miércoles, 30 de abril de 2025

Mileinarismo

SUSCRIBIMOS LAS PALABRAS DEL SEÑOR PAGNI EN SU COLUMNA DEL 29 DE ABRIL EN EL DIARIO LA NACIÓN.

 

 

 

 

martes, 29 de abril de 2025

domingo, 27 de abril de 2025

Panem et circensis

 


sábado, 26 de abril de 2025

Yo estaba por acá....

 


Amores marcianos

Por Daniel Link para Perfil

Netflix es una plataforma global que, sin embargo, ofrece diferentes catálogos según los países. Por fortuna, en Italia tiene Nata per te (2023), la película de Favio Mollo que hasta ahora no había podido ver. En Nápoles, una mujer pare una niña con síndrome de Down y la abandona. Luca, un muchacho conflictuado que trabaja en un centro de atención de personas con discapacidad, quiere adoptarla.

Por supuesto, enfrenta las barreras burocráticas desde las cuales se ejerce la discriminación (Luca es gay) y, en primera instancia, le niegan la adopción.

El título de la película se explica en un diálogo en el que su abogada le dice: “Ella nació para vos”. Y él le contesta: “No, yo nací para ella”.

Ese vínculo amoroso excesivo y de una pureza casi sobrenatural contrasta con el cúmulo de referencias culturales italianísimas: vocaciones sacerdotales, discotecas, familia, en las que Luca no encuentra remedio para su vacío existencial. Cada tanto, la película nos regala unas conmovedoras rememoraciones de un Luca niño y su amor marciano por su compañero de entonces. Ese amor casi impúber, sin nombre, sin consecuencia pero total encuentra su réplica en el amor de Luca por Alba (la niña abandonada).

La película de Favio Mollo, cuya exquisita sensibilidad ya había sido demostrada previamente, no es sólo una intervención (al mismo tiempo justísima y lacerante) sobre las instituciones legales italianas, sino un homenaje a todos esos amores que quedan fuera de registro pero que son los que nos vuelven, más que animales políticos, sujetos de una ética. Densamente tramada en capas de sentido, Nata per te merece un lugar en todos los Netflix.

jueves, 24 de abril de 2025

Dicen que...

Reseña de Clases

por Andrés Tejada Gómez para Otra parte

En Clases. Literatura y disidencia, Daniel Link se sumerge en la literatura del siglo XX desde una perspectiva crítica que desdibuja los límites de la disciplina académica tradicional. A partir de una escritura a la vez erudita y provocadora, propone una lectura que vincula la literatura con los discursos de la disidencia, lo queer y las figuras de lo monstruoso que han delimitado el pensamiento contemporáneo.

Sabemos que Link es considerado un profesor pop por su capacidad de reflexionar sobre diversos aspectos de la cultura en general, y que cada uno de sus análisis se expande a través de algún punto de fuga, brindando sentido allí donde sólo hay opacidad. No se limita a interpretar textos, sino que despliega una forma de lectura que es, en sí misma, un gesto político. Su escritura se aleja de la crítica tradicional para convertirse en una suerte de ensayo performático, donde el pensamiento y el deseo se cruzan en constante movimiento. Siguiendo la estela de Foucault, Benjamin, Agamben y extenso etcétera, entiende la literatura como un espacio de resistencia frente a los dispositivos de normalización. Así, su lectura de autores como Kafka, Beckett, Burroughs, Artaud, Pasolini, Copi, Pajak o Fitzgerald no se limita a un análisis estilístico o formal, sino que explora las tensiones entre poder, subjetividad y lenguaje. En este sentido, Clases no es un mero ensayo sobre literatura, sino un manifiesto que reivindica la experiencia literaria como un campo de batalla en el que se disputan las nociones de identidad, género y disidencia.

