sábado, 31 de octubre de 2020

Toque de quena

Por Daniel Link para Perfil

El malhadado año bisiesto se nos escapó de entre los dedos y ya estamos a las puertas del verano. Habrá que devolver las resrvas anticipadas o guardarlas para más adelante. No sé cómo se nos ocurrió que íbamos a poder tomar algún avión, o lo que fuera.

Lo único que nos queda en el horizonte es agarrar el auto y salir a la ruta, encapsulados. ¿Con qué destino? ¿Qué no conocemos?

Mi marido no conoce Cataratas. A ninguno de los dos nos seduce demasiado el sur. Pero a donde vayamos habrá que prever al menos tres días de ida y otros tantos de vuelta. ¿Y si fuéramos a Mendoza, nos dejarían cruzar San Luis? Sabrán los señores feudales de aquellos lares... mejor es no arriesgarse.

Otra opción sería la Puna, las Quebradas, las salinas, los campos de Piedra Pómez, la Sierra de Cachi, la Quebrada del Toro, los conos de lava petrificada, las lagunas lechosas donde toman agua los flamencos y las inmensas altas pampas donde pastan las vicuñas.

Así dicho suena hermoso, pero hay que llegar hasta allá, calcular los costos (altísimos) y confiarse a la buena voluntad de los caminos, los lugareños y las políticas sanitarias provinciales.

Córdoba, que es como lo más a mano (en cuanto a costos y a deseo), estará aparentemente cerrado al turismo “externo”.

Nos damos cuenta de que el programa “Previaje” es, al fin de cuentas, una de las tantas ilusiones en las que nos tienen. Octubre ya terminó y no hemos podido planear nada.

viernes, 30 de octubre de 2020

martes, 27 de octubre de 2020

Cerrado por inactividad

 

 

"El apoyo del Papa a las uniones civiles no es una aprobación de la actividad homosexual" señala el también prefecto de la comisión para la protección de menores del Vaticano en unas declaraciones el pasado 22 de octubre que fueron publicadas en la página del arzobispo de la diócesis de Boston (EEUU). (Fuente https://www.perfil.com/noticias/internacional/arzobispo-de-boston-aclara-que-el-papa-francisco-no-aprobo-la-actividad-homosexual.phtml).

sábado, 24 de octubre de 2020

Eppur si muove

Por Daniel Link para Perfil

Estoy exhausto. Cada una de las grietas en las que vivimos nos obligan a tomar decisiones de profundísimo alcance. Grietas hubo siempre, pero antes no eran tan infinitesimales como ahora. En el debate entre geocentristas y heliocentristas era tan fácil (aunque peligroso) colocarse como en la querella entre evolucionistas y creacionistas. Todo era una cuestión de racionalidad y cultura. Una vez adoptada la posición ya se sabía con quién iba a ir uno a cenar o al teatro.

¡Ni que hablar si hubieramos sido convocados a tomar partido por los antiguos o los modernos! Por más melancolía que nos provoquen las cosas viejas siempre íbamos a estar con los modernos (al menos, hasta que nos volvimos viejos).

Pero todo es cansador: llegamos a tomar partido en el sordo debate entre objetivismo y subjetivismo o en el subsidiario realismo vs. nominalismo por el poder del nombre y por lo tanto, de la palabra como fundadora de las cosas.

Con el perspectivismo no nos fue tan bien, porque nos acusaron (por izquierda) de liberales trasnochados (por eso del pluralismo mediático y el multiculturalismo integrador). Por fortuna pudimos argumentar contra el relativismo nihilista del “segual” y nos quedamos instalados en el perspectivismo multinatural.

Entre el empirismo y el idealismo estuvimos desgarrados durante mucho tiempo hasta que Gilles Deleuze nos regaló el empirismo trascendental. Sólo por eso, amor eterno.

Desde entonces, siempre es mejor encontrar una salida a toda dicotomía rígida. Entre innatistas y culturalistas, ¿qué duda cabe? Aunque despreciemos la cultura actual, no podemos negarle el papel de formadora de individualidades y subjetividades.

Hasta que... ay... tuvimos que responder la pregunta de si puto se nace o se hace. Si la putez es un efecto de la historia (una desviación, digamos, del recto camino), abríamos la puerta para que los correctores de la sexualidad intervinieran con sus patrañas viles.

Entonces, somos culturalistas pero hasta cierto punto donde afirmamos lo innato de ciertas inclinaciones (las óperas de Richard Strauss, el arte del bordado, el San Sebastián que Miguel Angel pintó en la Capilla Sixtina, usté me entiende) pero no la tendencia golpeadora del macho.

