sábado, 26 de septiembre de 2015

Juego de tronos

por Daniel Link para Perfil

El enigma catalán, que se resolverá mañana en elecciones convocadas por la Generalitat y que, para muchos, son ilegales, es propiamente un grano en el culo de los españoles, que a gatas comienzan a recuperarse de la crisis de 2008.
Los últimos sondeos, dicen los diarios, dan amplio margen al movimiento independentista (Junts pel Sí obtendría mayoría absoluta en el Parlament, 68 escaños). Pese a ello, sólo el 20 % de los catalanes piensan que el proceso puede desembocar en un proceso verdaderamente soberano. Apenas un 27 % de los electores creen que puede darse un cambio en la relación entre el gobierno regional y el nacional.
El Banco de España amenaza con corralito si Catalunya se declara independiente. El Financial Times avisa que si el separatismo supera el 50 % de los votos, Europa no podrá ignorar la decisión de los votantes (aunque finalmente la secesión no se concretara, habría que reformar la Constitución). El Partido Comunista adhiere al movimiento independentista señalando que es un error considerar que beneficia a la burguesía catalana, para nada, sino al pueblo, liso y llano.
Nadie confía demasiado en la verdadera constitución de un Estado independiente catalán, pero todos aspiran a que un resultado favorable a la separación permita reformular las relaciones de encaje de Catalunya en España.
El asunto es complejo y tiene siglos y milenios de antigüedad como para ser tratado a la ligera. Pero, como todo nacionalismo, el catalán es cerril y ni siquiera puede garantizar un Estado económicamente viable. Ni hablar del monolingüismo al que aspira, desdeñando una de las más ricas herencias disponibles: el bilingüismo catalán-español, que las últimas generaciones han perdido y, con él, la posibilidad de intervenir en relación con la tercera lengua de comunicación del mundo.
O un Estado imperial o uno provinciano; sociedad sin Estado no se le ocurre, tristemente, a nadie.


