lunes, 30 de abril de 2012

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sábado, 28 de abril de 2012

Lunario sentimental

por Daniel Link para Perfil


Pocas experiencias estéticas tan extraordinarias como las que Edgardo Cozarinsky nos viene regalando en los últimos tiempos con sus libros y películas, “ejercicios espirituales” de los que muchas veces no se sabe bien de qué género participan, hasta dónde admiten ser considerados como “obra”, cuánto tienen de ficción y cuánto de testimonio. La grandeza de películas como Apuntes para una biografía imaginaria (2010) y, ahora, Nocturnos (2011), recién presentada en el Bafici (después de Venecia, Viena y Estambul) tiene que ver, tal vez con la radicalidad con la que suspenden esas preguntas completamente inadecuadas para interrogar la experiencia de la imagen, del nombre (de la nominación), de la memoria y el olvido, de la relación entre territorio y lenguaje, entre obra y autor, entre persona y scribens (el rastro de una vida tal como queda insinuada en un trazo de escritura).
En un texto de 1999 incluido en El pase del testigo (2001), donde recordaba la experiencia-Copi en Les escaliers du Sacré Coeur, Edgardo Cozarinsky esbozó una lógica autoral que, hasta entonces, yo no había comprendido bien del todo (a pesar de mis tenaces lecturas de Michel Foucault, Roland Barthes y Giorgio Agamben). Allí se lee: «Cuando al final saludaba, con el libreto siempre en la mano, el público comprendía que había asistido no a la puesta en escena de una obra sino a algo más raro, casi único: a la puesta en escena del autor en ese momento casi inasible en que sus personajes empiezan a desprenderse de él sin existir aún independientemente», lo que le permitía colocar a Copi en una dinastía de «flamígeros y soñadores».
En todo caso, Nocturnos participa de esas raras y casi únicas experiencias en las que no importa tanto la expresión de un sujeto sino la apertura de un espacio en el cual el sujeto que escribe (o filma, entendiendo que también una película es escritura) no termina de desaparecer y, así, la marca del autor queda sólo en la singularidad de su ausencia. Nocturnos muestra como una herida abierta que el autor es, por sobre todas las cosas, una noción ética: señala el punto en el cual una vida se juega en una obra. Eso es un autor: la aventura de un sujeto que se juega (se pone en juego) en relación con determinadas palabras y determinadas imágenes. 
Nocturnos toma algunos personajes de rancia estirpe poética (la ciudad, la noche, la luna, los enamorados impenitentes o los que sufren penas de amor). Casi la totalidad de su banda sonora está compuesta por fragmentos de poemas, desde Novalis y Hölderlin, pasando por Baudelaire, Lepera y Pizarnik (no exactamente en ese orden) sobre una partitura de Ulises Conti que quita el aliento.Para subrayar el carácter poético del experimento, Cozarinsky elige un doble (resto) diurno de su figura nocturna: en un plano casi quemado de luz matutina, Diana Bellesi, caminadora infatigable, matrona de los deltas, no dice un poema (ni propio ni ajeno) sino palabras escritas por el propio Cozarinsky.Entre los personajes hay muy poca relación, porque lo que importa no es la continuidad del relato, sino el ritmo que las imágenes establecen entre sí, el vacío que se deja leer entre escena y escena (así como entre lo vivido, lo imaginado y lo recordado).La pareja protagónica está formada por Buenos Aires (sus contradicciones: los homeless, los cartoneros, los muertos de hambre, los milongueros, los enamorados y los putañeros) y la Noche (cuya sinécdoque omnipresente es la Luna).Los demás componen las escenas apenas entrevistas de un relato que no se nos revela en su totalidad: son como fragmentos de intensidad a los que el náufrago de la noche se aferra: Esteban Lamothe brilla en todas las escenas, salvo una. Esmeralda Mitre compone con sensibilidad y precisión a una mujer cuyos llamados no son respondidos y Rita Pauls, en su sueño, es acariciada por una cámara perversa. Luis Ortega juega con un cuchillo que amorosamente desliza por su cuerpo. Y Luna Paiva (¡el nombre!) nos recuerda con tres pasos fantasmales y un primer plano antológico lo que un letrero negro, al final, subraya: el pasado no está muerto, ni siquiera ha pasado. Todo, en la danza de las imágenes que nos arrastran, tiene potencia de futuro, y por eso la carta de ruptura (escrita con letra de Cozarinsky pero con palabras ajenas) que al principio se ha quemado, vuelve a reconstituirse. Tratándose del círculo de afectos que Cozarinsky cultiva uno podría estar tentado de promover lecturas à clef, pero Proust ya nos demostró las limitaciones de ese horizonte de rumores.

 (Nocturnos en Corea)





viernes, 27 de abril de 2012

Imagen de América Latina






































La larga lista de indicios que llevan a Boudou

por Hugo Alconada Mon para La Nación

  • El director de la firma rival Boldt, Guillermo Gabella, declaró que se reunió con Núñez Carmona, quien afirmó que era "hombre de Boudou", le dijo que compraron Ciccone y le exigió la devolución de la planta.
  • Boudou le alquiló por $ 120.000 al año su departamento en Puerto Madero al socio de Vandenbroele, Fabián Carosso Donatiello, quien trabaja en un pequeño estudio jurídico en Madrid y que durante los últimos dos años sólo estuvo 37 días en la Argentina, la mayor parte del tiempo en su Rosario natal.
  • Según Vandenbroele, el alquiler de ese departamento se concretó mediante poderes, por lo que Carosso Donatiello, Boudou y Vandenbroele nunca se vieron; pero ante la Justicia nunca presentaron ese poder.
  • El verdadero inquilino de ese departamento sería el propio Vandenbroele, quien pagó las expensas y el servicio de cable Cablevisión.
  • Boudou vive en un departamento del Madero Center que pertenece a Searen SA, vinculada a London Supply, la empresa que aportó $ 1,8 millones a Vandenbroele para levantar la quiebra judicial de Ciccone.
  • Seis delegados gremiales de Ciccone declararon en Tribunales que Vandenbroele afirmó que contaba con apoyo del Gobierno para obtener nuevos contratos.
  • El director de Asuntos Jurídicos del Ministerio de Economía firmó un dictamen en el que indicó que Boudou carecía de competencia para opinar si la AFIP debía conceder una moratoria excepcionalísima a Ciccone; aun así, el entonces ministro rubricó una nota para apoyar esa ayuda.
  • Al firmar a favor de Ciccone, el 8 de noviembre de 2010, Boudou rubricó una nota única en su tipo entre más de 16.000 dictámenes previos del Ministerio de Economía.
  • En los mensajes de texto intercambiados por el juez federal Daniel Rafecas y el abogado Ignacio Danuzzo Iturraspe, éste detalla estrategias defensivas coordinadas entre Boudou, Vandenbroele y Núñez Carmona.
A la investigación judicial se sumaron, también, varias revelaciones periodísticas. Entre otras:
  • El socio minoritario en The Old Fund, la sociedad controlante de la nueva Ciccone, Sergio Gustavo Martínez, es amigo de Mar del Plata de Boudou y de su socio comercial, Núñez Carmona;
  • Martínez compró dos camionetas con un CUIT obtenido un día antes y con cheques del Banco Macro; las destinó a la precandidatura de Boudou a la Jefatura de Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires.
  • Uno de los accionistas decisivos de la empresa London Supply que puso $ 1,8 millones para levantar la quiebra de Ciccone, Miguel Castellano, es amigo de toda la vida en Mar del Plata de los hermanos Boudou.
  • Uno de los primeros contratos que obtuvo la nueva Ciccone fue para la impresión de las boletas para las primarias del Frente para la Victoria, con Boudou como precandidato a vicepresidente.
  • Núñez Carmona fue señalado por operarios de Ciccone como el encargado de supervisar, en la planta, la impresión de esas boletas electorales del FPV.


Feliz día del trabajador


Feria del Libro - Martes 1 de Mayo


Diálogo de escritores latinoamericanos

18:30
Violencia y erotismo: modulaciones propias 
Irene Vilar, Ercole Lissardi, Gabriela Bejerman

Coordina Daniel Link

jueves, 26 de abril de 2012

Otra emancipación, otra emancipación



























miércoles, 25 de abril de 2012

¡Otra denuncia estremecedora!


