sábado, 25 de agosto de 2018

Caso testigo

Por Daniel Link para Perfil

Avital Ronell, la autora del libro Crack Wars: literatura, adicción, manía, fue recientemente declarada culpable por las autoridades de la Universidad de Nueva York (NYU), donde ella enseña literatura alemana y comparada, de acosar sexualmente a Nimrod Reitman, a quien dirigió mientras se doctoraba. Avital Ronell fue suspendida sin goce de sueldo por un año.
Inmediatamente, les colegues y amigues de Avital Ronell escribieron una carta en su defensa. Slavoj Žižek y Judith Butler, entre ellos. ¡Para qué! Setenta y nueve asociadas le pidieron a Butler la renuncia a la presidencia de la prestigiosa asociación MLA, para la que fue electa.
La insanía del caso se comprende mejor si se aclara que Ronell (66) es una feminista lesbiana y Reitman (34) es gay y está casado con un hombre. Supongamos que entre ellos hubo una relación de camaradería que incluyó correos que iban un poco más allá de lo previsible en la relación entre tutor y doctorando. ¿Pero cómo puede considerarse “acoso sexual” a una relación establecida por dos personas que participan de universos que, precisamente, se excluyen sexualmente?
El caso debe entenderse en toda su fuerza represiva: no es lo mismo una denuncia de violación formulada por una estrella de Hollywood contra un productor, que la demanda de un joven ávido de dólares (2 millones, para ser exactos) contra alguien que le dijo que lo quería mucho y “mi cuchi-cuchi” (o su equivalente en inglés). Esto es la rabia contra quienes han puesto límites al patriarcado.


viernes, 24 de agosto de 2018

Dicen que...

Re-visiones de un lector apasionado

POR CANDELARIA PÉREZ BERAZADI para Catalejos. Revista sobre lectura, formación de lectores y literatura para niños


(...)
Link no duda en reflexionar sobre cada obra literaria que cita y genera
momentos oportunos para fomentar el pensamiento crítico sobre aquello que afirma y
describe. Su idea de lectura, entendida como práctica silenciosa, se afila en el tercer
capítulo al correlacionar su impacto en el ámbito político-histórico-cultural: la lectura
es comprendida, entonces, como una necesidad de situarse en el mundo, y la escuela
media genera “modos de leer” que implican prácticas diferentes a las propuestas por
la enseñanza primaria.

(...)

jueves, 23 de agosto de 2018

Preguntan si....

“A literatura argentina já é pós-borgiana” 

por Ronaldo Bressane para Cândido

“É melhor não fechar nenhuma janela, para que todos os ventos nos atravessem”, pede Daniel Link, perguntado sobre seu interesse no cruzamento entre gêneros na literatura. Um cruzamento que se cristalizou com os contos-ensaio de Jorge Luis Borges, nome central da literatura argentina do século XX — centralidade, para Link, já abandonada em favor dos diálogos entre as obras de Borges e de César Aira (o mais prolífico autor contemporâneo), ou entre Borges e Copi (tema de muitos estudos de Link). 

Nascido em Córdoba em 1959, Daniel Link é escritor, jornalista (colunista do jornal Perfil, foi editor da Magazine Literario e do suplemento “Radar”, no jornal Página 12), crítico literário, professor na Universidade de Buenos Aires e diretor do Programa de Estudos Latinoamericanos Contemporâneos e Comparados. Dirige a revista de estudos latinoamericanos Chuy e o Dicionário Latinoamericano da Língua Espanhola. Editou na Argentina grande parte da obra de Rodolfo Walsh e de Michel Foucault e é autor, entre outros, do romance Monsterrat (2006), o volume de contos La mafia rusa e o monumental ensaio Suturas. Imágenes, escrituras, vida (que teve uma edição resumida no Brasil sob o título Suturas. Um breviário, pela editora Azougue). Seu livro mais recente é La lógica de Copi, em que pesquisa a inventiva obra do dramaturgo, ator, escritor e cartunista argentino Raúl Damonte Botana, mais conhecido por Copi, que no Brasil só teve lançado até agora o romance O Uruguaio, de 1972 (em 2015, pela Rocco).


