jueves, 23 de enero de 2025

Abrimos con orgullo la temporada de premios

 


Des-preciado

Odiar a Audiard

por Daniel Link para Revista Ñ

El intelectual burgués (porque nació en Burgos, España) escribe desde la sede parisina donde se ha instalado un brulote contra Emilia Pérez fundado en las peores escolásticas: la escolástica identitaria y la escolástica realista-representacional. El tonito de Preciado en “Emilia Pérez contra Jacques Audiard” (publicado primero en Libé y luego en Babelia (afortunadamente, el texto está disponible a través de atajos que burlan la suscripción) es simpático por su violencia discursiva. Lamentablemente, los fundamentos teóricos en los que reposa su lectura son tan anticuados, que ha arrastrado a sus fieles (entre las que me cuento: retengan el las, que es el plural inclusivo que yo uso) a la pregunta: “¿Qué le pasó?”.

El propósito declarado del intelectual burgués es “quemar los Oscar y a salvar a Emilia, a todas las Emilias de México, de la violencia de la industria cinematográfica”. ¿En qué radica la violencia de Emilia Pérez? “Audiard instrumentaliza una representación fóbica de los hombres mexicanos y de las mujeres trans, haciendo de los primeros brutales asesinos, y de las segundas, impostoras que buscan deshacerse de la culpa de sus crímenes convirtiéndose en mujeres y pagando (en el doble sentido de pagar por las operaciones y de ser asesinadas) por ello. Y pongamos música a todo esto y bailemos, porque el Sur y las travestis están ahí para la fiesta: para asegurar que el norte y los hombres binarios obtienen con ellas un excedente de placer barato”.

La descripción es excesiva y torcida. Audiard cuenta la historia de un personaje excepcional (fuera de norma) y es arbitrario deducir que esa vida tipifica todas las vidas. Preciado (que en su momento superpuso su propia vida al Orlando de Virginia Woof para imaginar el documental Orlando, ma biographie politique, muy tibiamente recibido por la prensa especializada pero también por la comunidad trans) piensa la película en la estela del realismo. En su momento, Lukács se cuidó muy bien de identificar las narraciones que se apartan de lo típico con el realismo (lo típico es universalizable y permite construir lo social como totalidad). Pero es imposible considerar a Emilia Pérez una película realista o un artefacto que "represente" lo mexicano (como tampoco lo hacen el Chavo del 8, o Frida Kahlo). No sólo porque el film es un musical, sino porque elige deliberadamente el esquematismo formal (incluso: la caricatura) y los escenarios abstractos como índice de que nada de lo que se dice y se canta funciona necesariamente como un juicio de realidad. En diálogo con Audiard el director Guillermo del Toro señaló que él, como mexicano, adora el melodrama y la telenovela y elogió la visión de México propuesta por Audiard, "hipnótica y hermosa tonalmente".

Preciado, que no ha crecido bajo el influjo del “¡Maldita lisiada!” (que nadie sostendría como un veredicto social) sólo es capaz de registrar una “Amalgama polisémica cargada de racismo y transfobia, exotismo antilatino y binarismo melodramático” para concluir que Emilia Pérez “refuerza de este modo la narrativa colonial y patologizante no sólo de la transición de género, sino también de la cultura mexicana” (de paso, la “polisemia” quedó sepultada por tantos predicados monológicos).

Ese juicio supone, primero, que las imágenes cinematográficas “representan” a la realidad (en un mundo en que ya ni siquiera hay partidos que “representen” a sus votantes) y no que son, como se sabe desde hace décadas, simulacros (Baudrillard) o “sólo imágenes” (Godard).

Segunda escolástica, y ésta es tal vez más grave, el postulado identitario, revelado por un juicio como “Con Emilia Pérez, Audiard se aventura en un género, un cuerpo y un territorio político con los que no está familiarizado”. Desde la perspectiva parisina de Preciado, sólo se puede hablar de aquello de lo cual (como Narciso) nos enamoramos: nuestra propia imagen.

