miércoles, 31 de marzo de 2010

Who's that girl?

martes, 30 de marzo de 2010

La era de Acuario

Lecturas de Charly Gamerro, Miguel Vitagliano, Laura Ramos.

Jueves 8 de abril. 20 hs.

Escuela del Sol. Cramer 450 (y Jorge Newbery)

lunes, 29 de marzo de 2010

Invisible

por Mauro Cabral

El cirujano es un hombre joven, de traje claro y lentes de montura delgada. Está de pie sobre un estrado, frente a un público de activistas, funcionari*s y académic*s. Habla en voz baja –por momentos cuesta escucharlo a pesar de que sostiene un micrófono. Es amable, sonríe. Se esfuerza por explicar. Ha respondido algunas preguntas sobre cirugías de transexualización y entonces, de pronto, recuerda. Hace falta dar una respuesta más.
“Los intersexos”, dice, y se adelanta dos pasos. Explica. “Son criaturas nacidas con genitalidad ambigua”. Sigue sosteniendo el micrófono con una mano mientras levanta el brazo opuesto y cierra el puño. ¿Qué hace? Muestra, ejemplifica. Sostiene por los pies, cabeza abajo, a una criatura invisible.
Con el brazo así levantado continua. “Cuando nace un intersexo”, dice, “el médico mira y no sabe lo que ve”. “¡¿Qué es esto?!”, dice, y la cara que muestra a la audiencia es de franco desconcierto. Parpadea y sonríe, haciéndose el confundido, mirando sin ver los invisibles “genitales ambiguos” del “intersexo” recién nacido que cuelga de su puño.

***

Un día serán juzgados por crímenes de lesa humanidad, le digo, y él me desea que mientras tanto sea feliz y yo le digo que soy un fister y que, mientras tanto, tenga cuidado.

(anterior)