viernes, 25 de septiembre de 2015

Viejos son los cueros

por Daniel Link (desde Berlín) para Soy

Folsom es el nombre de una calle de San Francisco pero también el nombre de un Festival Leather anual. Folsom Europa se hace en Berlín, en septiembre de cada año, en el barrio de Schöneberg (algo parecido a Chueca, o al Castro, pero mucho más limitado en sus alcances), donde a lo largo de la Fuggerstrasse se instalan tenderetes para vender artículos de cuero, látex y otros fetiches, y puestos de exhibición de prácticas S-M: bondage, latigazos, etc.
El publico que Folsom Europa convoca cada año ha crecido exponencialmente. Yo he participado ya tres veces de esa fiesta en los últimos diez años y cada año la concurrencia se triplica sin que el encuentro pierda sus características (las más simpáticas y las más odiosas).
Hay tres maneras de pensar lo que Folsom significa: una económica, otra sexual y otra afectiva. Desde el punto de vista económico, Folsom celebra la inauguración de la temporada. Este año se desarrolló entre el 12 y 13 de septiembre y coincidió con una semana de cine argentino en la prestigiosa Haus der Kulturen der Welt y un festival Lollapalooza en Tempelhof, el antiguo aeropuerto nazi, la estructura racionalista más grande del mundo.
De modo que Folsom coincide con la reapertura de la temporada de gasto berlinés en cultura, bienes simbólicos, sexo, uniformes fetichistas, comida (ah sí, en la Fuggerstrasse se comen también salchichas y Bouletten). Justo antes de que el verano se precipite hacia su propia ruina, un último grito de alegría reúne a las locas con dinero de Europa entera en las calles de Berlin que albergaron todas los movimientos de liberación homosexual, desde el invento mismo de ese vocablo infamante.
Folsom Europa, como la feria sanfranciscana o la elección de Mr. Leather internacional que tiene lugar cada año en Chicago y de la que este suplemento ha dado cuenta en su oportunidad, es un evento consumista que puede asquear un poco a los puristas del libre intercambio sexual entre varones (para ellos, estará siempre el Tiergarten, poblado de varones semidesnudos todos los atardeceres del mundo, hasta que el Universo desaparezca por completo).
Desde el punto de vista sexual, las reglas de Folsom son un poco opresivas: quien no cumpla con los códigos y las etiquetas previstas para el encuentro se sentirán invisibles y, como cada vez, lo que más abunda es el pet play (donde uno hace de mascota, en cuatro patas, con mordaza, y otro hace de amo), el asunto puede llegar, después de un primer encuentro con esas prácticas otras que rozan y huyen de la sexualidad convencional, a una monotonía un poco agobiante.
Que cada quien tenga un lugar en el mundo es una de las utopías de los movimientos de liberación sexual. Que esos lugares se conviertan en corrales que repelen comportamientos o uniformes exteriores o extranjeros es un poco paradójico. Dos Folsoms previos me dejaron una cierta experiencia que esta vez capitalicé con éxito: curtí uniforme levemente deportista (joguineta y remera, zapatillas) y me probé arneses que, una vez abandonada la ciudad del pecado, siguieron produciendo equívocos en las fotos que el fotógrafo de Soy me tomó.
Yo no participo del universo del cuero (porque me da calor, porque el roce del cuero me molesta, porque los adminículos me parecen caros para el uso que yo les daría, porque soy un animal de climas cálidos y prefiero la piel desnuda, en fin: por razones triviales que no implican ninguna condena moral). Si sigo yendo a Folsom (y si iría nuevamente, supuesto que mis itinerarios coincidieran con ese festival que no llega a ser carnestolenda, al menos como yo la entiendo), es por el tercer aspecto, el emotivo: quienes asisten a la fiesta están contentos y lo están porque, con sus bastones y desde sus sillas de rueda, han sobrevivido a todas las fantasías de aniquilacación y sobre todo, al desprecio y los veredictos sociales. La media etaria de los participantes de Folsom Europa es de 50 años (entiéndase: hay unos pocos de 30, y muchos de 70, 80 y más).
Y que ellos consideren pertinente salir de los recovecos en los que durante el resto del año son obligados a esconderse, en los pueblos en los que viven, dentro y fuera de Alemania, y que se muestren semidesnudos por la calle, felices porque no han ido allí sino para demostrar que siguen vivos es como un grito de liberación que conmueve hasta los huesos. Y que ahorren para poder emprender ese peregrinaje y poder comprarse un guante más, un látigo con una punta más, un nuevo dispositivo de momificación, no deja de ser comparable a los rituales de la fe que, alguna vez llevó a los cristianos por el camino de Santiago y que lleva a los musulmanes, al menos una vez en la vida, a la Meca.
Dios no hay o no habrá, pero hay la felicidad de la comunión con algo que está más allá de uno mismo.





sábado, 19 de septiembre de 2015

Crisis de humanidad

por Daniel Link para Perfil

Europa se identifica imaginariamente con la Humanidad. De allí el profundo tono emocional de sus crisis, que a nosotros, acostumbrados a sortear con cierta eficacia los protocolos del exterminio (1976), la anomia (2001) y la indigencia (2015) nos resulta un poco exagerado. Universales ya difícilmente puedan sostenerse, pero es verdad que, cada tanto, Europa ve tambalearse el delicado edificio de sus unidades filosóficas. Los lamentos de cisne moribundo son, en última instancia, un rasgo más de eurocentrismo.
Días atrás estuve en Berlín, viviendo en Kreuzberg, en una de cuyas más burguesas esquinas fue instalado un centro de acogida para adolescentes sirios sin familia. Al caer el sol, los jóvenes se reunían en la puerta a fumar, tomar cerveza y, pienso yo, a evocar la patria perdida casi para siempre.
Después de la crisis financiera griega, que hizo temblar el tinglado económico urdido con paciencia de chino por los propulsores del Euro, la crisis de los refugiados sirios casi desbarata el Schengen, el nombre fronterizo de la "Comunidad".
Al denunciar los acuerdos de Dublin, al aceptar recibir a 800.000 refugiados en un año, al obligar a sus socios europeos a comprometerse a recibir sus respectivas cuotas de refugiados, Angela Merkel sacó a Europa de la atonía en la que se encontraba. Por cierto: no hizo más que escuchar las demandas de una sociedad que se manifestó dispuesta a ir en auto a las fronteras para hacerse cargo de familias de migrantes sin destino. Abiertas las puertas de las casas privadas, ¿cómo iban los Estados, la expresión del deseo particular, a cerrar las suyas?
Cada fin de semana se asientan en Munich, en improvisados campamentos, 20.000 refugiados que huyen de la guerra y confían en uno de los más altos valores de humanitarismo: la hospitalidad.
España aceptó a regañadientes los acuerdos propuestos por Alemania. Dinamarca cerró sus fronteras a los migrantes. Grecia, la puerta hacia los mundos otros (no en vano aquellos griegos inventaron el vocablo "bárbaro"), sonrió al contabilizar los contratos que obtendría del tráfico de migrantes.
El enigma, como siempre, sigue siendo Rusia. Si un ruso afrancesado (Alexandre Kojève o Александр Koževnikov, 1902–1968) fue quien imaginó los acuerdos arancelarios, económicos y políticos que con el tiempo dieron su coloratura a la Eurozona y a Schengen, hoy es difícil saber qué pasa por la imaginación tenebrosa de Tartaria.
Berlín no es ya la ciudad que yo amé en mi juventud. Están, por un lado, esos chicos sirios cuya belleza en sombras no podemos sino observar con melancolía y están esos rusos que han comprado casi todos los lugares que yo solía frecuentar. El goteo casi imperceptible de lo que alguna vez llamé "La mafia rusa" formó en Berlín un caldo de cultivo ahora aderezado por la marea siria.