¿No tiene derecho cualquiera de nosotras a explorar un territorio desconocido, lo que se llama “experimentar”, sobre todo para violentar el propio pensamiento?

Preciado es inconmovible (hay en el film canciones muy conmovedoras) y le cuesta regalar los elogios que su propia película no recibió. Tiene derecho a arrastrar una película por cualquier lodazal, pero no a formular juicios sobre las espectadoras que no comparten su punto de vista. Si al ver Emilia Péreznos hundimos en un parque temático kitsch transmexicano diseñado para confortar al espectador blanco y binario”, ¿no está formulando un juicio estético anacrónico (el kitsch es malo) y sosteniendo un prejuicio ético (si te gusta Emilia Pérez, sos blanco y binario)?

Podemos entender que se lea Emilia Pérez como una afirmación política con la cual se puede acordar o no, pero no que se le conteste con una afirmación retrógada, fundada en un rancio trascendentalismo. Una cosa es el lenguaje revolucionario, otra cosa es un tweet largo.

El veredicto de que sólo una persona trans tiene derecho a sostener un discurso sobre lo trans vulnera la condición de la conversación social. El principio de que un personaje y una historia son el emblema de todas las personas y todas las historias es metafísico.

 

Chau, querida

 Milita Molina (1951-2025)

 

Los recortes del día: ¿por qué no lo habrán llamado Skynet?

 


lunes, 20 de enero de 2025

sábado, 18 de enero de 2025

Milei es el pasado

por Fernando Rosso para Perfil

Milei es el pasado. Puro arcaísmo disfrazado de último grito. La afirmación muy extendida que asegura que el proyecto libertariano y los movimientos de extrema derecha, en general, se apropiaron de una idea de futuro y la hicieron creíble es esencialmente falsa.

El historiador italiano Enzo Traverso considera que el gran problema del mundo contemporáneo es la ausencia de futuridad porque el presentismo es el verdadero régimen de historicidad del siglo XXI. Una especie de tiempo sin tiempo, despojado de futuro, comprimido en la jaula asfixiante del presente.

Es una dificultad de todos, también de la derecha radical que es incapaz de elaborar cualquier proyección utópica hacia el porvenir. Utópica no en el sentido de irrealizable, sino como un sueño dirigido. En este aspecto –como en tantos otros– la derecha radical es menos que el fascismo clásico que tenía una idea de futuro con sus mitos de hombre nuevo, la creación de una civilización, de una lengua y de una nueva nación. Un conjunto de leyendas que eran su manera de pensar el futuro.

Las derechas actuales, por el contrario, son extremadamente conservadoras. Se paran de espaldas al futuro. Es más, le tienen miedo porque lo consideran una amenaza que los intimida. Por esa razón hay que retornar a los valores tradicionales, a la defensa de la familia, restaurar las identidades perdidas, las antiguas jerarquías y reponer un viejo orden que nunca existió.

Los eslóganes que agitan las extremas derechas ponen en evidencia esta característica central de su ecléctica ideología: la vuelta a los tiempos de la Reconquista que proclama la formación Vox en España, aquel período (¡711-1492!) en el que los reinos cristianos del norte de la Península Ibérica lucharon por recuperar el control del territorio que estaba bajo el dominio del “moro invasor”. El Make America great again de Donald Trump (reescribiendo aquel rancio lema que patentó Ronald Reagan en la campaña electoral de 1980) o el Let’s take back control que la ultraderecha británica publicitó para su militancia a favor del Brexit.

El pasado representa su perfecto ideal: en el “inicio de los tiempos” habitaba el verdadero ser histórico, tanto en el sentido moral (la época de los valores “genuinos”), como también ontológico: el ser auténtico hay que rastrearlo en el pasado y depurarlo de la “degeneración” impuesta por una temporalidad que lo degradó al extremo hasta hacerlo irreconocible.

