domingo, 31 de enero de 2010

Dicen que...

Amplia oferta en el arranque de la temporada

por Ana María Battistozzi para
Ñ. Revista de Cultura

La escritura de Dermisache, definida por ella misma como algo que "no quiere decir nada", sintoniza en algún punto con la idea de "fracaso" aplicada a toda reconstitución del pasado, tal como la planteó Marguerite Duras y representó para ella el verdadero logro de India Song. La obra, concebida primero como pieza de teatro y luego llevada al cine por la escritora, es retomada ahora por el uruguayo residente en Nueva York Alejandro Cesarco, uno de los dos artistas convocados por Florencia Malbrán. Cesarco realiza una operación sobre el material fílmico de Duras que pone de relieve y desmenuza diferentes planos en una estructura narrativa. Limpia la escena de personajes y deja sólo los ámbitos y los objetos para la evocación de su ausencia. Introduce voces que reconstruyen las propias innovaciones de la autora Duras y un texto adicional de Daniel Link que remite a esa reconstrucción que fracasa a pesar de las múltiples voces.

El último suspiro

por Daniel Link para Perfil

¿Por qué nos afecta tanto la muerte de Salinger (1919-2010), si desde junio de 1965, cuando publicó su último relato (“Hapworth 16, 1924”, una precuela de la saga de los Glass en la que un Seymour de siete años escribe una larga carta desde la colonia de vacaciones), el escritor estaba, lo sabíamos, ya muerto?
Antes, Seymour Glass se había reventado la cabeza de un tiro en "Un día perfecto para el pez banana", uno de los más memorables cuentos jamás escritos. ¿No es ese regreso tardío a la infancia de una de las glorias de la literatura norteamericana una declaración que habría que tomar al pie de la letra?
Kafka ordenó que quemaran todos sus papeles, Blanchot desapareció de la faz de la tierra para convertirse en apenas una escritura casi agónica que no es más que un rumor, un mar de fondo. Salinger eligió el ostracismo y el silencio (y condenó a su familia a compartirlo con él). Prohibió hasta donde pudo que se hablara de él como si hubiera existido, persiguió legalmente a quienes adaptaron al cine su puñado de relatos y a quienes pretendieron escribir sobre sus días. Thomas Pynchon eligió la misma forma-de-vida y muchos creyeron que, en el fondo, se trataba del mismo individuo con dos nombres.
Hay, en la muerte de escritores que eligieron encarnizadamente el lugar del muerto y el silencio, un misterio que no dejará jamás de preocuparnos: ¿cómo será vivir así, en esa ausencia radical de imagen social, en esa ascesis total como única manera de conjurar los peligros del mundo?
Ahora nos dicen que Salinger ha muerto de muerte natural (es decir, de vejez). Se había quebrado una cadera el año pasado pero estaba totalmente repuesto de ese accidente.
En el fondo no cambia absolutamente nada, pero nos quita la esperanza de una revelación postrera.

Escribió El cazador oculto (libro que, por respeto, no puede llamarse de otro modo) y un puñado de cuentos que interrogan delicadamente unas vidas sin felicidad*. En esos textos (gracias a ellos), la cultura norteamericana adquirió su forma definitiva: juvenil, populista, contracultural, hasta el último suspiro.

*Acá, todos para descargar

sábado, 30 de enero de 2010

Auto-cine

Anoche, instalamos a cielo abierto nuestro cine de campaña para ver Sherlock Holmes, esa película malograda por donde se la mire.
Al terminar, mi hija, su novio, S. y yo, que había aprovechado los muchos momentos muertos de una película nacida ya sin vida para controlar la parrilla, nos quejamos de las actuaciones, la ridiculez del guión, la puerilidad del planteo, en fin, todo. Pregunté cuánto estaba, hoy por hoy, costando la entrada de cine. "¿Qué, nos vas a cobrar la entrada?", dijo mi hija. "Todo lo contrario, lo preguntaba para calcular cuánto nos habíamos ahorrado. Si hubiera tenido que ir al cine y pagar para ver esta versión irreconocible de un gran personaje creado por un gran escritor, ya estaría matándome".

Cables cruzados

por Daniel Link para Perfil

El domingo pasado, un camión se llevó puesto un cable de teléfono en la esquina de las calles Alicante y Anchorena, en General Rodríguez. El cable colgaba muy por debajo de la altura necesaria porque uno de los postes sobre la calle Alicante se había caído y desde el mes de noviembre de 2009 los vecinos venían solicitando, sin éxito, su reemplazo. Ahora, el camión que arrastró el cable cortó la línea telefónica y arrancó dos postes (evidentemente, ya podridos) del tendido a lo largo de la calle Alicante, que quedaron colgados de la línea aérea de electricidad.
Avisada la odiosa empresa Telefónica de Argentina de la emergencia, sus operadores respondieron que habrían de resolverla “entre 1 y 90 días”. Inútil fue insistir en el grave riesgo que implicaba la mezcolanza de cables que se había producido y la necesidad de evitar que se cortara la línea aérea de electricidad, además de los posibles casos de electrocución accidental. Allí quedó el cable de la Telefónica, tirado sobre la vereda, bloqueando las entradas de las casas y atravesado en las bocacalles del barrio.
Avisada la empresa proveedora de electricidad (Edenor), llegó una cuadrilla para observar el caso. Nada podían hacer, salvo recomendar que no se usaran los teléfonos, dado que las líneas podrían conducir electricidad.
Avisados los bomberos voluntarios de General Rodríguez, llegó un camión de salvataje. Los amabilísimos muchachos se limitaron a precintar la cuadra y a tomar la denuncia, pero nada podían hacer “porque ya habían tenido problemas con Telefónica”.
Tan absoluto es mi odio a esa compañía y cualquier otro monopolio telefónico que rindo mi voto a quien se atreva a estatizarlas. Cruzo los dedos, Santa Cristina.

jueves, 28 de enero de 2010

Requiescant in pace

¡Murió Salinger!

La crónica raabiosa

por María Moreno para Página/12

¿Por qué no se reeditan las crónicas de Enrique Raab? ¿Qué somnoliento conformismo hace que se siga recitando Carlos Monsivais-Juan Villoro-Pedro Lemebel-Martín Caparrós-Cristian Alarcón como si se intentara formar un canon con una muestra gratis? Es cierto que Enrique Raab no cultivó la novela –ese género fálico que permite pisar los papers–. Que su condición de homosexual (él usaba ese término) no favorecía el mito revolucionario para una izquierda que aún trata de asimilar a Néstor Perlongher, que no advirtió o dejó para más tarde la articulación entre política y política sexual, entonces tampoco da para ícono Glttb. ¿Pero quién puede dudar de su prosa de prensa? El la afinó en Confirmado, Primera Plana, Análisis, Siete Días, La Razón... y siguen los medios hasta llegar a los de la militancia revolucionaria Nuevo Hombre, desde 1974 en manos del PRT, Informaciones de Montoneros y el proyecto de El Ciudadano, también del PRT, en el que trabajó hasta que fue secuestrado. Cuba: vida cotidiana y revolución y un trabajo sobre Luchino Visconti editado por Gente de Cine son sus únicos libros. También hizo un cortometraje, José, sobre texto de Ricardo Halac, que en 1962 ganó el primer premio del Concurso Anual de Cinematografía.

miércoles, 27 de enero de 2010

Te quiero, te quiero tanto












La nueva tableta de Apple: "it really does seem like a great big iPhone or iPod Touch".

Faltan 7 días

martes, 26 de enero de 2010

Preguntan si...

por Jeankarla Falón Plaza para Veintitres

-¿ Cuál es para vos la diferencia entre el imaginario cultural y la cultura?


No sé a qué podría llamarse "imaginario cultural". Tal vez sea la imaginación, una vez que ha sido capturada (y normalizada) por la cultura. La imaginación es una pura potencia (incluso, una im-potencia), mientras que la cultura es una fuerza. La cultura (incluso la "contracultura") legisla, categoriza, normaliza. La imaginación es una línea de fuga.