El filósofo y escritor escribió una columna en la que calificóa un sector del justicialismo como "peronismo mogólico". Quién lo denunció y qué argumentó.


martes, 24 de abril de 2012

No comerás del árbol prohibido

Yo no tuve educación religiosa, porque mis padres participaban de cultos diferentes (mi familia materna era católica; luterana mi familia paterna). Abandonaron mi formación religiosa a mi voluntad y yo, como he contado en otra parte, elegí por amor: ni una ni otra. De todos modos, siempre me llegaban rumores de las diferentes clases de religión que mis compañeros de primaria tomaban. Lo que más me llamaba la atención era que, de los diez mandamientos, apenas tres fueran positivos (“Amarás a Dios sobre todas las cosas”, “Santificarás las fiestas”, “Honrarás a tu padre y a tu madre”) y el resto fueran prohibiciones o interdicciones (“No pronunciarás el nombre de Dios en vano”, “No matarás”, “No fornicarás”, “No robarás”, “No dirás falsos testimonios ni mentirás”, “No consentirás pensamientos ni deseos impuros”, “No codiciarás los bienes ajenos”.
Dios, en esas tablas (los mandamientos cambian según las religiones y los textos, pero todos se parecen a esas formulaciones), se me aparecía como una máquina censora que, por si algo se le hubiera escapado, delegaba en las figuras paternas la minucia y la prolijidad de las prohibiciones cotidianas (“no mirarás televisión antes de hacer la tarea”, “no jugarás con tus amigos a la hora de la cena”, “no te tocarás los genitales”, “no aceptarás caramelos de extraños”, “no cruzarás la calle con el semáforo en rojo”).
Todo eso, en mi infancia, se me escapaba, porque se había decidido que yo decidiera si aceptaba tal o cual canon de indicaciones negativas, pero me inquietaba esa figura severa que encontraba en el No la razón de su existencia, y que dictaba innumerables variaciones del No a sus súbditos.
Por supuesto, codicié y robé, mentí y tuve deseos impuros, pronuncié el nombre de Dios en vano y, con el tiempo, forniqué, sin haber dejado de amar la idea de Dios (eso que está por sobre todas las cosas), honrando en la medida de lo posible (y cada vez menos a medida que crecía) a mi padre y a mi madre y no santificando las fiestas, nunca jamás, ni ebrio ni dormido.
En cuanto a la prohibiciones, se me escapaba su sentido, salvo en lo que respecta al mandamiento supremo, “No matarás”. Nunca maté a nadie y todavía me domina una cierta incomodidad en relación con las muerte de los animales. No soy vegetariano, pero como poca carne, y se me recuerda todavía como un niño reconcentrado que, en la plaza, observaba la atónita marcha de las hormigas: jamás las sometí a una lupa, o eché agua en un hormiguero, ni zapatee sobre la línea de aprovisionamiento.
Podría decirse que me entregué, salvo por el “No matarás”, a una saludable ignorancia de los mandamientos y las leyes, a un anarquismo primitivo que, en mi primera juventud, confundí con un hedonismo irredento: hacer lo que me pluguiera, siempre que eso no dañara a los demás (ese era mi mandamiento soñado).
Una vez una amiga, antes de que yo tuviera ocasión de psicoanalizarme, me enfrentó con una cara de mí que me resultaba desconocida. “Vos tenés una relación neurótica con el trabajo”, me dijo Mónica Tamborenea (que estaba un poco loca, pero era inteligente y millonaria).
En efecto, yo había trabajado desde mis 16 años, un poco por necesidad y otro poco porque me parecía que era la única forma de vida posible para un ser humano. Si el trabajo, como había aprendido tardíamente, era la consecuencia del pecado, sólo se podía atravesar este valle de lágrimas trabajando sin parar. O sea: de hedonismo, en mi primera juventud, poco y nada. No es que la pasara mal, pero cualquiera que trabaja sabe que los placeres se reservan para otro momento, nunca ya, ahora.
En las palabras de Mónica reconocía un mandato terrible que me venía de mis padres. A ellos les pareció simpático que eligiera las vestiduras de mi Dios, pero me transmitieron un mandamiento feroz: “No vivirás sin trabajar” y los que de él se derivan: “No harás nada sin tener en cuenta tu futuro”, “No malgastarás tus ahorros” (el Estado, siempre, se encargó de eso por mí), “No vivirás por encima de tus ingresos”. Que haya logrado convertirme en una especie de loca millonaria que viaja por el mundo fotografiando paisajes exóticos y acumulando anécdotas se deriva de aquellas prohibiciones que nadie formuló explícitamente nunca pero que se marcaron en mis huesos.
Todavía lo recuerdo: como yo era un niño que versificaba prodigiosamente, me encargaban poemas para los actos escolares a cambio de los cuales yo obtenía beneficios a los que mis compañeros de colegio no podían aspirar (el pelo un centímetro más largo que ellos, en épocas de férreos controles peluqueriles; las ausencias a las clases de gimnasia perdonadas). Hoy interpretaría esos relajamientos de las normas en relación con mi persona como una complicidad corrupta con los poderes de turno, pero entonces yo creo que me imaginaba trabajando. Trabajaba para asegurar mi presente y mi futuro y exigía un pago por cada cosa que yo era capaz de producir.
Inadvertidamente, como siempre fui un buen alumno y un excelente trabajador, me vi implicado en una red de tolerancias, primero, y en un beneficiado por los aparatos culturales, después: empezaron a llegarme invitaciones a congresos, a dar conferencias y clases por el mundo. Cada viaje que hice (y todos saben qué poco me gusta salir de vacaciones, qué poco tolero el estar haciendo nada en alguna parte y cómo me domina el “vacío de sentido” en períodos de tiempo sin reglas) fue como parte de pago por alguna intervención laboral. Sí, tuve (tengo) una relación neurótica con el trabajo. La neurosis de Dios me atravesó de parte a parte en la forma de un mandamiento impensado que se sumaba al “No matarás”: “No harás nada que no suponga la forma trabajo, más tarde o más temprano”.