miércoles, 16 de septiembre de 2015

La ilusión del centro

por Daniel Link para Perfil

A veces se dan raras circunstancias que nos hacen pensar que, todavía, el mundo puede tener un centro y que participamos, de diferente modo, de sus incandescencias. Este fin de semana el centro del mundo parecía Berlín. Yo había llegado a esa ciudad que amo y temo al mismo tiempo para una reunión en el Ibero Amerikanisches Institut de la cual dependían diez años de trabajo.
Al mismo tiempo tiempo que yo, Alan Pauls organizaba, con la complicidad de SIlvia Fehrmann, una semana de cine argentino en la Haus der Kulturen der Welt. Mariano Llinás, Martín Rejtman y la enorme Albertina Carri formaban parte de la comitiva.
Desde otras latitudes, llegaron Alejandro Ros y Maitena, quienes vinieron a participar de la edición 2015 de FOLSOM, el Festival Leather callejero que trastorna los sentidos y el sentido del decoro berlinés.
La semana de cine se abrió el miércoles pasado con Jauja, la última película de Lisandro Alonso, que no me resulta simpática, pero que Alan Pauls pensaba que era tal vez demasiado radical para inaugurar un evento de este tipo. Antes, Silvia Fehrmann había hilvanado con exquisitez las palabras justas (del castellano y el alemán) que permitían hermanar dos ciudades, Berlín y Buenos Aires y las culturas que esas metrópolis representan.
Después, la programación se sucedió a un ritmo de vértigo en la misma sala en la que yo alguna vez cubrí una Berlinale, lo que me trajo recuerdos de otros tiempos, cuando Berlín no estaba tan llena de argentinos. El viernes, después de la proyección de Los rubios, algunos de los que integrábamos esa Internacional Argentina sin proyecto político, nos fuimos a comer algo y a comentar las novedades últimas sobre la situación de los refugiados sirios. Éramos, una vez más, como niños que jugábamos a reinventar la Argentina y trazábamos, sin comprenderlo bien, un diagrama que en algún sentido desmentía la ilusión de centro que nos había dominado y nos arrojaba a una excentricidad desusada en Berlín: el barroco y su doble centro, su excentricidad, su descentramiento.
Albertina (cuyas extraordinarias instalaciones venía yo de ver en el Parque de la Memoria) era el centro solar de esa rara coincidencia de argentinos, la luz belicosa y, al mismo tiempo, suave que atravesaba los nubarrones berlineses. Rafael Spregelburd, quien no estaba en Berlín, fue el centro ausente. El mundo y la vida, nos dimos cuenta, seguían en otra parte.



sábado, 12 de septiembre de 2015

Albertina Carri, artista de nuestro tiempo


Por Daniel Link



La cruz, que iba a constituir el diagrama de una de las dos instalaciones (soberbias, imperdibles) que Albertina Carri está mostrando desde ayer (y hasta el 23 de noviembre) en el Parque de la Memoria, está desplazada y ahora sirve como diagrama de una vasta obra en la que Albertina viene trabajando desde hace años y que ha ido entregando parte por parte, como un work in progress que, ahora, se nos revela en todo su esplendor.