-¿ Crees en la aparente inocencia del arte pop?

Sí, el pop es radicalmente inocente y, por eso mismo, culpable. Extremadamente fácil y extremadamente difícil, al mismo tiempo. Me refiero, claro, al arte o a la imaginación pop, esa intermitencia.

-¿ En qué período o movimiento artístico crees que estamos inmersos hoy?


Por fortuna podemos prescindir de toda hipótesis evolucionista e historicista. Hay un campo de fuerza (el presente es ese campo de fuerzas), donde vemos senderos diversos o senderos que se bifurcan, en fin... De lo que se trata es de poder pensar el presente en su heterogeneidad. Seguramente podríamos pensar en "dominantes" culturales, pero eso no necesariamente tiene un correlato en el campo del arte.

- ¿ Crees que existe un tiempo específico posterior para determinar que un moviemiento artístico finalizó y que uno nuevo ha comenzado? ó ¿sos de la idea que varios movimientos pueden co-existir al mismo tiempo?


Más que varios movimientos coexistiendo me gusta pensar en varias imaginaciones operando. No es lo mismo imaginar el presente según la imaginación de la catástrofe que según la imaginación humanista, o la imaginación pop. Habrá, naturalmente, movimientos que se dejen arrastrar por una forma de la imaginación antes que otra. Nada finaliza del todo, el tiempo del arte es helicoidal, o, si se prefiere, un eterno retorno: repetición y diferencia hacen su lógica.


-¿Cuales han sido, en tu opinion, los cinco artístas más influyentes del Siglo XX?

Duchamp, naturalmente, Kafka (que se le parece tanto), Cage, Warhol, Picasso, Beckett... ¿Por qué cinco y no diez?


lunes, 25 de enero de 2010

Si quieren guerra, guerra tendrán

Ayer, en una cierta quinta vecina de la localidad de Gral. Rodríguez, se festejaba cierto cumpleaños al que fuimos invitados con cierta renuencia (se nos indicó "después de comer", y a llegar comprobamos que ya todos habían comido allí). Se pretendía competir con nuestra reconocida calidad hospitalaria y para mejor subrayar la declaración de hostilidades, habían instalado en un gazebo una sedicente "barra de tragos", atendida por un (así lo promocionaron) bartender que iba a competir en el mundial de coctelería que se desarrollará en Singapur.
Una línea de curriculum semejante merecía someterse a alguna exigencia y me acerqué con mi mejor sonrisa al mundialista y le pedí un gimlet (ese trago que Terry Lennox y sus amigos toman en El largo adiós y que no requiere para su preparación más que materias primas de la mejor calidad). El mariscal del ejército rival, que no sabía lo que yo quería (ni remotamente), reinterpretó mis palabras: "¿Quéres algo simple?". No (modulé): lo que quiero es un gim-let. Jugo de lima de Rose y gin. No podía prepararlo y, en cambio, me ofreció un trago de un color de lo más sospechoso. Después me dijeron que tenía curacao, pero en verdad tenía gusto a "líquido limpiavidrios y multiuso", marca cif.
"Ya ven", les dije a las amazonas a cuya ronda me había sumado, "yo también puedo ser torta asesina". "En verdad", me contestaron, "lo tuyo fue de marica venenosa". Como sea, un triunfo en la primera escaramuza del verano.

sábado, 23 de enero de 2010

Caballos de circo

por Daniel Link para Perfil

La semana pasada, Pedro Mairal señalaba, con una sabiduría y una sensibilidad que yo desconocía, que los caballos “ya casi no tienen una función, se los cría para el espectáculo televisivo”, en referencia a las jineteadas de Jesús María. Basta pensar en los caballos entrenados para desfiles (militares o civiles), los caballos de carrera o de salto, e incluso los usos metafóricos de palabras como “potro” o “yegua” para apuntalar esa certeza.
Después de la revolución industrial (una de cuyas primeras invenciones fue la unidad de medida “caballo de fuerza”), los caballos fueron perdiendo progresivamente el carácter de herramienta privilegiada que hasta entonces habían tenido. El caballo, que alguna vez había garantizado panem et circenses (literalmente: en los molinos en los que se los ponía a trabajar y en los estadios donde se corrían las carreras de carros y cuadrigas), hoy es para nosotros apenas un resto arcaico de civilizaciones perdidas que son citadas en el circo de nuestro presente.
El fin de semana pasado, la casualidad quiso que (por segunda vez en su carrera), un fotógrafo que conozco recurriera a la hipotética oferta de los suburbios del Oeste porque necesitaba un caballo que apareciera en el fondo de una producción específica para un libro. Inútiles fueron sus pesquisas, sus ruegos, sus solapados sobornos: caballitos comunes y corrientes ya prácticamente no existen entre nosotros y los que se guardan en los haras de las inmediaciones de General Rodríguez suelen ser demasiado caros y delicados como para que alguien quiera “prestarlos” a un circo ajeno. Se podrá alabar hasta el cansancio las habilidades de los jinetes de Jesús María o de Texas, pero las verdaderas estrellas de esos espectáculos son los caballos, y así los crían.
Habiendo dejado de servir para otra cosa, libres de toda función utilitaria (salvo en lo más recóndito del campo, de la selva o del tercer mundo), los potros y las yeguas se nos presentan como obras de arte vivientes, en las que la belleza y el peligro van de la mano. Han dejado de ser una unidad de fuerza” para transformarse en una pura potencia (en el caso de Jesús María, una potencia de muerte). Conozco a un bibliotecólogo que se compró una potranca de carrera “como inversión”, y por algo en el mundo árabe los caballos son las más preciadas alhajas de los jeques.
De un ganador en una triple competición que premia la belleza, la presencia escénica, la expresividad y la morfología, el diario El mundo de España destaca “la expresividad de los ojos, negros como el petróleo, oscuros como la cabellera azabache de Monica Bellucci”.
Mairal, cuyo objetivo es, si no me equivoco, condenar esos resabios “de una necesidad brutal” que son las jineteadas, concluye reconociendo que el que más sufre en ese proceso de transformación del pan (y de la gloria) en circo puro no es el deliberadamente encabritado caballo sino el arriesgado jinete (explotado, una vez más). Sea.
Pero tal vez el jinete, que aspira al mito, tal vez nunca entienda del todo esa recusación del circo por la vía de una estética materialista: lo que él quiere es participar de esa transformación del trabajo en arte, que su cuerpo se vuelva uno solo con el del caballo encabritado: ¿no es ése el que, en definitiva, gana? No el que doma al caballo (eso es prepararlo para una función o un trabajo), sino el que sobrevive al riesgo, el que se funde con él, el que llega a ser el potro.
Kafka, que odiaba los espectáculos ecuestres y el placer burgués que los rodeaba (“Si bien se piensa, no es tan envidiable ser vencedor en una carrera de caballos”) sostuvo, sin embargo, “El deseo de ser indio”, que glosó del siguiente modo: “Si uno fuera un indio siempre alerta, cabalgando sobre un caballo veloz, inclinado en el aire, constantemente estremecido sobre la tierra trémula, hasta arrojar las espuelas porque no hay más espuelas, hasta soltar las riendas porque ya no hay riendas, y viera apenas ante sí el campo como una pradera rasa, ya sin crines y sin cabeza de caballo”.
Muy lejos de la consideración del noble bruto (“¿Cómo pretenden que yo, que lo crié de potrillo, clave en su pecho un cuchillo, porque el patrón lo ordenó?”) como herramienta o como arma (es decir, ligado a un cierto valor de uso), pero lejos también de la definición que hace del caballo una mera mercancía en la industria del entretenimiento, Kafka pensaba al caballo como una potencia de desintegración.
No está bien que los jinetes mueran, pero está bien que, cada tanto, sea el caballo la mitad que sobrevive. Vuelve a la cosa más real, detiene el circo.