domingo, 28 de marzo de 2010

Todo ordenado

El imperio contraataca

por Daniel Link para Perfil Cultura

Los imperios se caracterizan, al mismo tiempo, por su capacidad para reconocer la multiplicidad de lo viviente (la diversidad de las formas de vida) y, al mismo tiempo, por su convicción de que son ellos quienes mejor pueden administrar esa multiplicidad y esa diversidad a partir de un sistema de categorización que, más tarde o más temprano, terminará sometiendo esas potencias de lo otro a una mera variante de entonación pero, nunca, de función, de forma o de sentido.
Los museos imperiales, con su declarada vocación de custodios de la historia en su totalidad son un claro ejemplo de ello. Son vanas las protestas egipcias contra el Pergamon de Berlín para recuperar la Nefertiti o las sublevaciones atenienses en reclamo de la restitución de los frisos del Partenón que los ingleses se llevaron para enriquecer su British Museum: el Imperio sigue considerando (y así lo declara en los documentales de televisión) que es el mejor custodio de esas piezas que las modernas repúblicas que se levantan sobre las ruinas de los antiguos imperios serían incapaces de salvaguardar de la barbarie (la polución, el vandalismo). Quien manda en el mundo decide qué negocios hacer con la historia propia, pero también con la ajena.
Se escucha, incluso, que es ilusoria la reivindicación soberana de esos patrimonios porque las naciones son modernas y que por lo tanto no hay línea de continuidad entre el siglo de Pericles y la Atenas hoy agobiada por la crisis financiera del capitalismo, o entre las dinastías egipcias y la Cairo musulmana y pro-norteamericana de nuestro tiempo. Esos monumentos del pasado, declaran, son un “patrimonio de la humanidad” cuya exacta grandeza nadie ni nada sino un imperio es capaz de administrar e interpretar.
El imperio es coleccionista, pero no lo es por razones meramente estéticas derivadas del ocio y la contemplación desinteresada de las cosas del mundo, sino sobre todo porque quiere mostrar a los ciudadanos de las Metrópolis el tamaño de su abrazo humanitario: “fíjense que lejos hemos llevado nuestro sistema clasificatorio; fíjense qué extraños ejemplares hemos conseguido para llenar los casilleros de nuestras colecciones; fíjense lo bien que administramos la multiplicidad de lo viviente” (el señalamiento vale tanto para las piezas de arte y civilización como para las colecciones de animales: el zoológico de Berlín Oriental debe ser el mejor provisto en el mundo de “especies comunistas”, heredadas de los antiguos aliados de Asia y África).
El siglo XIX, que se dejó arrastrar por los paroxismos de los imperios dinásticos al mismo tiempo que preparaba su ruina, multiplicó los museos de las civilizaciones, los parques zoológicos, los jardines botánicos y los museos de arte como manera de demostrar que no había variedad de lo viviente que pudiera resistirse a su poder de administración.
Visitados hoy, los museos imperiales dan una impresión penosa: son el residuo anacrónico de una concepción de lo viviente que murió asfixiada en los hornos crematorios del nazismo. El British Museum es tal vez el ejemplo más conspicuo de una serie de saqueos totalmente desatinados y que no pueden contemplarse sin temblor.
No hay impresión más desasosegante que contemplar, en la sala del Partenon, esos pedazos de piedra que habían sido concebidos para que, azotados por el viento en una colina del Mediterráneo, dijeran cosas sobre la relación con la historia y con lo sobrenatural que una comunidad había decido sostener como propia, como una forma de vida (un estilo, sí, pero también una ley formal y una sustancia). Fuera de contexto, los frisos del Partenón sólo pueden decir que fueron objeto de una política de normalización, que perdieron su carácter sacro (al mismo tiempo sagrado y maldito, imposible y prohibido) cuando fueron forzados a ocupar una posición en la política curatorial de un museo del imperio.
Con el arte sucede más o menos lo mismo, y basta con cruzar el Támesis para encontrarse, en la Modern Tate, que tanto ha enriquecido el área londinense de Southwark, con una parodia de la mirada imperial sobre lo viviente, esta vez acotada a esa forma de vida que reconocemos como “arte”. Y, en particular, el arte del siglo XX.
La historia misma de ese proyecto surgido del corazón de las políticas culturales del thatcherismo merecería un mayor desarrollo que el que estas líneas permiten. Pero basta observar la ordenación actual de la colección permanente del museo (una de las más importantes del mundo en su género) para darse cuenta del modo en que la mirada imperial administra el arte.
Hasta 2006, la colección estuvo organizada en cuatro grupos temáticos (Historia/ Memoria/ Sociedad, Desnudo/ Acción/ Cuerpo, Paisaje/ Materia/ Medio ambiente y Bodegón/ Objetos/ Vida real) que, cuestionables como podían ser, al menos suponían un principio de organización (sin el cual, se sabe, no hay colección posible).
Luego de varias manipulaciones, hoy el museo ofrece su colección permanente articulada en cuatro (y no en cinco, ni en siete) categorías: Poesía y sueño (la estela surrealista), Gestos materiales (pintura y escultura europeas y americanas de posguerra), Estados de flujo (cubismo, futurismo, vorticismo, “cambio y modernidad”) y Energía y Proceso (arte radical de los setenta y el movimiento “Arte Povera”).
Es una nueva forma de organizar el todo que pretende prescindir de las antiguas variables temáticas, pero lo que en principio se postula como una organización formal pronto se revela como una organización histórica encubierta (que es lo único que puede explicar la aparición de Joseph Beuys junto con Francis Bacon bajo la ambigua rúbrica de la poesía y el sueño). Es como si cada categoría se propusiera un desarrollo más o menos autónomo de la historia del arte del siglo XX (y, por eso, el inevitable Picasso está incluido en las cuatro), pero, sobre todo, un desarrollo diferente de las líneas hegemónicas impuestas por el Museo de Arte Moderno de Nueva York.
Los curadores de la Tate parecen al tanto de las últimas corrientes museográficas y por eso proponen “relatos curatoriales” en lugar de clasificaciones temáticas. Pero esos mismos relatos a veces se contradicen y otras se superponen, como si lo único que interesara fuera (en un museo popular como pocos otros en el mundo) un statement sobre el poder de la propia mirada (imperial) por sobre otra mirada (igualmente imperial): “hemos retomado las riendas administrativas del mundo”.
Comparada con el British Museum, la Tate no provoca la misma impresión de cachivacherío malamente importado (porque el arte y la civilización responden a lógicas diferentes de apropiación), pero en un caso y en otro se trata de interiores imperiales en los cuales se decide qué fragmento de arte o de cultura se luce mejor o, mejor dicho, qué fragmento de arte o de cultura hace lucir mejor la capacidad adquisitiva de los contribuyentes. La gratuidad de los museos londinenses no quiere decir sino eso: como el imperio (milenario) ha decidido administrar la totalidad de lo viviente, es justo y legítimo que los no ciudadanos del reino puedan disfrutar sin pago de peaje, cuando visitan la metrópoli, esas ambiguas propiedades (bienes, pero también cualidades) que algunas vez fueron experiencias de vida.


