miércoles, 29 de marzo de 2023

Mi casa, tu casa

 


martes, 28 de marzo de 2023

sábado, 25 de marzo de 2023

Casi ángeles

Por Daniel Link para Perfil

Hay poetas de versos sueltos, que se imprimen a fuego en nuestra memoria (“Dichoso el árbol que es apenas sensitivo / y más la piedra dura porque esa ya no siente”) y hay poetas de libros que sólo tienen sentido enteros (Un golpe de dados de Mallarmé). Luego, hay poetas de ritmo sostenido (nos arrastran al canto), pero hay también poetas de ideas luminosas.

Cada vez, los poemas (libros o versos) establecen cortes distintos con la realidad, entablan una relación diferente con el lenguaje, piensan el mundo de variada forma, intervienen en el presente o en el archivo, tienden a los altos cielos o se abisman en las profundidades de la tierra.

Por fortuna, nada de esto es totalmente cierto y hay textos que participan al mismo tiempo del cielo y del infierno, intervienen en el presente y en el archivo, cantan y piensan, producen versos memorables pero encuentran su grandeza en el libro entero.

¿Un ejemplo? El pozo y la pirámide de Diego Bentivegna, que acaba de distribuirse.

El extraordinario poemario de Diego encuentra su altura máxima leído como libro, como un pensamiento que se va desgranando en tres pasos: “El pozo y la pirámide”, “Cartas a K y otros extractos” y “Hechos del Mascardi”. Si el tono del libro es casi elegíaco (sin serlo del todo), los personajes que convoca son casi ángeles, porque participan de la autoctonía con una fuerza tan persistente, que no pueden volar por los cielos como si nada les importara (“¿Quién, si yo gritara, me escucharía entre las escuadras angélicas?”).

Hay mucho de Rilke en este libro de Bentivegna, pero también hay mucho de Lorca, en esa obsesión por los rituales de la tierra, por lo que llama y reclama desde el fondo de la noche que (justo es decirlo) en este poemario está totalmente ausente.

El pozo y la pirámide, al mismo tiempo que tensa la relación espacial entre la tumba y el monumento (se trata, claro, de la pirámide de madera de Leuvucó, donde reposan los restos de Mariano Rosas que supo guardar con celo mezquino y decimonónico el Museo de Ciencias Naturales, y entre los diferentes nodos espaciales de aquello que, mezquina y decimonónicamente, se imaginó como el Desierto.

Diego les da la voz a esos restos de vida ranquel que encuentra camino de Leuvucó, en un paisaje agobiado por un sol impiadoso, el hambre de los perros y los remolinos de tierra reseca, a partir de los cuales piensa el ritmo de nuestra lengua pero sobre todo, la relación no de pertenencia sino de participación respecto del paisaje.

Más adelante, en la tercera parte, el viaje hace pie (o más bien se derrumba) ante el asesinato de Rafael Nahuel (22 años, disparo letal por la espalda, arma reglamentaria del Grupo Albatros). Si para la primera parte el viaje no necesita de una referencia temporal, para la tercera la marca es decisiva. Lo que se dilata en la memoria y en el archivo, desde Mariano Rosas hasta las machis, se concentra en un punto aciago de la historia reciente.

En el medio, Diego sutura las dos partes con unas citas que vienen del otro mundo, el viejo, el que pone a funcionar una máquina interpretativa que no sirve para entender nada o que sirve para entenderlo todo mal: el lago Mascardi como la Suiza argentina...

“Yo estuve allí, yo fui (casi) testigo, escuché los tiros”, dice El pozo y la pirámide y lo mismo se siente al leer la primera parte: todos estuvimos (casi) ahí, en ese Desierto falsificado y ardiente que explica lo que somos.

El pozo y la pirámide no quiere ni puede ser El canto general ni las Elegías de Duino. Encuentra, entre el himno y la elegía, el tono justo para cantar la canción de la tierra y, al mismo tiempo, para aunar un tiempo indefinido y dilatado (el tiempo del archivo y la lectura) con el tiempo abigarrado y definido del acontecimiento funerario.

Por supuesto, todo es político: el pozo, la pirámide, los ranqueles, las machis, los apuntes de Mascardi, la musiquita de los versos, las palabras de los otros, el llanto, los helicópteros y las balaceras en los cuerpos inocentes, pero que porque han reclamado la tierra y porque la tierra los reclama no llegan a ser ángeles.

En todo caso, no los de Rilke (si acaso: la encarnación del ángel de la historia de Klee).

El pozo y la pirámide es majestuoso sin ser monumental. Es uno de los mejores libros de esta época porque pinta ese lugar (el presente) que no sabemos bien cómo habitar.

jueves, 23 de marzo de 2023

El último hombre

 


sábado, 11 de marzo de 2023

La vida es una moneda

Por Daniel Link para Perfil

En 2008 se podía elogiar la gratuidad cultural desde una posición histórica que hoy es irrecuperable. Teníamos, se nos decía, el mundo al alcance de la mano (cuentas de correo electrónico, acceso a bibliotecas digitales y audiovisuales, a conexiones con personas distantes, a herramientas cada vez más sofisticadas) por nada o casi nada. Éramos, en esos tiempos heroicos de la red, usuarios de servicios gratuitos, nos dominaba el fervor de una economía del don.