viernes, 22 de enero de 2010

Confesionaira

Entre las múltiples tareas que me quedaron pendiente del 2009, no había leído La confesión de César Aira (Rosario, Beatriz Viterbo, 2009, 128 págs., ISBN 978-950-845-235-1).
No recuerdo una novelita de Aira para mí tan perturbadora como ésta. En general, me pasa que empiezo a leer "la última novela de Aira" y en las dos primeras páginas ya sé si participa de la especie de novelitas que me gustan (Cumpleaños, Parménides, Los fantasmas, etc...) o de las que detesto (El vestido rosa, Dante y reina, tantas otras).
Pero con La confesión me pasó algo diferente. Al principio pensé que era horrible (y de hecho, lo es), pero después, con el correr de las páginas, me terminó gustando. Tal vez se trate del comienzo in medias res, que Aira no cultiva demasiado (con toda la razón del mundo) lo que despistó mi juicio (que, como siempre, es totalmente independiente de mi voluntad y, aún, de mis previsiones). In medias res, la portentosa máquina narrativa de César Aira gira como en el vacío, le cuesta echarse a andar: funciona a media máquina, podría decirse. Es como si ese pequeño desorden narrrativo arruinara el proceso de combustión al que el autor nos tiene tan acostumbrados. Todo el primer capítulo justifica (sobradamente) las aprensiones de los detractores de Aira. Pero después, el texto riela como una superficie bruñida y avanza a todo vapor a través de las complejidades marítimas que la perversidad siempre alerta de Aira le plantea.
Me sentí levemente culpable durante la lectura de ese primer capítulo, porque había leído en la contratapa la invocación de "la ley suprema del astuto balzaciano" y como yo alguna vez había propuesto que se leyera a Aira como al Balzac de nuestros tiempos (porque pensaba que cada una de sus entregas narrativas bien podían funcionar como piezas de la nueva Comedia Humana), pensé (la petulancia es siempre lo que nos pierde) que el autor había decidido ensayar una auténtica y vulgar novela de Balzac, con sus personajes peronistas y todo lo que hiciera falta (incluso un vocabulario de complejísima y meditada premeditación que salta a la vista precisamente por la falta de encanto de lo que se cuenta).
Por fortuna, no es así, y La confesión ocupa ahora un raro privilegio en mi memoria: es la novela de Aira que menos me gustó al comenzar a leerla, pero la que más disfruté retrospectivamente, una vez que la hube leído.

Así qué gracia...



miércoles, 20 de enero de 2010

La reina del Nilo

Descubren en Egipto restos de un templo ptolemaico

La construcción, hallada por un grupo de arqueólogos en Alejandría, se remonta al siglo III a.c; en el lugar fueron encontrados estatuas y objetos de la época.





Fotos: Sebastián Freire y D.L.


lunes, 18 de enero de 2010

Globos de oro

Otros galardones merecidos: Mad Men como Mejor Serie Dramática, Glee como Mejor Comedia, John Lithgow* y Michael C. Hall como Mejor Actor Dramático protagónico y secundario por Dexter, (...).

* ¡Lo dije yo primero...!


domingo, 17 de enero de 2010

La presentación del arte

por Daniel Link*, para Perfil Cultura

Sergio Di Nucci me regala un libro que acaba de publicar (Los nuevos museos. Sus esplendores y miserias, Ediciones FADU/ Nobuko, 2009), mientras en París provoca controversia la decisión del Musée d'Orsay (dedicado al arte europeo de 1848 a 1914) de alquilar (en todo o en parte) sus colecciones como fuente de financiamiento de las obras de remodelación que encara. En Buenos Aires comenzará a dictarse este año una Carrera de Posgrado en Curaduría de Artes Visuales en la Universidad de Tres de Febrero, con diploma de especialización y de maestrado.
Pareciera que, en relación con el el arte, ya no preocupa tanto cómo hacerlo (porque el arte, lo sabemos desde Duchamp, desde Kafka y desde Warhol, puede ser cualquier cosa) sino cómo mostrarlo.
En todo caso, las instituciones especializadas en la exhibición de arte (los museos, galerías, atelieres, etc.), consideran que el montaje ha pasado a formar parte del acontecimiento artístico en si mismo. Tal vez sea así o tal vez no. Lo que en todo caso se deduce de los debates y las interrogaciones a las que obligan la “nueva museología” o, más pomposamente, los New Museum Studies, es la necesidad de una crítica específica que tome ya no al arte como objeto, sino a los procesos de exhibición o “relatos curatoriales” en los que “el arte” se constituye como objeto de la mirada (una cierta mirada).

Pienso en mis últimas experiencias en museos y me asaltan preguntas suficientemente complejas como para intentar contestarlas de una sola vez, pero que, en todo caso, merecen plantearse en todas sus implicaciones, porque, bien miradas, permiten desplegar un conjunto de hipótesis sobre el arte, la cultura y sus complejas relaciones.
La palabra “curación”, en castellano, proviene de la italiana cura (y ésta, a su vez, de la cura latina o de la más antigua coera o coira). La traducción más adecuada para el “a cura di” que suele leerse tanto en las antologías, las ediciones críticas y también en las muestras de arte (o en las películas, donde hasta la música ha sido “curada”) sería “al cuidado de”, porque cura significa “sollecitudine, grande ed assidua diligenza, vigilanza premurosa; assistenza; grave e continua inquietudine” y, por extensión, “affare, negozio, ufficio e tutto ciò che sollecita e richiede vigilanza”.
Lo primero que habría que preguntarse es, por lo tanto, de dónde nace esa intranquilidad en relación con las artes, que las vuelve objeto de una inquietud grave y continua. Se trata, sin duda, del sentido: de darle sentido a aquello que parece no tenerlo o de encontrar el sentido que se sospecha oculto. La curaduría es la persecución del sentido del arte y, por lo tanto, subsidiaria de la pedagogía.
Pero nosotros, sudamericanos, sabemos que curare bien puede implicar la asistencia o la vigilancia apremiante, pero también la muerte: el curare es un veneno que produce parálisis progresiva y finalmente un colapso cardíaco. Como en el caso del pharmakon griego (a la vez medicamento, droga y veneno), creo que hay que sostener esa ambigüedad constitutiva de un término no del todo adecuado porque, tal vez, tanta diligencia termine paralizando al arte (al que siempre pensamos como una potencia de desintegración, incluso cuando mejor creía alabar las cosas de este mundo).
Acaba de terminar (el pasado 13 de enero) en el museo Guggenheim de Nueva York una retrospectiva monumental de Vasili Kandinsky (1866-1944), precursor de la abstracción y uno de los grandes favoritos del museo, fundado en 1937.


