sábado, 10 de junio de 2006

Diario de un televidente

En la versión inglesa de Queer as folk, uno de los protagonistas (Vince Tyler) era fanático de Doctor Who, una serie de ciencia ficción clásica producida por la televisión británica entre 1963 y 1989 y de la que los argentinos no tuvimos demasiadas noticias más allá de las páginas de Internet que la sindican como "the best TV show of all time".
La sentencia es incomprobable, sobre todo porque aunque viéramos ahora en maratón los setecientos episodios de Doctor Who, nos sería imposible disfrutar de ellos con el candor de tiempos idos.
Mejor es entregarse a la remake (¿o continuación?) de Doctor Who que People & Arts emite los viernes a la noche y de la cual pudieron verse ya dos episodios, ambos deliciosos en su concepción visual y en el fluido desarrollo de los guiones. Doctor Who (Christopher Eccleston) es el último exponente de una raza alienígena extinguida, los Señores del Tiempo. Por supuesto, se dedica a viajar a través del tiempo sin otro propósito aparente que entretener a Rose Tyler (Billie Piper), una chica común de clase media baja que decide (como Dorothy en El mago de Oz) explorar las posibilidades que le ofrece el universo.
Así planteada, la estructura de la serie es suficientemente sencilla hasta parecer, incluso, sosa. Viajes a través del tiempo hemos sufrido ya demasiados de la mano de patrullas norteamericanas y hay actualmente en el aire dos series horrorosas que repiten el esquema (Stargate). Lo que hace Doctor Who, sin embargo, es utilizar esa plataforma para proponer guiones un poco desquiciados, efectos visuales simpatiquísimos, actuaciones complejas y una cierta sensibilidad adecuada a la imaginación del desastre que domina nuestro tiempo. En el último episodio, Doctor Who propone a Rose que elija un destino y, ante su titubeo, la lleva a presenciar el fin del mundo (el estallido del sol y la explosión del planeta Tierra). Por supuesto, un grupo selecto de alienígenas millonarios presenciará el espectáculo al que acude, también, una sedicente "última humana", una mujer que se ha sometido a cirugías tantas que es ya sólo una plancha de piel con boca, tensada sobre un bastidor. La reflexión de Rose sobre sus compañeros de palco ("Los aliens parecen tan... aliens") hubiera sido imposible en el contexto de la televisión norteamericana, siempre más preocupada en definir la humanidad que en proponer formas alternativas de vida inteligente.
Billie Piper es encantadora en su papel de Rose y Eccleston desempeña (por poco tiempo más: será reemplazado por David Tennant) con solidez un papel por el que ya pasaron ocho actores. De todos modos no debe resultarles complicado pronunciar las líneas que los guionistas ponen en sus bocas porque todas esas frases suenan perfectamente naturales y adecuadas a las siempre extrañas circunstancias a las que se encuentran.
En el próximo episodio, viajarán al pasado (1860). ¡Gracias, Vince!

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