sábado, 31 de agosto de 2019

Lector en trance

por Daniel Link para Perfil

Trance de Alan Pauls es un libro sobre la lectura. Pero no cualquier lectura, y por eso elige llamarse con un nombre equívoco que, en todas sus acepciones, convoca a la etimología: “pasar, ir a otro lado”. El estado de trance es tanto lo que se siente en la unión mística con alguna entidad trascendente (que podemos llamar Dios o no, habrá que preguntarle a Descartes) como el último tiempo de vida, próximo a la muerte. Un momento decisivo, en todo caso crítico (toda lectura, lo quiera o no, es crítica), incluso el estado mediúmnico de conexión con planos de existencia que por lo general nos son inaccesibles.
Todo eso es el libro Trance y hay que dejar que el lector decida cuál es el sentido que más le conviene a su propio desatino, porque leer, cada día más, es una práctica desatinada, escandalosa, llamada a irritar a quienes quedan fuera del acto de leer.
La lectura es como un rapto y por eso Trance se abre y se cierra (pese a que simula el orden del glosario) con escenas de infancia: al comienzo la propia, la del propio rapto, cuando los gitanos que habitan los libros nos sacan de la cuna, de la casa del ser, del reparo tranquilizador y de las velocidades familiares. Cuando el sentido entra en combustión por el chisporroteo de mil chispas de vida (y la lectura es eso, dice Trance), la casa está, entonces, en un borde que no es ni adentro ni afuera, que disuelve las fronteras y que transforma los territorios en zonas de tránsito y las temporalidades en capas de hojaldre. Se dice que “el casado, casa quiere”, pero...
Trance
nos dice que leer es un “vicio gratuito, benéfico, generoso”, resistente por lo tanto a toda institución, del orden más bien del abandono de si, de la indiferencia (quiero decir: indiferenciación).
Al final del libro, la escena de infancia es otra y es la misma: opone, ahora, al padre y al lector y lo que uno anhela es exactamente lo contrario de lo que el otro necesita, el “deseo ávido y sedicioso de huir de esa pieza y ser un indio, ser el indio de Kafka”.
En ese fuego del que lee hasta que se le queman los ojos la infancia (esa potencia pura donde absolutamente todo está ovillado y disponible, dispuesto a saltar, esa inmensidad de infinito flotante, esa posibilidad de expansión absoluta) se cocina lo que se puede leer aunque no haya sido escrito. “Transfusión de sangre, shock eléctrico, posesión”: ésas son las figuras que Alan convoca para volver a ese lugar que no quiere abandonar del todo: el lugar du niñe que ansía el rapto o que se apresta a la fuga. Eso es el trance y eso es la lectura para
Trance: se trata de resucitar lo infans, de conjurar su desaparición.
Hay que restituir a la lectura la dimensión de una experiencia para sacar al texto absoluto de la metafísica infantil: la infancia siempre está al borde de la muerte, es Valdemar, sostenido en trance hipnótico en un borde inaguantable. Sólo si se comprende el texto como antecedente de una vida tal o cual se percibirá su lugar en la fantasmagoría que propone. Hay dos velocidades diferentes: la lentitud de la familia y la velocidad de la fuga. La fuga es desgarro y liberación del envolvente pensamiento parental, del lento camino de la pedagogía y del no ser sino en el lugar que nos han asignado como casa (la lectura más radical que cuenta 
Trance, la de la Recherche proustiana, sucede precisamente en un borde civilizatorio y esa circunstancia contamina el texto que se lee, ya en si mismo un texto desencaminado).
El niño que lee abraza la fuga. El padre que lee mira a su niño apagarse y el lector que lo habita como un alienígena para todos los demás desconocido, disimulado detrás de unos anteojos que, por milagro del embotamiento de los otros, funciona como máscara perfecta, desea a su niño re-activado, disipando “las telarañas que le cubren los ojos” (y aquí, Trance superpone los ojos del hijo y del padre y hace que el mero pronombre “le” señale la posibilidad de ver en absoluto: al mismo tiempo la del padre y la del hijo), y le regala o le lega (después de todo, la paternidad sólo se sostiene en el gesto del legado) el deseo de fuga, de escapar de toda casa.