Uno de los ejes más potentes del libro es la noción de monstruo como figura central del siglo XX. En sintonía con las lecturas foucaultianas, Link entiende al monstruo no como un ser aberrante en términos biológicos o morales, sino como una categoría política que revela los límites de la normatividad. Kafka y Beckett, por ejemplo, son abordados desde esta perspectiva: sus personajes suspendidos en un tiempo sin certezas encarnan el fracaso de la subjetividad moderna y la imposibilidad de anclarse en un sistema de significación estable. Por su parte, Burroughs aparece como un escritor que lleva la disidencia al extremo: su obra es una disolución radical del sujeto, una experimentación con el lenguaje como arma contra el orden discursivo dominante. En este punto, Link se alinea con Benjamin al entender que la literatura del siglo XX es un campo de ruinas, un espacio donde lo inhumano y lo fragmentario desafían cualquier intento de totalización.

Sin aparecer constantemente mencionada, la presencia de lo queer no se reduce en estas clases a una categoría identitaria ni a una reivindicación de la diferencia sexual. En cambio, se despliega como un dispositivo de lectura que desestabiliza cualquier forma de fijeza. Link no pretende clasificar —más bien el texto es una lucha por exponer la arbitrariedad de las clases y las clasificaciones— a los autores en términos de su orientación o identidad, sino leer sus obras como actos de disidencia frente a las normas que rigen el deseo, el lenguaje y la subjetividad. Su trabajo resuena como un síntoma donde lo queer no es una esencia sino una práctica de resistencia frente a los regímenes de inteligibilidad.

Clases. Literatura y disidencia es una obra potente para comprender la literatura del siglo XX desde una óptica que no sólo la analiza, sino que la interviene críticamente. Link nos recuerda que leer es, en última instancia, un acto de resistencia, y que la literatura, cuando se la aborda con intensidad, puede convertirse en un campo de lucha contra los poderes que intentan domesticarla. “Leer bien es relacionar lugares lejanos”, escribe. Se trata entonces de una intervención activa en las formas en que el poder captura la vida. En este sentido, la literatura no es sólo un testimonio, sino una forma de insurrección.

 

 

 

Preguntan si...


"Defino el arte como una experiencia"

por PABLO DIAZ MARENGHI para La agenda revista

¿Qué tiene en sus manos el lector frente a un ejemplar de Clases. Literatura y disidencia, de Daniel Link? Veinte años después, vuelve a las librerías el primer tomo de la trilogía crítica definitiva del docente, crítico y escritor quien tuvo a su cargo durante 34 años la cátedra de Literatura del Siglo XX de la Carrera de Letras de la UBA y se retiró con una lección final que puede verse en YouTube y pronto será libro.
¿Pero es acaso un libro sobre literatura? ¿Es un compendio de lo mejor de sus cursos? Sí y no. El lector avezado tal vez tenga cierta presunción por haberlo leído en su Literatura argentina, cuatro cortes, sus exquisitas memorias lectoras editadas (La lectura, una vida; Ampersand), su ensayo sobre Copi o su ficción –su novela Los años noventa sintetiza, tal vez mejor que ninguna otra, el pulso de una época –.El lector desprevenido quizás se sorprenda por el sistema de citas, lecturas cruzadas, la mirada, el paladar refinado pero sin esnobismo, la elegancia de la prosa y la precisión de sus hipótesis.
De la mano de la misma editora, Leonora Djament, que publicó este libro bajo el sello Norma y hoy lo relanza en Eterna Cadencia, estos textos forjan un canon. Un modo de leer, sentir y pensar. Link pone a dialogar en la misma mesa a Herman Hesse, con Kafka y la saga de Star Wars; Theodor Adorno y Rodolfo Walsh hacen tablas en una partida de ajedrez imaginaria con una película de Derek Jarman de fondo. Su modo de hacer hablar a los objetos que analiza es único: bebe de las aguas de la filología, disciplina que estructuró su pensamiento, pero se revitaliza con su propia brújula estética y personal.
Este volumen funciona como el inicio de una trilogía que continuó con Fantasmas. Imaginación y sociedad (2009) y cierra con Suturas. Imágenes, escritura, vida (2015). Es, también, una clase magistral sobre la potencia significante del Siglo XX; sus aciertos, sus deudas y sus hazañas. Link, en diálogo con La Agenda del otro lado del Atlántico, se hace un tiempo para expandir sus propias inquisiciones alcanzando nuevas definiciones como esta: “La cultura pop es un instante de peligro de las normas culturales y, sobre todo, la industria cultural”.
 