sábado, 27 de marzo de 2010

In girum imus nocte et consumimur igni (una fábula)

por Daniel Link para Perfil

Volvimos al campo para despedir al verano o, con más precisión, para darle al otoño una renuente bienvenida. Llovía, y las bellotas del roble parecían explotar sobre el techo de chapa de la galería cada vez que caían del árbol.
Si tuviéramos ardillas, pensé, estarían acopiando provisiones sin desmayo para los meses de invierno que tenemos por delante. Pero como hemos elegido (sin premeditación, pero con justicia) a los gatos, carecemos de esos simpáticos roedores que infestan las ciudades del hemisferio norte.
Tenemos, en cambio, grillos, y había uno en particular que dejaba oír su canto y que nos permitió calcular la temperatura según la fórmula (Número de cantos por minuto/ 5) - 9 = º C. No hacía demasiado calor (21º o sea: 150 cantos por minuto), y sin embargo, el grillo frotaba sus élitros con tal furia atronadora, que no entendíamos cómo las hembras de la especie no habían acudido en masa a rendirle pleitesía. Sonaba a grillo heroico, turbulento, capaz de conducir a la raza a un salto cualitativo desconocido en su historia.
Como la longitud de onda del canto del grillo es similar a la distancia que existe entre una y otra de nuestras orejas, lo que dificulta la localización del insecto, no pudimos encontrarlo, y nuestras gatas se manifestaron totalmente indiferentes a las pesquisas que emprendimos. Sospechamos, por la amplificación del chirrido, que estaba en algún lugar bajo la galería y que lo más probable fuera que hubiera construido su madriguera en un macetón dispuesto en un rincón. Eso explicó su soledad, su torpeza y su canto empezó a parecernos desesperanzado.
El más sonoro y más hermoso de los gríllidos, el Ganímedes de la raza, el que tenía que fecundar a todas las hembras con su semilla revolucionaria para llevar a la especie a la conquista del mundo, se quebraba las alas en el lugar equivocado, bajo una galería cerrada por la lluvia, donde las gatas, aunque dormitaran, no iba a permitir el paso de las grillas, que tal vez ni lo escucharan.
Demasiado confiado en la fuerza de su canto, nuestro Titono eligió mal el territorio de su reino y se condenó a una vejez solitaria y estéril.

viernes, 26 de marzo de 2010

Otra denuncia estremecedora

El estrés produce mal aliento

Los nervios provocan sequedad en la boca y son una de las causas de la halitosis ocasional, según especialistas; por qué aparece esta "enfermedad social"; los perjuicios en lo cotidiano; cómo resolverlo

jueves, 25 de marzo de 2010

Elija su propia aventura



miércoles, 24 de marzo de 2010

Lo queer del duelo

En Londres, una investigadora argentina que hace su doctorado inscribe las políticas del duelo en la teoría queer. Se trata, dice ella, de desfamiliarizar la memoria (Madres, Abuelas, Hijos) como estrategia de apropiación del pasado común. No es raro que, en el momento de capturar una causa antiestatalista por definición, el Estado abrace la hipótesis trágica y la potencie. Lo extraño es que la Nación, una ficción de amigos que se escriben cartas, acepte, sin discutirla ni analizarla, la correlación entre memoria, cultura y familia, como si las únicas afecciones en juego se dirimieran en la línea de sangre.
Ignoro a qué resultados puede llevar una investigación semejante ni cuan preparados estamos para sostenerla, pero su ambición teórica me parece, en principio, estimulante. No se trata de desvincular a nadie de su propio duelo, sino de hacerlo participar de agenciamientos más anónimos y colectivos, lo que se llama queer: una política del contagio más que de la reproducción familiar.