Foto: Sebastián Freire

Desde 1959, el Guggenheim ocupa su edificio emblemático en la 89ª y la 5ª Avenida, diseñado por Frank Lloyd Wright como una rampa que desciende en espiral desde una sexta planta hasta la planta baja. La forma, pese a las críticas que recibió a lo largo de los años por parte de muchos artistas, fue copiada por varios museos del mundo (el Iberê Camargo de Porto Alegre, por ejemplo).
Con el tiempo y la masificación del turismo museístico quedó claro que iba a resultar imposible disponer en el Guggenheim la cantidad necesaria de ascensores para subir al público hasta el comienzo hipotético de los recorridos, y hoy las muestras se montan de abajo hacia arriba, con lo cual se contradice el sentido del diseño original. Como la rampa helicoidal tiene un declive bastante suave, la inversión del itinerario no resulta demasiado cansadora, pero de todos modos es curioso que en la ampliación de 1992 no se tuviera en cuenta esa necesidad (sobre todo en una ciudad muy acostumbrada al masivo tráfico ascendente: Empire State Building) y se decidiera subordinar una decisión estética a una imposibilidad técnica.
Las consecuencias son graves al menos en dos puntos: por un lado, se otorga a la obra expuesta un carácter “ascensional” que, a veces (en el caso de Kandinsky es muy claro), el arte moderno no sólo no necesita sino que explícitamente rechaza. El sentido de “elevación”, asociado al “progreso” de la obra, reinstala implícitamente en el arte las tendencias hacia lo “sublime” que precisamente el arte moderno (y, en particular, el arte modernista) trató de eliminar de su horizonte.
Por el otro, el público encuentra ante su mirada, en los niveles más bajos, los “borradores” o pretextos de la obra célebre: en el caso de Kandinsky, una serie de ejercicios fauvistas más bien intrascendentes, lejos de las tensiones entre lo orgánico y lo inorgánico que caracterizan su arte más celebrado.
Por puro capricho (o por respeto hacia el arquitecto), uno podría realizar el recorrido tal como el edificio reclama (y en contra del criterio expositivo). El resultado sería sorprendente porque vería, en primer término, aquello más característico de la obra asociada con el nombre propio del autor: puro Kandinsky y, luego, las tentativas, los avances y retrocesos para alcanzar esa pureza.
De hecho, lo que revelaría ese ejercicio de anacronismo es la peor de las desgracias que pueden afectar al arte: el evolucionismo. Presentada en orden cronológico, la obra parece un aprendizaje meramente técnico, un proceso acumulativo, sin que lleguen a percibirse los sobresaltos, las discontinuidades, los eternos retornos de lo mismo, los sueños recurrentes y las pesadillas del artista.
Un mero handicap tecnológico (la escasez de ascensores para movilizar a las muchedumbres) revela, en el Guggenheim, el cansancio que se desprende de una presentación rutinaria de los objetos artísticos, como si éstos sólo fueran el efecto de un cronología y no de mutaciones imprevistas.
La muestra fue curada por Tracey Bashkoff (por el Solomon R. Guggenheim Museum), Christian Derouet (del Centre Pompidou) y Annegret Hoberg (de la Städtische Galerie im Lenbachhaus de Munich) con la asistencia de Karole Vail y ninguno de ellos pudo imaginar mejor manera para presentar la obra de Kandiski que la progresión cronológica y el movimiento ascendente, esos lugares comunes de la chatarra cultural.


*Daniel Link es escritor y profesor en la Carrera de Posgrado en Curaduría de Artes Visuales de la Universidad Nacional de Tres de Febrero.

sábado, 16 de enero de 2010

Jaque a la reina

por Daniel Link para Perfil

En ajedrez, recordaba Rodolfo Walsh, que usó la figura para uno de sus relatos, se llama Zugzwang a la situación en la cual cualquier movimiento que haga el jugador empeora su situación e, in extremis, lo lleva a perder la partida. Aunque abominemos de la aplicación al universo político de metáforas que provengan de juegos o deportes, en este caso el concepto ilumina nuestro presente: “Se pierde, no por lo que hizo el contrario, sino por lo que uno está obligado a hacer. Se pierde porque uno no puede, como en el póker, decir «paso» y dejar que juegue el otro”.
En Argentina, el poder regente se entrega a situaciones de Zugswang sin que medie presión alguna de los adversarios políticos sino por la misma dinámica (misteriosísima, para los meros aficionados como yo) de sus jugadas políticas.
Sucedió en 2008, cuando la Presidente tuvo que escuchar que su voto no era positivo de boca del Presidente del Senado que había llegado a ese cargo no por imposición de ningún adversario político sino por un sistema de alianzas que, a la vista estuvo, no estuvo bien pensado. Y volvió a suceder en 2010, cuando la Presidente tuvo que escuchar desde el Banco Central de la República Argentina un silencio atronador que significaba que no se cumpliría una orden (más o menos cuestionable, según los puntos de vista, pero eso no viene al caso).
El funcionario tampoco había sido colocado por el enemigo para minar desde adentro las fuerzas de gobierno sino que fue propuesto por el Poder Ejecutivo con acuerdo parlamentario cuando el oficialismo controlaba las mayorías en ambas cámaras, como quien mejor podía manejar (hay que creer) los complejos asuntos ligados con la estabilidad monetaria.
Se puede discutir (se ha hecho, se está haciendo) la legitimidad de los Decretos de Necesidad y Urgencia utilizados por el Poder Ejecutivo para realizar sus jugadas políticas. Pero lo que resulta indiscutible (independientemente de las posiciones que se tengan en relación con las acciones de gobierno) es el callejón sin salida en el que una y otra vez se coloca el Gobierno con sus jugadas insensatas, aún (o sobre todo) respecto de las causas más simpáticas.

viernes, 15 de enero de 2010

A Dangerous Book




jueves, 14 de enero de 2010

Querida, me cogí a los niños...

Eran tan brutas, pero tan brutas las locas, que plantaron un cuarto de pepa en el pasto y se pusieron a mirar qué crecía.



miércoles, 13 de enero de 2010

Preguntan si...

Por Héctor Pavón para Ñ. Revista de cultura

1) ¿Cuáles son las diferencias fundamentales entre imaginación pop y pop culture?

Yo entiendo la imaginación como una fuerza que arrastra (construye y destruye). Así, la imaginación pop produce (juegos de lenguaje y formas de vida) de un modo diferente a otras "clases" de imaginación (a otras clases de fuerza). Naturalmente, la pop culture es un efecto de esa fuerza, pero también lo es el arte pop, que no es idéntico.


2) ¿Cuándo sale a luz, se conoce, la palabra pop?

Como palabra, "pop" es un apócope de "popular". Hacia fines de los años cincuenta, lo pop encuentra ya formas para sostener un discurso. Curiosamente, lo que reconocemos como "pop" no es ya lo popular, sino lo masivo, que no son idénticos.

3) ¿Qué caracteriza lo que se llama pop en la actualidad?

Lo que se llama pop en la actualidad (pienso sobre todo en Foucault y en Deleuze, que usaron la palabra) se reconoce por un deslizamiento del sentido a lo largo de una serie. También, por el desarreglo de las categorías y las nociones más sólidas. Lo pop es un umbral, y un umbral de felicidad. En contra de otras formas de imaginación, lo que me gusta llamar imaginación pop (y que, pienso, está ya en Kafka y en Duchamp, sino antes) hace proliferar las formas de vida.

martes, 12 de enero de 2010

Zapatero, a tus zapatos

España avanza con la norma para cerrar sitios "piratas"

El gobierno de Zapatero impulsa un proyecto de ley que permitirá que un juez pueda cerrar, en el lapso de cuatro días, aquellos sitios web que ofrezcan la descarga no autorizada de archivos, tales como películas, música o juegos.

lunes, 11 de enero de 2010

El vértigo de la moda (correspondencia)

Out

In

Resolución 125

DNU 2010/09

"Te lo prometo por la salud de mis hijos"

"Te lo decreto de necesidad y urgencia"

"Maradona piensa"

"Maradona decreta"

"¿Su número de DNI?"

"¿Su número de DNU?"

"Querido Diario..."

"Querido Decretario...."

