sábado, 30 de marzo de 2024

Pasar el invierno

Por Daniel Link para Perfil

Y de pronto, el otoño se abalanzó sobre nosotras. Nunca antes había experimentado con tanta nitidez ese paso equinoccial.

Los días previos la lluvia había insistido en descargar su caudal impiadosamente. El calor no sólo no mermaba sino que, con la humedad, parecía solidificarse. Pero el 21 a la madrugada tuvimos ya que manotear algún saco a mano antes de salir a darles de comer a las perras, el cielo ya totalmente despejado y clarísimo.

En el campo todo es más nítido: las estrellas del cielo, los cambios de estación, el silencio (cuando se puede disfrutar de él).

En el medio del jardín delantero apareció una ronda de hongos. Al principio tenían forma de bala de cañón, pero después se abrieron como paraguas gigantes. Las lluvias habían terminado con el repiqueteo de las bellotas del roble sobre el techo de chapa. Fueron los primeros anuncios de un estruendo que nos acompañará todo el otoño. Alertas, las ardillas de los alrededores se acercan a la casa, movimientos que las perras observan con grandes expectativas.

La pereza vegetal empieza a sentirse. El pasto pegó su último estirón antes de llamarse a resistir la escarcha matutina. Las plantas entran como en receso, pero todavía aprovechan los últimos calores. Las naranjitas empiezan a juntar panza (después de las heladas, recién, podrán comerse).

El tubo de gas que debería durarme más de un mes, me costó cuarenta y tres mil pesos ($ 43.000). ¡Y después los citadinos de quejan del costo del gas natural! Probamos la chimenea y la salamandra. Funcionan bien. Pero tenemos poca leña así que habrá que ir a comprar. Mientras tanto, nos arreglaremos con los restos de ramas caídas durante el verano.

Hay algunas estufas eléctricas que podríamos instalar, pero no nos atrevemos a hacerlo sin comprobar previamente el costo del kilovatio. Hace algunos años debimos instalar paneles solares. No lo hicimos porque entonces no nos convenía y ahora me arrepiento. ¿No sería buenísimo que el Sr. Milei nos ayudara a liberarnos del yugo del Estado en materia energética? Que nos otorgue créditos blandos para instalar paneles solares. O, en su defecto, que devuelva los fondos de investigación que nos arrebataron.

Algo como para pasar el invierno.

domingo, 24 de marzo de 2024

Más claro, echale agua (bendita)

 (vía Horacio Verbitsky en El cohete a la luna)


 

 

sábado, 23 de marzo de 2024

Las mil y una castas

Por Daniel Link para Perfil

Es Antonio Gramsci quien más ha trabajado con la oposición “casta de gobierno separada del pueblo” (Los intelectuales y la organización de la cultura). Por supuesto, las castas son plurales (casta sacerdotal, casta militar, estamentos, etc.).

Detengamonos en la que más persistentemente ha sufrido el común desprecio. En Enrique VI, William Shakespeare le hace decir a uno de sus personajes: “Lo primero que hay que hacer es matar a todos los abogados”.

Casi al mismo tiempo, Francisco de Quevedo se queja en el Sueño de la muerte: “—Hay plaga de letrados. No hay otra cosa sino letrados, porque unos lo son por oficio, otros lo son por presumpción, otros por estudio (y destos pocos), y otros (estos son los más) son letrados porque tratan con otros más ignorantes que ellos”. En el sueño del juicio final letrados, jueces, abogados, escribanos y ministros de la justicia habitan en las sucesivas visiones del infierno quevediano. En un famoso soneto, Quevedo lanza a los letrados el veredicto “o lávate las manos con Pilatos, / o, con la bolsa, ahórcate con Judas”.

La casta de los abogados ha sabido desde siempre despertar la animadversión de los fuera-de-casta. Un chiste corriente y muy antiguo se pregunta¿Cuál es la diferencia entre una sanguijuela y un abogado? Que la sanguijuela deja de chuparte la sangre cuando te morís”.

Detrás de un odio exacerbado a una casta, conviene preguntarse desde dónde ha sido formulado porque tal vez el odio sólo funcione como revelación de la adhesión a otra. Odiar a la casta de los aparatos de gobierno es una pulsión bastante corriente (por no decir vulgar), pero sorprende cuando son los mismos gobernantes los que sostienen ese odio. Tal vez haya allí una confusión de nombres y se trate del persistente y nada original odio a la casta de letrados.

