lunes, 14 de diciembre de 2009

La cruzada de las ratas

por Daniel Link para Ñ. Revista de cultura

Por muchas razones, La ciudad de las ratas, la novela de Copi que Edgardo Russo acaba de arrancar del olvido en la que se la tenía para la editorial El Cuenco de Plata, es una pieza decisiva para comprender ese rompecabezas llamado Copi y, sobre todo, el enigma argentino.
La novela es un largo relato epistolar enviado por Gouri a su maestro Copi, convalesciente, informándole de sus peripecias ratoniles, acompañado de su amigo Rakä (rajá, gurí: no puede haber un juego de lenguaje más argentino y, por lo tanto, una forma de vida más autóctona que la que presenta La ciudad de las ratas).
Rakä, que conoce “mejor el mundo y sus costumbres” que el sabio Copi, le ha descripto en detalle a Gouri “las cataratas del Iguazú, el estrecho de Magallanes y el delta del Amazonas, que son, como todos sabemos, las tres maravillas naturales de este mundo”.
En la perspectiva de esa rata de París, Argentina es un intervalo geográfico comprendido entre dos de las maravillas naturales del mundo.
Toda la obra de Copi no hace sino desarrollar hasta la exasperación ese carácter natural-maravilloso que le viene de acá.

Además, tratándose de un relato contado por una rata y que tiene a las ratas como protagonistas absolutas de esa ciudad de un universo paralelo, la novela introduce un tema que asoma aquí y allí en el teatro de Copi (Loretta Strong, La torre de la defensa) como postulación de una radical colocación respecto de esos otros absolutos que son las ratas en nuestra cultura (en la mitología hindú, por el contrario, la rata es el vehículo del dios-elefante Ganesha y en el horóscopo chino, se sabe, las características de la rata son la creatividad, la honestidad, la generosidad, la ambición, el despilfarro, la fertilidad, todos los rasgos que se podrían aplicar sin titubeo a la imaginación de Copi).
Copi sabe que la rata es la víctima privilegiada de las fantasías de exterminio de los seres humanos, un “otro” radical respecto del cual se sostienen las más extravagantes hipótesis para justificar el maltrato, la segregación, la matanza y la algarabía por la destrucción del otro, y por eso las elige como voz y como tema.
En La ciudad de las ratas, Copi hace que los roedores visiten al Dios de los hombres en la Sainte-Chapelle, quien, arrepentido por haber dejado libres a los seres humanos tras la expulsión del Paraíso, no puede ayudarlos. La capilla explota, el Dios de los hombres asciende a los cielos y el Diablo de las ratas, que ocupa su lugar, les ordena fundar una ciudad donde puedan convivir en paz ambas especies. Las ratas, revolucionarias como la obra de Copi, liberan a los presos y organizan una orgía en la que personas y ratas toman parte por igual.
Por supuesto, no se trata de una novela fácil de normalizar y tal vez eso explique la reticencia de los herederos de Copi para darla a traducir: las ratas representan un umbral más allá del cual no parece haber más escándalo (asco, o terror) posible. El genio de Copi siempre fue consciente de esos umbrales, que cruzó sin titubeo alguno, porque le interesaba desencadenar una antropología radicalmente nueva.
Muchos fans de Copi piensan que la literatura de Aira, esa incandescencia natural-maravillosa argentina, no es sino “Copi pasteurizado”. Invirtiendo el aserto, podría decirse que La ciudad de las ratas no es sino “Aira sin pasteurizar”, un llamamiento a la reconstrucción del mundo, la cruzada de las ratas.


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