Por supuesto, ahora que lo pienso, resulta que los mandamientos bien pueden expresarse en forma negativa o positiva: “Honrarás a tu padre y a tu madre” es lo mismo que “No deshonrarás a tu padre y a tu madre” y, así, las mil pequeñas reglas de comportamiento que organizaron mi vida, aún cuando se expresaran en forma positiva, se correspondían con prohibiciones microscópicas: “No llegarás tarde” (forma negativa del “Serás puntual”) me obliga a dar vueltas a la manzana cuando el tráfico ha querido que llegara antes, demasiado temprano, o, por el contrario, me ha hecho arrojar sillas por el aire (y espuma por la boca) cuando un subterráneo me ha hecho perder quince preciosos minutos.
Mónica, Mónica, querida Mónica: no tengo una relación neurótica con el trabajo, tengo una relación neurótica con Dios (es decir con la ley): ¿a quién se le ocurre dejar que un niño pobre y provinciano se invente una religión propia o una adherencia más o menos personal a las existentes?
Ni hedonismo, ni anarquismo. Mi vida es una serie ininterrumpida de prohibiciones ridículas que me autoimpuse y que no puedo dejar de seguir una tras otra, hasta la extenuación. “No mentirás” (en mi caso: “no simularás que has leído el Finnegans Wake”), “no llegarás tarde”, “proveerás” (o, negativamente: “no abandonarás a las personas a tu cargo a su suerte”), “no faltarás a tus obligaciones laborales”, “no dejarás de cumplir cada deadline que se te imponga”), “no dejarás de pagar el monotributo”, “no adoptarás posiciones complacientes con las autoridades nacionales o municipales, universitarias o barriales, para obtener beneficios más allá del propio mérito”.
En fin, una vida aburrida como la de un anacoreta, con la salvedad de que el anacoreta no se ha dado cuenta de que lo es. “No conducirás automóviles en estado de ebriedad” (pero, en cambio: “Respetarás a tu antojo las caprichosas velocidades máximas fijadas por las autoridades”).
“No callarás” es un mandamiento fatal, cuando uno está obligado a escuchar estupideces, falacias o, porque tenemos amigos poetas, mentiras escandalosas. No puedo callarme, tengo que contestar. Me embarco en discusiones bizantinas, digo “No, no, no” cuando algo me lleva a refutar la endeblez, el capricho, la trivialidad de alguna formulación.
Pido que se me entienda: no es que yo sea “mala onda”, como se me reprocha con frecuencia, sino que estoy obligado a cumplir con un mandamiento que me prohibe callar. No soy yo el que habla sino mi observancia de una prohibición (si esa prohibición es antipática no es mi culpa: me precede en el conjunto de disposiciones de vida, siempre ha estado allí y yo sencillamente tengo que seguirla).
“No engañarse a si mismo” es un mandato terrible y agotador. ¿Hago esto por tal razón o por tal otra? ¿Al decir tal cosa, qué quiero implicar? Al prohibirme una imagen falsa de mi mismo, ¿no me obligo a la locura, a la depuración estalinista, a un autoanálisis inevitablemente viciado de paranoia?
¿Pero qué opciones me quedan? ¿No es un mandamiento de primer orden la prohibición de ignorar una regla, una vez abrazada?
Hace un tiempo, me prohibí ir al cine. Hace como cinco años que no voy al cine, salvo circunstancias excepcionales (estrenos de películas de amigos, la adecuación a una regla amorosa: “Satisfarás los deseos de tu pareja”...). Y todavía más, me prohibí incluso ver películas según la ocurrencia, el capricho o la moda. Como toda práctica, mirar películas debe someterse a reglas. El lenguaje está sujeto a reglas de todo tipo (Roland Barthes decía, por eso, que “el lenguaje es fascista”). El lenguaje cinematográfico (si tal cosa existiera), también. Pero además, el cine supone un conjunto de reglas de visibilidad. Por ejemplo: 1) yo no veo ya más películas de mafiosos. O: 2) yo veo todas las películas en las que actúa Dakota Fanning. Las reglas 1) y 2) podrían entrar en colisión, naturalmente, y en ese punto habría que considerar reglas suplementarias para decidir el difícil entuerto. Por ejemplo: 3) yo veo todas las películas en las que actúa mi amiga Cate Blanchett (que podría inclinar la balanza en una determinada dirección) o 4) yo no veo películas dirigidas por Martin Scorsese (que podría inclinarla en la otra). Arbitrarias como son, las reglas suelen, por fortuna, funcionar en cascada. Por ejemplo, la regla 4) es bastante solidaria con la siguiente: 5) yo no veo (ni aunque me paguen por ello) películas protagonizadas por Leonardo Di Caprio. Gangs of New York (2002) acumulaba tantas reglas en su contra, que todavía hoy no sé nada sobre ella (ni quiero). El aviador (2004), dirigida por Scorsese y protagonizada por “Cabeza de Chupetín”, me creó problemas: no vi la película, pero toleré las secuencias en las que aparece el personaje de Katherine Hepburn desempeñado por mi amiga. Mi sistema de reglas (prohibiciones o mandamientos) deja en claro los terrenos (pocos, lo sé) que admiten algún tipo de acuerdo. Mi regla dorada en materia cinematográfica es: 0) yo no elijo (libremente) películas para ver: sencillamente cumplo con una normativa.
Entre 1929 y 1930, un joven autor de teatro comunista, Bertolt Brecht, escribió (con música de Kurt Weill) dos operitas gemelas, opuestas y complementarias, Der Jasager y Der Neinsager (“El que dice sí” y “El que dice no”), que, en su perspectiva, debían representarse en conjunto. En ambas piezas, un maestro, tres universitarios y un muchacho atraviesan una geografía hostil para conseguir medicamentos que en su aldea no existen. El muchacho enferma y, para que no fracase la busca, sus compañeros se proponen, según la costumbre inmemorial, abandonarlo a su suerte. En Der Jasager el muchacho dice que sí (acepta su sacrificio) pero pide que lo arrojen al abismo, para evitar una muerte lenta.
En Der Neinsager, por el contrario, se rebela contra el sacrificio consuetudinario y, al desbaratar la costumbre, funda una ética, la ética brechtiana, totalmente desligada de cualquier forma de compasión o sentimentalismo. Se trata, por supuesto, de una ética (anticristiana) que estiliza cada situación y la examina de acuerdo con un manojo de funciones (el progreso, el conocimiento, la liberación, la toma de conciencia, etc.).
Yo podría refugiarme en esas piezas para decirme brechtiano, pero “No engañarse a si mismo” me hace dudar un poco. Lo único que sé es que Der Neinsager me gusta más que Der Jasager y que la gente que no se pone límites me resulta sospechosa. Prefiero discutir leyes, reglas, prohibiciones, que andar por la vida como si todo estuviera permitido.