Para Javier Milei los años dorados del pasado argentino se ubican en el país oligárquico de fines del siglo XIX y principios del siglo XX (sobre todo, previo a 1916): el paraíso terrateniente. “Para principios del siglo XX –afirmó en uno de sus discursos– éramos el faro de luz de Occidente. Lamentablemente, nuestra dirigencia decidió abandonar el modelo que nos había hecho ricos y abrazaron las ideas empobrecedoras del colectivismo”.

El período reivindicado por el presidente argentino fue la época en la que, según afirmó Juan Bautista Alberdi en sus Escritos económicos, no había sultanes en Sudamérica porque sobraban “demócratas más despóticos que ellos”.

Además de una economía primarizada (¿puede haber algo más reaccionario y retrasado que eso?) postula la expulsión de las masas de una mínima ciudadanía social o económica. Exclusión que viene teniendo lugar desde hace tiempo, digamos todo, pero que Milei quiere elevar a una fase superior.

En la “batalla cultural” promueve el retorno a un orden patriarcal, tradicionalista, jerárquico, represivo, segregacionista, xenófobo y discriminador. Un museo de antiguas novedades con todo el pasado por delante.

A personajes como Nicolás Márquez o el “Gordo” Dan –rabiosos portavoces mediáticos del proyecto libertariano en la jungla digital– les cabe un parafraseo de aquel potente cross a la mandíbula que el “Flaco” Menotti le aplicó alguna vez a José Luis Chilavert: habría que pasearlos por todas las escuelas para que los niños y las niñas puedan ver en vivo y en directo cómo era el hombre hace 400 millones de años.

La alianza de las derechas radicales con los grandes monopolios tecnológicos (Big Tech) que tienen el control del algoritmo puede dar la idea de que miran hacia el futuro. Sin embargo, hay un núcleo de verdad en las controversiales tesis que postulan que ese laberíntico universo digital tiene una lógica “tecno-feudal” o que esas empresas no escapan a la dinámica de un capitalismo en decadencia. Además, sabemos desde hace un tiempo largo que así como “no hay documento de cultura que no sea al mismo tiempo un documento de barbarie”; no hay tecnología avanzada que a la vez no pueda transformarse en un factor de formidable atraso.

El discurso que amalgama el último grito de un mundo hípertecnologizado con el retorno a un pasado “glorioso” pudo haber cautivado a ciertas franjas juveniles hartas de una crisis eterna y un presente insoportable.

En sus memorias recientemente publicadas (Antes que nada, Random House, 2023), Martín Caparrós compara a las juventudes de los años 60 y 70 del siglo pasado y sus aspiraciones emancipatorias con las actuales y sentencia que aquellas querían “construir todo lo contrario de lo de sus mayores”, mientras que hoy pretenden “recuperar lo que sus mayores arruinaron”; antes se buscaba “inventar un orden nuevo”, ahora “se quiere rescatar uno antiguo, ilusorio”. Pero esta ilusión (el adjetivo de Caparrós es preciso) no es sinónimo de un proyecto real, posible o deseable. Cuando las nuevas generaciones comiencen a construir verdaderamente un futuro tendrán al libertarianismo en la vereda de enfrente o lo dejarán arrumbarse tras sus espaldas en el basurero de la historia.

Podemos reformular el famoso adagio de Frederic Jameson y afirmar que hoy es más fácil imaginar el fin del mundo, que a la derecha radical diseñando un proyecto de futuro.

Dormir al sol

Por Daniel Link para Perfil

Te despertás una mañana y ya es 15 de enero. Medio mes de un año nuevo ha pasado y todavía no has experimentado ninguno de los cambios que planeabas, salvo un leve dolor en la rodilla que seguramente será el tema del próximo quinquenio (en los genes rotos de tu familia corren ríos de artritis). Siempre criticaste el modo en que el calendario gregoriano escandía el año solar. Te parecía absurdo que, en Europa, el comienzo de cada año cayera en pleno invierno y las vacaciones, que parten el año en dos, en la mitad del calendario. Los años escolares y académicos, en el Norte, se designan con dos cifras (por ejemplo: 2024-2025). Pero esa complicación nominal en verdad permite un mayor compromiso con lo que vendrá o lo que queremos que venga. Entre nosotras, los años empiezan con las vacaciones, que son o deberían ser el período del nada hacer, del libre caminar sin destino prefijado, del existir apenas, dulcemente. ¿Cómo habrías de planificar tu año en ese contexto ya no de incertidumbre sino de deliberadas suspensiones del juicio?