Uno de los ejes de esa cruz agrupa “Investigación del cuatrerismo” (dedicada a Roberto, su padre desaparecido y a su libro Isidro Velázquez. Formas prerrevolucionarias de la violencia, 1968) y “Punto impropio” (dedicada a Ana María Caruso, su madre desaparecida y a las cartas que le mandó desde el cautiverio). El otro eje agrupa “Allegro”/ “A piacere” (dos instalaciones sonoras en las que el puro sonido de unos proyectores subraya la ausencia de proyección) y “Cine puro” (una instalación sobre las imágenes borradas, inexistentes o diluidas en los archivos cinematográficos). 

En modo alguno podría pensarse que un eje temporal se corresponde con el pasado (los padres desaparecidos, esa herida) y el otro al presente (el quehacer cinematográfico): son dos formas diferentes de la presencia-ausencia, de lo que queda de uno cuando la materia de la memoria (las imágenes y los cuerpos) como el soporte (los sonidos y la película, es decir el celuloide) se ponen bajo la lógica de la desaparición, cuando no de la destrucción. Es decir, cada eje muestra una persistencia diferente del pasado en el presente. Y ese pasado que persiste es, en todo los casos, una memoria rota, fragmentada, velada.

De Isidro Velázquez hubo un proyecto de película, perdida e irrecuperable. Las cinco pantallas que Albertina pone a dialogar para "ilustrar" el texto que escribió a propósito de esas imágenes desaparecidas no alcanzan el estatuto de película, y se instalan en el umbral de lo que no puede tener plena representación (es decir: ninguna representación).

"Punto impropio" filma con microscopio el trazo materno sobre el papel y lo proyecta en una luna flanqueada por los nombres de la madre (que son, también, los nombres de la Concepción).

Estas instalaciones subrayan, en efecto, diferentes aspectos de una misma majestuosa meditación sobre el presente (escrito en negro al fondo de la sala donde se han montado sus piezas) y la propia (impropia) voz: Albertina lee las cartas de su madre, pero es Elena Carri-cajo quien lee el texto furioso que Albertina le dedicó a su padre. En ese juego de voces cruzadas se deja leer un amor extraño por algo que no se sabe bien qué es (¿el roce de unos cuerpos, unas voces sepultadas por los tiempos, la mirada atónita de una escena primitiva transformada en un vacío puro y becketiano?) pero que está allí y nos arrastra con él y lloramos cuando nos damos cuenta de nuestra propia ignorancia en relación con el sentido del mandato repetido de la madre: "Portate bien". No en vano el ejercicio total que Albertina nos regala llevan las marcas de Beckett y de Proust: Operación fracaso y el sonido recobrado.  

Pero además de eso (¿hay "además" del amor y algo más que el vacío contra el cual se recorta?), se deja leer una compleja estrategia de (in)definición de los géneros, que Albertina ya había apuntado en otra parte (el texto preparatorio de "Punto impropio"): la madre no pudo tener obra porque era mujer, y porque estaba casada con un intelectual prometedor y furioso: sus cartas son la no-obra, la desobra (pero nunca, ni aún en la oscuridad que constituye su circunstancia de escritura, la desesperanza). 

Con Operación fracaso y el sonido recobrado y la piezas que incluye (cada una con diferente nombre, lo que es, eso también, una teoría de los nombres y de la nominación queer) Albertina nos regala no la mejor de sus obras (porque si bien lo que hemos visto está del lado del don, no se pone del lado de lo obrado), sino el más alto pensamiento sobre la desaparición, la memoria, las relaciones de clase y de género. 

Si fuera obra, sería una obra maestra. Como no es obra, es un llamado que no tiene comparación en el paupérrimo escenario del arte (de cualquier arte, incluida la literatura) contemporáneo.