miércoles, 22 de agosto de 2018

Yo, también, queride, yo también



lunes, 20 de agosto de 2018

La paranoia del sexo




sábado, 18 de agosto de 2018

El nombre de la Bestia


Por Daniel Link para Perfil
Ahora que estamos a punto de lanzarnos a un abismo de imprevisibles consecuencias, les argentines debemos recordar que la imprevisibilidad no es tanto un déficit como una ganancia, a largo plazo, sobre todo en un mundo dominado cada vez más por las potencias de la predicción (encuestas, proyecciones, cálculos matemáticos) y la burocracia de lo que ya se sabe, de lo que ya se hizo.
La potencia bestial de un código que conocemos con el nombre de Algoritmo determina no sólo lo que somos sino también lo que podemos y queremos hacer. Un arma de destrucción matemática, como ha sido subrayado recientemente por Cathy O’Neil en un libro impresicindible, Weapons of Math Destruction.
Seamos o no conscientes de ello, los algoritmos dominan nuestra vida cotidiana, pública, sentimental. El algoritmo más célebre es sin dudas el que permitió a Google imponerse en el sector de los motores de búsqueda, constantemente modificado y mejorado para brindar el resultado más aproximado al “deseo” del internauta. Facebook (también conocido como Belial o Samael) utiliza un algoritmo que analiza todos los datos de sus usuarios para ayudarlos a establecer relaciones y contenidos “adecuados a sus intereses”. La campaña de Donald Trump se sirvió de datos de las firmas de mercadotecnia para identificar los lugares con mayor tasa de pelotudos, es decir: electores susceptibles de ser convencidos por los argumentos de un candidato. Olivier Ertzscheid ha advertido: “Cada vez que consultamos Facebook, Google o Twitter, nos exponemos directamente a la influencia y las decisiones que toman por nosotros los algoritmos”.
Un algoritmo es una serie de instrucciones que permiten obtener un resultado. De algún modo, actualizan la utopía performativa sobre cómo hacer cosas con palabras y ni los expertos escapan al influjo de la ciencia ficción: Dominique Cardon llamó a su libro sobre el tema Con qué sueñan los algoritmos, en la estela de Philip Dick.
El algoritmo termina desarrollando una burbuja cognitiva que le permite al usuario ver el mundo tal como él cree que es.
Por suerte, nos queda una esperanza: los algoritmos (y la inteligencia artificial con ellos asociada) son incapaces de diferenciar la verdad de la mentira. Cuanto más se mienta en Internet, tanto más se estará resguardando el resto de subjetividad que uno quiera porque podemos acordar con Deleuze y Guattari en que “se podría decir que un poco de subjetivación nos alejaba de la esclavitud maquínica, pero que mucha nos conduce de nuevo a ella”.
Haber claudicado por pereza a registrarnos en todas partes con la misma dirección electrónica o haber renunciado a la mentira digital tiene como consecuencia un exceso de subjetividad que nos vuelve esclavos ya no de una clase social, una formación ideológica o discursiva, o un Estado autoritario, sino de un mecanismo de subjetivación e individuación, el algoritmo que, fantaseo un poco, había previsto Marx en el Manifiesto Comunista cuando señaló que el capitalismo había “sofocado el sagrado embeleso de la ilusión piadosa, del entusiasmo caballeresco, en las aguas heladas del cálculo egoísta”, con una pequeña corrección: el cálculo no es egoísta sino generosísimo, porque se aplica por igual a todes y cada uno de nosotres.
Nuestro futuro supone, en última instancia, una alta cuota de desorden y de monstruosa desclasificación (un salto al vacío). Concebida como una aparición fantasmática o monstruosa, la conciencia y la subjetividad que nos queda se deja llevar (deriva) por ese desorden de la clasificación.
Lo que habitualmente percibimos (en el discurso, en los paisajes, en los movimientos de las masas y de las manadas) son los choques de energía. De ese choque surge una bola de fuego o una columna de luz: en todo caso, algo que nos ilumina, que revela los mecanismos de identificación y distancia que hay entre las diferentes posiciones que todavía permite nuestro espantoso tiempo (y, contra lo que podría suponerse, las permite todas).
Contra esa libertad se levanta el algoritmo, arma de destrucción masiva. Sabelo: cuando el algoritmo te detecte, te buscará para matarte.


domingo, 12 de agosto de 2018

La bilingüe

Ella, que da nombre al colectivo de intervención política anti-neoliberal con base en Nueva York (muy activo en las redes sociales) Las Garridas, come en un restaurante de San Telmo, pide a la camarera la clave de wifi.
"Mejillones" le contesta la empleada, con entonación caribeña.
Ella, muy cortés y tratando de disimular que le está corrigiendo la pronunciación a la chica, repregunta:

"¿Mary Jones?"