La dictadura de la Moda

El decreto de los accesorios

Dos partidos

Anoche, en ronda de amigos autoconvocados por necesidad y urgencia para festejar un cumpleaños, se me reprocharon severamente algunas de mis inclaudicables posiciones en materia cinematográfica.
Me sorprendió ingratamente que mi punto de vista fuera, en esa mesa, minoritario en grado sumo, y no tanto por la defensa acalorada que se hacía de ese engendro narrativo sino del actor que desempeña (mal) las escasas profundidades conceptuales de John Connor, y cuyo nombre no pronunciaré para evitarme problemas estomacales ulteriores.
Harto de una adhesión tan masiva y tan inexplicable, fundada en criterios tan espantosamente arcaicos como "tu gusto", "mi gusto" y otras impropiedades sobre las que conviene correr un tupido velo de pudor, me levanté de mi silla y, luego de llamar la atención de los reunidos, les dije a voz en cuello, con la autoridad que me conceden mis ya muchos años (usando la repetida técnica argumentativa de Osvaldo Barone): "¿Saben qué, chicos? Ustedes ya no tienen más quince años (la edad que debían de tener, supongo, cuando se estrenó la primera regurgitación de la saga) y se aferran a esta película insulsa y pueril de la que sólo importa el chongo nuevo porque quieren negar el hecho de que han envejecido. Pero mírense al espejo: ustedes ya están más para el cineclub y las retrospectivas de Fellini e, incluso, de cine polaco (golpe bajo). Dejen de engañarse y acepten las posiciones ante las cuales la historia los ha colocado".
Mi llamado al orden, lejos de ordenar el debate, lo multiplicó en miríadas de direcciones insospechadas. Cuando empezaron a tejer hipótesis (totalmente inconsistentes) sobre la continuación de la saga, recurrí, entonces, a la autoridad aplastante de la enciclopedia:
"No habrá ninguna más, porque ésta última ha aniquilado todo interés en las audiencias. Les digo más. La Terminator V ya se hizo, se llama 9 (2009) y, en ella, sus realizadores y productores (Tim Burton es uno de ellos) resuelven de una vez y para siempre el desaguisado postulado por Hollywood: la guerra contra las máquinas ha terminado con el triunfo de éstas (y para mejor prueba hice un ademán hacia los ipods y otros artefactos viles que ninguno de los concurrentes había dejado de manosear durante la cena) y sólo sobreviven unos muñequitos hechos con arpillera, botones, cierres relámpagos y piezas de madera. Ellos son (por razones que no conviene revelar) el reservorio último de "pedacitos de alma", y de esos nueve (en los que ya no hay géneros ni razas) sobrevivirán sólo cuatro o cinco del último combate para garantizar la continuidad de lo viviente, que humano no será, después de la catástrofe, sino otra cosa. Y sí, en 9 hay un poco de magia, porque de otro modo la maldad maquínica carece de sustento. No vivan más en el pasado: Lasciate ogni speranza, voi ch'entrate (la cita me pareció apropiada porque celebrábamos el 35º natalicio del Doctor, a quien habíamos obsequiado el objeto más de moda: un "Decretario" marca Moleskine)".
Buscaron en sus pantallitas de inmediato la referencia y encontraron esto, que no es la película (sino su pretexto), pero se le parece bastante:


domingo, 10 de enero de 2010

Teatro de operaciones

por Daniel Link para Ñ. Revista de cultura

Toda ciudad es un conglomerado de cuerpos, memorias y formas de vida.
Se dice que Mar del Plata fue arruinada por el peronismo, que instaló allí sus hoteles sindicales, sus arrebatos de masas y su roña criolla precisamente donde la oligarquía argentina había decidido construir sus palacios de verano (Cannes, tomada por la horda primitiva).
Hay ciudades gemelas de Mar del Plata en las que, en efecto, la destrucción fue total. Pienso en Alejandría, la ciudad de los mil palacios, ubicada en el extremo más occidental del delta del Nilo. De su pasado milenario (fue fundada por Alejandro Magno y Cleopatra, la griega, pretendió dominar el mundo desde sus murallas) hoy queda casi nada. Incluso poco es lo que se deja ver de la Alejandría de Lawrence Durrell y casi nadie sabe dar indicaciones para llegar al cementerio griego donde reposan los restos de Kavafis.
En Mar del Plata, en cambio sobreviven todos los conflictos, que son precisamente la persistencia de memorias enemigas: la ciudad de Victoria y de los Anchorena, pero también la de los habitantes permanentes con sus delirios de pertenencia y propiedad y los turistas de otra parte.
La mayoría de quienes aman Mar del Plata prefieren visitarla fuera de temporada, cuando, dicen, "la negrada del Interior" todavía no ha desembarcado en sus playas (horrendas, como todas las playas argentinas, que combinan viento, aguas heladas, corrientes asesinas y fauna marítima en proporciones indeseables). En esa perspectiva, la horda primitiva sería un mal (económicamente) necesario que mejor es no tener frente a los ojos y las narices. Están los otros, que huyendo de toda experiencia metropolitana, eligen vacacionar en playas rústicas o de clase única (Cariló, Cabo Polonio).
Las personas que frecuentan otras playas célebres, pongamos como ejemplo Ipanema, parecen sacadas de un catálogo de suplementos dietéticos: por eso los playistas no se instalan en ellas sino que circulan (como en una pasarela cuyo único objetivo fuera poner ante nuestra mirada el movimiento ascencional de la carne inmaculada). En Mar del Plata, en cambio, no: los playistas, atravesando quién sabe qué rizos temporales desde pasados remotísimos y latitudes insospechadas, se instalan en la playa, hacen campamento, distribuyen viandas, sacuden la arena de sus cabelleras, retozan con sus perros, se aplastan contra el suelo y hasta se desnudan en la greda de los acantilados.
Alejandría es el cuerpo tapado (olvidado), Ipanema es el cuerpo glorioso (expuesto), Mar del Plata es el cuerpo usado (reciclado).
No puede decirse de los turistas marplatenses que sean, como Celina, Mauro y sus amigos en "Las puertas del cielo", el cuento de Cortázar, "monstruos". Ojalá pudiera ser así, decirse todavía eso (pero hemos perdido hasta esa posibilidad aristocratizante).
Ellos son el público de los verdaderos monstruos, que son los que atiborran los escenarios marplatenses con sus tics y sus pasos de comedia, sus cirugías compradas por docena, sus implantes a punto de explotar y su incapacidad para ocupar el cielo: el público (lo sepa o no), quisiera sueños y ellos le ofrecen pesadillas.
Como Nueva York (a la que, por otra parte, se parece tanto), Mar del Plata ofrece sólo dos experiencias distintivas: el turismo interior (para quien la ciudad funciona enteramente como un teatro barroco de operaciones) y las estrellas de cuerpo presente (lo demás, que puede estar, viene por añadidura, pero no es esencial).
Frente al mar inmenso, la muchedumbre piensa en las estrellas del cielo, del que sabe que su cuerpo múltiple ha sido expulsado (para trabajar, procrear, y sostener el mundo en sus espaldas). Lo que a la noche ve el público (lo sepa o no) le quita las ganas de seguir soñando. Porque, a diferencia de lo que sucede en Nueva York (e incluso esto es discutible), Mar del Plata ofrece basura como espectáculo teatral y muertos-vivos en lugar de estrellas.
En Mar del Plata, convertida en teatrillo metropolitano durante algunos meses, está todo mezclado y ésa es la gracia: los chetos marplatenses y los negros de provincia, la chata roñosa y la 4x4 de la estancia, la Bajada del Torreón y las playas de la Dictadura (Punta Mogotes), Alem (o Güemes) y Constitución, la rambla nueva de La Perla y el nuevo Provincial. Pero sobre todo las pieles, la superficie mestiza, el derrame corporal sobre la tierra que tiembla de goce, la inelegancia de los cuerpos en uso y prontos para el tacto (que importa más que la mirada).
Por eso apena y subleva el horror de la noche, los monstruos sueltos sobre el escenario, repitiendo sus acostumbrados gestos sin grandeza, la carne sin gracia, tumefacta, en la que cada centímetro de piel y cada gota de sudor ha sido tasada a precio de saldo: cuerpos-mercancía en los que el valor de cambio ha aniquilado por completo al valor de uso.
Cualquier playa puede tener algún encanto, pero Mar del Plata tiene mucho más, porque lo tiene todo, es excesiva: al cuerpo ciego alejandrino, al cuerpo ascensional carioca, agrega el cuerpo táctil de la horda y el cuerpo-mercancía de los monstruos.

sábado, 9 de enero de 2010

¿Qué es un autor?