(anterior)

martes, 23 de marzo de 2010

It's a Fact!

London es a New York lo que Buenos Aires es a Mar del Plata...

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Correspondencia

Amigos

Algunos de Uds. ya se han enterado. El citi (ex Citibank) abusó de su condición de sponsor exclusivo y acordó un cambio de nombre con los propietarios del mítico Cine Teatro Opera de la calle Corrientes. Desde hace unos días se llama Teatro Citi. Su marquesina ha sido reemplazada y archivada, y el horrible logo del banco ocupa ahora su lugar.
Pasé por diferentes estados: indignación, vergüenza, dolor por ver como tranquilamente se avanza sobre nuestra memoria, nuestra identidad y nuestra cultura. No puede creerse que en el mismo año en que el edificio del Opera cumple 75 años, algún imbécil al que le pagan por hacer marketing haya tenido tan infeliz idea. Se pone así fin a una tradición que llevaba 139 años: efectivamente, en 1871 se construyó la primera sala con ese nombre en ese solar, que fue rehecho por Jules Dormal en 1929 tras sufrir un incendio. Esa nueva construcción fue demolida a raíz de las obras de ampliación de la calle Corrientes, y remplazada por el edificio que el belga Albro Bourdon diseñara para Clemente Lococo: el viejo y querido Opera que todos conocemos tan bien.
El Citi ha hecho valer sus dólares para quedarse con el nombre, en uno de los errores de cálculo más groseros que recuerdo. Por todo eso, ayer creé un grupo en Facebook "Para que le devuelvan su nombre al Teatro Opera de la Calle Corrientes". Los invito a sumarse y a tratar entre todos de ver si podemos hacer algo de ruido. Y los que no sean usuarios de Facebook asegúrense de poner en tema a sus conocidos reenviando este mail. No podemos permitir esto de ninguna manera.


saludos y gracias a todos por los que ya están apoyando al grupo.
Ricardo Watson

lunes, 22 de marzo de 2010

La indiada ataca de nuevo




INVITACION A LA ENTREGA DEL PREMIO INDIO RICO 2009 LEÓNIDAS LAMBORGHINI


En el Centro Cultural Ricardo Rojas de la Universidad de Buenos Aires el día 8 de abril a las 19 en la sala Abuelas de Plaza de Mayo.

En dicho acto, el jurado integrado por Rodolfo Enrique Fogwill y Silvio Mattoni, entregará diplomas por el libro premiado Equilibrio en las tablas, de Jonás Gómez, quien resultó el ganador del premio consistente en la publicación del libro a cargo de Estación Pringles bajo el sello de Editorial Mansalva. Asimismo, dada la calidad de los trabajos, se entregarán las cuatro menciones especiales a Gabriel Cortiñas por su obra Munich ´72, a Germán Federico Rosati por Buscar el golpe, a Carlos Surghi por su obra Melancolía del deporte y a Facundo Fontela por Mismeos 2009.

Se darán a conocer los nuevos proyectos de Estación Pringles y se proyectará un video de Sebastián Freire.

