sábado, 31 de diciembre de 2022

La gallina degollada

Por Daniel Link para Perfil

A veces, leyendo, uno descubre cosas. Yo descubrí un texto precioso, escrito por Baldassare Bonifacio en 1632, que se llama “De archivis”. Tan poderosa y límpida es la descripción de las funciones del archivo que allí se leen, que encargué una traducción del latín al español que todavía aguarda imprenta.

Según la ratio archivística, el archivo es la decantación de la actividad de una institución que, sometida a esa ficción teórica, sólo podría actuar a partir del ordenamiento de su propio sedimento, como si lo que no estuviera debidamente identificado, catalogado y guardado en un archivo no tuviera fuerza.

Desde esa perspectiva se hace depender la noción de verdad de la noción de archivo, entendido como el depósito ordenado de los documentos jurídicos públicos. Los archivos garantizan la continuidad del saber pero, sobre todo, garantizan una forma de gobierno que modifica la forma de la soberanía clásica, porque ya no se trata de obedecer la voluntad subjetiva del soberano, sino de aplicar principios de gubernamentabilidad fundados en la documentación acumulada. Baldassare (nació en una camada de trillizos, de ahí su nombre) escribe: “No hay nada más útil para instruir y enseñar a los hombres, nada más necesario para aclarar e ilustrar asuntos oscuros, nada más necesario para conservar los patrimonios y tronos, todo lo público y lo privado, que un almacén bien constituido de volúmenes y documentos y registros -mucho mejor que los astilleros navales, mucho más eficaz que las fábricas de municiones, ya que es mejor ganar por la razón en lugar de por la violencia, por el bien y no por el mal”.

Es decir que el buen gobierno no se fundará ya en la fuerza del soberano sino en el peso de la documentación, la jurisprudencia, los reglamentos y resoluciones.

El concepto de archivo rehúsa la existencia anárquica de los registros históricos o de los fondos documentales, evitando de ese modo la posibilidad de inscripciones sociales producidas sin derivar de una forma orgánica. El archivo es un organismo superior, incluso, al organismo humano, al que somete a una ley cada vez más sepultada bajo las capas de hojarasca documental.

De allí a la metáfora de la “jaula de hierro” propuesta por Max Weber y las pesadillas kafkianas hay sólo un paso. Si nos sometemos a los laberintos de la AFIP, del Registro Automotor o de las Direcciones de Tránsito (reparticiones que, justo es decirlo, funcionan mucho mejor que antes de la digitalización) es porque todo eso, que a veces nos exaspera y nos provoca sentimientos asesinos o suicidas, nos salva del capricho del monarca o el soberano que, cada vez más, es una figura decorativa, una mera garantía del funcionamiento de toda la máquina que no requiere más que necesidades ciudadanas como combustible para mantenerse en marcha para siempre.

Toda esta lógica del “buen gobierno” propuesta por Baldassare, que rechaza la voluntad caprichosa del soberano, decanta en la forma democracia, al menos tal como fue codificada en los Estados Unidos, que en Argentina los constitucionalistas copiaron puntualmente.

Por supuesto, en países donde la voluntad caudillista o el capricho soberano son todavía pensados como variables del sistema político, más allá de las burocracias partidarias y de las carreras de funcionariado público, se producen cortocircuitos un poco anacrónicos.

La más alta figura política es capaz de victimizarse y considerarse objeto de una persecución e, incluso, de considerase el emblema de lo perseguido (que es, en primer lugar, un partido sin demasiada identidad ideológica y, en último término, el Pueblo entero). Si existiera tal persecución (cosa que no puede negarse de plano) sería difícil encontrar un responsable fuera del círculo de primas donnas de ambos lados de la grieta, que han hecho de la política argentina un circo provinciano y torpe.

¿Se ganaría algo con una decapitación partidaria? Más bien todo lo contrario, porque toda esa cefaléutica no impediría que los engranajes del sistema sigan funcionando y que el común de los mortales se preocupe más por los engorros de la VTV o de las recetas electrónicas para medicamentos que por los desacuerdos entre los tres poderes del Estado. Además, como en el cuento de Horacio Quiroga, degollar a una gallina puede tener consecuencias imprevistas.

 

sábado, 24 de diciembre de 2022

Argentina campeona

Por Daniel Link para Perfil

Es muy raro que los eminentísimos expertos en discriminación que el INADI alberga no hayan notado lo que un usuario común de Twitter señaló hace unos días. Es muy molesto (además de agramatical) que se diga “Argentina campeón” cuando en otros contextos se dice “Argentina, condenada por la incapacidad y la falta de imaginación de sus gobernantes” (por ejemplo).

