domingo, 22 de marzo de 2020

Diario de la peste, día 5

(anterior)

En otras épocas, hoy habría sido un domingo de encuentro familiar, con Juana desplegando su mal humor y sus caprichos a los cuatro vientos y nosotros tratando de contenerla.
Como el otoño ya empezó, aunque la temperatura lo desmienta, y los enclaustramientos se vuelven cada vez más imperativos, empezamos a "guardar el verano".
Desarmamos la cama elástica (regalo de navidad), entramos la hamaca de jardín a la galería, doblamos las sillas y reposeras. Nos preparamos para el invierno.
En mis grupos de chats, han comenzado las discusiones sobre las medidas que se toman. Si bien nadie simpatiza con aquellos que se fueron al exterior y quedaron varados, y mucho menos con los que se fueron a la costa a pasar allí el fin de semana largo, la idea de "andá a cantarle a Gardel" y "te pongo un retén en la esquina" suena a revanchismo adolescente, para algunos. Para otros, está bien. Pero, en definitiva, lo que se nota es que las personas no han abrazado unánimente ninguna causa.
Muchos elogiamos el modelo berlinés, pero sabemos que acá sería incumplible, tanto como en Italia (pero no por informalidad latina, sino porque acá, tanto como en la península, se necesita de la autoridad bestial del Duce (después de todo, el fascismo fue un invento italiano, mucho antes de que Hitler desplegara sus fantasías de exterminio).
De España, ¿qué decir? Sólo pudieron liberarse de la República española gracias a una Dictadura de 40 años. 
Definitivamente, nuestra cultura viene de esos autoritaritarismos y a ellos quiere volver, desmemoriadamente.
Es triste, pero no parece haber alternativa. ¿O sí?
En casa, donde hemos tenido que pasar la cuarentena obligatoriamente (y no por elección) participamos de tres grupos diferentes. Sebastián (mi marido) tiene 45 años y si se contagiara se salva seguro ("pero soy asmático", alega), mi mamá, que tiene 85, sabe que a la primera tos se la lleva la muerte y cada vez que salimos de compras se encierra para no exponerse. Yo no sé qué pensar, pero estoy en 50/50. Dependo exclusivamente de la suerte (y en mi vida no he tenido mucha) así que trato de exponerme lo menos posible.
Tanto Sebastián como yo, sin embargo, consideramos excesivas las medidas punitivas que se están tomando (no poder dar una vuelta manzana con el perro es un exceso). Mi mamá aprueba todo: que se queden en la India los 250 argentinos varados, que vaguen por el conurbano los dueños de casitas playeras, todo, todo.
Pero no se puede pensar desde el propio terror a la muerte.

(continúa)
 


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