domingo, 21 de marzo de 2010

Imaginación del desastre

por Daniel Link para Perfil

Tal vez tenga razón Rafael Spregelburd al señalar que "la diferencia entre el Viejo Continente y el nuevo es sensata". Pero tal vez también sea cierto que esa misma sensatez, que pone a los procesos históricos como madre de todas las diferencias y repeticiones, embrolle todavía más el panorama. Porque para representarse a si misma, como quiere Spregelburd, la cultura europea necesita de dos espejos simétricos, América y Asia, a los que respectivamente considera (en Tristes Trópicos, Lévi-Strauss estableció el sistema) el pasado y el futuro de la humanidad (entendida como esa cosa típicamente europea). Somos, para los europeos, el pasado, y les llevamos con nosotros un espíritu festivo, una sensación de cosa no reglada del todo, el permanente derrame hacia los márgenes de las codificaciones: la montonera y la indiada. Eso es lo que les gusta de nosotros (un nosotros que sólo ellos son capaces de sostener con tanta inocencia): la mescolanza de lo alto y lo bajo, lo trágico y lo cómico, lo público y lo privado. El teatro de Spregelburd les parece, en ese punto, el ejemplo más acabado de esa mixtura que ellos ya no pueden mirar sin melancolía. ¿Qué entenderán de tales desenvolvimientos culturales? Ellos, que se reservan el lugar de supuesto saber, pretenden poder categorizarlo todo y hacen, de los buenos salvajes que a sus ojos somos, motivo de entretenimiento. Nos alaban, nos envidian y nos reclaman la ficción, la gracia, la imaginación portentosa y desmesurada. Pero en cuanto la conversación se corre un ápice hacia cuestiones estatales, mueven la cabeza con pena. Ay, ay, ay: cómo les cuesta entender nuestras políticas.
Paranoia, de Rafael Spregelburd, no hace sino presentar eso al público europeo: las inteligencias superiores, para no destruir el planeta, reclaman un tipo de ficción que supone al mismo tiempo la variación infinita, el reconocimiento, la impersonalidad y la generalidad (pero no, nunca, la universalidad).
Para decirlo de otra manera, el eurofascismo cotidiano encuentra hoy un límite en los desbordes sudamericanos (sean éstos de llanura, de selva o de montaña). Sólo nosotros salvamos al mundo de su inminente catástrofe.

jueves, 18 de marzo de 2010

Trabajo de campo

miércoles, 17 de marzo de 2010

Toponimia

"¿Topos? Nunca vi un topo", le dice la muchacha argentina enterriana a los padres de su novio escocés, que visitan a la parejita en su pisito de Richmond. Ella ha estado dando vueltas por Europa hasta que finalmente decidió instalarse en la (todavía) capital de un mundo que tal vez ya no pueda entenderse en términos de centros metropolitanos sino como un resabio del pasado. Ella es feliz, piensa, aunque no comprende demasiado la mentalidad de esos habitantes del Alba, al final de cuya calle comienzan los bosques que, en el continente, habrían sido devorados por la tundra siberiana. Los topos son una obsesión de su suegro, porque le arruinan la huerta.
Semanas después de la visita, recibe un paquete gigante por correo, con remitente escocés. Cuando abre la caja, se encuentra con un topo muerto.

(anterior)

lunes, 15 de marzo de 2010

Choripete catalán



por Gabriela Wiener para
El País

"El gran acontecimiento de la nueva narrativa argentina", como lo ha llamado el pope de los novelistas de ese país, Ricardo Piglia, tiene a las
celebrities del cosmos literario hispánico alborotadas, primero al otro y ahora a este lado del charco. Las teorías salvajes, de Pola Oloixarac (Buenos Aires, 1977), que acaba de aterrizar en España gracias a la editorial Alpha Decay, no sólo es un desternillante catálogo contemporáneo de doctrinas sobre la guerra en tiempos de Google Earth, tan impracticables como indestructibles, sino también una sátira de la oficialidad académica, política, cultural y progre de los setenta, bombardeada con los argumentos/armamentos de una mujer fatal. Aunque cuando su autora escucha decir que parece un Houellebecq con falda y tacones, afirma llevar "la mano a mi revólver".