Los del Norte empiezan el año a todo trapo, encerrados en sus gabinetes de trabajo porque el frío exterior quiebra los huesos, te mandan resoluciones, te llaman para que organices workshops, te reclaman respuestas. Y vos les contestás: por ahora no podemos hacer nada, nadie hay en ninguna oficina. Y es cierto.

Te desperezás, regás las plantas. Acompañás el ritmo solar tratando de que lo que vive no se muera, apenas eso, que no es poco. Vos también esperás respuestas que no llegan. Porque nadie hay en ninguna oficina y tu propio gabinete hierve como una burbuja de lava. “No se puede”, pensás, “desplegar propósitos nuevos en esta época”. Mejor esperar a marzo, cuando el vértigo del año ya se haya condensado en nueve meses. En marzo parirás tu nuevo año o, tal vez, dejes para más adelante los grandes proyectos porque la urgencia de la hora te obliga a cumplir con las tareas diarias que se acumularon entre enero y marzo. Después de todo, ¿qué importancia tiene el calendario? ¿No sería mejor esperar a cumplir años? Te sentás a planear el momento adecuado. Después de todo, no se pueden forzar las situaciones y las decisiones. Todo te llegará en su momento.

 

sábado, 11 de enero de 2025

Fumata bianca

Por Daniel Link para Perfil

¿Viste que hay preguntas que te erizan los pelos de la nuca, no importa quién te las formule? Una de ellas es: “¿Viste tal película?” Uno ya sabe lo que viene: la película es genial y quedamos en el umbral de la boludez total por no haberla visto todavía. Peor todavía es cuando viene con el agregado “¿Viste tal película? ¡Te va a encantar!” porque presupone que una no la vio y, además, quien se atribuye tal saber sobre los gustos propios inmediatamente nos predispone mal para ver ese hipotético encantamiento cinematográfico.

Antes discutía o me rebelaba ante la conminación: “No, no voy a ver esa película nunca, viola una de mis reglas cinematográficas”. Ahora prefiero el contra-ataque. Veo una película secretamente. Cuando alguien me pregunta sobre otra, pongo la mía ante sus narices atónitas.

Hace unos días, sobre el final del año, un reputado crítico académico de cine me escribió: “Ayer vi Queer de Guadagnino. La vieron? Me encantó”. No podía decirle que no iba a ver la película, porque Daniel Craig es objeto de una regla cinematográfica dorada: veo todas las películas en las que actua, al menos desde 1998, cuando se desnudaba para un Francis Bacon encarnado por Derek Jacobi en Love Is the Devil.

Así que le escribí “NO” (con mayúsculas de irritación) y de inmediato contra-ataqué: “Oime, sabelotoda. ¿Viste Emilia Pérez?”. Me contestó: “No, ¿vale la pena?” (tenía prejuicios contra la película, como casi todas las personas que me rodean). Le dije: “Sin palabras. Es un más allá del cine conocido”. El cierre me sublevó: “La voy a ver y después te digo”. ¡Como si su opinión calificada avalada por un título de Doctor pudiera modificar mi propio juicio!

Yo no te voy a recomendar que veas Emilia Pérez para no caer en contradicción y además porque de eso se encarga Hollywood (acaba de ganar varios Golden Globes). Sólo diré que tiene varias canciones muy, pero muy, conmovedoras.

Eso sí, tratá de tener siempre a mano una respuesta contundente para no quedar como una persona que da la espalda a las carteleras. ¿Viste Wicked? La encontré estúpida e indignante. ¿Viste la de los Papas? Está bien, pero no es para tanto. Además, no tuvieron en cuenta la rosca de Francisco, que ya dejó la sucesión lista.