sábado, 24 de agosto de 2019

Potencias de la pedagogía

Por Daniel Link para Perfil

Hace tantos años cuantos me dedico a la docencia vengo predicando a mis alumnos de todos los niveles, en la cárcel, en las universidades, en los colegios: nunca contesten encuestas con la verdad. Si no les gusta mentir, usen la opción NS/ NC.
Supongo que muchos docentes harán lo mismo, y por razones obvias: ¿para qué permitir que personas por lo general viles obtengan un saber a partir de respuestas muy íntimas y muy nuestras y luego transformen ese saber en mercancía que venderán a gobiernos y partidos políticos, multinacionales y medios de comunicación? Sabemos que el saber es poder. Y que el poder siempre está en contra de aquellos sobre quienes se ejerce. Además: ¿cuánto factura una consultora por una encuesta política? Miles de dólares de los cuales ni uno solo va a parar a quienes proporcionan la fuente de saber y, en consecuencia, de poder.
Con las redes sociales pasa lo mismo: son el mal absoluto (digo cada vez que puedo). La “expresión” personal no sólo es un instrumento de control social y político: genera, una vez más, transferencia de recursos hacia sectores improductivos, manipulación y profundización de prejuicios de todo tipo.
De modo que más allá del descalabro que significa este período en el que no se sabe bien quién es quién ni cuál es su papel en una tragedia repetida hasta la farsa, me felicito (y felicito a quienes comparten mi pedagogía) por el resultado de las encuestas previas a las PASO.
Es ridículo y autohumillante que un gobierno no sepa qué piensa de él la ciudadanía y tenga que pagar una encuesta para conocer la intención de voto. ¿No es el pueblo (sea esto lo que fuere) el fundamento de nuestra soberanía? ¿No son capaces los gobernantes de conocer el humor de los electores, el grado de sufrimiento que infringen o el nivel de felicidad que sus políticas patrocinan, de gobernar para ellos? ¿No saben ni siquiera eso y llaman a lo otro “populismo”?


sábado, 17 de agosto de 2019

Poder y soberanía

por Daniel Link para Perfil

La democracia tiene grisuras a las que los argentinos no terminamos de acostumbrarnos. Queremos siempre más: pasiones incendiarias, impulsos trágicos, hýbris, abismos y cruces en caminos donde sólo hay lugar para uno, locura desatada.
El domingo por la noche y el lunes, tuvimos un poco de todo eso. El Sr. Macri se presentó públicamente en estado de psicosis. Escapado de su rol presidencial y de toda contención discursiva, apareció ante las cámaras acompañado de su can Cerbero, para decirnos que las cosas son como él las piensa y que si no se entiende eso, a joderse. Nunca la soberanía había retrocedido hasta tan atrás en el tiempo, hasta los tiempos del poder subjetivado y absoluto que no necesita de las instituciones para imponerse como tal: un derecho de sangre.
Lo que el señor Macri piensa es que la economía es global y que sólo importan las grandes empresas (la obra pública, las compañías de aviación, la minería, las empresas petroleras, los fondos de inversión, los bancos, la cotización en NYC). Para eso, naturalmente, hacen falta grandes inversores, mucho crédito, mafias organizadas, capitalismo vil, imperialismo económico y humillación política. Es una pesadilla fáustica.
Las economías domésticas, ligadas al trabajo personal y, si acaso, a la pequeña y mediana empresa, al Sr. Macri le parecen una pérdida de tiempo. Mejor es destruirlas y pasar a lo que interesa de verdad.
No hay necesariamente maldad en el asunto, pero sí fanatismo. Anteponer una idea insostenible de desarrollo (por lo inadecuada históricamente, por lo salvaje) a la posibilidad de subsistencia de la ciudadanía: ahí hay locura, hubris, impulso trágico y abismo.
No hay que ser injustos con el Sr. Macri: no es el único rey loco suelto. El de al lado, el Sr. Bolsonaro, advirtió que se viene una crisis migratoria y que ellos no van a aceptar argentinos exiliados. Señores, seamos serios: tenemos Barcelona. 

viernes, 16 de agosto de 2019

Me parece que me voy a la mierda....



