sábado, 26 de marzo de 2011

Work in Progress

Por Daniel Link para Perfil


Mario Bellatin, uno de los escritores más importantes de América Latina (“Me llamo Mario Bellatin, y odio narrar”), pasó por Buenos Aires para participar de una celebración privada. Aprovechó la circunstancia para conversar en el MALBA sobre Invernadero (la película de Gonzalo Castro que lo toma como objeto de atracción irresistible) y para presentar su proyecto Los 100 mil libros de Bellatin.

Lo encontré sentado en la Plaza Serrano, “en la intersección de Cortazar y Borges, que me parece una mezcla fatal”, dijo con su habitual sonrisa. “Es”, agregó, “el corazón de Palermo: el lugar ideal para poner a disposición de los paseantes parte de Los 100 mil libros de Bellatin.

Desde hace un tiempo, Mario Bellatin ha puesto en marcha el proyecto de hacer 100 mil libro escritos y editados por él mismo, en formato pequeño, lo que lo obliga a reescribir los libros ya publicados y a pensar sus próximas entregas en relación con las restricciones impuestas por la colección. “Quiero

recuperar mi obra, que está dispersa en una serie de editoriales, y al mismo tiempo resignificarla”, dice. “Hasta ahora tengo 4 mil libros impresos y 35 libros terminados pero todavía no editados. La idea es llegar a los 100. Desde ahora no cumpliré años, sino que contaré mi vida en términos de libros editados en esta colección”.

La iniciativa, que nació en la ciudad donde vive, México, ya dio la vuelta al mundo y será presentada en la próxima edición de la Documenta de Kassel, a donde Bellatin fue invitado como curador.

Como todo escritor que se precie de tal (como todo artista), Bellatin investiga los límites del lenguaje y confiesa que para lo que está haciendo no hay palabras que lo satisfagan: él no vende los libros, pero tampoco los regala. Los pone a disposición de la gente que, en algunos casos los obtiene gratuitamente y en otros paga muchísimo. Su estrategia es preguntarle a quien se interesa por ellos cuánto le parece que pagaría por uno de esos libros (todos numerados y con la huella digital de Bellatin impresa en la contratapa y, en algunos casos, con un sello con su dirección electrónica, la única que tiene).

Allí se enfrenta con el estupor y la incomprensión: la gente titubea, no sabe qué decirle, se ofusca.

En las Ferias del Libro a las que es invitado, para no competir con las grandes editoriales (que siguen editándolo), inventó un happening que reproduce durante días y horas: en un escritorio portátil, muestra al escritor trabajando en sus libros. En los Museos y galerías, aprovecha el poder adquisitivo de los concurrentes para redoblar el precio de sus libros. Casi nadie entiende lo que hace (“a todo el mundo le parece bien gastarse miles de dólares en comprar un cuadro pero no entienden que yo gaste mi dinero haciendo libros”).

Los 100 mil libros de Bellatin no están ni estarán en librerías. Bellatin los mandará por correo o acaso podrán aparecer en una plaza, en una fiesta o en un mercado. Pero nadie se quedará sin leer un libro suyo porque no tenga plata para comprarlo, eso es seguro.

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