beso de la mujer araña pone a coexistir dos comunidades más o menos inconfesables: la militancia (que no puede decir su nombre por razones estratégicas) y la homosexualidad (que no osa decir su nombre por razones ontológicas: no hay, y nunca habrá, identidad sexual posible). En ese petit comité carcelario circulan tres deseos: el deseo de belleza, el deseo de justicia y el deseo de verdad (y esos deseos, dice Puig, son el Bien). "Si estamos en esta celda juntos mejor es que nos comprendamos, y yo de gente de tus inclinaciones sé muy poco", dice uno de los personajes. No importa, en rigor, cuál, porque lo que importa es la coincidencia "en esta celda juntos": es la celda lo que establece el punto de juntura entre personas cuyas inclinaciones son tan misteriosas para el otro que cada diálogo, que comienza con una secuencia de encantamiento cinematográfico (o un fragmento de vida que se escucha igual que una película) se resuelve en una discusión antropológica para principiantes: "qué es ser hombre, para vos".

A los habituales intercambios conversacionales y a la reproducción de documentación (informes de la policía), Puig agrega en este caso notas al pie que reproducen el kitsch cientificista y psicologizante de las torpes teorías sobre la sexualidad humana. Frente al loco deseo de belleza que se escucha en la voz de Molina, un desesperado deseo de verdad que viene desde el fondo de la página. Puig inventa para esas notas a una doctora danesa, Anneli Taube, a quien le presta sus ideas para polemizar con el Frente de Liberación Homosexual (el niño sensible se aparta deliberada y estrategicamente del universo héteropatriarcal que la figura del padre le propone).

El beso de la mujer araña permanece y su mundo se mezcla con la nuestro: su perspectiva y la nuestra se confunden, y esa confusión se funda la excentricidad del dispositivo. Excéntrico, populista: ése el Puig al que cada tanto vuelvo con el mismo placer que sentí la primera vez que lo leí y cada vez encuentro cosas nuevas.

Por supuesto, cualquiera sabe que el sentido de un texto está incompleto hasta que encuentra a sus lectores. Lo que yo había interpretado (junto con otros) como una cárcel imaginaria sustentada en “el penoso teorema de la inversión: anima muliebri virile corpore inclusa” bien podría leerse hoy, más de cuarenta años después, como una teoría ya no sobre la sexualidad sino sobre todo de las identidades trans. ¿Acaso no se presenta Molina de ese modo?: “Yo y mis amigas somos mujer. Esos jueguitos no nos gustan, esas son cosas de homosexuales. Nosotras somos mujeres normales que nos acostamos con hombres” (para quien quiera seguir esta pista, el asunto estaba planteado, casi literalmente, y Puig lo sabía, en Roberto Arlt). 

A medida que El beso de la mujer araña fue instalándose con comodidad creciente en esa avenida de sentido imprevista por lectores previos se desanudó absolutamente de sus tiempos y vino a comentar los nuestros. No hay tantos textos que consigan algo semejante.

 

sábado, 14 de noviembre de 2020

Educación y cultura

 Por Daniel Link para Perfil

Hemos deplorado la separación gubernamental entre educación y cultura, que es un combo tanto más armónico que cultura y turismo, por poner sólo un ejemplo.

¿No es la educación lo que garantiza el acceso a la cultura? ¿No es, acaso, el cultivo de las mejores potencias de las personas aquello que debería constituir el norte del sistema educativo?

Pero es inútil subrayar un diferendo contra esa ya larga desasociación cuyos efectos, sin embargo, son cada vez más alarmantes. Pongo un ejemplo.

En estas últimas semanas se discutió bastante el “Proyecto Artigas”, patrocinado por Juan Grabois, entre otros. La prensa porteña festejó con algarabía su “derrota” (fue la palabra que el propio Grabois utilizó) en el episodio Etchebehere, pero más allá de ironizar sobre la moda que ponía en primer plano a un prócer casi desconocido en Argentina, no abundó en caracterizar ese nombre, Artigas, y su papel en las luchas de la independencia y la constitución de las repúblicas sudamericanas.