¿Y sobre la prostitución? ¿Abolicionistas o regulacionistas? (ya una vez en una cena de “amigs” me apedrearon entre tods por mi posición).

Ya ven que cada operación supone un desgaste mental que en estos días llega a la niebla cerebral. ¿Peronismo o antiperonismo? (ambas opciones son la misma, en última instancia, con diferente afecto). ¿Peronismo de derecha o peronismo revolucionario? Como soy exterior al movimiento, ahí me pierdo. ¿Kirchnerismo o albertismo?

Esperen... estoy tratando de llegar a algo.

¿Salud o economía? ¿Salud o educación? (obviamente, la salud sin educación no tiene futuro: vean Matrix o cualquier engendro semejante o, mejor lean Nunca me abandones de Ishiguro).

Hoy en el diario leo que hay un conflicto entre Juan Grabois y la familia Etchevehere: ¿Grabois o Etchevehere? ¿Francia o la Vasconia? No, no, no podemos apresurarnos, el asunto es más sutil: Dolores Etchevehere o Luis Miguel Etchevehere (¡Dios nos libre!)? ¿Donación o usurpación?

En Mataderos, parece, la cosa se puso fulera entre vegans y carnicers. Obvio que los chicos y chicas vestids de negro que iban a despedir al ganado antes de entrar al matadero merecen nuestra simpatía. Pero yo hoy almorcé un ojo de bife con ensalada. No sé, creo que nos están pidiendo demasiado.

Entre presencialidad y virtualidad, yo ya elegí presencialidad (aunque no pueda ejercerla). Entre trabajo y subsidio, creo que es mejor el trabajo. Entre River y Boca, opté por San Lorenzo después de ser padre (para no alimentar tensiones entre mis hijos, cada uno de un bando enemigo).

Demasiados trascendentales para tanta ignorancia como la que tenemos hoy por hoy entre nosotrs. Entre trascendencia e inmanencia, yo ya opté por la inmanencia hace ya bastante, así que no me jodan más con tantos binarismos berretas.

Después de todo, detrás de todo mal dilema, siempre hay un buen trilema y la política del “casi”: adherir casi a algo.


lunes, 19 de octubre de 2020

¡Tiembla Arturo Carrera!

 



Locas de archivo

 por Daniel Link para Soy

Todo comenzó en el archivo visual más a la mano del espectador televisivo, Netflix. Allí se estrenó la película The Boys in the Band, producida por Ryan Murphy, estelarizada por un grupo de actores abiertamente gay (Jim Parsons, Zachary Quinto, Matt Bomer, Andrew Rannells, Charlie Carver, Robin de Jesús, Brian Hutchison, Michael Washington y Tuc Watkins) y desparejamente eficaces en sus perfomances.

La película está basada en la pieza del mismo nombre de Mart Crowley, quien la estrenó en el circuito off broadway en 1968, antes de que los disturbios de Stonewall se trasformaran en una conflagración fundadora de la militancia gay global.

Dos años después, William Friedkin dirigió la primera versión cinematográfica de la pieza, que esta producción sigue prácticamente plano por plano (salvo el episodio de la tormenta, que es muy distinto). Afortunadamente, el film está disponible en ese otro archivo un poco más especializado, Vimeo (bajo el número 333642754).

En Buenos Aires, la pieza teatral se estrenó el viernes 24 de abril de 1970 en el teatro Odeón con el nombre Extraño clan, dirigida por Román Viñoly Barrete y elenco integrado por Alberto Argibay, Gianni Lunadei, Oscar Ferrigno, Enrique Fava y José María Langlais. Dos días después, el domingo 26, la obra fue prohibida por decreto municipal. En su edición del 30 de abril de 1976, la revista Gente deploró la censura, no sin subrayar que la pieza no es en absoluta apologética sino, por el contrario, bien moralizante (“trata un problema existente”).

En 1972 también se prohibió la exhibición de la película de Friedkin, que pudo verse recién a finales de 1973, en el cine Ideal (¿será por esa marca pecaminosa que luego mutó en cine porno?).

Conocemos estos datos preciosos gracias a Jorge Luis Peralta, quien nos regala además dos documentos de “lectura”: la crítica publicada en el diario Noticias (“un modelo de película conformista, declamatoria, llena de golpes bajos. Y para colmo, aburrida.”) y una gacetilla del grupo Eros del FLH (cuya autoría atribuye verosímilmente a Néstor Perlongher). Todos estos documentos (y un análisis brillante del conjunto a cargo de Peralta) pueden verse en el sitio de archivo en línea Moléculas Malucas.