(anterior)


sábado, 11 de agosto de 2018

Educar al soberano


Por Daniel Link para Perfil



La foto es penosa. Dan ganas de largarse a llorar. Se ven cuatro contenedores alineados a cada lado de un baldío de tierra, cada uno de ellos con una puerta y dos ventanas enrejadas. Al fondo, unos árboles tristes y un cielo lechoso. No hay mástil ni bandera. Pero el epígrafe de la foto dice: Escuela Nº 84 de Moreno.

Un video que acompaña la foto deja ver el interior del contenedor de chapa, pintado de blanco, donde una estufa a gas chorrea gotas de fuego.

Cuartel V tiene 80 mil habitantes y está a 23 kilómetros de Moreno. Los Hornos, donde funciona la escuela, es uno de los diez barrios que integran la localidad. En marzo, la matrícula fue de 636 chicos.

Cuando llueve las calles de tierra se convierten en un pantano imposible de sortear.

La vicerrectora, Fernanda Villareal, explicó la peculiar arquitectura de la escuela: “Acá se instalaron diez aulas modulares, una cocina y una biblioteca. Pero este año decidimos convertir la biblioteca en dos grados aula para darles más espacio a los chicos de primer grado, que recién se integran a la primaria. En la dirección funciona todo: la cocina, biblioteca y gabinete".

En todo el mundo han comenzado a utilizarse contenedores como “soluciones habitacionales” y como espacios comunes. Pero lo que la foto muestra no es un “edificio modular” pensado para una función determinada, sino la claudicación y la opción por el mero amontonamiento.

La “escuela” podría ser un campo de concentración o de refugiados. En todo caso, una precaria instalación después de una catástrofe.

Llénense los contenedores de la mejor historia, la mejor geometría, la mejor historia del arte y la mejor poesía. De todos modos, los alumnos aprenderán esta lección: “sólo merecemos esto”.

La Sra. Vidal y las autoridades educativas de Cambiemos deberían tener en cuenta que ni la Dictadura cayó tan bajo. Los edificios escolares deberían indicar que otro mundo es posible.


viernes, 10 de agosto de 2018

Recapitulando...


(Gracias, Lucas)

 

jueves, 9 de agosto de 2018

martes, 7 de agosto de 2018

Campo de concentración


Más en: Perfil, La Nación

sábado, 4 de agosto de 2018

Los huevos al plato


Por Daniel Link para Perfil

El primer poema que el irlandés Samuel Beckett publicó en 1930 argumenta y prueba que la lógica de la ciencia, las matemáticas, la teología y sus premisas no son compatibles con la experiencia humana, irreductible a los dogmas, los sistemas de creencias y las morales de época.
Whoroscope”, muy escatológico, se organiza alrededor de ciertas manías de René Descartes, a quien le gustaba su omelette matutino hecho con huevos empollados ocho días; menos o más tiempo bajo la gallina le resultaban repulsivos.
Para Descartes (pilar de la modernidad, casi casi el inventor de la ciencia, a través de la duda metódica), en la visión de Beckett, el punto de equilibrio entre el huevo y la gallina se hallaba en un momento de la formación del embrión gallináceo (“este aborto de pichón”).
Los huevos de Descartes son el motivo que Beckett elige para ridiculizar a una ciencia que se pretende soberana y que, por lo mismo, desdeña la Verdad y se pone al servicio del Estado (“Cristina la destripadora”).
Hay en youtube un video extraordinario de un maestro japonés que rompe los huevos para que sus alumnes vean cómo se va formando el pollito, día por día. En lugar de la cáscara, una bolsa de plástico.
En los procesos de fecundación artificial, tan corrientes en nuestras sociedades, los embriones sobrantes del proceso se congelan para conservarlos, se donan o se destruyen, y a nadie se le mueve un pelo por ello.
Las mujeres podrían interrumpir sus embarazos libremente y los defensores de la persona no nacida podrían encargarse de conservar, donar o, mediante gestación subrogada, llevar a término la formación de esas hipotéticas potencias del ser.
Contestar a un debate sobre la libertad con argumentos de muerte es mezquino, sobre todo cuando la técnica permite imaginar otros horizontes entre los cuales la interrupción química del embarazo parece ser la solución más equilibrada, pero no la única.