En realidad, la omisión de un análisis certero de situaciones no es tan raro, teniendo en cuenta la desagradable discusión en que se embarcaron altísimas autoridades, después de la fiesta, sobre cuál fue el más inútil y cuál estaba más borracho. La foto de ese micro atrapado en un mar de pasiones, con un puñado de motos policiales como custodia y ariete frontal, es la mejor ilustración de lo desconectados que están los gobernantes respecto de la multitud.

¿A qué iban a ir los jugadores a Casa Rosada. ¿A agradecer las tres horas de insolación?

En las seis horas de fiesta previa a la cancelación del operativo no hubo un solo incidente fatal. Pero la promesa que movilizó al Pueblo no se concretó por el idiotismo de quienes detentan el poder, empezando por los ministerios y secretarías de seguridad, que fueron incapaces de imaginar un dispositivo (por otro lado sencillísimo: bastaba con dejar despejada la autopista 25 de Mayo, con móviles de prefectura en los pocos accesos que tiene) para que los jugadores pudieran llegar a alguna parte, por ejemplo donde la multitud la esperaba, en el barrio de Constitución (donde vivo).

Lo único que le importaba al Poder Ejecutivo es que la escuadra mundialista llegara a Casa Rosada. Los funcionarios se humillaron y aceptaron cualquier condición para ello (incluso, la de no sacarse fotos con el equipo). No se les ocurrió que la mejor carta de negociación que tenían era precisamente la fuerza pública para organizar la seguridad del traslado.

El Poder Ejecutivo fracasa en su relación con el Pueblo. Fracasa en su administración de la Cosa Pública. Fracasa en las garantías de seguridad. Pero fracasa sobre todo en darle a la felicidad las alas que reclama.

Empantanado, se mira mezquinamente el ombligo mientras la Argentina campeona pasa de la vergüenza a la pena, pero también a una furia creciente.

 

martes, 20 de diciembre de 2022

El Mal absoluto

Nuestro pueblo no tiene muchas ocasiones para la felicidad porque vive siempre en la zozobra. Por fortuna, alguna acontecimento por década le ha brindado ocasiones de desembarazarse de todas las frustraciones y resentimientos y fabricar recuerdos que luego transmitirán a las futuras generaciones. 

Pero incluso entonces, deben cuidarse de los guardianes del orden, que son incapaces de sintonizar con la algarabía desordenada, desbordante, un poco borderline pero por eso mismo fascinante. A la sombra del Pueblo se esconde el Monstruo del Gobierno, atento a cada movimiento para poder capitalizarlo para perpetuarse en lugares que no le pertenecen, para los que no está capacitado, que insulta al ocuparlos (Macrón sufre en carne propia el mismo vicio, que entre nosotros da todavía más asco por la ilegitimidad).

Esa mezcla de estupidez, venalidad, falta de imaginación y total inoperancia es una ofensa mayúscula para el Pueblo que, como es decididamente bueno, decide no darle la importancia que tiene.

Tres millones de personas ocupan hoy las calles de Buenos Aires, sus autopistas y sus plazas. En las ya seis horas de fiesta no ha habido un solo incidente fatal. Pero la promesa que movilizó al Pueblo no se concreta y probablemente no llegue a concretarse por el idiotismo de quienes detentan el poder, empezando por los ministerios y secretarías de seguridad, que fueron incapaces de imaginar un dispositivo de seguridad (por otro lado sencillísimo: dejen despejada la autopisa 25 de Mayo, con móviles de prefectura en los pocos accesos que tienen) para que los jugadores (que están ya agotados y seguramente insolados, como la muchedumbre misma) pudieran llegar a alguna parte.,

Lo único que le importaba al Poder Ejecutivo es que la escuadra mundialista llegara a Casa Rosada. Se humillaron y aceptaron cualquier condición para ello (incluso, la de no sacarse fotos con el equipo). No se les ocurrió que la mejor carta de negociación que tenían era precisamente la fuerza pública para organizar la seguridad del traslado del micro mundialista.

El Poder Ejecutivo fracasa por segunda vez en la organización de un evento de masas (aún cuando La comunidad organizada debiera significar algo para quienes lo integren) como nunca se ha visto en nuestra patria. Fracasa en su relación con el Pueblo. Fracasa en su administración de la Cosa Pública. Fracasa en la necesidad de homenajear a los responsables de la algarabía generalizada. Pero fracasa sobre todo en darle a la felicidad las alas que merece. 