Como se ve, la posibilidad de la loca no se mide ya en relación con un hipotético armario del que estaría presa o liberada, sino respecto de un sistema de archivo.

Sería difícil entender el sentido de The Boys in the Band en Netflix sino como el despliegue interesado de esos fragmentos de pasado: una intervención de archivo que recupera una memoria de la que sabíamos poco y nada.

Por supuesto, la trama abunda en estereotipos pasados de moda y en truculencias varias, pero también presenta intervalos de diálogo memorable. Pero sería inútil detenerse en estos aspectos porque ni la obra de teatro ni las películas (primera y segunda versión) hablan de nuestro presente sino las condiciones de posibilidad para sostener un discurso (eso es un archivo): del habla y del comportamiento de la loca podrá decirse cualquier cosa menos que sea poco sensible a las tensiones de los tiempos.

De modo que en la arqueología de la loca, el conjunto de tensiones y la distancia entre la revista Gente, el diario Noticias y la prosa de Perlongher (“Los homosexuales organizados denunciamos este nuevo intento de arrojar piedra sobre piedra, y de desalentarnos en nuestra vida amorosa y de relación, y de hacernos sentir indeseables o enfermos incurables. Nos negamos a ser idiotas útiles, cómplices de la destrucción de nuestras propias vidas”) encuentra en The Boys in the Band una pieza clave en la evolución de un pensamiento sobre lo queer, eso que ni entonces ni hoy puede imaginarse como una comunidad identitarias sino más bien como un sistema de complicidades y exclusiones.

Cómo funcionaba eso aún antes de que la militancia de Stonewall ocupara las calles merece un análisis pormenorizado que hoy podríamos hacer gracias al rescate de Ryan Murphy cuya ganancia, por una vez, es también la nuestra (aunque en otro plano completamente distinto, el puramente arqueológico).



sábado, 17 de octubre de 2020

Plan de fiesta

Por Daniel Link para Perfil

¡Hoy es día de fiesta y, literalmente, tiramos la casa por la ventana! Mi nieta Juana cumple tres años y aunque el último le tocó casi íntegro bajo el reinado del siniestro Gran Kan del encierro indefinido (lo que le ha dejado cicatrices caracterológicas que difícilmente se podrán corregir) hemos decidido festejar la circunstancia al aire libre: sacamos todas las mesas para que el número de diez participantes del festejo puedan acomodarse con la debida distancia social según los grupos familiares que integran.

A mi madre le armamos una burbuja plástica dentro de la galería, para que participe con la seguridad de que el Mal quede fuera de su alcance.

Han sido días de intensos preparativos. Dispusimos para los tres niños que serán en la fiesta una cama elástica a la que sólo podrán entrar acompañados siempre del mismo adulto, debidamente alcoholizado. Para las mesas hubo que encargar manteles nuevos de hule, cuyos diseños se sometieron a un comité estético. Aparentemente alguno debía combinar con la torta de Tainá.

La piñata recayó en mí. Demasiada violencia hay en el mundo para enseñarle a mi nieta a cagar a palos a un unicornio con el objetivo de que vomite premios. Por fortuna las hay reciclables, que se abren tirando de un hilo (nada fáciles de conseguir en pandemia). Y, por supuesto, tratándose de hijes de la new age terzamilenaria, nadie come caramelos ni chocolatinas. Sólo podemos rellenar la piñata con frutos secos, crayones y bocaditos de brócoli.

Independientemente de la torta encargada (con una ecologista brasileña indoamericana en su diseño) yo preparé mi budín de calabaza y una carrot cake (con azúcar de coco para disminuir el índice glucémico), sensiblementes magros en harinas transgénicas (ese otro veneno) y galones de limonada con jengibre y menta (endulzada con stevia).

Sé que en algún lado éste es un día peronista, pero no claudicaremos ante el tóxico choripan.

sábado, 10 de octubre de 2020

A punto de caramelo

Por Daniel Link para Perfil

Muchas veces nos hemos refugiado en la etimología de la palabra crisis, que viene de un verbo griego cuyo significado es, al mismo tiempo, cortar, separar y decidir.

La Argentina en particular y el mundo en general han llegado a esa situación crítica en la que es necesario interrumpir (el curso de los acontecimientos, la inercia del capitalismo extractivo, los autoritarismos) para ver cómo seguir.