por Daniel Link para Perfil

Había tenido un hijo (dos), había plantado un árbol (varios), había escrito unos libros. Y sin embargo... le parecía poco. Hijos ya no tendría (aunque esperaría los nietos como si fueran vagas repeticiones de lo mismo), árboles seguiría plantando y libros nuevos lo arrastrarían al desasosiego. Decidió hacer una casa.
Además de lo que encargó (la estructura, el techo, las aberturas, la instalación sanitaria y eléctrica), puso todos los tomacorrientes, lámparas y llaves de luz, fabricó tres tejidos mosquiteros, hizo un taparrollos para una persiana de dimensiones fuera de lo corriente, pintó paredes, barnizó muebles, aplicó capas de protección en los ladrillos a la vista, pulió los pisos, instaló una luz de emergencia y un farol en el jardín y se detuvo a contemplar el atardecer acompañado por sus perros, sus gatas y las personas que amaba.
Puso en la casa restos de hogares pretéritos: esto era del departamento de Mar del Plata, aquello era del departamento en La Lucila, ese armario y ese escritorio estaban en el departamento de Humberto Primo. Todo había sido hecho con su trabajo personal: pagó de su salario todo lo que compró y fabricó con sus manos.
Se sintió satisfecho salvo por una inquietud que fue creciendo con los días y los meses. Nadie notaba los progresos realizados (todo parecía "natural"). Se dio cuenta de que el artesanado es la forma más impersonal de la "obra" (mucho más que un árbol, un hijo o un libro): lo bien hecho no se nota, está allí, funciona, no se espera sino eso. Pensó en sus novelas y comprendió el fastidio (¿brechtiano?) que le provocaba lo bien fait. Un libro del que sólo se puede decir que funciona, que es lo que se espera que sea y sólo eso, ¿no es la aniquilación del arte por el artesanado?
Recordó palabras de un escritor admirado: "¡que lo haga otro!". Ese fundamentalismo por lo nuevo (en lugar de lo bueno), ¿no era índice de un aristocratismo demodé?
¿No sería mejor, en lugar de aquellas incandescencias vanguardistas (o meramente narcisistas), hacer libros como cosas y reducir la función del autor a ese nadie que hace todo sin poner su firma nunca?

viernes, 8 de enero de 2010

9 Reinas online


Foto: Sebastián Freire

Finalmente, ya está disponible la versión online de la muestra 9 reinas (fotografías expuestas en el año 2008, en la Galería MERIDIÓN - arte contemporáneo).

Y la guerra recién ha comenzado

1)



2)



(¡Gracias, Valentín!)

jueves, 7 de enero de 2010

¡Mah... sí!

Cristina Kirchner echó a Redrado del Banco Central por decreto

Con la firma de todos los ministros, la Presidenta removió al titular de la entidad monetaria "por incurrir en mala conducta e incumplir los deberes de funcionario público"; además, instruyó al procurador del Tesoro para que inicie una demanda penal contra el economista; Pesce ocupará su cargo temporalmente.

miércoles, 6 de enero de 2010

Unter den Eichen

Durmiendo a Furio...



Y enseñándole un oficio...


Fotos: Albertina Carri

martes, 5 de enero de 2010

in corpore sano

PREMIO INDIO RICO 2009 - EPINICIOS

Estación Pringles tiene el agrado de hacer público el fallo del Premio Indio Rico 2009, que en esta oportunidad abordó el género epinicios (cantos al deporte). El jurado, integrado por Rodolfo Enrique Fogwill y Silvio Mattoni, eligió por unanimidad la obra Equilibrio en las tablas, de Pablo Jonás Gómez, quien resultó el ganador del premio consistente en la publicación del libro a cargo de Estación Pringles por Editorial Mansalva. Asimismo, dada la calidad de los trabajos, otorgó cuatro menciones especiales a Gabriel Cortiñas por su obra Munich ´72, a Germán Federico Rosati por Buscar el golpe, a Carlos Surghi por su obra Melancolía del deporte y a Facundo Fontela por Mismeos 2009.
El dictamen del Premio Indio Rico señala en uno de sus párrafos que “el extenso poema premiado, Equilibrio en las tablas, es el que mejor transmite la pasión del deporte tramándola en una autobiografía testimonial de la Argentina joven, sus emociones y sus conflictos. Además, del conjunto de textos recibidos fue el más cercano a las expectativas clásicas del epinicio, precisamente aplicándolo a un mundo absolutamente actual. El autor de Equilibrio en las tablas (extenso poema de skate) se ha consagrado con un texto que no elude el reconocimiento de los vínculos entre su “tabla” y las tablas de la ley del orden social y de las tabulaciones clasificatorias que subordinan a los humanos”. Y agrega: “todos los participantes poetizaron el deporte desde un espacio político. La polis, el estado, la policía, el crimen, el conflicto social, la guerra revolucionaria, la nueva marginalidad urbana, son temas que, con distintos tratamientos y funciones aparecen en todos los seleccionados”.
La voz y los proyectos elucidadores de Leónidas Lamborghini, como bien lo expresa el dictamen, se pueden rastrear en la totalidad de las obras recibidas en este certamen que lo comprometió como jurado. La muerte nos privó de su criterio en estas deliberaciones que lo tuvo como referente ineludible. En homenaje a su poesía hemos decidido llamar a esta edición de 2009 “Premio Indio Rico Leónidas Lamborghini”.

Equilibrio en las tablas (fragmento),
por Pablo Jonás Gómez

8
(…)
al tercer competidor le pierdo la vista
me distraigo mirando por el alambrado
no sé si tengo miedo
o estoy resignado, porque al fin de cuentas
lo único que puedo hacer es salir y hacer lo mío
lo demás
está fuera de interferencia

las ideas centrífugas
van borrando las líneas del cerebro
dejo de pensar en eso y paso a pensar en otra cosa
me concentro en otro lugar, en otras imágenes

obvio que no tengo ninguna revelación
no veo
ningún caballo blanco en el desierto
ni nada que se le parezca
más bien me quedo mirando a Cecilia
que está sentada con los auriculares puestos

en una de esas
cuando volvamos, si tengo el dinero del premio
le compro un anillo

9
los aplausos me traen de vuelta
se escuchan algunos comentarios
el que habla por micrófono
dice que este es un momento especial:
le toca exhibirse a Sebastiao

la reacción en cadena
se manifiesta en aplausos que recorren la pista
el brasu es celebridad
me sumo a las palmas por cortesía deportiva
pero a la vez
quiero que cuando baje se haga mierda

primera prueba:
baja por la rampa y pasa el obstáculo
un caño curvo por el que pasa la tabla
mientras Sebastiao cruza en un salto

del otro lado sigue:
cruza la tabla por un caño recto
no sé si la tabla es nueva, pero no hace
ni un solo ruido mientras lo recorre

otra prueba:
bajar escalones con la tabla vertical
los pies apoyados en las ruedas
dando saltos a lo conejo

lo hace perfecto
cuando está por terminar levanta una mano
saluda a la gente que le devuelve el saludo
después toma velocidad
enfila por un sendero de cemento
y se mete como bola de acero
dentro del anillo de madera

esa es bien difícil
hay que ir rápido, porque quedás dado vuelta
la mayoría se cae a la mierda en la mitad
pero Sebastiao no
lo pasa como si estuviera en la plaza

segunda descarga de aplausos
el brasu levanta las dos manos
se manda a la olla y va de abajo para arriba
traba la tabla, o salta dando giros de 360 grados
antes de volver al fondo

tiene 3 carteles de 10 asegurados
está por terminar, le falta la última prueba,
hacer girar la tabla por debajo de los pies
en otro tramo de cemento
es una tontería, juego de niños

yo no sé si está demasiado confiado
o se distrae
el caso es que cuando está a mitad
del trayecto de cemento
la tabla le gira en falso y se va de boca contra el suelo

humillación instantánea:
antes lo aplaudieron a morir
ahora
se le cagan de risa en la cara
mucho respeto, mucha admiración pero los que equilibran
son todos jodidos
no te dejan pasar una, no van a dejar pasar
la oportunidad de enrostrarte la falta

Sebastiao se levanta a las puteadas
no escucho
no llego a escuchar lo que dice pero conozco esa mirada
alguna vez estuve ahí
alguna vez
me tocó caer de culo al suelo

estoy seguro que los jueces
iban a darle un puntaje perfecto
pero como se fue de la tabla
le restan puntos preciosos
para llevarse el dinero y el trofeo a casa
el siguiente competidor soy yo