No es sorprendente: la incultura va de la mano de la deseducación.

Oficial del cuerpo de Blandengues, José Gervasio Artigas (Montevideo, 1764-Asunción, 1950) luchó contra los ingleses, los portugueses y los españoles. El 29 de junio de 1815 lideró en Concepción de Uruguay la primera Declaración de Independencia (Congreso de Oriente o de los Pueblos Libres). Gauchos, guaraníes, negros y mestizos constituían la base social de la revolución que promovía Artigas.

Antes, había rechazado la resignación de la Banda Oriental a los realistas por parte del Primer Triunvirato y había enviado representantes a la Asamblea del Año XIII con instrucciones de reclamar la Independencia absoluta de España, organizar el estado federalmente y fijar la capital fuera de Buenos Aires, ese nido de serpientes. Los representantes de la Logia Lautaro en la Asamblea (liderados por Alvear) rechazaron a los delegados de Artigas.

Desde 1814 Artigas estuvo en guerra contra el Directorio porteño. No era para menos: su federalismo proponía la recuperación de los antiguos fueros de las autoridades comunales, integradas al gobierno nacional, y abogaba por la expropiación de la tierra a los terratenientes para distribuirla con criterios según los cuales “los más infelices serán los más privilegiados” (negros libres, zambos, indios y criollos pobres).

El Directorio unitario no sólo le mandó tropas, sino que permitió al Imperio Portugués la invasión de la Banda Oriental (1816).

Derrotado, Artigas se refugió en Entre Ríos, donde todavía debió sufrir la traición de Francisco Ramírez. Murió en el exilio paraguayo.

La reasociación de educación y cultura serviría al menos para discutir el destino más justo para la tierra cultivada y para decidir a qué proyecto (del pasado y del futuro) se adhiere, con la necesaria distancia crítica que la educación provee. 

 

miércoles, 11 de noviembre de 2020

Halcones y palomas

por Daniel Link para Perfil

Tal vez haya algo que se me escapa pero no puedo entender la antipatía que ciertos sectores políticos ostentan contra las compañías low cost y contra el aeropuerto de Palomar. 

Lo primero es respetar las regulaciones comerciales y sanitarias y establecer los controles necesarios para garantizar el correcto funcionamiento de los aviones y del aeropuerto. Pero el asunto no parece pasar por ese lado sino directamente por un principio trascendental (cuyos fundamentos se me escapan) contra cualquiera otra compañía que no sea Aerolíneas Argentinas, lo que es no sólo un disparate sino sobre todo un abierto castigo a los posibles beneficiarios de los vuelos de otras aerolíneas. Después de todo, uno quiere volar lo más cómodamente posible y por el menor precio disponible y punto. Volar por Lan (cosa que creo que ya no podremos hacer) no me parece equivalente a pegarle a la esposa o faltarle el respeto a la madre, como parece ser el caso. 

Yo he usado muchas compañías low cost en Europa. Todas, siempre, me resultaron más baratas y además muchas veces unen de forma directa ciudades que las grandes aerolíneas de bandera no conectan (por ejemplo, viajé de Antalya a Leipzig en un vuelo directo).

En Argentina nunca tomé ninguna low cost porque no se me presentó la oportunidad y, por lo tanto, no conozco el aeródromo del Palomar, que ahora los halcones han puesto en su mira. Me da bronca, porque va a convertirse en uno de esos míticos lugares malogrados del que todo el mundo escuchó el nombre pero nadie conoce. 

Parece que a los sindicatos aeronáuticos les molesta el Palomar. Insisto que el asunto no puede resolverse sencillamente mediante una cancelación: hay un problema, cerremos el aeropuerto y obliguemos a las compañías que en él operan a que se vayan. Es como si, porque hubo una serie de choques en una autopista la cerraran o como si, porque hay muchas tomas en el Conurbano, la policía saliera a cuidar terrenos baldíos de noche (ah no, cierto: es verdad que eso lo están haciendo). 