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Preguntan si....


Mi propia historia queer

por Laura Isola para Perfil Cultura

“¿Qué es mi vida sino una sucesión de lecturas (mejor o peor hechas), que se enhebraron un poco por coacción, otro poco por azar, en todo caso por método?”, se pregunta Daniel Link en la Introducción a La lectura: una vida… que publicó en Ampersand en 2017 y fue editado en francés por Gallimard en 2023 con traducción de Charlotte Lemoine. Con esta afirmación como interrogante es posible leer gran parte de la obra de este escritor, pero en particular la reedición de Clases. Literatura y disidencia, veinte años después.

Veinte años no es nada, canta el verso del tango, aunque en esa sucesión de lecturas que lo configuran como lector pero también leer como sinónimo de analizar, hay obsesiones. Por lo menos, una o dos: “¿Cuántas ideas se pueden tener en la vida? Yo creo que los deseos de escritura suelen estar atados a una “idea rectora”, a lo sumo dos. Todo lo demás viene por añadidura o por derivación. Tenés razón, una de mis grandes obsesiones es la literatura como experiencia. Por supuesto, también se la puede trabajar como institución, como mercancía, pero me parece que a mí me interesa más la relación intensa entre la escritura y la vida.”

En ese sentido, le gusta pensar en “términos de largo aliento porque sé que no puedo abandonar las ideas que tengo como abandono los libros que ya escribí. Finalmente, estamos escribiendo siempre el mismo libro. En este punto no soy nada original, porque Borges sostuvo una perspectiva semejante. La literatura es una fuerza que nos arrastra, no sabemos bien a dónde. Y por eso no se puede separar la escritura de la lectura. Comparten un mismo estatuto y el mismo arrebato. Cuando empecé a escribir Clases. Literatura y disidencia, no sabía que iba a tener compañía. Pero ya cuando revisé las pruebas me di cuenta de que había tocado apenas la superficie, de que había explicado el presente, pero que no había explorado los mil pliegues que hay en el presente. Y por eso decidí que Fantasmas y Suturas iban a ser necesarios.”

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martes, 22 de abril de 2025

De Borges, T.S. Eliot, Proust y Celan

 por Diego Bentivegna para Perfil

Jorge Mario Bergoglio, se sabe, fue profesor de Literatura durante un cierto período de su vida (“entre 1964 y 1964, con 28 años), cuando ejerció la docencia en el colegio jesuita de Santa Fe, uno de los más antiguos y prestigiosos del país. De hecho, hay una foto que retrata al futuro pontífice en los años 70, en el Seminario de San Miguel. Bergoglio había invitado al autor de El Aleph a charlar directamente con sus alumnos, futuros sacerdotes.

Hace menos de un año, ya en su rol de jefe máximo del catolicismo, Francisco dio a conocer una carta apostólica sobre “el papel de la literatura en la formación” que, tal vez, es uno de los últimos grandes acontecimientos en los debates por la enseñanza no solo de la literatura sino, en general, de las humanidades, como se sabe, hoy fuertemente cuestionadas por los poderes de turno.

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sábado, 19 de abril de 2025

Italia nel cuore

 

por Daniel Link para Perfil 

Qué difícil es explicar en Europa la situación política argentina. Dos son los principales obstáculos. Por un lado, la ignorancia (efecto de la mala conciencia) sobre los procesos históricos que nos han llevado hasta este punto. Por el otro, la distancia entre las configuraciones políticas, imaginarias y culturales nacionales.

En 2002 (lo recuerdo como si fuera ayer) la izquierda alemana nos acusaba por no haber sabido aprovechar el impulso de la crisis para imponer nuevas formas de Estado, ligadas con ansias de emancipación revolucionaria. Tuvimos que aclarar públicamente a los sociólogos que nos interpelaban que una cosa son las condiciones objetivas y otra muy diferente las condiciones subjetivas.