lunes, 23 de abril de 2012

Pa.pa.panamericano


Biometría, tecnologías para el control social

por Beatriz Busaniche para Plazademayo.com


Desde el 17 de abril, toda persona que pasó por el control migratorio en aeropuertos y puertos internacionales de Argentina se encontró con la reciente implementación del sistema biométrico para la identificación de todas las personas que atraviesan la frontera.

 (vía Partido Pirata)


domingo, 22 de abril de 2012

Pa-pa-namericano

¿No cree que la expropiación haya podido influir en el ánimo de potenciales inversores?

R. No se engañe: si mañana hubiera condiciones de seguridad, van a venir las compañías americanas que ayer a la tarde festejaban la situación de Repsol. Pero, claro, le van a tener que dar una política energética distinta, con tarifas distintas, con precios de petróleo y de gas en boca de pozo distinto, y le van a tener que dar mayor seguridad jurídica o una tasa de rentabilidad muy alta. No se olvide de que los petroleros están acostumbrados a operar en países muy complicados donde trabajan con tasas de rentabilidad altísima. Pero no es que nadie va a venir.

La entrevista completa a Rodolfo Lavagna, acá.


El triunfo de Calibán

por Daniel Link para Perfil

El 21 de enero de 2002 publiqué en Radar un texto titulado “CaSerolazo” (mezcla rara de cacerola y batalla de Caseros) que, entre otras cosas, recordaba que “Argentina (país experimental como pocos dentro de ese vasto territorio experimental que se llama América Latina) fue, durante la década del noventa, el gran experimento del mundo globalizado: Experimentemos allí, deben haber pensado los estrategas norteamericanos y los europeos cuando, durante la década del noventa, entablaron una guerra económica en la cual cada proceso de privatización funcionó como una batalla”.
Ya conocemos los resultados de esas batallas, y los resultados de cada contienda: Europa (esa Europa urdida por un “marxista de derecha”, como le gustaba llamarse a si mismo a Alexandre Kojève, a quien recordábamos la semana pasada) se quedó con los teléfonos, las aguas, las redes eléctricas, Aerolíneas..., y el petróleo.
Uno diría que desde que América Latina existe como unidad imaginaria ha constituido el campo de batalla de los centuriones de la modernidad capitalista. La doctrina Monroe, en verdad ideada por el oscuro John Quincy Adams, y su Corolario Roosevelt (1904), justificaron, a partir del lema “América, para los americanos” las sucesivas y cada vez menos elegantes intervenciones norteamericanas en su área de influencia y, al mismo tiempo, el vago ideario del “panamericanismo” que, aunque hoy ya no se pronuncie, sigue operando en diferentes niveles de la geopolítica continental.
En plena guerra entre Estados Unidos y España, Rubén Darío se pronunció, en un texto titulado “El triunfo de Calibán”, contra la doctrina Monroe, contra “los búfalos de dientes de plata” y “los aborrecedores de la sangre latina”, a los que llama calibanes.
Calibán, como se sabe, es un personaje en La tempestad de Shakespeare. Grosero, primitivo, salvaje, Calibán está esclavizado por Próspero, cuyo otro sirviente, Ariel, se identifica más con lo espiritual y lo estético.
Darío identifica a los Estados Unidos con el monstruo americano (“Calibán” viene de “caníbal”, que a su vez viene de “caribe”: malas audiciones que la historia nos devuelve) y sentencia: “no puedo estar por el triunfo de Calibán”. Entre los Estados Unidos y España (que “no es el fanático curial, ni el pedantón, ni el dómine infeliz, desdeñoso de la América que no conoce”), se queda con España (“la Hija de Roma, la Hermana de Francia, la Madre de América”). Contra la doctrina Monroe, Darío enarbola la doctrina Sáenz-Peña, “el argentino cuya voz en el Congreso panamericano opuso al slang fanfarrón de Monroe una alta fórmula de grandeza continental”. “Sea la América para la humanidad”, propuso Roque Sáenz Peña en la Conferencia Internacional Americana de 1890.
La década del noventa, entonces, fue un campo de batalla que favoreció los intereses económicos de los hijos de Roma en contra de los “herreros bestiales”. La Argentina perdió casi todas sus joyas, incluyendo YPF. No tenía chances de ganar nada, porque no era propiamente una fuerza beligerante, sino el objeto de la guerra capitalista. La esfera pública (los políticos y la prensa) toleró y hasta celebró ese cambio de doctrina que hoy vuelve a ser noticia.
Argentina sigue sin chances de ganar absolutamente nada en la fase actual del sistema capitalista (Messi es su emblema). Vuelta la Sra. Fernández a los apurones de un tierno y cálido encuentro con el Calibán, somete al parlamento un apluadido proyecto que, más allá de los efectos interiores (y soy incapaz de imaginarlos, o los imagino instrascendentes), inclina la guerra global en favor del Norte panamericano (el mismo que interviene en nuestra defensa ante los tribunales internacionales, el mismo al que le obsequiamos la Ley Antiterrorista).
Toda hipótesis de acuerdo de libre comercio entre la UE ( a la que ya no ampara la impresionante imaginación y el talento de Kojève, y si es que ésta sobrevive a sus propias derrotas, lo que la vuelve un tutor ciertamente poco atractivo) y el Mercosur (esa invención en la estela de Martí y de Darío) deberá ponerse ahora entre signos de interrogación, o directamente tacharse de la agenda.
Si no hubiera exterior (si no hubiera fuerzas exteriores que nos piensan como botín de guerra), nos dejaríamos dominar por la algarabía de las figuritas patrióticas. Pero me interesa detenerme en los vientos de la historia, que nos arrastran. El mundo se transforma, y al hacerlo cruje. Lo que se oye es la transformación del mapa capitalista y lo que sorprende es el papel central que Argentina parece tener en esa metamorfosis.
La ménade de Calibán, Hillary Clinton, dijo que "Las decisiones tomadas por los diferentes países son decisiones que ellos deben justificar y deberán vivir con ellas". O sea: no nos parece mal lo que hicieron, pero no nos pidan que nosotros justifiquemos una orden de combate (en estas lides, no hay “obediencia debida”).
Por supuesto, ése es el papel que se nos pide que cumplamos: justificar, para nosotros mismos, mistificar (vivir con ello), por enésima vez, el triunfo de Calibán. No vivimos en épocas de fundación (no vivimos el tiempo de Darío), sino de integración operativa de lo disponible.
Aclardo el punto, ¡Viva YPF!, y para los cazadores de elefantes, el saludo rubeniano:  Bufe el eunuco”.



sábado, 21 de abril de 2012

El "lugar del muerto"


Las fotografías de autor de Sebastián Freire; una novela negra el la selva de Misiones; películas al márgen del BAFICI; y una muestra en honor a Gyula Kosice. 


Forma-de-vida

Por Daniel Link para Perfil

A la noche tendré que dar una clase sobre temas que requieren una perspectiva de presente e, incluso, de futuro. Pero paso todo el lunes, desde la madrugada, inmerso en un pasado viscoso que me arrastra y me saca del sueño reparador que necesitaba y que naturalmente, tendrá como resultado que mis alumnos piensen que estoy loco o drogado (o las dos cosas a la vez).
La que está loca es esa mujer desquiciada que grita y llora y cuyas destempladas recriminaciones me llegan por el pozo de ventilación al que da la ventana del dormitorio.
Siempre muy temprano, ella o su hermana (las dos viven juntas con sus hijos, abandonadas por sus maridos que se hartaron con justa causa de soportar sus arrebatos psicóticos) se trenzan en discusiones que hacen temblar las paredes del edificio (cuando no es así, el fragor del alcohol las arrastra a cantar “Seminare” o “No te enamores nunca de aquel marinero bengalí” a altas horas de la madrugada).
Esta vez una de ellas (la de voz más grave) se enfrenta con su hijo de siete años y le grita, y le grita, y le grita. “SOS UN IRRESPETUOSO TE VOY A ENCERRAR”. No lo hace, por fortuna, porque la vez que lo hizo, el niño pateo, con justa causa, la puerta hasta quedar extenuado y hasta que yo subí a amenazar a la madre con llamar al 102, Línea de Asistencia a la Infancia y la Adolescencia.
Como los gritos no cesan, aspiro hondo y grito por la ventana: “CALLATE, LOCA”. Los gritos siguen, siguen, siguen: “ME TENÉS HARTA YA VAS A VER RESPETAME SOY TU MADRE”. Repito la aspiración y, esta vez: “HACETE VER, ENFERMA”. Y entonces otro vecino hace sonar la vuvuzela con la que supone que puede imponer tranquilidad. Para qué. Ella se pone a gritar(nos): “Y VOS? HACETE VER VOS QUE HACÉS SONAR ESA CORNETA”. La estupidez de mi vecino ha aniquilado mi veredicto, la loca de la casa cree que somos el mismo y todos quedamos envueltos en una viscosa película de demencia popular. “TOCAME TIMBRE SI QUERÉS... LLAMÁ A LA POLICÍA”.
¿Qué podría yo hacer con esas vidas infames? Mejor callar, aceptar como se pueda el violento retroceso temporal que nos arroja a un conventillo lunático de la década del cuarenta. 


viernes, 20 de abril de 2012

¡Surprise!


El director del Fondo para el Hemisferio Occidental, Nicolás Eyzaguirre, aseguró que el organismo no tiene "comentarios particulares al respecto".




jueves, 19 de abril de 2012

Mejor la destrucción, el fuego


Una protesta por falta de presupuesto en un museo de Roma conmociona al mundo. Antonio Manfredi, director del Contemporary Art museum (CAM), resolvió quemar las pinturas del lugar para reclamar más fondos para cultura en medio de la crisis económica que vive Italia.


miércoles, 18 de abril de 2012

El arquero zen

Dinero y encuestas, las grandes razones
 
por Joaquín Morales Solá para La Nación

Los países del Mercosur estaban preocupados ayer por la repercusión de la decisión petrolera de Cristina en la relación con la Unión Europea. En rigor, y para decirlo con palabras directas, Cristina hizo trizas cualquier posibilidad, ya escasa de antemano, de un acuerdo de libre comercio entre la UE y el Mercosur. 

(entre tantos idiotismos, una percepción acertada)


lunes, 16 de abril de 2012

Rajá, Rajoy

La expropiación solo afecta a Repsol, según la redacción del proyecto de ley

Las participaciones de la familia argentina Eskenazi y de los fondos quedan fuera de la nacionalización

por Ramón Muñoz para El País

La expropiación del 51% del capital de YPF decidida por la presidenta argentina Cristina Fernández de Kirchner solo afectará a la participación de Repsol, y no al resto de accionistas como la familia Eskenazy, los fondos de inversión estadounidenses o los pequeños accionistas en Bolsa.
Así se deduce de la redacción literal del proyecto de ley difundido por la cadena nacional en la intervención de Kirchner para anunciar la expropiación. En el capítulo 1, artículo 7 de ese proyecto señala: “Se declara DE utilidad pública y sujeto a expropiación el 51% del patrimonio YPF Sociedad Anónima representado por igual porcentaje de las acciones Clase D de dicha empresa pertenecientes a Repsol YPF Sociedad Anónima, subcontrolantes o controladas en forma directa o indirecta”.