10
estoy nervioso
respiro pesado en la línea de largada
intento controlar las palpitaciones
agacho la cabeza y miro el suelo

estoy por salir
pero de atrás me llega una vibración fuerte
así que me doy vuelta

es Cecilia
con los ojos en blanco
convertida en musa
apoya su mano en mi hombro
y con una voz que no es suya dice:
Ares favorece nuestra causa

me toca salir último
así que los ojos de los devotos me siguen
lo que haga ahora
puede definir el campeonato
pero no puedo tener esa presión
sacudo la cabeza
para sacarme el exceso de peso

apoyo la tabla en el borde de la bajada
mantengo la ansiedad a raya
inspiro, exhalo y voy

voy en trance
hago pasar la tabla por debajo del caño curvo
cuando la tabla está del otro lado
estoy del otro lado para recibirla

cruzo la tabla por la baranda y esta vez
sí que saco chispas
escucho un grito de apoyo que llega desde arriba
llega desde los reflectores

bajo la escalera con los movimientos justos
la tabla se arquea un poco
pero no cede al peso
es nueva y lleva mi mano impresa

voy al anillo vertical de madera
entro a pleno
doy la vuelta perfecta
mientras escucho el ruido de las ruedas
que hacen contacto con el techo circular

salgo ileso
es como si tuviera conciencia de todos los espacios de la pista
tengo el trance de Ares
voy con el sello de Esparta en la frente

tomo la olla con el aura en llamas
vine a ganar y a prender fuego el circuito
paso por la profundidad oblícua de la formación
llego al tope y sigo por unos metros
hago el giro de 360
y bajo

en el tramo final de cemento
la tabla gira por debajo de los pies
caigo a mitad de la tabla
caigo bien
y el aterrizaje es la guillotina
que decapita a todos los oponentes

voy al final del recorrido con los puños en alto
no necesito mirar
los carteles numerados de los jueces
sé que este año
el trofeo lo llevo al barrio

11
me entregan el premio y un cheque
dinero suficiente
para vivir por unos meses y seguir practicando
hay aplausos, algunos gritan mi nombre
pasada la euforia
estoy en una versión modesta de la gloria
pero es mía y la disfruto

a Sebastiao le toca el tercer puesto
resulta que el flaco de pelo rosa sacó mejor puntaje
el brasu está que trina
putea en todos los idiomas que conoce
pero así y todo nos damos la mano
hay que apostar a la unidad latinoamericana

cuando me pasan el micrófono
le dedico la victoria a Cecilia
si no lo hago
no hay ternura ni sexo para lo que queda del año

cuando termina todo
después del intercambio de saludos, felicitaciones y fotos varias
después de la descarga de adrenalina
nos vamos caminando en pausa
la noche es buena
da para volver caminando al hotel

a la distancia
soy un buzo azul con capucha y mochila
Ceci es una remera rosa ajustada
a paso corto y suave

Sobre el autor:

Pablo Jonás Gómez nació el 24 de marzo de 1977, en la ciudad de Buenos Aires. Reside en Munro, provincia de Buenos Aires. No tiene obra editada.

Sobre los finalistas:

Gabriel Cortiñas nació el 3 de octubre de 1983 en la ciudad de Buenos Aires. Reside en Vicente López, provincia de Buenos Aires. Es estudiante de Letras. Publicó Brazadas (Ed. Huesos de Jibia, Buenos Aires, 2008).
Germán Federico Rosati nació el 9 de diciembre de 1982, reside en la provincia de Buenos Aires. Es sociólogo. Publicó Boca de tormenta (Ed. Huesos de Jibia, Buenos Aires, 2008)
Carlos Surghi nació el 9 de agosto de 1979 en Villa María, Córdoba. Reside en Córdoba capital. Es licenciado en Letras. Publicó Mujeres enamoradas (2006) y Regalo de bodas, Ediciones Recovecos, Córdoba, 2007.
Facundo Fontela nació el 10 de mayo de 1983 en Vicente López, provincia de Buenos Aires. Reside en Benavídez.
Estudia sociología en la UBA. Escribe en el blog colectivo Lamaquiladora.blogspot.com

lunes, 4 de enero de 2010

Susurro ronco

Nos habían quedado varias tareas pendientes del año 2009. Una de ellas, ver Terminator, esa última regurgitación de una mala idea ochentosa. Pero habíamos visto las tres anteriores: ninguna regla nos impedía cometer el error de transitar esa pesadilla y, tal vez, podríamos descubrir alguna nueva. Así fue.
Siempre sostuve que Terminator IV me parecía una película inútil, porque la continuación de las anteriores era, naturalmente, Matrix, donde la maldad maquínica (esa entelequia) adquiere la dimensión del presente (que es el futuro). Además, la gracia de las anteriores (si tenían alguna), estaba en la introducción de tecnología desconocida en un contexto retro (en relación con las máquinas). De modo que Terminator Salvation se presentaba, desde el comienzo, como un aborto, protagonizada, para peor, por Christian Bale, que ha hecho del susurro ronco la manera (la única) de decir que es macho. He ahí una nueva regla: nunca más, nunca, nunca (ni ebrios ni dormidos) toleraremos una cinta murmurada por esa equívoco actoral galés (ni aunque se trate de Batman, donde ya ha demostrado sobradamente su incompetencia).
Volviendo a Terminator, la película es estúpida y aburrida hasta el desasosiego. La única enseñanza que de ella se desprende tiene que ver, naturalmente, con un Edipo mal resuelto: John Connor no hace sino escuchar las cintas grabadas que le dejó su mamita muerta (podría haberse tomado el trabajo de digitalizarlas, por si acaso, ¿no?). De esa escucha obsesiva y mortuoria le nace la convicción (que ningún hecho confirma) de su importancia para la "resistencia". Él, que siempre fue un tarado (y que lo sigue siendo), finalmente acepta su destino de líder y lo proclama por onda corta a los cuatro vientos (misteriosamente, en ese futuro la gente no usa internet ni nada parecido) sencillamente porque ése fue el deseo de su madre. Machacó Sarah, hasta el hartazgo, y he ahí el resultado: todos le hacen caso aunque nadie sepa por qué él, que apenas si sabe susurrar con la garganta enronquecida, se cree importante (pero como nadie supo nunca tampoco qué cuernos les pasó por la cabeza a los electrodomésticos para ponerse tan pesados, el enigma edípico importa más bien poco). Lo es sólo porque se lo dijo la madre a quien un señor futurista metió entre las sábanas con esa excusa.
La novedad en la trama secundaria, el chongo nuevo, es un poco menos turbia. A la chica que lo salva le dicen: "¿Qué le viste?". Ella contesta (y la audiencia con ella): "Yo vi un hombre". Lo demás es apenas lastre para el hundimiento definitivo (que no cesaremos de festejar) de Christian Bale.

sábado, 2 de enero de 2010

Los nuevos villeros

por Daniel Link para Perfil

Aquí, en los campos del Oeste, hay dos procesos simétricos: la proliferación de barrios privados que ponen a vivir entre nosotros a los nuevos ricos, con sus arquitectos y sus autos caros, y la multiplicación de barrios precarios, donde viven quienes trabajan para los anteriores. En el medio quedamos los que no somos ni una cosa ni la otra: ni ricos, ni empleados suyos, los viejos vecinos, transformados, por obra y gracia de la modernización salvaje (es decir: sin planeamiento ni control), en los nuevos villeros, de acuerdo con la horrenda dialéctica del interior-exterior y la metafísica del límite que se nos impone: adentro están los que pertenecen y tienen derechos; afuera, los desprovistos de todo (incluso o en particular de esperanza).
La misma dialéctica que fue varias veces recusada por la filosofía (Foucault y Barthes, entre tantos otros) vuelve hoy con toda la fuerza bruta del capitalismo postindustrial para construir ciudadelas amuralladas.
Sin el impulso utópico, claro, de sus antecesoras (Bérgamo, Toledo), lo que brilla en estas urbanizaciones cerradas es una pura lógica concentracionaria que asusta, sobre todo cuando viene acompañada del prejuicio y el uso irreflexivo de recursos.