Hoy, las izquierdas españolas e italianas nos miran con la condescendencia de quien no entiende que estemos dominados por el yugo delirante de Milei y sus secuaces. Tenemos que aclararles que Milei es sólo el mascarón de proa de la coalición liberal que hoy, como en 1880, propone sus ficciones, su normativa y su hipótesis de futuro para un país que, por ahora, no tiene fuerzas de reserva suficientes para imaginar un futuro alternativo.

Tratándose de los españoles se admite la perplejidad, porque su socialismo se mueve como una habilidad de zorro entre los vientos huracanados de la derecha popular y los extremismos cayetanos.

Pero en Italia el asunto es un poco más difícil de entender, un poco porque ellos se han puesto bajo la tutela de una señora que enarbola los estandartes de «Dios, la patria y la familia» y porque el proceso político italiano de las últimas décadas se parece bastante al nuestro: los diez años de menemato tuvieron su correlato en Roma con los once años de berlusconismo, además dilatados en el tiempo, lo que ha tenido una fuerza de disolución todavía mayor que la del menemato. Sobre todo teniendo en cuenta la longue durée de los procesos italianos, que todavía son capaces de articular en situación de contemporaneidad los restos del imperio y los hitos del arte de la contrarreforma (para nosotros el barroco fue, en cambio, el arte de la contraconquista). Todo sucede en Roma muy lentamente, como si fuera efectivamente cierto que “la tradición de todas las generaciones muertas oprime como una pesadilla el cerebro de los vivos”.

Confieso que he perdido la paciencia más de una vez. Por ejemplo, respecto de la demonización de los Estados Unidos. Si se han convertido en una potencia militar temible, les digo, es porque tuvieron la ocurrencia de inventar el fascismo y luego necesitaron de ellos para sacárselo de encima. Como homenaje, les regalaron para siempre el nombre “gli americani” por el que los yankees venían luchando simbólicamente desde mediados del siglo XIX.

No nos quedó más remedio que adoptar “latinoamericanos”, esa invención parisina, para expresar nuestras incertidumbres. “Abya Yala”, creo, todavía no nos representa cabalmente y si lo enarbolamos como posible solución es particularmente para desconcertarlos (para ellos somos todavía la “América hispánica”).

Fascismo, berlusconismo (liberal-populismo), Meloni. ¿De qué se sorprenden si nuestra historia (que sucede mucho más rápidamente que la italiana por lo antes señalado) es un calco de la suya?

La mayor diferencia, que tampoco comprenden cabalmente, es la Unión Europea que impide, al mismo tiempo que la liberación de energías vitales (lo que se llama estado de bienestar es también una sociedad de control), los excesos políticos de las derechas. En Roma despotrican también contra la presidenta de la Unión Europea, a la que responsabilizan por la guerra en Ucrania.

Lo peor está por venir, porque gracias a Trump, cuyos admirables saltos hacia adelante y al vacío pueden tener resultados imprevisibles, Europa se está armando nuevamente. Y una Europa armada es una Europa suicida. Mientras los jóvenes protestan contra los elevados alquileres y festejan en las plazas barriales el “día de la liberación” (el 25 de abril), el gobierno de Meloni vuelve a hablar de reclutamiento militar, desempolvando un proyecto aprobado en 2010 para un serivicio militar voluntario de 40 días. Por fortuna, Italia tiene el índice europeo más bajo de adhesión al combate en defensa del “tuo paese”: apenas un 14 % (España, un 29 %).

Nuestro experimento liberal fracasará (es una ley histórica). Esperemos que el italiano también.

 

sábado, 12 de abril de 2025

Bello como todo veinteañero

Por Daniel Link para Perfil

Querido Enzo, sin saberlo, me diste hace un mes una alegría tremenda. Me escribiste: “Me gusta buscar cosas antiguas en la red y me encontré con el primer artículo de este blog.... hoy, veinte años después, sigue activo. FELICITACIONES!”

Yo venía embriagado con la presentación de mi libro Clases, al que caracterizaba “bello, como todo veinteañero”. Y vos venías a recordarme que había otro veinteañero en mi vida, mi blog Linkillo, cosas mías. Claro que, en la perspectiva de la historia de la técnica, veinte años es la edad de las “cosas antiguas”.