sábado, 13 de marzo de 2010

Las hermanitas perdidas



Cold Case

por Daniel Link para Perfil

El único obstáculo para que El secreto de sus ojos ganara el Oscar a la mejor película extranjera era Pablo Rago (su actuación, su maquillaje). Justo es decirlo, esas inadecuaciones quedaron sepultadas debajo de las deslumbrantes performances de Soledad Villamil, Ricardo Darín y Guillermo Francella, sin las cuales la película de Juan José Campanella se nos habría revelado sólo como lo que es: un episodio de una serie norteamericana de tema legal (un drama de cortes) alrededor de un viejo caso cuya resolución se muestra como ejemplo del modo en que la historia, esa pesadilla, oprime la mente de quienes han conseguido sobrevivirla: una ética.
¿Qué significa que El secreto de sus ojos ganara el premio más famoso de la industria cinematográfica? Un reconocimiento, es decir: una forma de comprensión según la cual aquellos que la votaron como "la mejor película extranjera" (esa desmesura) se reconocen a si mismos al mismo tiempo que reconocen en la película algo que los interpela. Sin ese juego de identificaciones, lo sabemos, el cine no existiría y tampoco se sostendría el alucinado mundillo de las premiaciones, las glorias y las celebridades.
Antes del Oscar, la película de Campanella había ya sido recompensada por las audiencias que, en Argentina, alcanzaron cifras históricas.
Habría, aparentemente, una coincidencia entre el público argentino y los miembros de la Academia de Artes Cinematográficas que le dieron a Campanella y Telefé la preciada estatuilla: esa alianza (esa complicidad) vuelve a plantear complejos procesos de identificación. Al reconocerse en una película, el público no hace sino mostrar en qué patrones genéricos su percepción (¿de la ficción cinematográfica?) ha sido formada. Al mismo tiempo, al aceptar una determinada resolución de los conflictos (amorosos, penales, políticos e históricos), revela cuál su horizonte ético: la reparación (a toda costa) de la falta, la memoria como motor de las acciones y el cumplimiento del propio destino como una condena de por vida.
Se pretenderá que esa ética que atraviesa las circunstacias políticas (sin dejar de ser arrastrada por ellas) está fundada en un puñado de lugares comunes de discurso (los mandamientos bíblicos, entre ellos). A esa objeción no hay argumento que oponerle, salvo que Campanella (entrenado como pocos en los modos narrativos de los géneros de masas) no ha querido sino urdir una ficción que se sostuviera como una mota de polvo en el aire a partir de todos los lugares comunes del caso, entre los cuales la discreción y la moderación cumplen un papel fundamental.
El secreto de sus ojos es una película moderada y discreta, lo que tal vez la vuelva para muchos insatisfactoria como forma de arte. Comparada con La historia oficial, sin embargo, en la que todo era desmesura, indiscreción, maniqueísmo y subrayados enfáticos, la película parece balbucear algo sobre la imaginación argentina (si tal cosa existiera) a propósito de la historia y sobre los modos de vivir juntos (condensados en un plano fraguado de Isabel Martínez de Perón): no nos identifica el amor, sino el espanto.