 

jueves, 9 de enero de 2025

Los recortes del día

 

 

Disparates de una cátedra situada en París publicados para que lean sólo suscriptores blancos, europeos y que asienten desde sus terrazas, con una cerveza en la mano.

Los recortes del día

 


martes, 7 de enero de 2025

sábado, 4 de enero de 2025

Roma eterna (2)

Por Daniel Link para Perfil

 

Es muy raro que los columnistas especializados en política no hayan explorado el acontecimiento que representa la película Megalópolis en la actual coyuntura argentina, tan inclinada a la réplica romana como la fantasía de de Francis Ford Coppola.

La película está organizada alrededor de dos ideales políticos, el de Cicero (representante de los optimates) y el del populista Catilina. No toma el mismo partido de las Catilinarias ni la de los historiadores clásicos en contra de Catilina, a quien presenta como el portador de una utopía escrita en piedra al final de la película, que contradice palabra por palabra las austeras certezas liberales.

La película es muy kitsch y megalómana (Coppola casi siempre lo fue). Pero nos obliga a revisar nuestras convicciones y nuestras lecturas. Particularmente dos, El 18 brumario de Luis Bonaparte de Karl Marx y “Los romanos en el cine” de Roland Barthes.

En una de sus mejores mitologías, Barthes piensa a partir del Julio César de Mankiewicz la relación entre signos y significación. Encuentra que el flequillo que todos los actores lucen es emblema de “romanidad”. Califica a ese “signo intermediario” como índice de un espectáculo degradado, “que tanto teme a la verdad ingenua como al artificio total”. Por supuesto, en Megalópolis los romanos también lucen flequillos emblemáticos (son el fundamento del deliberado kitsch coppoliano: es impensable que en cuarenta años de preparación nadie le haya acercado ese artículo decisivo en la formación de los humanistas de todas las latitudes).

La romanidad evocada no es sólo cosmética sino política. La película resuelve en el plano de la fantasía lo que históricamente fue el fin de la República romana y su rendición al Imperio, que tantos sueños húmedos desencadena en los adolescentes (sino por edad, por ethos) que asesoran al actual gobierno argentino (en ese arco cinematográfico, la primera trilogía de La guerra de las Galaxias no ha sucedido).

La recurrencia a Roma como matriz de todo tránsito político actual es un poco falaz (baste señalar que la República no tenía una Suprema Corte, es decir, un Poder Judicial independiente como institución republicana).

En El 18 Brumario, Marx ya había denunciado el carácter completamente imaginario de esas identificaciones: “la revolución de 1789-1814 se vistió alternativamente con el ropaje de la República Romana y del Imperio Romano, y la revolución de 1848 no supo hacer nada mejor que parodiar aquí al 1789 y allá la tradición revolucionaria de 1793 a 1795”.

Con gran delicadeza, Marx subraya el papel que lo imaginario cumple en los procesos históricos, develando (precisamente por el carácter de la máscara que se use) lo que se esconde detrás.

En la “Introducción”, Marx se refiere a dos libros contemporáneos (uno de Victor Hugo, otro de Proudhon) que descalifica porque no dan con la clave necesaria.

Y concluye: “Yo, por el contrario, demuestro cómo la lucha de clases creó en Francia las circunstancias y las condiciones que permitieron a un personaje mediocre y grotesco representar el papel de héroe”. Fin.


sábado, 28 de diciembre de 2024

Libertad sin salida

Por Daniel Link para Perfil

Si yo digo “marzo de 2020”, ¿vos qué imaginás? Imaginás Pandemia, Aislamiento Social Preventivo y Obligatorio, el principio del fin. Fue un año bisiesto, es decir: catastrófico. Para mí siempre lo son y no entiendo cómo no te has sumado al pavor (sin duda, supersticioso) a esos años alargados. ¿Querés más pruebas? 2024 también fue bisiesto. No quisiera liberarte de la responsabilidad del proceso de disolución y guerra civil microscópica que estamos viviendo, porque el electorado tiene que hacerse cargo de sus decisiones. Pero convengamos en que esta vez los ñoquis del 29 vinieron con salsa envenenada.