Empantanado, el Poder Ejecutivo se mira el ombligo, como un primate subnormal que no entiende su función en el mundo o el mundillo que habita que es sólamente potenciar el fuego sagrado de la multitud, darle alas al Pueblo por venir. 

Una vergüenza, una pena, pero también (escuchen, tarambanas) una furia creciente.


 


Party planner

Que renuncien ya Aníbal Fernández, Berni y el pelotudo de ciudad, cuyo nombre no tengo por qué saber.


sábado, 17 de diciembre de 2022

Las tres Argentinas

Por Daniel Link para Perfil

La selección nacional había empezado la carrera mundialista con un traspié de esos típicamente argentinos. Típicamente, los opinadores futbolísticos salieron a matar a la escuadra (“somos los peores”) y los melancólicos hinchas empezaban a refugiarse en excusas pueriles (“somos chiquitos”). No podía ser de otro modo, porque ya se sabe que la argentinidad tiene dos precios: lo que podríamos valer y lo que realmente valemos y en esa tensión se cifran todos nuestros fracasos: resentimiento y angustia.

Después todo cambió y aparecieron las otras patrias. Contra Países Bajos (se ha comprobado que el cambio de nombre de la “marca” fue una estrategia para bloquear el famosísimo “el que no salta es un holandés”) apareció el padecimiento patriótico: “si no hay sufrimiento no es Argentina”, dijo un jugador y un amigo confesó que envejeció diez años durante los escalofriantes minutos finales de ese match implacable.

Yo me quedo, sin embargo, con las tres Argentinas del partido contra Croacia, cada una responsable de un gol. Primero la picardía criolla, con ese penal medio inventado pero que desanudó la algarabía. Después la locura y el sinsentido de una carrera completamente fuera de libreto y sin plan alguno. Julián Álvarez dijo después: "La cancha venía mal, la pelota venía picando mal en la cancha, por suerte me fue quedando”. Esa Argentina, la que vive en el azar, es tal vez (para mí) la más apasionante. Y después la tercera, que es tal vez la más noble, y la que más se nos escapa: la jugada maestra, el jueguito, la complicidad Messi-Álvarez, lo que se llama una comunión, el cuerpo común, el agenciamiento de dos seres para formar una máquina única, el ronroneo de lo que funciona bien a partir de la sabiduría innata pero también de la certera reflexión.

Fue el partido que más disfruté (no vi todos). Y fue precisamente por ese repertorio de lo que nos constituye: la picardía transgresora, el arrojarse a lo impensado o inimaginable (el “¡mah sí!”) y la comunidad intelectual.

Ahora sólo nos resta cruzar lo dedo para mañana. Lo mejor ya pasó, sólo falta la merecida corona para Messi. Y ya que estamos, el Museo Messi, para que visite nuestra Beatrice durante el próximo Mundial.

miércoles, 14 de diciembre de 2022

¿Naturaleza o cultura?

 


sábado, 10 de diciembre de 2022

La loca de los gatos

Por Daniel Link para Perfil

Querida Sylvia: leer tu Animalia, que recién acaba de distribuir Eterna Cadencia, es como conversar con vos de nuevo, y me da mucha pena que esa dicha ya no pueda repetirse. No sé si Animalia es tu mejor libro, pero es el que mejor me hace sentir.

Escribí en Certificado de presencia, ese homenaje que te hicieron en Nueva York, una anécdota que no incluiste en este libro (si bien alguna página permite suponerla) sobre un gato que, porque tuvo la malhadada idea de morirse en invierno, no pudo ser enterrado y decidiste guardarlo en el freezer. Entonces te dije que parecías esa vieja loca que Capote había incorporado a su relato “Una luz en la ventana”.

Ahora, en tu libro, leo la formación infantil de tu pasión por los animales (cada uno un individuo), en un barrio que fue tanto tuyo como mío (una vez fuimos a visitar tu casa de infancia, y comparamos las películas que habíamos visto en el cine York de Olivos). La serie empieza con teros, cascarudos, hormigas, gusanos de seda, lechuzas, carpinchos, vizcachas, patos y, por supuesto, gatos y perros (tu perra Lola inspiró a nuestra perra Lolita, ¿alguna vez te lo dije?).