miércoles, 10 de marzo de 2010

Lo que vendrá

domingo, 7 de marzo de 2010

Filosofía barata

No se sabe bien cómo se llama la versión española del libro de Simeone Regazzoni (Barcelona, Duomo Ediciones, 2010, 136. págs, ISBN 978-84-92723-62-1). La tapa dice Perdidos y más chico La filosofía y todavía más chico Las claves de Lost. La portada reduce a la ambigüedad a Perdidos. La filosofía, con lo que podría pensarse que el libro tiene un doble título, como El género gauchesco. Tratado sobre la patria de Josefina Ludmer. El resultado, sin embargo, es bien diferente. Como sea, La filosofia di Lost (tal su título en italiano), dedicado "A Micaela, mi constante" (lo que ya dan ganas de sublevarse), es penoso. Parece querer justificar la adhesión al trascendentalismo derrideano en y por Lost, y parece querer justificar, con toda la culpa del caso, el gusto por el trash en el hecho de que "esta ficción que ha revolucionado la narración televisiva" "no tiene nada que envidiar a las llamadas obras de 'alta cultura' ". Lo segundo, Lost no lo necesita y lo primero, naturalmente, no lo autoriza, y es tan patente la "desviación" que no es raro que Regazzoni tenga que recurrir a los fragmentos de Deleuze sobre las islas, donde hay, por cierto, mucho más para decir de Lost que en las páginas de Derrida. Cosas de él (de Regazzoni), que ha creído que las audiencias de Lost necesitaban de una sabiduría (más bien rancia) para poder disfrutar de una serie que, desde el comienzo y hasta el último capítulo, ha demostrado que su único objetivo era transformar los desacreditados patrones de los géneros menores (la ciencia ficción, la novela de aventuras) en un suceso de masas.
Naturalmente, Regazzoni no debe de ignorar los incontables sitios de Internet que se dedican a la exégesis filosófica del acontecimiento audiovisual del siglo (incluido este blog), de modo que no es por audacia que su libro falla, sino precisamente por todo lo contrario: por la incapacidad de interrogar hasta las últimas consecuencias el modo en el que Lost interpela a sus audiencias (es decir, el modo en que se postula como un dispositivo de engaño). Lo "cult" de Lost, interesante como es, no deja de ser un condimento secundario de un melodrama bien urdido y, sobre todo, producido hasta la exageración milimétrica. No es, por lo tanto, el saber filosófico que Lost incorpora deliberadamente a su trama en lo que habría que detenerse sino precisamente en lo que Lost ignora sobre sí para poder sostener, ahora con justicia, una rigurosa postulación filosófica.
Creo que ni la televisión ni la filosofía, ni los adolescentes italianos ni los australianos necesitaban de este libro que es como esos viejos ejercicios escolares que, destinados a revitalizar una cierta pedagogía, utilizaban los discursos más preciados de los alumnos como "motivadores" (el análisis de letras de rock para introducir la poesía de Garcilaso, por ejemplo) y, así, terminaban aniquilando, al mismo tiempo, la pasión por el estímulo (el rock, Lost) y la misma disciplina (la poética, la filosofía).
No, Lost no es un ejemplo de discurrir filosófico y si lo fuera, habría que detenerse sobre todo en su (tal vez inadmisible) postulación de un universo dominado por la gnosis. Pero Regazzoni, que se apresuró a publicar estas notas de televidente, nada dice sobre el tema. Dejemos a Lost discurrir en paz hasta su final (lo está haciendo bien) y, mientras tanto, sigamos leyendo las últimas contribuciones filosóficas (L'amico de Giorgio Agamben, que me llega al mismo tiempo). Todo lo demás, es literatura.

sábado, 6 de marzo de 2010

TV Catástrofe

por Daniel Link para Perfil

Diversas actividades me habían mantenido alejado de los diarios, la radio y la televisión hasta las 19.00, cuando prendí la televisión para interiorizarme del terremoto que puso a Chile un paso más cerca de su desaparición, de su hundimiento en la salvajes aguas del Pacífico.
Vi escenas y relatos en TN, Crónica, Telesur, la BBC, CNN. En la Televisión Pública (Canal 7) daban una película en el ciclo “Cine de siempre”. Más tarde, el noticiero mostró algunas imágenes, se refirió al terremoto en Salta (opacado por su hermano transcordillerano), un señor se preguntó por los partidos futbolísticos previstos en los estadios chilenos para las próximas fechas de la Copa Libertadores y un movilero (cuyo apellido me sonó de épocas más desdichadas) se comunicó telefónicamente para informar que, yendo (por tierra, claro) rumbo a Chile, podía constatar que la ruta no se había quebrado pero que había piedras en el camino.
Una vez que el noticiero hubo terminado su lacónica cobertura, la Televisión Pública comenzó a irradiar los importantes pormenores de la “Fiesta del Sol” durante la cual iba a elegirse la Reina de la Batata o alguna otra delicia semejante.
Como no se trataba de la elección de Miss Universo (ni mucho menos), dudo que las candidatas tuvieran que ejercitar su conciencia cívica, en cuyo caso se habrían encontrado en un aprieto colosal al tener que compatibilizar algún pensamiento solidario en un contexto tan ruinoso.
Supongo (espero) que los responsables de la programación de la "Televisión Pública" tal vez atravesaran idéntica contradicción. Aunque los monotemáticos discursos fijados en un punto inmóvil de obsesión (ya Clarín, ya Macri) no parecen dejar espacio (real-virtual) para el examen del propio imaginario.