Si yo tuviera mañana que volar, digamos, a San Rafael (Mendoza) me gustaría comparar los vuelos disponibles y, dado que estoy viviendo donde en este momento estoy viviendo, si hubiera un vuelo desde Palomar me quedaría mucho más cómodo que salir de cualquier otro aeropuerto. 

Me parece que la gente que anda metida en los asuntos regulatorios en su vida tomó un vuelo low cost y no sabe los beneficios que implican.


Una charla con Mauri



         (pueden ver en los comentarios del video, el vínculo para el audio en italiano)

martes, 10 de noviembre de 2020

El artista del momento

 



En instantes... se acaban las localidades para la charla de mañana

 

                                                            Unirse en youtube






sábado, 31 de octubre de 2020

Toque de quena

Por Daniel Link para Perfil

El malhadado año bisiesto se nos escapó de entre los dedos y ya estamos a las puertas del verano. Habrá que devolver las resrvas anticipadas o guardarlas para más adelante. No sé cómo se nos ocurrió que íbamos a poder tomar algún avión, o lo que fuera.

Lo único que nos queda en el horizonte es agarrar el auto y salir a la ruta, encapsulados. ¿Con qué destino? ¿Qué no conocemos?

Mi marido no conoce Cataratas. A ninguno de los dos nos seduce demasiado el sur. Pero a donde vayamos habrá que prever al menos tres días de ida y otros tantos de vuelta. ¿Y si fuéramos a Mendoza, nos dejarían cruzar San Luis? Sabrán los señores feudales de aquellos lares... mejor es no arriesgarse.

Otra opción sería la Puna, las Quebradas, las salinas, los campos de Piedra Pómez, la Sierra de Cachi, la Quebrada del Toro, los conos de lava petrificada, las lagunas lechosas donde toman agua los flamencos y las inmensas altas pampas donde pastan las vicuñas.

Así dicho suena hermoso, pero hay que llegar hasta allá, calcular los costos (altísimos) y confiarse a la buena voluntad de los caminos, los lugareños y las políticas sanitarias provinciales.

Córdoba, que es como lo más a mano (en cuanto a costos y a deseo), estará aparentemente cerrado al turismo “externo”.

Nos damos cuenta de que el programa “Previaje” es, al fin de cuentas, una de las tantas ilusiones en las que nos tienen. Octubre ya terminó y no hemos podido planear nada.

viernes, 30 de octubre de 2020

martes, 27 de octubre de 2020

Cerrado por inactividad

 

 

"El apoyo del Papa a las uniones civiles no es una aprobación de la actividad homosexual" señala el también prefecto de la comisión para la protección de menores del Vaticano en unas declaraciones el pasado 22 de octubre que fueron publicadas en la página del arzobispo de la diócesis de Boston (EEUU). (Fuente https://www.perfil.com/noticias/internacional/arzobispo-de-boston-aclara-que-el-papa-francisco-no-aprobo-la-actividad-homosexual.phtml).

sábado, 24 de octubre de 2020

Eppur si muove

Por Daniel Link para Perfil

Estoy exhausto. Cada una de las grietas en las que vivimos nos obligan a tomar decisiones de profundísimo alcance. Grietas hubo siempre, pero antes no eran tan infinitesimales como ahora. En el debate entre geocentristas y heliocentristas era tan fácil (aunque peligroso) colocarse como en la querella entre evolucionistas y creacionistas. Todo era una cuestión de racionalidad y cultura. Una vez adoptada la posición ya se sabía con quién iba a ir uno a cenar o al teatro.

¡Ni que hablar si hubieramos sido convocados a tomar partido por los antiguos o los modernos! Por más melancolía que nos provoquen las cosas viejas siempre íbamos a estar con los modernos (al menos, hasta que nos volvimos viejos).

