lunes, 14 de marzo de 2011

Cómo no se hace un clásico

Pauline Kael se preguntó, en El libro de "El ciudadano", qué hacía de esa película un hito insoslayable de la cinematografía. Su respuesta fue que, dado el carácter colaborativo del séptimo arte, Citizen Kane (1941) sólo se explica por la interacción de talentos diversos (ninguno de los cuales pudo realizar nada semejante por su parte). La hipótesis, que no es extraordinaria, sirvió en su momento para reivindicar la figura del guionista en contra de la tiranía del "autor", muy fácilmente identificado con el director.
Podría pensarse una receta derivada de una mala lectura de ese texto fundamental en la historia de la crítica cinematográfica: juntemos a un guionista extraordinario con un director de primera línea y ya tendremos una película memorable. Lamentablemente las cosas no son tan sencillas y Pauline Kael subraya el carácter colectivo del emprendimiento Kane: los que participaron de él, en algún sentido, formaron un colectivo (aunque fuera temporario), lo que explica la potenciación mutua de sus cualidades.
Ahora nos llega Morning Glory (2010), publicitada como "del mismo director de Notting Hill (1999) y la misma guionista de El diablo viste de Prada (2006)". Se trata de dos clásicos. Sea.
La mano de Aline Brosh McKenna se adivina en la historia de una chica de la que importan más sus expectativas laborales que sus problemas sentimentales, como en el caso de Andy Sachs, Emily e incluso la infame Miranda Priestly en Prada, e incluso como Tess McGill en Working Girl (1988) quien, al final de la película, llama desde su nuevo trabajo no a su nuevo novio sino a sus antiguas compañeras de oficina.
Y la mano de Roger Michell se nota en el trazo ligero y al mismo tiempo penetrante, en la solución visual de dilemas psicológicos (particularmente evidente en el encuentro de las dos "estrellas" decadentes del programa a mitad de camino entre los dos camarines), en la apenas insinuación de pormenores narrativos (como en el caso de la visita clandestina del periodista de fuste al camarín de la ex miss no-sé-qué-estado, que insinúa intercambio de fluidos corporales).
La historia encuentra a Becky Fuller en un indeseado impasse laboral, incorporándose como productora ejecutiva en un abominable show matinal de bajísimo rating, que combina recetas de cocina, entrevistas tardías a estrellas de tercer orden y pronósticos climáticos. Becky triunfará a las adversidades.
Y sin embargo... la película no es ni Prada ni Notting Hill ni, aunque esté Harrison Ford, Working Girl. Es una película inteligente y simpática, pero no un clásico. Es como si el guionista y el director hubieran dado casi todo de si, o incluso todo, pero sin que sus talentos realmente interactuen hasta un umbral de indescernibilidad.
Viejas preguntas que "el cine" (esa superviviencia) obliga a seguir formulándose y que, tal vez, no tengan respuesta cierta.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Ey, Daniel! Yo estoy re populista ultimamente, pero a vos no hay como seguirte el tranco...!

Anónimo dijo...

Disculpa peroooo
Notting Hill, un clasico??? The devil wears Prada?? WTF?? Podrias explayarte un poco mas jaja... Es la ultima pelicula que hubiera pensado que te interesara :P, debe ser algo muy personal porque la verdad que no cuadra.

Hollywood facilmente tira 3 o 4 notting hills por año, los personajitos ultra estereotipados, en ese genero de cine intermedio creado por el demonio que no te saca una carcajada ni a palos, y menos que menos una lagrima... queriendo vender que unos crotos clase-medieros pueden costearse vivir em barrios carisimos de Londres y NY. Puajj pasoo.