Pero ningún animal se compara, en nuestras vidas, con los gatos. Una vez coincidimos en este diagnóstico: amamos las ciudades con gatos callejeros, no nos gustan las ciudades donde no se ve uno solo, conclusión a la que llegamos después de haber sentido un malestar inexplicable.

Subrayo frases de tu libro que escucho ahora por primera vez, dichas con tu voz, que todavía está ahí, en la parte intacta de mi memoria. Escribís “para ser uno mismo es siempre mejor estar con otro, sobre todo si el otro pertenece a una especie distinta, es decir, si es totalmente no uno”.

John Berger se preguntaba “¿Por qué miramos a los animales?”. Tu respuesta, creo, es más sabia que la suya: los miramos porque nos permiten sostener una ética de la diferencia.

El otro subrayado que habría comentado con vos, en una lenta sobremesa, es más raro. Contás un episodio que, en el marco de la psicología conductista estadounidense, revelaría a la asesina serial: estás, siendo una niña, por diseccionar una rana (“disecar”, dice el texto, que habría merecido una corrección más atenta) y confesás: “me fascinaba la idea de poder abrir un cuerpo y mirarlo por dentro”. Creo que fuiste la prueba viviente de que esa pasión por la disección no implica una violencia contra el otro sino a una atención atenta de lo que guarda en si y para si. ¿No son Las letras de Borges o tus ensayos sobre la pose un fabuloso acto de disección de lo que todavía está vivo, para demostrarnos cómo vive por dentro?

La figura de “la loca de los gatos” se nos presenta como un ser un poco extraviado, que huye de la compañía humana por incapacidad afectiva. Pero así como nunca fuiste una asesina serial, tampoco se te puede reconocer en esos rasgos.

Tu libro es precioso, Sylvia, no sólo porque nos devuelve tu voz, sino porque nos insinúa una ética, una comprensión total de lo “totalmente no uno” y una suspensión de todos los estereotipos.

miércoles, 7 de diciembre de 2022

sábado, 3 de diciembre de 2022

Ideas de pueblo

Por Daniel Link para Perfil

Hace unas semanas tuve un arranque de cólera. En mi caso, esos episodios que pasan inadvertidos para casi todo el mundo, determinan cambios de dirección. Una mañana me levanté y renuncié a la mitad de los proyectos en los que estuve involucrado en los últimos diez años. Por fortuna, para las personas que participamos de los espacios académicos y pedagógicos, que un año termine y otro empiece suele implicar pasar de un proyecto a otro. En nuestro caso (me refiero a las personas que trabajamos juntas haciendo circo ambulante desde ya treinta años) nos llamaron la atención dos posibles caminos que parecen ir en diferentes direcciones pero que, tal vez, como los caminos proustianos, se junten en alguna parte. Uno de ellos es la transformación gigantesca que sucede ante nuestros ojos a partir de la digitalización de las humanidades, los archivos y la necesaria actualización de los paradigmas de lectura. Lejos de todo optimismo (pero también de toda hipótesis apocalíptica) nos preguntamos si esas mutaciones (que implican una cierta desmaterialización del ser) implican mayor participación política o mayor desigualdad social.

No es evidente que la creación de nuevos vocabularios y nuevas herramientas analíticas impliquen necesariamente un acceso más democrático a los materiales a partir de los cuales nuestra memoria se ha formado y, ni siquiera, que esos materiales sean ahora de acceso más democrático. Tampoco es seguro que esté garantizado la correcta identificación de los registros de tales o cuales experiencias, porque en general esos registros están fuera del control de quienes las han realizado (uno es siempre fichado por otro).

Además, las políticas de acceso abierto (libros, artículos, revistas) garantizan la libre disponibilidad de materiales, casi sin restricciones, a niveles ya tan generosos que es fácil perderse en esos laberintos. Hacen falta señales de validación y reconocimiento. A partir de esas señales se van formando pueblos virtuales.

Un poco por eso, decidimos también examinar las “ideas de pueblo” a las que recurren no sólo los paradigmas de investigación sino sobre todo los imaginarios sociales. Desde las diferencias entre pueblo, masa, multitud y ciudadanía hasta las peculiares autopercepciones de las comunidades. ¿Hay un pueblo que coincide con la Nación? ¿Hay un pueblo cuir? ¿Hay comunidades de origen o, más bien, comunidades de destino?

El pueblo puede ser una aldea flotante o aquello que falta en la (inequitativa, por ahora) cibercultura actual.