Allí estaremos


lunes, 12 de agosto de 2019

sábado, 10 de agosto de 2019

Educación y democracia

Por Daniel Link para Perfil

Sin casi haber podido disfrutar el receso invernal, el segundo cuatrimestre se nos vino encima. La semana pasada comenzamos a dictar la materia Literatura del Siglo XX en el Centro Universitario Devoto, para internos que cursan la carrera de Letras, estudiantes de otras carreras o simplemente oyentes.
Para ponerme en situación, miré algunas series carcelarias, la legendaria Oz (1997-2003) y la primera temporada de El marginal en la versión de Netflix. Las dos son fantasías deliciosas que naturalmente no me prepararon bien para el curso, salvo en el hecho de que las cárceles son, para quienes no las habitan, espacios imaginarios que se llenan de los deseos de la sociedad para las cuales existen. Para El marginal no hay redención posible, y educar en ese contexto es como escupir al cielo.
Sin embargo, vamos a Devoto a refrendar un compromiso con la educación pública que en los países latinoamericanos está siendo objeto de una violencia desconocida hasta ahora, más allá de la cuestión meramente presupuestaria. Se trata lisa y llanamente de la privatización de las actividades de enseñanza, investigación y extensión.
En los últimas semanas, la prensa brasileña informó sobre un proyecto del Ministerio de Educación para reformar la "autonomía financiera" de la educación superior pública federal, allanando el camino para el cobro de mensualidades a los alumnos.
Bolsonaro y Weintraub tienen la intención de liberar al Estado de su responsabilidad como garante de la financiación de la educación superior, profundizando los recortes ya iniciados (un 30 % en mayo) y de poner fin a la carrera pública de los funcionarios federales de educación estimulando la incorporación de nuevos docentes a través del sistema de contratación privada.
Un programa como UBA XXII, que dicta carreras de grado con modalidad presencial y actividades de extensión en establecimientos del Servicio Penitenciario Federal para garantizar el acceso a la formación universitaria de personas que se encuentran privadas de su libertad ambulatoria desde hace 34 años, supone una imaginación muy diferente de la persona y de la educación de la que se puede ver en El marginal y de la que atenaza los ministerios de la derecha latinoamericana: la educación integra democráticamente.
De México a Argentina, los Consejos Universitarios repudiaron las medidas de Bolsonaro. Pero nada indica que Brasil no marque un rumbo que otros quieran seguir. En Argentina, por ejemplo, acaba de reformarse el sistema de categorización de investigadores para incorporar al beneficio de incentivos a docentes de universidades privadas y una encuestra realizada por el ex-Ministerio de Ciencia y Tecnología proponía en cada uno de sus ítems (eran más de veinte) la conveniencia de que las empresas financiaran la investigación en las universidades.

jueves, 8 de agosto de 2019

sábado, 3 de agosto de 2019

La caja boba y vil

Por Daniel Link para Perfil

Mi nieta gusta de la lectura y sabe distinguir entre libros y revistas. “Mejor libro”, dice. Y sí. Ningún fetichismo libresco, pero al menos el libro ha sido elegido y se sabe lo que contiene. Con las revistas y la televisión, en cambio, todo es territorio hostil.
La última tarde que me tocó cuidarla nos dejaron sin llave así que no pudimos salir a pasear. Me dijo “poco tele” y accedí a su pedido.
Usa la cuenta “Niños” de Netflix y allí nos zambullimos después de que ella se negara a ver la serie de animales con la que yo intentaba disuadirla de su anonadamiento en dibujos animados mediocres, sin sentido o con un sentido siniestro. Es que Nuestro planeta es bastante riguroso en la presentación del mundo natural y mi nieta ya ha desarrollado una vulgar predilección por los grandes mamíferos, especialmente los terrestres: le encantan los tigres, los elefantes, los ciervos (a los que llama “Bambi”, para mi indignación), los osos (polares, panda), las jirafas. Los insectos, batracios y la mayoría de los pájaros y peces la dejan cruelmente indiferente (yo ya le he dicho que toda vida merece idéntico respecto, pero no hay forma de torcer su gusto inducido a fuerza de peluches).
Tanto insisitió con Daniel, el tigre que lo sintonicé. Estaba en la mitad de un capítulo. Los dibujos son horribles, pero lo peor es la educación que brindan. Daniel tiene un amigo príncipe. Sus padres usan, naturalmente, corona. Detuve la reproducción y le expliqué a mi nieta que lo que estaba viendo eran un viejo disfrazado y una drag queen. Que todo el mundo tiene derecho a disfrazarse de lo que quiera pero no a ejercer soberanía subjetiva sobre los demás. “Soberanía”, repitió.
El capítulo era sobre el miedo. Y lo que enseñaban esos estupefacientes personajes era a reprimirlo. “Piensa en algo que te haga feliz, cuando tengas miedo”. Le dije a mi nieta: “No, el miedo es una pasión y, como tal, hay que atravesarla”. Hay que entregarse al miedo, sabiendo que va a pasar. Ir hasta el final del propio terror. “Daniel”, dijo ella. El capítulo siguiente marchacaba con “Recoger, limpiar y guardar / limpiar todos los días”.
Le mandé un whatsapp a mi hija quejándome de la selección. Me recomendó que cambiara por Peppa Pig. Peppa estaba en ese momento en un barco con su abuelo, que le decía que debía obedecerle en todo momento.
Simulé que el televisor había perdido potencia y nos fuimos a leer libritos.