El sino funesto del bisiesto no vino esta vez envuelto en ropajes imprevistos (catástrofes, epidemias, accidentes) sino de la mano de personajes conceptuales que, grosso modo, corresponde identificar con la derecha ultramontana que se consolidó de un bisiesto a otro.

“Libertad” es una hermosa palabra, que durante 2024 fue sometida a una violencia inusitada. Lo mismo sucedió con una “humanidad” en nombre de la cual se desarrollaron vastos procesos de exterminio (desde la integración operativa del territorio americano al mercado global, de la mano de Colón, hasta los hornos crematorios del nazismo, sin olvidar la pandemia de HIV y las guerras religiosas, que todavía conmueven el Mediterráneo).

“Libertad”, sí, ¿pero a costa de qué? Kakfa ya nos había advertido que “Con la libertad uno se engaña demasiado entre los hombres, ya que si el sentimiento de libertad es uno de los más sublimes, así de sublimes son también los correspondientes engaños” (“Informe para una academia”).

No se trata de la libertad, sino de encontrar una salida. La siniestra sombra bisiesta de 2024 vino del no poder, precisamente, encontrar una salida del laberinto libertario. ¿Cómo hacerlo, si eso no depende sólo de la capacidad de imaginar (que, por supuesto, es esencial) sino de las condiciones materiales de existencia?

Te doy un ejemplo: al comienzo de este bisiesto mi madre podía pagar de su jubilación su internación en un hogar de ancianos y le sobraba plata para comprar sus remedios. Durante el mes de diciembre, los honorarios del hogar (desregulados) ya superan no sólo lo que marca el nomenclador para prestaciones por discapacidad, sino los ingresos de mi madre. La desregulación del mercado farmacéutico encareció notablemente el precio de los remedios que necesita (muchos de ellos ahora de venta libre). Por supuesto, vos sabés que yo me voy a hacer cargo de la diferencia. Pero yo también estoy jubilado. He ahí un laberinto sin salida.

 

jueves, 26 de diciembre de 2024

sábado, 21 de diciembre de 2024

Los recortes del día


 

La condición contemporánea

Batallas perdidas

Por Daniel Link para Perfil

Rafael Spregelburd, que supo colaborar durante años con esta página, escribió una obra teatral fascinante hace un tiempo. Se llamaba Spam e introducía una hipótesis en la que se podía triunfar ante un dispositivo enajenante: el correo no deseado.

En mi caso personal, debo considerarme totalmente derrotado en esa contienda. La primera hora de mis mañanas se me va en borrar los correos basura que se han acumulado durante la noche. Pero ahora ya ni siquiera eso funciona.

Hay dos clases de spam. Cuando se visita una página quedamos suscriptas, deliberadamente o no, a notificaciones periódicas. En mi caso son páginas de ofertas de viajes, noticias, editoriales, sitios de arte. Pero siempre se cuelan correos de ofertas desencaminadas (gimnasios en Los Ángeles, dildos en Holanda) que más temprano que tarde denunciaré como correo no deseado. Al hacerlo, el programa de correo me ofrecerá dos opciones: “denunciar como spam” o “cancelar la suscripción”. Como aunque cancele la suscripción los correos seguirán llegando, directamente denuncio como spam al atrevido remitente.

Al hacerlo, contribuyo al extractivismo digital (suministro información gratis a la gran corporación que administra el sitio de mi correo). Lo que sucederá es que el remitente, llegado el momento, deberá pagar a la corporación para que me envíe los correos no deseados que yo he bloqueado, ahora como “correos patrocinados”. Esa clase de spam es la más insidiosa porque uno no puede evitarla (no hay botón de escape). Ya no denuncio más el spam para no sumarme a una cadena de acumulación insensata de la cual estoy excluido.

 

miércoles, 18 de diciembre de 2024

Los recortes del día

 Para una historia del "No hay plata"