Según uno de los contadores de visitas, Linkillo tuvo hasta finales de marzo pasado 3.200.000 lectores o visitantes (un promedio de 160.000 por año). El contador anterior, que ya no existe, daba por lo menos un millón más, pero a quién le importa.

El 20 de enero de 2005 publiqué un texto cuyo título respondía a la pregunta "¿Por qué empezaste a llevar un blog?". Y después, el 1º de febrero de 2005, asocié la forma blog con aquello que había propuesto Hoffmannstahl en su “Carta de Lord Chandos” de 1902: una colección de apophthegmata, es decir “cuantos apuntes particularmente memorables lograse cosechar en el curso de mi trato con doctos varones e ingeniosas mujeres de nuestra época, o con gente notable del pueblo y de personas ilustres encontradas durante mis viajes; a todo ello deseaba enlazar bellas sentencias y reflexiones de las obras de los clásicos y los italianos, así como otras galas del espíritu descubiertas en libros, manuscritos y conversaciones; y en seguida el programa de fiestas y representaciones especialmente bellos, la descripción de crímenes raros y casos de delirio”.

El blog, querido Enzo fue mi límite: nunca quise cruzar la frontera hacia las redes sociales (que detesto profundamente porque muestran de una manera muy escandalosa la decadencia de la humanidad).

Bello como todo veinteañero, mi blog funciona con la lentitud de las cosas viejas. Tiene 629 seguidores, algo que (en término de redes) es nada. Y sin embargo...

Seguir con mi blog equivale al impulso de una señorita del siglo XIX, que buscaba razones para no suicidarse.

Así que gracias, Enzo, porque me recordaste a ese otro veinteñero que me acompaña por el mundo.

martes, 8 de abril de 2025

El jueves no escribo nada.


 

sábado, 5 de abril de 2025

Neobarroco y minimalismo

Por Daniel Link para Perfil

Dieguito, querido, te mando esta rápida postal para agradecerte que me hayuas presionado para ir a ver Alcina, de Händel. Confiabas en la dirección musical de Rinaldo Alessandrini y no te equivocaste. Musicalmente fue una función maravillosa y Alessandrini acentúo todo lo que de tan “contemporáneo” suena en la partitura de Händel. La repetición ansiosa, el ritornello, llevado aquí al paroxismo (los personajes prácticamente no dialogan y todo se canta quince veces, una tras otra), sumado a esa cadencia tan particular que Michael Nyman homenajeó en las bandas sonoras que hizo para Peter Greenaway. Para que te voy a hablar del canto. Son cuatro sopranos, un contratenor, un barítono y un tenor. Las partes del contratenor (el personaje de Ruggiero) me produjeron una emoción (no dijo física, o intelectual, aunque ambas estuvieron) sino sensorial. Algo rarísimo, y eso que quien cantaba no era el tucumano Franco Fagioli, que la hizo en Lucerna hace un par de años. De todos modos, Carlo Vistoli erizaba la piel.

Del argumento no te digo nada porque es medio pelotudo: hombre casado llega a una isla donde reina una bruja (Alcina), junto con su hermana (Morgana). Alcina se encama con las visitas y cuando se cansa los convierte en piedras, animales, plantas. Pero esta vez se enamora. La esposa de Ruggiero viene a buscarlo. Lo desencantan. La bruja pierde sus poderes. Todo vuelve a la normalidad.

Pero la puesta de Pierre Audi, bastante mediocre, merece que la charlemos a la vuelta, porque es totalmente minimalista (además de unos telones más bien abstractos, sólo hay un silla), lo que plantea, como pasaba con Einstein en la playa en la puesta de Martín Bauer y Rodrigo de Caso para el Colón: allí el minimalismo era musical y el barroco la puesta en escena. Lo que hicieron en Roma con Alcina (muy diferente de las versiones de Lausana y Monte-Carlo) conviene tenerlo en cuenta para establecer un principio de articulación entre esos dos polos del ambiente estilístico en el que vivimos. En todo caso, para poder pensar más allá de “movimientos” estéticos y plantearse el neobarroco y el minimalismo como principios de vida y como condiciones de una ética. En algún lado, pienso, se cruzan, como los caminos de Proust.