Las 1001 Fundaciones...



Lo de Boudou

 por Eduardo Aliverti para Página/12

Tal vez se trate de aquello con lo que esta columna se permite insistir cada tanto. Lo que Carlos Pagni escribió en La Nación hace unos días, con la visión de un hombre de derecha atendible. El kirchnerismo se enfrenta al kirchnerismo –muy genéricamente expresado, entiéndase bien– porque ocupa la totalidad del centro de la escena, al inexistir la oposición, como no sea la mediática. Más luego: ¿los momentos de fortaleza deben ser usados para ir por todo frente a la debilidad del adversario, incluso prescindiendo de los aliados reales, eventuales o reconquistables? Que se vaya “por todo” es elogiable, pero el punto es cómo. ¿No sería mejor contar los porotos de otra forma? ¿Seguro que hay tanta espalda para optar por lo primero? Son preguntas, no afirmaciones. Uno no pierde de vista que es apenas un comentarista y que el ejercicio del poder es muy otra cosa. Igual: así cayera Boudou, o se complicara ese escenario y los medios opositores sintieran la panza llena, no se modificaría en nada que las mayorías sigan confiando en un Gobierno que les mejoró la vida, en la proporción que cada quien quiera darle a ese aserto indesmentible.
Si se apoya esta experiencia kirchnerista –como lo hace quien firma– por considerar que al fin llegó una gestión capaz de satisfacer algunas o varias necesidades populares, o porque cualquier alternativa significaría volver a lo peor de un pasado nada lejano, la preocupación no debería pasar por las repercusiones institucionales de “lo de Boudou” propiamente dicho, sino por la posibilidad de que la trama escenifique a un Gobierno con tendencia creciente a encerrarse en sí mismo. O mejor dicho, en un círculo extremadamente reducido. Pero si es por aquello que los medios de la oposición pretenden mostrar que pasa, la conclusión es que, en perspectiva estructural, no pasará nada.


sábado, 14 de abril de 2012

La causa griega

Por Daniel Link para Perfil

Los griegos son de una simpatía arrolladora, producto de una combinación de savoir-vivre y un cierto infantilismo que últimamente se les ha reprochado con una contundencia que yo no comparto.
Es verdad: el “modelo griego” (a diferencia del “modelo turco”, tan cercano que conviene ponerlo como término de comparación) no ha sido muy exitoso. Pero eso forma parte del encanto griego y no constituye su límite, sino su umbral de transformación (la cosa jónica, Homero).
Mientras las tribus de bárbaros que alguna vez los príncipes alemanes unificarían en reinos y, después, en algo semejante a un Estado, se dedicaban a cazar jabalíes, los griegos estaban inventando la humanidad, la geometría, la metafísica y la tragedia. Dudo que a un pueblo pueda pedírsele tanto y, además, pedirle consistencia fiscal, una vez que la geometría, la metafísica, la tragedia y, sobre todo, la humanidad se hundieron irremediablemente bajo nuestros pies, en un terreno podrido por la crisis del sistema financiero.
Crisis” es una palabra de pura raigambre helénica: κρίσις, pero los griegos no imaginaron ni el “sistema financiero”, ni el capitalismo ni el Mercado Común Europeo (este último, invención de un filósofo moscovita profundamente conocedor de lo griego, mientras trabajaba para el Ministerio francés de Asuntos Económicos: Alexandre Kojève).
La elegantérrima solución de Kojève a los desafíos del capitalismo avanzado (o, lo que es lo mismo, a la ilusión del fin de la historia, propugnada por esos alemanes, Hegel y Marx) obviaba algo que los griegos siempre tuvieron muy en cuenta: el combate soterrado (pero perpetuo) entre las fuerzas de la autoctonía y las fuerzas de lo cosmopolita como motor de la historia.
La causa griega está plagada de irrupciones de esas llamadas de la Tierra, de esa protesta contra los cielos empíreos (desde las sirenas hasta los minotauros y las esfinges con las que los héroes no cesan de enfrentarse). No podemos culpar a los descendientes de Homero por haber imaginado a Odiseo, ese personaje odioso, ladino y farsante, inventor del “presente griego”. El problema es que Occidente lo haya heroificado como vencedor de los monstruos, que siempre vuelven, como una pesadilla.

viernes, 13 de abril de 2012

La gata, Flora

¿Por qué miramos a los animales? ¿Por qué los animales nos ponen ante nuestras más terribles imposibilidades? ¿Por qué insisten ellos en devolvernos al horror territorial, al sistema de castas y de jerarquías, a la guerra de todos contra todos? Si Tita Merello no hubiera sido tan intensa, tan celosa, tan asesina.... Si María Emilia no hubiera pretendido erigirse en gata alfa...Si Cartulina no hubiera mirado todo el tiempo con ojos de gata semitonta y semimala, espererando el momento justo para aplastar con su peso de ballena a la recién llegada...
Después de dos semanas de suplicio y varias cicatrices (todas ellas, en el cuerpo otrora inmaculadamente blanco de María Emilia, algunas en mi propio cuerpo), anoche, cuando descubrimos el último zarpazo merelliano, apenas a la izquierda del párpado derecho de la narigona oriental que nos habían conseguido (es decir: que no esperábamos incoporar a la manada así, tan a los apurones, en medio de tantas obligaciones y sin haberlo meditado casi nada), decidimos que la cosa no daba para más y que, por más que hubiéramos compartimentado nuestra casa (movernos para ir al baño se había convertido en saltar de una trinchera gatuna a otra), María Emilia (por su propia seguridad) debía irse.
Esta mañana, Tita Merello, que había quedado confinada en un rincón de la casa después de su último ataque, cuando me vio empezó a jugar sola con una pelusa, a dar cabriolas en el aire, a hacerse la simpática, como diciendo: "no la necesitás a ella, yo voy a hacer todo lo que quieras, todo lo que extrañás de la gata de la casa" (Cartulina es incapaz de pensamientos tan complejos). Casi se me caen las lágrimas cuando entendí que todos habíamos estado sufriendo, por un mero capricho cromático.
Hace unos minutos dejamos a Emily en su nueva casa, con Flora, la madre de Diego Trerotola, en Barracas, no sin advertir que estaríamos atentos a su suerte.
Ahora tendremos que olvidarnos de la mirada de María Emilia, de sus ronroneos impertinentes en la mitad de la noche, de su alegría juvenil y del amor incondicional que nos había declarado desde la primera vez que la vimos y que no pudimos retribuirle porque, tal vez, no somos libres de querer sin hacer sufrir a otros.


SOPA, no; SOP, sí

¿Cuánto duraría una lavadora o un frigorífico sin obsolescencia programada?

Entre 40 y 70 años, pero hay que utilizar los componentes electrónicos y materiales adecuados. He creado el movimiento SOP (Sin Obsolescencia Programada).

La entrevista completa a Benito Muros, inventor de la lámpara eterna, puede leerse acá.


La edad de hielo




























jueves, 12 de abril de 2012

¡Suenen las dianas!





































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miércoles, 11 de abril de 2012

¿Hay respuesta?



























