Todo bien con Kristen Stewart: yo debo de ser la única persona (¡en el mundo!) que elogió la película que la lanzó a la fama, Panic room (2002), donde componía a la hija diabética y levemente tortillera de Jodie Foster. La chica creció, ganó en belleza y en sutilezas actorales (en alguna de las producciones cinematográficas que diseñamos, acá en el campo, después de nuestras largas sesiones de cine de campaña, la imaginamos como la prima poco sofisticada de Hermione). Ahora bien, lo de New Moon (2009), la segunda regurgitación de la saga Twilight, es un poco demasido.
Ya en la primera resultaba sospechoso que un vampiro se sometiera a la disciplina escolar, a la vida familiar, al cortejo adolescente, para hacerse el buenito (alguna debilidad mental debía de tener).
En New Moon, el insufrible Edward (desempeñado por el ya desagradable Robert Pattinson, cuya predilección por el lipstick va a terminar costándole su carrera) declara, al mismo tiempo, que tiene 104 años (como los viejos magiclicks de mi infancia) y que está perdidamente enamorado de esa chica provinciana, sosa, sin ningún talento ni brillo, comunarda como pocas, que es Bella. Primero: ¿puede haber amor después de 104 años de vida o sobrevida, de tormentos, de desesperanzas, de separaciones? No digo amor en el sentido cósmico, en el sentido ético, sino en el sentido femeninamente masturbatorio del "no puedo vivir sin ti", "la vida en un mundo en el que no existas no tiene sentido para mí". ¿Dónde estuvo este chico/ anciano durante los ciento cuatro años que ha pasado sobre la Tierra? ¿Encerrado en un tupper?
Y, segundo: si esa posibilidad (la del amor) existiera, ¿qué tiene Bella para trastornar hasta tal punto el mundo del chonguerío transmundano? Misterio que jamás será revelado.
En New Moon, además, como la delgadez de Pattinson y su evidente indiferencia a todo lo que no sean sus largas sesiones se maquillaje son un poco piantavotos, Bella revoluciona las hormonas del otro costado de los monstruos, los licántropos (Taylor Lautner: nene, ¿qué comés, bulones?).
Y así, una chica cualunque (no: ¡una chica bloom!) y bastante atolondrada (Kristen está todo el tiempo pensando qué carajo le pasa al personaje que tiene que desempeñar y no acierta a componer ninguna cara adecuada, porque todo es taaaan estúpido) termina desatando una guerra ferocísima entre clanes vampíricos y, sobre todo, entre lobizones y chupasangres.
Todo bien, si no estuviera la Sra. Fanning, que con sólo entrar a la película, pronunciar tres palabras desarticuladas y mirar un poco a estas estrellitas para teens (diciendo por dentro: "chicos, por favor, yo les muestro...."), desbarata toda posible complicidad con este bodrio intermedio al que todavía le falta una tercera parte.
Ya en la anterior película le habíamos arrimado nuestros porotitos (por así decirlo) al "actor joven mejor pagado de Hollywood" (("Volver a los diecisiete, después de vivir un siglo, es como descifrar signos, sin ser sabio competente").
Ahora, ya declaradamente paidofílicos, le imploramos a Kristen/ Bella: che, comete al pendejo (o, más fina, más gongorinamente: "goza cuello, clavel, cristal luciente") que para casarte (¡casarte!) con monstruos centenarios que te lleven a pasear por el mundo, ya vas a tener tiempo suficiente... Eso es lo que siento yo, en este instante fecundo.
Las tres gracias
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