Pero todo es cansador: llegamos a tomar partido en el sordo debate entre objetivismo y subjetivismo o en el subsidiario realismo vs. nominalismo por el poder del nombre y por lo tanto, de la palabra como fundadora de las cosas.

Con el perspectivismo no nos fue tan bien, porque nos acusaron (por izquierda) de liberales trasnochados (por eso del pluralismo mediático y el multiculturalismo integrador). Por fortuna pudimos argumentar contra el relativismo nihilista del “segual” y nos quedamos instalados en el perspectivismo multinatural.

Entre el empirismo y el idealismo estuvimos desgarrados durante mucho tiempo hasta que Gilles Deleuze nos regaló el empirismo trascendental. Sólo por eso, amor eterno.

Desde entonces, siempre es mejor encontrar una salida a toda dicotomía rígida. Entre innatistas y culturalistas, ¿qué duda cabe? Aunque despreciemos la cultura actual, no podemos negarle el papel de formadora de individualidades y subjetividades.

Hasta que... ay... tuvimos que responder la pregunta de si puto se nace o se hace. Si la putez es un efecto de la historia (una desviación, digamos, del recto camino), abríamos la puerta para que los correctores de la sexualidad intervinieran con sus patrañas viles.

Entonces, somos culturalistas pero hasta cierto punto donde afirmamos lo innato de ciertas inclinaciones (las óperas de Richard Strauss, el arte del bordado, el San Sebastián que Miguel Angel pintó en la Capilla Sixtina, usté me entiende) pero no la tendencia golpeadora del macho.

¿Y sobre la prostitución? ¿Abolicionistas o regulacionistas? (ya una vez en una cena de “amigs” me apedrearon entre tods por mi posición).

Ya ven que cada operación supone un desgaste mental que en estos días llega a la niebla cerebral. ¿Peronismo o antiperonismo? (ambas opciones son la misma, en última instancia, con diferente afecto). ¿Peronismo de derecha o peronismo revolucionario? Como soy exterior al movimiento, ahí me pierdo. ¿Kirchnerismo o albertismo?

Esperen... estoy tratando de llegar a algo.

¿Salud o economía? ¿Salud o educación? (obviamente, la salud sin educación no tiene futuro: vean Matrix o cualquier engendro semejante o, mejor lean Nunca me abandones de Ishiguro).

Hoy en el diario leo que hay un conflicto entre Juan Grabois y la familia Etchevehere: ¿Grabois o Etchevehere? ¿Francia o la Vasconia? No, no, no podemos apresurarnos, el asunto es más sutil: Dolores Etchevehere o Luis Miguel Etchevehere (¡Dios nos libre!)? ¿Donación o usurpación?

En Mataderos, parece, la cosa se puso fulera entre vegans y carnicers. Obvio que los chicos y chicas vestids de negro que iban a despedir al ganado antes de entrar al matadero merecen nuestra simpatía. Pero yo hoy almorcé un ojo de bife con ensalada. No sé, creo que nos están pidiendo demasiado.

Entre presencialidad y virtualidad, yo ya elegí presencialidad (aunque no pueda ejercerla). Entre trabajo y subsidio, creo que es mejor el trabajo. Entre River y Boca, opté por San Lorenzo después de ser padre (para no alimentar tensiones entre mis hijos, cada uno de un bando enemigo).

Demasiados trascendentales para tanta ignorancia como la que tenemos hoy por hoy entre nosotrs. Entre trascendencia e inmanencia, yo ya opté por la inmanencia hace ya bastante, así que no me jodan más con tantos binarismos berretas.

Después de todo, detrás de todo mal dilema, siempre hay un buen trilema y la política del “casi”: adherir casi a algo.


lunes, 19 de octubre de 2020

¡Tiembla Arturo Carrera!