Llevo unas sábanas al lavadero: "¿Qué unidad?", me preguntan. "Ninguna, soy de afuera", digo. Mis quinientos hilos de algodón egipcio se transforman, ante mis ojos, en un trapo sucio infestado de quién sabe qué insectos. Pido una pizza por teléfono. Se niegan a traerla a casa "por seguridad". "Podemos llevarla hasta la puerta de San Patricio". Contesto "si tengo que sacar el auto para ir a San Patricio, prefiero comprar la pizza en un lugar donde la hagan mejor", y cuelgo.
San Patricio es el penúltimo barrio privado de la zona. Para mejor comunicar a sus habitantes con la civilización, los fundadores de la urbanización (y dueños del colegio que da nombre al barrio, el St. Patrick School, de prestigio pedagógico que sospecho inmerecido) tendieron el asfalto desde la Autopista del Oeste hasta la entrada misma del complejo, a lo largo de dos kilómetros. La avaricia determinó que dejaran sin asfaltar las dos cuadras posteriores, a cuya vera se apiñan las casas que los arquitectos han mandado pintar de un horrendo color celestito.
Como esas dos cuadras son para mí el índice de una mala relación con el entorno y de una pobre conducta ciudadana, cada vez que puedo paso con el auto muy rápido, levantando densas nubes de tierra que, en mi fantasía de villero, irán a depositarse sobre los "muebles de Tailandia" que los moradores habrán comprado en algún shopping.
Un poco más allá, en el kilómetro 47, han comenzado las obras de las 165 hectáreas de Terravista ("Una proclama de individualidad"). Hace algún tiempo fuimos a visitarlo, simulando algún interés en una parcela. Entre las delicias que se ofrecen al comprador, figuran cinco lagunas que serán alimentadas con "agua de las napas".
Nosotros, aquí en la villa, dependemos de la calidad y cantidad del agua de las napas porque no tenemos agua corriente ni expectativas de, alguna vez, poder acceder a ese privilegio. Me subleva que algún funcionario corrupto de cuarto o quinto orden haya puesto el gancho en un proyecto semejante sin evaluar los perjuicios para los vecinos (viejos y nuevos) que semejante delirio paisajístico puede provocar. Todavía no se me ha ocurrido ninguna estratagema para canalizar mi resentimiento(más allá de las demandas legales, que serían como jugar con las reglas del enemigo). Algo se me ocurrirá.

viernes, 1 de enero de 2010

Tráfico de influencias

por Daniel Link para Soy

Homenaje a Tato Bores

Harto de dilaciones, decidí tomar el toro por las astas y llamé por teléfono a José María, a ver qué noticias podía darme sobre sus frustradas bodas. Como él, a su vez, está enredado en complejísimos trámites de adopción, me vi obligado a escuchar sus propias cuitas. Al final lo corté: "No, Mary, no. Decime qué pasa con el matrimonio. ¿Lo aprueban?". "Ay, no sé, de eso no sé nada. El que se encarga es Alex. Nosotros acabamos de volver de Ushuaia, ¿por qué no se van para allá?". "Para eso me voy a México, tarada, que me gusta más, pero la idea es casarme donde vivo". "Entonces, mejor llamala a Lubertino". Le dije que iba a hacerlo después de censurarle el papelón de los moños rojos. "Parecían dos hombres-sandwiches, promocionando ojotas en los años setenta. Ubicate, Mary".
Me costó encontrar a la funcionaria, que andaba promoviendo almanaques en favor de la diversidad. "¿Y, Marijó? Así no era la cosa. Me prometiste la Ley de Matrimonio en Buenos Aires. Narda se ofreció a regalarme el catering. Tengo todo en el freazer, pero se me van a pudrir todas las viandas a este ritmo". La presidente me explicó que el gobierno había preferido evitar el trámite parlamentario y sacar el casamiento por vía judicial, porque de esa manera iba a resultar "menos costoso políticamente". "Eso ya me lo dijiste el año pasado", la interrumpí, "y todavía estamos esperando". "Y bueno, vos viste cómo es la lisiada de fundamentalista", se excusó.
"Qué lisiada ni fundamentalismos", le grité, impaciente. Fijate que en México la ley salió con vaselina. Y mirá que ahí hay tullidos que visitan la Guadalupe...". "¿Por qué no te vas a Ushuaia?", me dijo. "Tengo que cortar. Lllamalo a Norberto". No me dio tiempo a mandarla mucho más allá de la Tierra del Fuego.
A esa hora Norberto seguro estaba en el sauna, donde no atiende el celular, así que me tomé un taxi y me fui volando para allá. Lo descubrí por los grititos en el reservado número cinco. Tuve la delicadeza de no golpearle la puerta y lo esperé en el bar. "Norberto, ¿qué onda?", lo increpé. Él negaba con la cabeza. "¿Con quién hay que hablar?". Me dijo que había estado con Cristina. Que ella estaba totalmente dispuesta, pero que tenía las manos atadas: "Vos sabés bien cómo es la derecha peronista", le había susurrado. "Pero ahora te podés ir al Fin del Mundo", me dijo. Ignoré su recomendación y le pregunté: "¿Entonces hablo con Chiche? Tengo toda la ropa preparada, ¡no me pueden hacer esto!".
"Hablá con Chiche", coincidió Norberto, mientras relojeaba a un empleado nuevo.
Yo no tenía ni idea de dónde podía encontrarla a Chiche, pero averigüe en La Plata y me dieron la dirección de la quinta donde estaba, dictando un taller para manzaneras. Le pedí prestado el auto a mi mamá y me fui para allá.
Cuando llegué ya caía la tarde y los guardaespaldas de Chiche no me querían dejar entrar. Por suerte ella justo salía a despedir a Silvia, una manzanera amiga de los dos y les dijo a los monos que me hicieran pasar. "Te hacía en la Patagonia", me dijo. Le pregunté: "Chiche, ¿me estás cargando? España, México, los fueguinos del orto... ¿también en esto vamos a ser los últimos? Con el divorcio hicieron lo mismo y dejaron pasar mil años. Ahora es una oportunidad histórica. Convencelo al cabezón...".
Se ve que alguien ya le había dicho algo parecido porque me dijo que me quedara tranquilo, que en 2010 salía la Ley nacional. "Te lo juro por Paquito, a quien Evita quiso tanto". "¡Pero den quorum, por favor!", le supliqué. "En eso", me dijo, "no puedo ayudarte... Hablá con Pinky".
Pinky no iba a ser problema porque guardábamos fotos de ella sin photoshop. Si no cooperaba, se las mandábamos a Naty Menstrual. No hizo falta que la amenazáramos. Compenetrada como estaba con su papel presidencial ("Tiene la palabra", me decía todo el tiempo), aspiraba a pasar al mismo lugar en la historia parlamentaria que en la historia televisiva. "Ésta va a ser la Ley Pinky", aseguró sonriente.
"¿Pero, y la derecha peronista? Y el macrismo?". "Son lo mismo, son lo mismo...", aseguró con un bello trémolo en la voz. "Si querés certeza, hablá con el Hermano Eduardo". "¿El Hermano Eduardo?", pregunté. Pinky me susurró en el oído: "¿No viste que la lleva puesta? Aunque esté medio retirado, guarda fotos comprometedoras de muchos compañeros".
Lo llamé a S. mientras trataba de comunicarme con la secretaria del Hermano Eduardo. "Al final, le dije, ya vas a ver que la ciudadanía europea me la vas a dar sí o sí". "Es lo único que te importa", me reprochó. "Shhhh", susurré. "Ni lo digas, que a lo mejor todas estas locas de armario nos tienen los celulares intervenidos". Me aseguró que Lilita ya estaba en la bolsa: "Le acabo de mandar de regalo el catecismo holandés de 1967. Eso sí, le saqué las enmiendas de Roma. Tiene que pasar", me confió. Antes de cortar (estaba manejando), le pregunté melancólicamente: "Y si nos casamos en Ushuaia, ¿qué tristeza, no?". "Y además, carísimo", agregó con su sentido común gallego.