sábado, 7 de abril de 2012

Nos vamos volviendo brutos

Por Daniel Link para Perfil

Venía siguiendo un par de temas, con el objetivo de poder pulir alguno de ellos para esta columna. En principio, la circunstancia laboral y el plan de lucha de paros rotativos y quita de firmas que lleva a cabo la utpba (Unión de Trabajadores de Prensa de Buenos Aires) en demanda de paritaria y mejoras salariales. Por primera vez, los trabajadores de todos los diarios se comprometieron con los (más que justos) reclamos.
También me he estado preguntando por el resultado de las pericias y la investigación en relación con la catástrofe de TBA, cuyos muertos todavía esperan una respuesta. Supongo que a esta altura ya se habrán borrado todos los trazos de la responsabilidad de los funcionarios del área, pero de todos modos habría que seguir el tema hasta sus últimas consecuencias.
En cuanto al caso Ciccone... Yo había perdido mis esperanzas hace tiempo, y casi había llegado a prometerme no referirme a él, tan incomprensible me resultaba la indiferencia de su protagonista respecto de sus incondicionales seguidores y su arrojarse al fango de la repetición de lo ya muy conocido y penoso: la intervención de los amigos para sacar las papas del fuego, la burocratización de las pistas, etc. Sin embargo, el último disco de Madonna (a esa Ciccone me refería), MDNA, devuelve a la diva al alto sitial en el que la colocaron generaciones de fanáticos.
Pero en nada de eso puede uno detenerse cuando la pena nos embarga. La noticia recorrió secretamente el mundo a través de correos electrónicos y en las últimas horas llegó a las páginas de los diarios españoles: Ana María Barrenechea, maestra de maestros, promotora de estudios lingüísticos y literarios en el país, en América Latina, en Estados Unidos, en el mundo, ha muerto.
A la melancolía del caso (la muerte de quien nos orientó y, con la generosidad que siempre tuvo, nos abrió su biblioteca y también su corazón) hay que sumar la perplejidad ante una noticia que nos llega penosamente tarde. Anita nos dejó solos hace ya un año y medio, el 4 de octubre de 2010. Había nacido en Buenos Aires en 1913, había estudiado en el Instituto Superior del Profesorado, se había doctorado en 1956 en el Bryn Mawr College con una tesis sobre Borges (La expresión de la irrealidad en la obra de Jorge Luis Borges) que escribió mientras hacía babysitting de los hijos de los profesores del Departamento de Español, había regido los destinos del Instituto de Filología de la Universidad de Buenos Aires, de la Asociación Internacional de Hispanistas, había sentado las bases de la genética textual en nuestro país, había ocupado una silla en la Real Academia Española y en la Linguistic Society of America, había intervenido decisivamente en nuestras vidas profesionales.
Y nosotros, que tanto le debíamos, ignorábamos su muerte. Ahora, arrastrados por la turbulencia de lo cotidiano, sin Anita, nos volvemos cada día un poco más ignorantes, un poco más brutales, un poco más insensatos. La muerte de Anita, que nos enseñó a pensar el lenguaje y el texto, también espera una respuesta.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Supongo que si resalta la trayectoria de alguien a quien se refiere con el diminutivo de Anita es porque sobre ese subrrayado se lee en mayúsculas la palabra cariño.

Vamos camino a la peor de las ignorancias, a no saber quienes somos nosotros mismos. Y cuando eso ocurra ya no habrá a nadie quien perder.