lunes, 30 de marzo de 2020

Diario de la peste, día 12

(anterior)

En los textos que hemos estado discutiendo, pública y privadamente se diseñan dos hipótesis y, por lo tanto, dos posibles respuestas (o, mejor: dos necesarios cursos de acción).
Por un lado, la respuesta a la pandemia ha provocado una crisis del Capital que no se esperaba y no se consideraba posible. La suspensión de las metas fiscales en Occidente (Europa y USA a la cabeza) y los programas de crecimiento indefinido (en todo el mundo), la quiebra de sectores industriales enteros, el hundimiento de las bolsas. Todo parece augurar una crisis sin precedentes del régimen capitalista y, por lo tanto, la posibilidad de pensar en alternativas (Bruno Latour: À exigência do bom senso: “Retomemos a produção o mais rápido possível", temos de responder com um grito: “De jeito nenhum!”. A última coisa a fazer seria voltar a fazer tudo o que fizemos antes..)
Por el otro, los sistemas democráticos entran en retirada y se delegan poderes excepcionales ("Estado de Excepción") en el el Ejecutivo, que utiliza sus estrategias de control poblacional con una violencia hasta ahora desconocida. El modelo es China, claro, pero el largo brazo de la vigilancia contínua y la cancelación de las libertades individuales "por justas razones" y "por una buena causa" (la "salud del Pueblo") llega a la más recóndita de las repúblicas bananeras. Puesto el acento en este aspecto, digamos: superestructural, de lo que se trata es de establecer nuevos parámetros políticos de convivencia que pongan un freno a las fantasías de dominio total del Estado Universal Homogéneo. O no. Es lo que ayer discutíamos con M.L.S: ¿qué tenemos por delante? ¿"El estado despótico y la vigilancia total"? Qué alternativas. Los regímenes que conocíamos ya han sucumbido, al punto que podríamos preguntarnos si "la democracia y la república fueron un sueño".
La opción "La vida" o "La economía" se refiere precisamente a eso. Crisis del Capital o crisis de la biopolítica. ¿Pero para qué o para quiénes? En el fondo, es la Revolución, cuyo fantasma vuelve, precisamente cuando el Mundo redefine su destino.
¿Cómo empezó todo? Los más memoriosos recordarán la crisis ecológica de la que se viene hablando desde hace varias décadas: adelgazamiento de la capa de ozono, recalentamiento global, emisiones de CO2, deforestación, derretimiento de los hielos polares, incendio de la selva amazónica, antropoceno, catástrofes, catástrofes, catástrofes.
2019 se cerró con una tensión incomprensible entre China y USA a propósito de aranceles y comercio mundial. En verdad, ahora lo sabemos, circulaba por debajo el debate sobre el Coronavirus, es decir: quién iba a lanzarlo a recorrer el mundo y quién cerraría el ciclo de contagios. China pretendió que el virus fue introducido en su territorio por las Fuerzas Armadas americanas en una competencia deportiva. USA insiste en llamar al coronavirus el "virus chino". Los nombres no deberían tener importancia salvo que escondan una disputa por el liderazgo. 
Sumen a eso todo lo que quieran y que ya se sabe: 5G, Huawei, Brexit (y el resquebrajamiento de la Europa imaginada por Kojève como paso primero del Estado Universal Homogéneo que nunca llegó a cuajar del todo... hasta ahora), Fontana di Trevi, Venecia y las hordas de turismo de masas contaminando el planeta: la Tierra tenía los días contados. 
La pandemia fue, entonces, la forma de trazar un límite: a la acumulación de Capital y a las libertades individuales. En pocas semanas, el aire se limpió, la tierra empezó a enfriarse, los animales entraron a las ciudades, se abrieron los cielos. 



Si Venecia, o Florencia, o Sevilla o el Vaticano hubieran decidido cerrar las puertas al turismo, se habría producido una rebelión turística de imprevisibles consecuencias. Les argentines, agobiados por una crisis económica sin precedentes, viajaron de a millones hacia el mundo entero y, una vez que se cerraron los aeropuertos, todavía había 20.000 varados por el mundo. Pero, todavía más gravemente: ¿quién podría haberle insinuado a las señoras chinas o japonesas que no podían ya más ir a comprarse carteritas a Milán?
Había que tomar medidas urgentes y definitivas, cerrar el mundo y, para hacerlo, la mejor solución fue encerrar a cada uno en su casa.
A quienes no tienen casa, los encerramos en un ghetto. 
¿Cuál era el único organismo con crédito suficiente para poder llevar adelante la campaña de ralentización del Capital y redefinición de las políticas poblacionales? Ningún Estado, claro: la OMS.
Lo que nadie esperaba, ni los mismos promotores de la medida, fue el grado de adhesión que la medida habría de tener, después de las obvias resistencias de los países que más sufrieron el fascismo (Italia y España), el modo casi religioso con que se recibió la prohibición de circular, el encierro, la distancia social la estigmatización del otro como enemigo.


Las sociedades y los Estados quedaron divididos en dos, que poco tenían que ver con identificaciones previas (como "izquierda" y "derecha"). Ahora están los "aislacionistas"  (todo el mundo salvo...) y los "circulacionistas" (Suecia, USA, Brasil, México). Y los pocos "líderes" que tomaron partido por la línea no aislacionista, bien pronto pendieron de un hilo: Bolsonaro fue expulsado de Twitter, Trump tuvo que desdecirse varias veces. 
Había que refundar el mundo de la mano de los epidemiólogos que no se atrevían a decir lo obvio: la peor pandemia es la especie humana bajo la formación económica "capitalismo tecnificado".
En cuanto al trabajo: las herramientas para el teletrabajo y la educación remota estaban ya creadas, pero no habían podido ser impuestas universalmente por razones sentimentales.
Ahora, con el riesgo de que murieran algunos viejos asmáticos (Bifo), todo el mundo se puso a trabajar desde su living.
En las Universidades, hoy empiezan las clases de posgrado y el 15 las de grado. Pero lo más probable es que vayamos a la huelga. Si nos encierran, nos persiguen y nos criminalizan, no pretenderán que también trabajemos.

(continúa)



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