Sólo se puede odiarla tanto desde el punto de vista del economista o el contador, a quienes no les viene mal la advertencia de Héctor Guyot, “cuando olvida el fondo contradictorio del propio ser humano, tanto en su carácter de observador implicado como en su ingrato rol de conejillo de indias irreductible a la planilla de Excel”.

Casta contra casta. El letrado contra el economista, dibujados por José Guadalupe Posadas: no importa quién gane, seremos sus víctimas.

 

sábado, 16 de marzo de 2024

Advertencia número 8


 

La nave de los locos

Por Daniel Link para Perfil

Hedwig invita a sus amigas a tomar el té. Conversan sobre una judía rica a la que, en otros tiempos, su propia madre servía. Rudolf participa de una gran celebración ante un nuevo logro en el procesamiento de judíos. Cuando su mujer, Hedwig, le pregunta si disfrutó de la fiesta, contesta que se distrajo pensando desde un balcón cómo gasearía a la concurrencia, reunida en un palacio de techos altísimos.

La casa de Hedwig es un bello vergel: se suceden los canteros con flores, la huerta, los árboles frutales. Hay una piscina donde los tres hijos de la familia se divierten con sus amigos.

En el fondo, siempre visible, una pared de cemento separa la propiedad del campo de concentración de Auschwitz, donde Rudolf oficia de comandante. Durante las comidas, mientras los niños juegan, cuando hay una reunión de oficiales para mejorar el procedimiento de incineración, siempre se escuchan los gritos, los disparos, los llantos de bebés, los trenes. De noche, los hornos crematorios tiñen de rojo el cielo.

Molesta con una de sus criadas, Hedwig le dice que su marido podría cremarla en cinco minutos.

Cuando le ordenan a Rudolf que se traslade a Oranienburg, Hedwig decide quedarse con sus hijos y su perro en la casa, que tanto representa para ella, sus amigas y su familia.

Se insinúa que tiene aventuras con algunos de los trabajadores judíos del campo, se muestra que Rudolf tiene sexo con mujeres judías prisioneras.

Vi la película por recomendación de Albertina Carri, quien agregó, por si su criterio no fuera suficiente, que era candidata al Oscar. Ganó como mejor película extranjera. The Zone of Interest fue realizada por Jonathan Glazer a partir de la novela homónima de Martin Amis, muy libremente adaptada. De hecho, Glazer investigó durante dos años en los archivos de Auschwitz, repuso los nombres originales de los protagonistas, ajustó los detalles a los testimonios.

Más allá de su enorme valor cinematográfico, The Zone of Interest nos obliga a pensar en esa catástrofe que domina el Siglo XX, nos sumerge una vez más en una pesadilla que nos constituye y que determina la forma de humanidad que desempeñamos.

El espanto de la película de Glazer nos interpela directamente. Esa ficción de normalidad (que nosotros supimos llamar “nueva normalidad” durante el gran experimento de control social) sucede en un contexto de locura intolerable. Pero, ¿quiénes son los locos? ¿Los que ejecutan las acciones dementes de las que son un índice la banda sonora, justamente premiada en Los Ángeles, o los que siguen sus vidas como si nada sucediera?

Rudolf lleva a sus hijos a nadar al río, del que tienen que salir intempestivamente: está lleno de cenizas y de restos oseos. Nadie (salvo tal vez la madre de Hedwig, que huye de la casa) se atreve a decir las palabras que correrían el velo de complacencia: “son la ultraderecha”, “es un proyecto criminal”.

Hoy, entre nosotros, esas palabras tampoco se dicen en la prensa argentina, que escucha acobardada los ruidos detrás del paredón y sólo se preocupa por la “gobernabilidad”.

 


jueves, 14 de marzo de 2024

A quien corresponda



sábado, 9 de marzo de 2024

Vidas de María

Por Daniel Link para Perfil

¡Para qué se me habrá ocurrido mandarle una autofoto (¡yo, que detesto hasta la sola idea de la “selfie”!) leyendo su libro recién recibido! Lo primero que me reprochó fue mi seriedad: “esa cara de culo quiere decir que no te gustó”. Lo segundo que hizo fue postear la foto en Instagram (¡red de narcisistas irrecuperables!) y el informe diario de “likes”. “Ya llegamos a cuatrocientos”.

Obviamente, esa tortura cotidiana era una demanda de lectura (cosa que iba a hacer, por deseo y necesidad). Pero lo que precipitó los acontecimientos fue una segunda foto de mí leyendo su libro acostado en un camastro marplatense. “Es un vago” mandó a comentar a una de sus esbirras para apurarme.