Estamos en una situación singularísima cuya potencia no debemos desaprovechar. Y cuando uso la primera persona del plural quiero decir exactamente eso: no quienes gobiernan, no quienes obtienen rentabilidad a toda costa (que serían una tercera persona) sino nosotros y nosotras, quienes vivimos la fuerza de disolución de los vínculos comunitarios al borde mismo del agotamiento.

Señoras y señores, lo que es inviable debe ser cortado, no importa si se trata de una provincia (Buenos Aires), un conjunto general de gestos de gobierno (desde la soberbia de Trump al resentimiento de Maduro) o un régimen semiótico de producción que privilegia la técnica antes que la humanidad.

En 1909 E.M. Forster (¡sí, el de Pasaje a la India y Maurice!) publicó una historia breve llamada The machine stops (“La máquina se detiene”) que hoy deberíamos leer como un mandamiento. Antes de que la máquina (la inteligencia artificial, Internet: literalmente se trata de eso en el relato de Forster, en el cual las personas viven aisladas y provistas por la máquina capitalista) se haga pedazos y, con ella, todos los que la usan, convendría desenchufarla hasta tener en el horizonte un nuevo pacto civilizatorio.

Han pasado 111 años desde aquel llamamiento de Forster. La máquina funcionó a pleno durante ese tiempo y nos ha dejado al borde de un abismo inconmensurable. Si eso no es una crisis ante la cual conviene tomar una decisión drástica, no sé qué podría serlo.

Paremos la máquina antes de que sea demasiado tarde.


lunes, 5 de octubre de 2020

Un acontecimiento

 


Bien de archivo

The Boys in the Band (1970) from Calgary Queer Arts Society on Vimeo.

 

sábado, 3 de octubre de 2020

El amor absoluto

Por Daniel Link para Perfil


No tenemos una gata, ni dos. Nadie podría jactarse de algo semejante (María Moreno sabe de qué hablo).

Cuando Sebastián y yo decidimos que podíamos vivir juntos, al poco tiempo una amiga encontró en las vías del tren una gata negra que nos ofreció como amuleto para la longevidad conyugal. Tita Merello (así llamada por su intensidad impar) es una gata de Bombay que gusta de los espacios elevados. Tardamos diez años en darnos cuenta de esa necesidad tan suya y entonces le armamos un sistema de estantes a la altura de los techos que ella disfruta como una pantera de la estepa, lo que no puede ser genético, porque es una raza inventada por unas viejas gateras de Kentucky, como homenaje al leopardo negro Bagheera de El libro de la Selva.

Como buena Bombay, Tita nos ama con una exclusividad renegrida y atormentada. No soporta estar sin nosotros y a cualquiera que se le acerque le tira arañazos y mordiscones crudelísimos. A nosotros, jamás.

Estoy seguro de que su carácter es, de alguna manera, responsable de las quemas medievales de mujeres progresistas (curanderas, aborteras, reparadoras de virgos), porque es la clase de gato cuya mirada puede abrir las puertas del inframundo. Las brujas eran carne y uña con los gatos negros (probablemente burmeses, antepasados de los Bombay).

De noche, cuando estamos viendo alguna película o por la mañana, cuando leo los diarios en el celular, Tita baja de sus dominios aéreos y desde la otra punta de la cama me mira fijamente hasta que no puedo más y tengo que llamarla a mi lado. A veces no me doy cuenta de inmediato de que me está mirando, pero mi cuerpo se siente expuesto a una fuerza intolerable.

Cuando tuvimos que decidir qué hacer con la gata en nuestros viajes laborales, decidimos adquirir para Tita (no para nosotros), una mascota que le hiciera compañía en nuestra ausencia. Cartulina vino a cumplir ese rol. Tita la maltrata sin misericordia alguna, lo que a Cartu le importa más bien poco. Cartulina es una rusa azul que parece tonta, pero cuya inteligencia social es infinitamente superior a la de Tita. Se lleva bien con todo el mundo, anda con los perros (a los que no teme), en suma: sufre menos.

Todas esas características a Tita la desesperan. Considera una frivolidad semejante entrega a lo social y una traición al amor exclusivo, que ella es capaz de llevar hasta su propia muerte (nunca querrá a nadie como a nosotros).

Maria Emilia, la gata que pretendimos incorporar a la manada hace unos años para completar la paleta (negra, gris y blanca) no murió por un pelo ante los sistemáticos ataques concertados de Tita y Cartulina. Tuvimos que regalársela a Albertina Carri, donde encontró una felicidad que estas gatas nuestras le negaron. Mientras Tita esté con nosotros, nos debemos a ella.

Después, las fauces del infierno se abrirán para nosotros.