 



Locas de archivo

 por Daniel Link para Soy

Todo comenzó en el archivo visual más a la mano del espectador televisivo, Netflix. Allí se estrenó la película The Boys in the Band, producida por Ryan Murphy, estelarizada por un grupo de actores abiertamente gay (Jim Parsons, Zachary Quinto, Matt Bomer, Andrew Rannells, Charlie Carver, Robin de Jesús, Brian Hutchison, Michael Washington y Tuc Watkins) y desparejamente eficaces en sus perfomances.

La película está basada en la pieza del mismo nombre de Mart Crowley, quien la estrenó en el circuito off broadway en 1968, antes de que los disturbios de Stonewall se trasformaran en una conflagración fundadora de la militancia gay global.

Dos años después, William Friedkin dirigió la primera versión cinematográfica de la pieza, que esta producción sigue prácticamente plano por plano (salvo el episodio de la tormenta, que es muy distinto). Afortunadamente, el film está disponible en ese otro archivo un poco más especializado, Vimeo (bajo el número 333642754).

En Buenos Aires, la pieza teatral se estrenó el viernes 24 de abril de 1970 en el teatro Odeón con el nombre Extraño clan, dirigida por Román Viñoly Barrete y elenco integrado por Alberto Argibay, Gianni Lunadei, Oscar Ferrigno, Enrique Fava y José María Langlais. Dos días después, el domingo 26, la obra fue prohibida por decreto municipal. En su edición del 30 de abril de 1976, la revista Gente deploró la censura, no sin subrayar que la pieza no es en absoluta apologética sino, por el contrario, bien moralizante (“trata un problema existente”).

En 1972 también se prohibió la exhibición de la película de Friedkin, que pudo verse recién a finales de 1973, en el cine Ideal (¿será por esa marca pecaminosa que luego mutó en cine porno?).

Conocemos estos datos preciosos gracias a Jorge Luis Peralta, quien nos regala además dos documentos de “lectura”: la crítica publicada en el diario Noticias (“un modelo de película conformista, declamatoria, llena de golpes bajos. Y para colmo, aburrida.”) y una gacetilla del grupo Eros del FLH (cuya autoría atribuye verosímilmente a Néstor Perlongher). Todos estos documentos (y un análisis brillante del conjunto a cargo de Peralta) pueden verse en el sitio de archivo en línea Moléculas Malucas.

Como se ve, la posibilidad de la loca no se mide ya en relación con un hipotético armario del que estaría presa o liberada, sino respecto de un sistema de archivo.

Sería difícil entender el sentido de The Boys in the Band en Netflix sino como el despliegue interesado de esos fragmentos de pasado: una intervención de archivo que recupera una memoria de la que sabíamos poco y nada.

Por supuesto, la trama abunda en estereotipos pasados de moda y en truculencias varias, pero también presenta intervalos de diálogo memorable. Pero sería inútil detenerse en estos aspectos porque ni la obra de teatro ni las películas (primera y segunda versión) hablan de nuestro presente sino las condiciones de posibilidad para sostener un discurso (eso es un archivo): del habla y del comportamiento de la loca podrá decirse cualquier cosa menos que sea poco sensible a las tensiones de los tiempos.

De modo que en la arqueología de la loca, el conjunto de tensiones y la distancia entre la revista Gente, el diario Noticias y la prosa de Perlongher (“Los homosexuales organizados denunciamos este nuevo intento de arrojar piedra sobre piedra, y de desalentarnos en nuestra vida amorosa y de relación, y de hacernos sentir indeseables o enfermos incurables. Nos negamos a ser idiotas útiles, cómplices de la destrucción de nuestras propias vidas”) encuentra en The Boys in the Band una pieza clave en la evolución de un pensamiento sobre lo queer, eso que ni entonces ni hoy puede imaginarse como una comunidad identitarias sino más bien como un sistema de complicidades y exclusiones.

Cómo funcionaba eso aún antes de que la militancia de Stonewall ocupara las calles merece un análisis pormenorizado que hoy podríamos hacer gracias al rescate de Ryan Murphy cuya ganancia, por una vez, es también la nuestra (aunque en otro plano completamente distinto, el puramente arqueológico).