miércoles, 8 de abril de 2020

Diario de la peste, día 21

(anterior)

Dice Rene Girard en El chivo expiatorio (Anagrama, 1986):

El santo aparece como protector de la peste porque está acribillado de flechas y porque las flechas siguen significando lo que significaban los rayos del sol para los griegos y sin duda para los aztecas la peste. Las epidemias están frecuentemente representadas por unas lluvias de flechas arrojadas sobre los hombres por el Padre Eterno e incluso por Cristo.
Entre San Sebastián y las flechas, o más bien la epidemia, existe una especie de afinidad y los fieles confían en que al santo le bastará estar ahí, representado en sus iglesias, para atraer sobre él las flechas errantes y sufrir sus heridas. En suma, se propone a San Sebastián como blanco preferencial de la enfermedad; se le esgrime como una serpiente de bronce.


No es ésta la primera epidemia que yo he tenido la desdicha de vivir. A propósito de la anterior, escribí (y repito letra por letra):

El rey David no pudo edificar una casa consagrada a su dios, IHVH, porque las guerras lo tuvieron ocupado. Fue su hijo Salomón el que encaró la construcción, según las formas y los cálculos dictados por el mismo IHVH a David. Sólo el sumo sacerdote podía pronunciar el nombre de Dios una vez al año, y cuando Roma destruyó ese templo, el nombre ya no pudo pronunciarse más y sólo pudo ser escrito. Pero interdicto, el nombre quedó partido en dos mitades que se buscan para siempre, errando por el cosmos. IH designa a un ser insensato que, sin conocer nada sobre sí, sueña y piensa. VH es el nombre de un ser condenado al exilio por la concupiscencia de la carne.
¿Dónde y cómo se escribe el nombre de Dios sino en el cuerpo de San Sebastián? Por eso, el mártir aparece en todas las épocas y por todas partes:
en la Edad Media, durante el Renacimiento, y después. En Flandes, en cada una de las ciudades italianas, en España, como éste que pintó Pedro González Berruguete (1455-1503), mucho antes de que El Greco hiciera lo propio en 1580.
En el siglo VII, una peste causó estragos en Roma. Desde entonces, el pueblo interpretó las sucesivas epidemias como flechas disparadas por un arquero enviado por Dios (IHVH). Sebastián, el oficial condenado al suplicio en el siglo III durante las persecuciones de Diocleciano, sobrevivió a los hondazos y las flechas de su suerte inaudita, y por eso el pueblo de Dios lo eligió como intercesor ante la peste (además, los estigmas que las flechas dejaron en su cuerpo se parecían a las marcas de los apestados).Si los artistas del Cristianismo desarrollaron alrededor de San Sebastián un proyecto de estudio corporal, no hay que entender ese proyecto sólo como una investigación estética (cuáles son los rasgos decisivos para decir del cuerpo del varon que es bello) sino, sobre todo, biopolítica (una política del cuerpo múltiple de las poblaciones, de la cohabitación, de la reproducción, la salud y la longevidad), y por eso es que se lee en el cuerpo del mártir la inscripción de IHVH y por eso es que se reclama para el santo una misión terapéutica. Allí donde la cólera de Dios (IHVH) arrojaba la peste, los artistas trataban de conjurarla con el cuerpo simétricamente marcado del mártir.
Por eso hoy el martirio de San Sebastián vuelve con toda su fuerza. Sirve de comentario para un nuevo espacio biopolítico. Sirve de umbral para una nueva antropología. Un cuerpo marcado con el nombre de Dios, del cual una parte se ha perdido sin que se sepa bien si corresponde al ser insensato que sueña o al que se entrega al goce de la carne (porque, además, uno y otro son el mismo). Lo que queda son las marcas
(HIV) en un cuerpo atormentado y bello, llamado por segunda vez a interceder por nosotros en los cielos.



(continúa)


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