Hoy todo aquello reveló su perversidad. Hay gratuidad, sí, pero ya no somos usuarios de una máquina exterior, sino que la máquina nos ha educado y nos ha incorporado: somos sus operadores y trabajamos gratis para ella en la página de la AFIP, en las plataformas bancarias, pagando multas, completando CAPTCHAS o respondiendo si somos o no robots, pero sobre todo en las redes sociales, donde ponemos nuestros datos (en fin: nuestra vida entera bajo la forma de datos) para que alguien los monetice.

La mera posibilidad de pensar diferentes modelos de gobierno basados en la digitalización creciente de la esfera cultural, laboral, política es un poco ilusoria. Todo comenzó con la hipótesis anarcodigital, pero luego pasamos lentamente a la monetización de los contenidos que circulan culturalmente y, paradoja de paradojas, a un creciente control social porque lo que se monetiza son precisamente los hábitos, los gustos, las inclinaciones, los pensamientos, los sueños, los registros médicos. ¿Cuántas veces hemos abierto el vínculo de una página de viajes y, por esos “azares”, la persona que vive con nosotros recibe al rato un correo promocionando ese mismo viaje?

En los albores de gmail, cada vez que entrábamos al correo se nos comunicaba con algarabía que el espacio disponible crecía segundo a segundo. Hoy, ese crecimiento se detuvo en los 15 Gigas, que no alcanzan ni para guardar las fotos de la última fiestita.

Somos trabajadores esclavos que, además de ofrecer gratuitamente nuestra fuerza de trabajo en la red, dejamos todas la información necesaria para que una compañía de seguros compre un bonito paquete de big data. La máquina ronronea y la pensamos como a una mascota. Pero ya dio el zarpazo y ya lame nuestra sangre.

 

miércoles, 8 de marzo de 2023

sábado, 4 de marzo de 2023

Los cuatro gobiernos

Por Daniel Link para Perfil

En 2018, un texto publicado por el Centro de Innovación para la Gobernanza Internacional estableció una cierta geopolítica del gobierno digital, esquema que, previsiblemente, copiaba las tensiones de la cosmopolítica a secas, con un pequeño aderezo romántico, para no perder las esperanzas del todo.

El primer modelo era precisamente el de los creadores de Internet, que la imaginó abierta, transparente, portátil, interoperable, colaborativa, libérrima.

La segunda visión es la de la Comisión Europea, que propone una Internet un poco más “burguesa”, con los mismos principios del modelo anterior, pero con un mayor acento en la protección de la privacidad y una mayor censura de los malos comportamientos digitales (sobre todo el trolleo) y una obsesión por el orden y la democracia.

Yo abracé el primer modelo y ahora trabajo amparado por el segundo, que me ha enseñado las “buenas” prácticas de escritura y protección de datos.

China y Rusia, junto con otras naciones, sostienen una tercera Internet, en la que las tecnologías de vigilancia e identificación ayudan a garantizar la cohesión social y la seguridad.

La cuarta visión, más comercial, entiende los recursos en línea como propiedad privada, cuyos propietarios pueden monetizarlos.

Vaya un ejemplo. Entrenado en las prácticas del acceso abierto, estoy acostumbrado a leer lo que me parezca sin pagar un centavo (por supuesto, también publico bajo las mismas condiciones: cedo lo que escribo según los mismos sistemas de cesiones).

En cambio, cada vez resulta más complicado leer diarios, porque son enormes los obstáculos que ponen a la mera gratuidad. No es que les importe demasiado que uno lea sus versiones de las noticias (escritas desde un rencor y una mala conciencia que ya resulta tan intolerable como la grosera ignorancia del lenguaje escrito que exhiben) sino más bien los avisos publicitarios con los que lucran.

Tan así es, que uno puede eludir un buen porcentaje de notas del diario La nación sencillamente leyendo en la aplicación BBC Mundo lo que han levantado de ahí. La mayoría de las veces la fuente está aclarada, pero llega un momento que es muy fácil darse cuenta de cuáles son. Por supuesto, en las aplicaciones de la BBC no hay publicidades ni restricciones.

En algún momento, la compleja arquitectura que es internet (con una multiplicidad de actores, normas, y como queda claro, diferentes políticas de contenido) deberá decidir qué se amolda más a un “buen desarrollo” de Internet, porque tampoco es justo que la comunidad científica comparta con alegría y convicción cada uno de los pasos de su trabajo y, por otro lado, los diarios lucren con la mera distribución de inmundicias de todo tipo.

A favor del modelo de Silicon Valley y en contra del europeo (los demás no hay ni que considerarlos): la concentración del conocimiento en un mismo sitio obligatorio. Cuando la IA deje de ser tan idiota, leerá en un tris esos millones de artículos que hemos depositado en Zenodo y propondrá su solución para nuestros males.