viernes, 5 de marzo de 2010

Cocina ornamental

por Roland Barthes

La revista
Elle (verdadero tesoro mitológico) nos pre­senta casi todas las semanas una hermosa fotografía en colores de un plato preparado: perdigones dorados mechados con cerezas, chaud-froid de pollo rosado, tim­bal de langostinos con cinturón de carapachos rojos, Charlotte cremosa adornada con dibujos de frutas con­fitadas, genovesas multicolores, etcétera.
En esa cocina, la categoría sustancial que domina es lo cubierto: se ingenian visiblemente en gelatinar las superficies, en redondearlas, en esconder el alimento bajo el sedimento liso de las salsas, de las cremas, de los fondants y de las gelatinas. Todo esto tiene que ver sin duda con la finalidad específica de la cobertura, que es de orden visual, y la cocina de
Elle es una cocina exclusivamente para la vista, que es un sentido distin­guido. En esta perseverancia en la cobertura existe, en efecto, una exigencia de distinción. Elle es una revista refinada, casi legendaria y su papel consiste en presentar al inmenso público popular, que es el suyo (las encues­tas dan fe de ello), el sueño mismo de lo distinguido; de allí surge esta cocina del revestimiento y de la coartada, que siempre se esfuerza por atenuar o incluso disfrazar la naturaleza primera de los alimentos, la bru­talidad de las carnes o lo abrupto de los crustáceos. El plato regional es admitido sólo a título excepcional (el buen puchero de familia), como fantasía rural de ciudadanos hastiados.


El texto completo, acá.

jueves, 4 de marzo de 2010

What we know (alerta de spoiler)

How Hurley's Like a Greek Chorus

por fans take screenshots. Here's what we know:

miércoles, 3 de marzo de 2010

Los dibujos animados unidos, jamás serán vencidos

En la foto, la vaquerita de Toy Story 2 y la gallina de Chicken run encabezan los actos en reclamo de mejores condiciones de dibujo y photoshop.

martes, 2 de marzo de 2010

Frente Único Antivirtual

por Beatriz Sarlo para La Nación

La teoría que la Presidenta le explicó al Congreso en su discurso de apertura viene de los años 60: entonces se sostenía que los medios de comunicación eran imbatibles en su construcción de la realidad. En los años 80, la mayoría de los especialistas abandonó esa teoría por esquemática y, a veces con exagerado populismo y fe en el público, suscribió prácticamente la opuesta: los medios de comunicación se integran en un mundo en el que la gente también tiene experiencias y, por lo tanto, no cree cualquier cosa que se le diga.
Por ejemplo, ni la mejor encuesta podría convencer a los pobres que no encuentran trabajo de que el índice de desocupación está alcanzando la óptima cifra de 8,4 por ciento que caracterizó a la Argentina en un pasado ya lejano. Y, frente a los récords que se batieron durante el verano, esos mismos pobres y sus primos indigentes, de enterarse de que existen tales marcas olímpicas, seguramente permanecen indiferentes, porque en ese reparto de las posibilidades de consumo a ellos no les tocó sino un plan social, en el caso de que vivan en el lugar adecuado, se hayan puesto en contacto con el puntero adecuado y hayan realizado las acciones adecuadas para recibirlo.
La Presidenta no tomó en cuenta la pobreza y la indigencia, porque el hilo conductor de su discurso fue una reflexión política teóricamente más ambiciosa: la creación de un Frente Unico Antivirtual, que, en los hechos, es un frente único antiperiodístico. Quienes conozcan las políticas de Frente Unico (que tuvieron una larga tradición en las guerras anticoloniales de Asia en el siglo XX) seguramente recordarán que para construirlo deben, por un lado, pasarse por alto muchos rasgos molestos entre quienes integran el propio campo y, por el otro, unificar a los del campo opuesto en un sólido bloque indeseable, donde es imposible que exista ninguna verdad ni razón. Los frentes únicos pueden ser instrumentos válidos en la situación de una invasión extranjera. Pero, finalizada esa invasión, son formas tan excesivamente elementales para caracterizar a una sociedad que se vuelven inútiles y, casi siempre, peligrosos. Como dijo hace tiempo un dirigente de la izquierda italiana: reducen la política a guerra.