Además, confirmó el rechazo a un pedido de recusación contra el juez federal Claudio Bonadio


CSD500 (¿y con 2C-T-7 no viene?)


martes, 10 de abril de 2012

Piratería global
























lunes, 9 de abril de 2012

Palabras preliminares

por Gabriela Massuh para Renunciar al bien común


Al cabo de los años de 1990, luego de la ola devastadora de privatizaciones de las empresas del Estado, la apertura de los mercados y la sanción de tratados de libre comercio, surgen con el nuevo siglo en América Latina gobiernos cuyo discurso se opone drásticamente los cánones del neoliberalismo. Se trata de los “nuevos gobiernos de izquierda”, entre los que se encuentran Chávez (Venezuela), Correa (Ecuador), Evo Morales (Bolivia), los Kirchner (Argentina), Lula (Brasil), Tabaré Vázquez o José Mujica (Uruguay). Todos se caracterizan por esgrimir una retórica de raigambre popular fuertemente anticapitalista; en mayor o menor medida, estos gobiernos hacen propio o reivindican el discurso de los nuevos movimientos sociales que vieron su origen en la oposición al neoliberalismo y terminan por acallar aquellas voces que en los albores del milenio articulaban reclamos y prácticas emancipadoras echando las bases de nuevas formas de convivencia política y social. Aquellos movimientos, hoy cooptados por la política oficial a través de generosos subsidios, terminaron por integrarse en las filas de clientes que los estados latinoamericanos mantienen gracias a planes sociales y demás medidas de asistencia. 
Este híbrido formato de gobierno, que se dice desarrollista y denosta al neoliberalismo, aplica sin embargo en la práctica las mismas formas de producción del pasado que repudia. Visto en perspectiva, este “capitalismo benévolo”, como lo llama Eduardo Gudynas en su aporte para este volumen, ha llevado el proceso de acumulación capitalista hasta los límites del paroxismo: la indiscriminada ampliación de la frontera agrícola para su uso agroindustrial, el permiso de radicación de empresas transnacionales mineras que operan a cielo abierto, el incremento de la deuda ecológica generada por las empresas hidrocarburíferas, la expulsión de los pobladores originarios de sus tierras para degradarlas con monocultivos destinados a la producción de bíocombustibles son todos fenómenos que se han intensificado a una velocidad voraz en los últimos diez años. Contrariamente a aquellas aspiraciones de generar una autonomía económica mediante la sustitución de exportaciones que proponía el desarrollismo, hoy por hoy, el subcontinente vuelve a insertarse en la vieja tradición de saqueo que inmortalizó Eduardo Galeano en Las venas abiertas de América Latina. Así se trate de gobiernos neoliberales o retóricos de izquierda, lo que hoy impera es un modelo primario, extractivo-exportador que se corresponde a una nueva etapa de acumulación por despojo de territorio, bienes comunes y culturas. Sin importar la destrucción de la diversidad biológica, la pauperización de grandes sectores de pobladores rurales, la modificación del clima, la contaminación de las vertientes de agua potable o la desertificación de los suelos, lo que se ha impuesto es un patrón extractivista de acumulación basado en la sobre-explotación de los recursos naturales, en gran parte no renovables. Son economías casi exclusivamente sujetas al mercado externo y, por lo tanto, dependientes de la demanda y de los precios dictados por los centros hegemónicos. 
Festejado por los centros de poder, el modelo aparece como una nueva cruzada triunfal contra la pobreza y la exclusión endémicas. Según los datos de la CEPAL, el índice promedio del crecimiento de la región fue del 5,1% en el año 2011; una cifra con la que hoy sueñan atribulados funcionarios europeos y norteamericanos, condenados por la crisis iniciada con las hipotecas subprime de 2007 a un crecimiento cercano a la tasa negativa. Pero este desarrollismo al modo criollo no es lo que parece; por un lado, es profundamente asimétrico (de hecho, la brecha entre ricos y pobres sigue profundizándose); por el otro, conlleva dos factores que tornan imposible otro futuro que el de una tierra arrasada: el impacto social y el impacto ambiental.


(...)


El presente volumen logra hacer visible el conjunto de tensiones que recorren a América Latina en su conjunto. Propone un análisis radical del presente y, al mismo tiempo, genera un debate para superar el modelo actual tendiendo hilos concretos para recuperar el futuro. El extractivismo, que ha puesto en llamas al continente en una conflagración de culturas, saberes, prácticas y naturaleza, es parte de una constelación global en la que, a pesar de conflagraciones como las de Fukushima, se sigue apostando a la energía atómica, se intenta paliar el hambre con tecnología, se quiere superar la pobreza con la agroindustria o la megaminería y se subsidian a los bancos para superar las crisis financieras que ellos mismos provocan. América Latina, con su aparente crecimiento record, no solamente es parte de ese modelo económico y cultural, sino que contribuye a sedimentarlo en gran medida. 


El texto completo de Gabriela Massuh puede leerse en su compilación Renunciar al bien común. Extractivismo y (pos)desarrollo en América Latina. Buenos Aires, mardulce, 2012 (isbn 978-987-26965-9-0, 336 págs., textos de Alberto Acosta, Mirta Alejandra Antonelli, Ana Esther Ceceña, Gustavo Esteva, Norma Giarracca, Eduardo Gudynas, Tomás Palmisano, Raúl Prada Alcoreza, Maristella Svampa, Miguel Teubal, Raúl Zibechi



domingo, 8 de abril de 2012

Última tinta

Lo que hay que decir
por Günter Grass para El País, etc..


Por qué guardo silencio, demasiado tiempo,
sobre lo que es manifiesto y se utilizaba
en juegos de guerra a cuyo final, supervivientes,
solo acabamos como notas a pie de página.
Es el supuesto derecho a un ataque preventivo
el que podría exterminar al pueblo iraní,
subyugado y conducido al júbilo organizado
por un fanfarrón,
porque en su jurisdicción se sospecha
la fabricación de una bomba atómica.
Pero ¿por qué me prohíbo nombrar
a ese otro país en el que
desde hace años —aunque mantenido en secreto—
se dispone de un creciente potencial nuclear,
fuera de control, ya que
es inaccesible a toda inspección?
El silencio general sobre ese hecho,
al que se ha sometido mi propio silencio,
lo siento como gravosa mentira
y coacción que amenaza castigar
en cuanto no se respeta;
“antisemitismo” se llama la condena.
Ahora, sin embargo, porque mi país,
alcanzado y llamado a capítulo una y otra vez
por crímenes muy propios
sin parangón alguno,
de nuevo y de forma rutinaria, aunque
enseguida calificada de reparación,
va a entregar a Israel otro submarino cuya especialidad
es dirigir ojivas aniquiladoras
hacia donde no se ha probado
la existencia de una sola bomba,
aunque se quiera aportar como prueba el temor...
digo lo que hay que decir.
¿Por qué he callado hasta ahora?
Porque creía que mi origen,
marcado por un estigma imborrable,
me prohibía atribuir ese hecho, como evidente,
al país de Israel, al que estoy unido
y quiero seguir estándolo.
¿Por qué solo ahora lo digo,
envejecido y con mi última tinta:
Israel, potencia nuclear, pone en peligro
una paz mundial ya de por sí quebradiza?
Porque hay que decir
lo que mañana podría ser demasiado tarde,
y porque —suficientemente incriminados como alemanes—
podríamos ser cómplices de un crimen
que es previsible, por lo que nuestra parte de culpa
no podría extinguirse
con ninguna de las excusas habituales.
Lo admito: no sigo callando
porque estoy harto
de la hipocresía de Occidente; cabe esperar además
que muchos se liberen del silencio, exijan
al causante de ese peligro visible que renuncie
al uso de la fuerza e insistan también
en que los gobiernos de ambos países permitan
el control permanente y sin trabas
por una instancia internacional
del potencial nuclear israelí
y de las instalaciones nucleares iraníes.
Solo así podremos ayudar a todos, israelíes y palestinos,
más aún, a todos los seres humanos que en esa región
ocupada por la demencia
viven enemistados codo con codo,
odiándose mutuamente,
y en definitiva también ayudarnos.