Pues bien, leí Pero aun así de María Moreno. Por supuesto, la “Introducción” reproducía muchos de nuestros diálogos, pero sin mis respuestas. Se queja de que ahora escribe con un solo dedo. Yo le había contestado “tanta diferencia no hay: antes escribías con solo dos”. Deplora el resultado de “letras comidas, palabras intercaladas”. Es lo que sufrí durante una década, cuando fui su editor en Página/12 (la contraparte es la admiración por un pensamiento que avanza más rápido que la propia capacidad de escritura).

Lo más importante del libro último de María Moreno es que abre una nueva habitación que sabíamos que estaba ahí, pero que María había ocultado con perversidad: “leo sin claves teórico-críticas”, dice todavía, cosa que la primera sección de Pero aún así desmiente categóricamente. Para mí es la parte más bella (más inesperada) de un libro todo él precioso: ahí María lee literatura puesta bajo el dominio de los nombres de mujeres. Es como un seminario condensado y yo, que cuando coincidimos alguna vez en San Francisco me quedé con ganas de escuchar sus clases, disfruté de cada capítulo como un alumno analfabeto en vastas materias mundanas (por supuesto, como María Moreno no acepta ningún elogio mío como tal, en páginas futuras evocará estas palabras para negarlas de plano).

Pero aun así quiere decir varias cosas al mismo tiempo: que, incluso cuando lo ficcional y lo autobiográfico se confundan, María quiere que en cada una de sus líneas, aun así, se lea que “esta soy y esta es mi vida”.

Superpongo a esa sabia consigna otra: aunque la literatura soporte el desprestigio de las causas perdidas, aun así leerla permite constatar que “mi vida” está entretejida con otras y forma parte de un comunismo vital que hoy más que nunca nos conviene sostener. Nuestras vidas en común, Moreno, qué felicidad.

 

martes, 5 de marzo de 2024

¿Quién no ha acariciando una media ilusión?

“La única manera de construir poder es ceder poder. Algo que hasta ahora Milei no hace. No le resulta fácil, tiene tan poco poder que no le sobra ni para muestra. Por eso el maratón de fingimientos con el que gestiona, en la ilusión que el discurso está por encima de la realidad. Una falacia técnica que prueba que también en semiótica el gobierno atrasa. Si no fuera así, el peronismo no hubiera sacado el 44% de los votos en el ballotage, ni mantendría un muro de bloqueo al oficialismo con 100 diputados y ya casi 40 senadores -son los que se juntan en estas horas para rechazar el DNU 70-.” 

Ignacio Zuleta para Clarín

 

 

lunes, 4 de marzo de 2024

domingo, 3 de marzo de 2024

Advertencia número 7


 

sábado, 2 de marzo de 2024

Gente de bien

Por Daniel Link para Perfil

Ya me dan arcadas cada vez que alguien dice “gente de bien” y “personas de bien”. En principio, ignoro a quienes se incluye en ese colectivo, cuyas filas no me siento llamado a integrar. ¿Tendría que compartir sonrisas cómplices con los nefastos aplaudidores de todo gesto de derecha, tal como puede verse en las señales de noticias de cable?

Peter Ptassek, el embajador alemán en Colombia dijo en mayo de 2021, cuando aquel país ensayó una división como la que hoy aquí pretende instalarse: “¿La gente de bien, quién es? ¿La que acata leyes, paga impuestos, tiene empatía con los vulnerables, protege el medio ambiente, promueve la paz, defensora de DDHH y de la sociedad civil, no vandaliza ni acaba con los bienes públicos? Si esa es la gente de bien, ¡no me la critiquen!”.

Entre nosotros, por el contrario, gente de bien es la que aprueba la vandalización y la destrucción de la cosa pública, la que se burla de los derechos humanos y ambientales, la que desprecia a los vulnerables y anhela su desaparición, la que fuerza las leyes o directamente las elude en su propio interés, la que evade impuestos y se beneficia de cuanto régimen de privilegio exista.

La “gente de bien” vive no de los privilegios sino que prospera en los privilegios. Por lo general la gente de bien responde al mantra de los nombres familiares. Son colectivos que operan a partir de un totem protector: los Menem, los Caputo (¡había tantos!), los Macri, los Tales y los Cuales.

Las personas de bien son las que obedecen ciegamente a un mandato, que interpretan como un Zeitgeist: ahora es así, caiga quien caiga y cueste lo que cueste.