Llamamos “mal del sauce” al sopor que nos invade a la hora de la siesta. Perros: Tango y Sici duermen en sendos recovecos debajo de la parrilla, Cala se acomoda en un pozo que hizo ad hoc en la leñera, Pampa se instala en el porche de la casa y su cachorra bebé se acurruca contra una escoba al lado del tacho de basura. Gatas: Tita elige un estante del armario, Cartulina la silla de mi estudio, Mía la mesa ratona de la sala, debajo de una planta de interior, y Liza, un recoveco en el alero de la galería. Yo trato de hacer la siesta en el catre de mi estudio o en una hamaca paraguaya bajo un árbol, pero me cuesta porque no tengo el hábito incorporado y aunque esté cansado o tenga sueño, no puedo dormirme: el menor ruido me saca de mi ensimismamiento.
Porque una cosa es dormir, y otra es hacer la siesta. Los animales, cada uno por su lado, me enseñan que la siesta es un ejercicio solipsista: me retiro de los demás, me abandono a la calesita de mi imaginario. Sueño o no, tal vez no duerma, pero floto hacia la ronda de figuras que me envuelven lentamente. No es que las preocupaciones cesen. Como la hormiga, pienso en un invierno con crisis energética, en la inminente vuelta a la ciudad, en la edición de mi próximo libro de relatos, en las conferencias y en los viajes que tendré que preparar este año infausto (par y bisiesto), en los debates sobre la ciudad de Buenos Aires, su cultura y su gobierno, en la jueza que, escuché en la radio, no deja que Macri gobierne, en las desinteligencias en estas mismas páginas entre Rafael Spregelburd y Fogwill, en mis turnos con dentistas, médicos y abogados, en las propuestas laborales que deberé evaluar en poco tiempo, en mis luchas por conseguir dominar algún sistema operativo con la misma habilidad con la que ya manejo el OpenOffice (¡gracias!), en las papeleras uruguayas, y en lo poco que he leído este verano en que decidí jugar al retiro campesino. Pienso también cómo sería yo si mi vida hubiera sido otra. Todo me llega amortiguado, inconsistente, blando. A la hora de la siesta no se decide nada y de ese embotamiento que parte la jornada en dos la única ganancia es la suspensión del mundo como un todo.
Salgo de la siesta como si no hubiera vivido una mañana, como si la vida entera fuera un sueño y yo tuviera que empezar a destejer los equívocos entre lo real y lo imaginario. Mientras me caliento un café, me pregunto sobre el primer capítulo de la cuarta temporada de Lost, que tengo cargado en mi equipaje de mano: ¿lo veré ya o esperaré a juntar unos cuantos?
Las tres gracias
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Mientras preparo un taller sobre el paso (siguiendo algunos motivos) de los
cuentos tradicionales, desde las lejanas cortes europeas a los libros que
hay...
Hace 2 semanas.
11 comentarios:
"me abandono a la calesita de mi imaginario"
lindas palabras linkillo
lastima que la calesita te lleva al mismo lugar perdido de siempre...en mi prox evento te armo salón ultravip con maxipantalla así mientras el mundo baila vos te quedas enlostecido
Del cuaderno de notas de 1838 de Nathaniel Hawthorne: "Un sujeto mira atrás, ve su larga vida desaprovechada, e imagina los magníficos momentos que podría vivir en caso de volver a empezar. Al fin descubre que soñaba con su vejez, que en verdad todavía es joven y que aún puede vivir cuanto imaginaba" (S.A.Peabody)
Será de Dios que ni la siesta-o su simulacro-, la poesía, los problemas legales, las ofertas laborales, el bestiario enseñándote cómo es que se vive, sobrevivan al virus de Lost?
Antes que el dentista, un exorcista, hijo.
Lo tuyo no es mal del sauce, es mal de Linda Blair, te lo cura el padre Farinello en dos minutos: verás qué siesta te echás de sólo escucharlo un par de minutos.
Cuando era chico me obligaban a dormir la siesta. Sobre todo porque si no lo hacíamos podíamos volver a casa con una pierna lastimada por el coletazo de una iguana, o el brazo hinchado por la picadura de un insecto desconocido que nos tendría nerviosos hasta la noche, donde, con suerte, la hinchazón desaparecía. Así que acostado de prepo en mi cama miraba los reflejos de luz que se colaban por la ventana. La pieza estaba fresca y el silencio era monumental, yo no podía dormir. El primer año que me obligaron me aburrí muchísimo. Me sacaba el reloj y jugaba a que era una nave espacial, pero ese divertimiento solo me duraba un rato. Al segundo año no aguanté más, ataqué la heladera repleta de frutas y me senté a ver televisión, algo que hasta ese momento no había hecho. Lo primero que enconré para ver fueron unos dibujitos animados de unos músicos que vivían escapando de mujeres gritonas, eran Los Beatles, solo que yo no lo sabría hasta muchos años después, cuando dormir una siesta se convertiría en un tedio debido al ruido de la cantidad de autos que pasan por mi calle, ahí donde estaba el campito, las iguanas, los insectos y Las Siestas.
¿Qué pasa Daniel? ¿Dónde andás?
Hace aproximadamente 36 horas que escribí mi comentario.
Dale, volvé. No seas malo ...
Necesitaba leer algo así esta mañana. Gracias, Daniel.
Ay Linki!!dormir la siesta es un don, reservado a los bebés o personas con genes hindúes.
Querido Daniel: hace aproximadamente 48 horas que hice mi comentario; evidentemente, hay algún problema con el blog.
Espero que se solucione pronto. ¡Suerte!
Al ángel, buena cita. Linda y oportuna. A Linkillo... no es cuestión de halagarlo demasiado.
gracias Linkillo, no podía definir esa hora, y sí, la siesta es como un pliegue para mí.
Hola Daniel. Me parece que el relato no concuerda bien con lo que se define como "Mal del Sauce". Este mal llamado "Mal", se caracteriza por síntomas de abulia e hipotonía muscular para el trabajo, tendencia a la mitomanía, (basicamente "pachorra"), que lleva a los que lo "sufren" a prometer y nunca cumplir con las fechas de entrega de trabajos, prefiendo quedarse como hipnotizados bajo los sauces de la costa solo mirando el río. Sobre todo lo "sufren" aquellos que viven o trabajan, o son habitues en las islas del extenso delta del Río Paraná, tanto en el tigre como en las Islas Lechiguanas.
Maxi Alonso
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