Pied-à-terre

por Daniel Link para Perfil

Sigo la crónica escrita por IrinaHauser para Página/12 para que no me acusen de complotar con las mafias periodísticas. La Unidad Especial de Procedimientos Judiciales de Gendarmería allanó, por orden del juez federal Sr. Daniel Rafecas, un departamento en Puerto Madero que pertenece al Sr. Amado Boudou y las oficinas de la administración del edificio, como parte de la investigación en la que se intenta determinar si el actual vicepresidente intercedió para sacar de la quiebra a la ex Ciccone Calcográfica, hoy Compañía de Valores Sudamericana (CVS).
El inmueble, que fue encontrado vacío, está alquilado supuestamente (el subrayado es mío, pero el adverbio es de Irina Hauser y se justifica porque el contrato de locación nunca fue presentado) a nombre del Sr. Fabián Carosso Donatiello, quien vive en España y lo usaría para cuando viene a Buenos Aires. No es que Carosso sea dueño de un departamento propio que decidió no alquilar por si acaso decidiera cruzar el Atlántico, sino que alquiló expresamente uno para esa eventual circunstancia. Y, como los hombres de negocios no pueden estar en todo, lo dejó vacío. O sea que si llegara a venir a Buenos Aires (dudo que lo haga), no podrá usar el pied-à-terre que tan previsora (y tan inadecuadamente) preparó.
De acuerdo con la documentación incautada, al menos un mes de expensas (agosto de 2011) fue pagado por su amigo y socio el Sr. Alejandro Vandenbroele, actual director en la ex Ciccone, quien a su vez era el que mantenía el contacto con la firma administradora de la propiedad, según surgiría de una docena de correos electrónicos incautados.
Allegados al vicepresidente (¿quiénes, cuántos?) añadieron que “es lógico que un amigo de Carosso Donatiello le maneje las cuestiones del departamento que usa cuando viene al país cada tanto”. Lo que no explicaron es para qué lo usaría, si el departamento está vacío, ni por qué, con lo que paga de alquiler en caso de un eventual capricho o necesidad traslaticia (sus padres viven en Santa Fe), mejor no se reserva una suite en el Hilton o se alquila un amueblado en bastay.com, o en luxuryba.com, la empresa a la que la Sra. Fernández confió la renta temporaria de su departamento en la zona K de Puerto Madero.
No podemos suscribir ciegamente el lugar común de discurso según el cual “los amigos de mis amigos son mis amigos”. El Sr. Boudou ha negado ya más de tres veces (en eso lo supera a Pedro) toda relación con el Sr. Vandenbroele, pese a la amistad que, a cada uno de ellos por separado, los une con el Sr. Alejandro Núñez Carmona, socio del Sr. Boudou y responsable de la gestión del alquiler.
Pero lo que indudablemente se deduce de la crónica es algo que el Sr. Diego Pirota, representante legal del Sr. Núñez Carmona, asignaría a lo “nada novedoso” con que caracterizó el hallazgo de los gendarmes: en el entorno del Sr. Boudou y en el “entramado de relaciones” que con él se imbrica el dinero circula a una velocidad de vértigo y por razones poco claras (se alquilan los departamentos más caros, para no usarlos) si uno no comparte el estilo de vida Isidorito Cañones. Para el campo nac&pop del que el Sr. Boudou se considera su representante debería ser alarmante que “niños argentinos” anden tirando manteca (rancia) al techo en tiempos de crisis y con tantos muertos a nuestro alrededor: ¿alguien sabe algo de Once?


sábado, 7 de abril de 2012

Nos vamos volviendo brutos

Por Daniel Link para Perfil

Venía siguiendo un par de temas, con el objetivo de poder pulir alguno de ellos para esta columna. En principio, la circunstancia laboral y el plan de lucha de paros rotativos y quita de firmas que lleva a cabo la utpba (Unión de Trabajadores de Prensa de Buenos Aires) en demanda de paritaria y mejoras salariales. Por primera vez, los trabajadores de todos los diarios se comprometieron con los (más que justos) reclamos.
También me he estado preguntando por el resultado de las pericias y la investigación en relación con la catástrofe de TBA, cuyos muertos todavía esperan una respuesta. Supongo que a esta altura ya se habrán borrado todos los trazos de la responsabilidad de los funcionarios del área, pero de todos modos habría que seguir el tema hasta sus últimas consecuencias.
En cuanto al caso Ciccone... Yo había perdido mis esperanzas hace tiempo, y casi había llegado a prometerme no referirme a él, tan incomprensible me resultaba la indiferencia de su protagonista respecto de sus incondicionales seguidores y su arrojarse al fango de la repetición de lo ya muy conocido y penoso: la intervención de los amigos para sacar las papas del fuego, la burocratización de las pistas, etc. Sin embargo, el último disco de Madonna (a esa Ciccone me refería), MDNA, devuelve a la diva al alto sitial en el que la colocaron generaciones de fanáticos.
Pero en nada de eso puede uno detenerse cuando la pena nos embarga. La noticia recorrió secretamente el mundo a través de correos electrónicos y en las últimas horas llegó a las páginas de los diarios españoles: Ana María Barrenechea, maestra de maestros, promotora de estudios lingüísticos y literarios en el país, en América Latina, en Estados Unidos, en el mundo, ha muerto.
A la melancolía del caso (la muerte de quien nos orientó y, con la generosidad que siempre tuvo, nos abrió su biblioteca y también su corazón) hay que sumar la perplejidad ante una noticia que nos llega penosamente tarde. Anita nos dejó solos hace ya un año y medio, el 4 de octubre de 2010. Había nacido en Buenos Aires en 1913, había estudiado en el Instituto Superior del Profesorado, se había doctorado en 1956 en el Bryn Mawr College con una tesis sobre Borges (La expresión de la irrealidad en la obra de Jorge Luis Borges) que escribió mientras hacía babysitting de los hijos de los profesores del Departamento de Español, había regido los destinos del Instituto de Filología de la Universidad de Buenos Aires, de la Asociación Internacional de Hispanistas, había sentado las bases de la genética textual en nuestro país, había ocupado una silla en la Real Academia Española y en la Linguistic Society of America, había intervenido decisivamente en nuestras vidas profesionales.
Y nosotros, que tanto le debíamos, ignorábamos su muerte. Ahora, arrastrados por la turbulencia de lo cotidiano, sin Anita, nos volvemos cada día un poco más ignorantes, un poco más brutales, un poco más insensatos. La muerte de Anita, que nos enseñó a pensar el lenguaje y el texto, también espera una respuesta.

viernes, 6 de abril de 2012

Anticipos de la Feria

¿Qué es un autor?

Fotografías de Sebastián Freire 

Pabellón Rojo

Retratos de 16 escritores argentinos

 

 

miércoles, 4 de abril de 2012

"En el fondo, no-te-conoz-co"

Vandenbroele pagó expensas del departamento allanado de Boudou

A pesar de que el vicepresidente dijo que no lo conoce ni es su amigo, descubrieron que el empresario pagó gastos de su propiedad.


Una chica del 2000

Esta semana se difundió la triste noticia de que Ana María Barrenechea, nuestra maestra, nuestra amiga, la formadora de varias generaciones de investigadores en literatura y lingüística (en Argentina, en los Estados Unidos) falleció el 4 de octubre de 2010 y que el hecho no fue dado a conocer a la comunidad académica por sus familiares.
Anita era miembro de la Real Academia Española, reconocida hispanista y latinoamericanista, generosa con su experiencia y su sabiduría. Dirigió el Instituto de Filología donde hicimos las primeras armas los graduados de mi generación. Allí la entrevisté cuando apareció una nueva edición de su clásico libro La expresión de la irrealidad en la obra de Jorge Luis Borges. Reproduzco la entrevista de entonces, con la melancolía del caso y la certeza de que constituye un pobre homenaje a una vida ejemplar consagrada a los estudios literarios.



por Daniel Link Encontramos a Ana María Barrenechea en su despacho del Instituto de Filología, cuyos destinos dirige desde la restauración democrática. Acaba de aparecer una nueva edición de La expresión de la irrealidad en la obra de Jorge Luis Borges, un libro clásico que vuelve ahora con otros ensayos sobre la obra de Borges, uno de los autores predilectos de Anita, cuyo gusto fue siempre un poco excéntrico, muy poco convencional en relación con los gustos dominantes en las diferentes épocas que sus trabajos atraviesan. Así como La expresión de la irrealidad es uno de los primeros libros sobre Borges ("había sólo otro", dice Anita, "pero era muy malo y no quiero hablar de él porque su autor se mató"), muy tempranamente Barrenechea escribió sobre la obra de Macedonio Fernández o de Felisberto Hernández. La reseña de Rayuela que publicó en Sur ("nunca publiqué sino eso. No tuve más relación con Sur que esa reseña) fue una de las primeras en notar el carácter precursor de esa novela inmensa.
Ana María Barrenechea nació en 1913. Se graduó en el Instituto del Profesorado en 1937 y desde entonces ha sido la columna vertebral de los estudios lingüísticos y literarios en la Argentina.