Vayan, gocen, rían y lloren. Aprendan.


miércoles, 9 de septiembre de 2015

Lado B




martes, 8 de septiembre de 2015

Doble personalidad


Me intriga la capucha. Siempre pensé que Batman usaba capucha para disimular su verdadera identidad de Bruce Wayne. Pero ahora parece que Batman está circuncidado. ¿Usará prepucio Bruce Wayne? ¡Qué misterio!




lunes, 7 de septiembre de 2015

Por amor al arte




domingo, 6 de septiembre de 2015

"Dr. Link, presentarse en urgencias"




sábado, 5 de septiembre de 2015

Albertina Carri, artista


Por Daniel Link para Perfil


La cruz, que iba a constituir el diagrama de una de las dos instalaciones (soberbias, imperdibles) que Albertina Carri está mostrando desde ayer (y hasta el 23 de noviembre) en el Parque de la Memoria, está desplazada.
Uno de los ejes agrupa “Investigación del cuatrerismo” (dedicada a Roberto, su padre desaparecido y a su libro Isidro Velázquez. Formas prerrevolucionarias de la violencia, 1968) y “Punto impropio” (dedicada a Ana María Caruso, su madre desaparecida y a las cartas que le mandó desde el cautiverio). El otro eje agrupa “Allegro”/ “A piacere” (dos instalaciones sonoras) y “Cine puro”. En modo alguno podría pensarse que un eje temporal se corresponde con el pasado (los padres desaparecidos, esa herida) y el otro al presente (el quehacer cinematográfico): son dos formas diferentes de la presencia-ausencia, de lo que queda de uno cuando la materia de la memoria (las imágenes y los cuerpos) como el soporte (los sonidos y la película, es decir el celuloide) se ponen bajo la lógica de la desaparición, cuando no de la destrucción. Es decir, cada eje muestra una persistencia diferente del pasado en el presente.
Estas instalaciones subrayan, en efecto, diferentes aspectos de una misma majestuosa meditación sobre el presente (escrito en negro al fondo de la sala donde se han montado sus piezas) y la propia (impropia) voz: Albertina lee las cartas de su madre, pero es Elena Carri-cajo quien lee el texto furioso que Albertina le dedicó a su padre. Vayan, gocen, rían y lloren.


viernes, 4 de septiembre de 2015

¡Lo quiero shaaaaa!




jueves, 3 de septiembre de 2015

Je suis Aylan Kurdi



martes, 1 de septiembre de 2015

A ver cómo narran...





Más acá: http://bcove.me/zwmm07d0 y http://bcove.me/shggyzkz

Nos vamos al Cabildo

EN OBRA, UNA INSTALACIÓN SONORA (en el marco de la Feria del Libro de Córdoba)
 
La voz, donde el lenguaje y el cuerpo se tocan


“En obra” significa, al mismo tiempo, que las voces constituyen un work in progress sobre la ciudad y que no todo está dicho en relación con su futuro. La ciudad está en obra permanente y la marca más evidente de esa construcción incesante son los baldíos de Buenos Aires.
Organizada por la Fundación PROA (C.A.B.A.),En Obra es una instalación sonora de 35 minutos de duración a cargo de Daniel Link, Elena Donato, Valentín Díaz y Sebastián Freire, responsables de la investigación y edición. Tematiza la ciudad como ámbito de construcción permanente, universo heterogéneo hecho de pura contradicción en boca de escritores argentinos que hablan de calles, climas, habitantes… de un espacio habitado. Fue producida en el contexto de la muestra Buenos Aires (Fundación Proa, 24 de agosto al 27 de octubre de 2013). Contempla la participación de autores como Jorge L. Borges, Julio Cortázar, Washington Cucurto, Fogwill, Isol, Alan Pauls, Silvina Ocampo, Ricardo Piglia, Manuel Puig, Ernesto Sabato, Matilde Sánchez, Rafael Spregelburdy Rodolfo Walsh entre otros.
Del 03 al 20 de septiembre, de 10 a 20 h
Salas PA, Cabildo de Córdoba
Curador: Daniel Link, Elena Donato, Valentín Díaz y Sebastián Freire,
Organiza: Fundación PROA


http://www.ellibrocordoba.org/actividades.html