Usted estudió en una época de oro...
--Tuve suerte. Mis maestros en el Instituto del Profesorado fueron Pedro Henríquez Ureña, que por esa época dirigía también el Instituto de Filología y Amado Alonso, con quien hice tres cursos. No sólo aprendí con ellos una perspectiva de los estudios lingüísticos y literarios sino también una manera de pensar cómo trasladar las investigaciones a la escuela.

En 1953 se fue a los Estados Unidos. ¿Por qué?
--¡Es que me echó Perón! Yo trabajaba entonces en el Profesorado y también en colegios. Había rendido concursos y Marechal, que era inspector, no me nombraba. Siempre fui muy antiperonista, pero no militaba. Por supuesto, me negaba a firmar todo papel que atentara contra el secreto de voto, como la campaña por la reelección de Perón. Nunca supe quién me denunció. En 1958 Mabel Rosetti accedió a mi expediente en el Ministerio de Educación pero le pedí expresamente que no lo abriera. Ya no me interesaba saber quién me había denunciado.

¿Se fue con una beca?
--Sí, Frida Kurlat de Weber, que había sido mi profesora, me consiguió una beca en Estados Unidos. Mis padres me pagaron el viaje de ida. Como no llevaba dinero para nada y el estipendio era más que exiguo, trabajaba como babysitter de los hijos de los profesores del Departamento de Español. En 1956 me doctoré en Bryn Mawr College de Pennsylvania con mi tesis sobre Borges.

¿Quién dirigió esa tesis?
--Como yo tenía miedo de meter la pata en temas filosóficos le pedí a José Ferrater Mora que dirigiera mi tesis. Al final me aconsejó que dejara de lado los temas filosóficos y me concentrara en los aspectos estilísticos que me interesaban. De ahí sale La expresión de la irrealidad...

¿Por qué eligió a Borges, que en ese momento no era todavía un "objeto académico" consagrado?
--Antes de irme yo estaba enseñando Borges en el Instituto. Enseñaba Fonética y Fonología pero además tenía que usar textos y, para eso, daba Borges. Lo tenía todo recopilado y fichado. Recuerdo las tardes que pasé en los archivos de El Mundo, fichando todo a mano (porque no había fotocopiadoras, naturalmente). Me llevé el fichero a los Estados Unidos. Y Enrique Pezzoni una vez me escribió, a propósito de un articulito de una alumna mía: "Esta alumna está copiando tus clases. Tenés que publicar eso". Entonces, me puse a trabajar en la tesis y en 1957 Alfonso Reyes me la publicó en El Colegio de México.

Pero además de su interés por la literatura están sus famosos artículos estructuralistas sobre el castellano...
--Ah sí. Nunca abandoné esa doble perspectiva. En el fondo el estructuralismo que yo hacía entonces sale de Amado Alonso y de mi lectura de Bello y de Hjemslev. En la Historia de la literatura argentina que publicó el Centro Editor está la historia de cómo fui cambiando de modelos... Lo primero que hice fue la morfología, completando las clases de palabras como clases funcionales. 
 
¿Cuándo volvió a Buenos Aires?
--En 1958 era rector interventor de la Universidad de Buenos Aires José Luis Romero. Entonces me nombraron para enseñar Historia de la Lengua. Después pasé a Gramática y a Introducción a la Literatura. Tenía un equipo excelente integrado, entre otras personas, por Nicolás Bratosevich, Enrique Pezzoni y Ofelia Kovacci.

Esa experiencia terminó con la Noche de los Bastones Largos...
--Sí, eso fue en 1966. Si bien la policía de Onganía no nos pegó a nosotros como a los de Ciencias Exactas, de todos modos nos pareció una cosa horrible y la mayoría decidimos renunciar. 

¿Cuál es la diferencia entre su gramática estructural y la de Ofelia Kovacci?
--La verdad es que no lo sé. Nunca leí las gramáticas de Kovacci...

En esa época empezó su vida itinerante entre los Estados Unidos y Argentina, ¿no?
--Sí, bueno. Como había renunciado a la Universidad y al Conicet volví a trabajar en los Estados Unidos: en Harvard (1968), Ohio State University (1971-1972) y en Columbia (a partir de 1973). Pero siempre con un pie en Buenos Aires. Por esa época dirigía en Buenos Aires el capítulo local del "Proyecto de estudio coordinado de la norma lingüística culta de las principales ciudades de Iberoamérica y de la Península Ibérica".

Es muy impresionante su trayectoria vertiginosa... Y también es muy impresionante lo excéntrico de su gusto: Macedonio, Felisberto Hernández, Sarduy...
--Bueno, nunca me consideré excéntrica... Pero es cierto que siempre fui bastante anti-convencional, y muy curiosa. 
 
Nunca escribió sobre Mallea, por ejemplo...
--Una vez, cuando era alumna de Henríquez Ureña, estuve a punto... Pero me aburría Mallea. Tampoco me gustó nunca Marechal, más allá de las diferencias políticas. Los del boom los he enseñado pero creo que nunca escribí nada. Al que no puedo aguantar es al de Tres tristes tigres. Cabrera Infante me parece el hombre más odioso que nunca conocí. Y nunca disfruté de su literatura. En cambio, siempre me gustó la poesía de Vallejo pero no me animaba a darla en mis cursos o a escribir sobre ella porque me parecía muy difícil. Lo mismo le pasaba a Enrique Pezzoni, que aunque se enfrentaba con los textos de Vallejo cada tanto, siempre pensaba que había que ser peruano para entenderlo cabalmente. 
 
Siempre me pareció extraordinario que, mientras otros escritores del boom vendían sus originales a las universidades norteamericanas, Cortázar le haya regalado su Cuaderno de Bitácora de Rayuela. ¿Fue un tributo a una amistad? ¿Cómo se conocieron?
--Un día fui con Daniel Devoto a tomar un café en La Fragata y en una mesa estaban Cortázar y Baudizzone. Nos caímos bien. Solíamos encontrarnos en la casa del poeta Eduardo Jonquières en Palermo Chico, donde nos reuníamos los fines de semana. Cortázar pasaba un ratito y después se iba a trabajar mientras nosotros nos quedábamos charlando. Allí conocí también a José Donoso. Cada tanto solíamos ir con Cortázar al bar del edificio Comega, desde donde mirábamos el atardecer. Una vez Cortázar dijo "¿Por qué no vienen a casa y ponemos discos?". Las discusiones que tenía con Devoto a propósito del jazz eran memorables. Nos fuimos de Buenos Aires (él a París, yo a Estados Unidos) el mismo día. Creo que mi reseña de Rayuela fue una de las primeras en señalar la ruptura que significaba. Cuando inicié mis estudios de genética textual me pareció lógico trabajar con esa novela que conocía tan bien. Y Cortázar me regaló esos materiales maravillosos. Sí, fue un tributo a nuestra amistad...

¿Nunca le pesó la vida académica?
--No, nunca. Siempre me gustó enseñar. 

Y la gente se maravillaba de la ropa que llevaba... Recuerdo que María Luisa Freyre, que fue su alumna, recordaba que Ud. era la única persona a quien la "moda trapecio" de los años sesenta le quedaba bien...
--No sé si es así, pero siempre estuve a la moda...

¿Y ahora en qué anda, Anita?
--Ahora estoy presentando esta nueva edición de La expresión de la irrealidad. Hasta fin de año estaré al frente del Instituto de Filología. Es la segunda vez que dirijo el Instituto y esta vez ya van más de quince años. La sucesión ya no es problema mío. Yo ya estoy cansada de tanta burocracia. Voy a seguir viniendo pero como investigadora. Ahora quiero recopilar todos mis estudios sobre Cortázar: el Cuaderno de Bitácora y todos los artículos para armar un libro. Y me siguen pidiendo que arme un libro sobre la literatura fantástica porque siempre se acuerdan de aquel artículo en el que critiqué a Todorov. Así que me dedicaré a armar esos dos libros.

¿Y después?
--Después... Veremos.