por Fogwill para Perfil
Anda por los setenta pero ni sueña con jubilarse. Como albañil –dice–, levantó más de trescientas casas, todas tipo chalet y todas entre Villa Luro y el partido de Moreno. Cada tanto emite facturas y paga ingresos brutos.
Yo también facturo, pero como soy egresado universitario estoy exento. Ser escritor y universitario no tendría que ser motivo de privilegios ni de orgullo para nadie pero debería avergonzar a personajes como a los famosos Jitrik y Bayer y a los justificadamente ignotos Víctor Redondo, Graciela Aráoz y Eduardo Mileo que, en grupo, aparecieron por la Legislatura lobbyando en apoyo a su proyecto de ley de jubilación automática (y sin aportes) para escritores.
No contemplan casos como el de mi albañil, lo que es una pena porque los chalets de Tomate Ramos siguen en pie pasados cuarenta o cincuenta años, mientras las obras de estos escritores no resisten ni treinta minutos de lectura.
Todos lo saben, pero nadie lo dice: el matrimonio Redondo-Aráoz cumple ocho años alternándose en la presidencia de esa “sociedad de escritores” llamada “SEA”, que una vez intentó gravar las fotocopiadoras para solventar sus actividades.
La pareja, que ha viajado mucho pero escrito muy poco, logró que el diputado Talento –ese su apellido– les consiguiese cuarenta mil dólares para decorar los amplios despachos de un edificio municipal que ocupan en la zona de Once, y donde se esmeran atendiendo tres horas diarias, tres días por semana estos abnegados sindicalistas literarios.
Los usufructuarios del otro sello de goma, llamado SADE, tratan de vender en un millón de dólares la casona que le mexicanearon a un gobierno de facto en barrio norte.
¿Alguien conoce a estos delegados autodenominados? En cualquier caso, es más fácil averiguar quién los votó que quién se atrevió a leerlos. Hace poco me escribió un dignatario de la Gran Logia de la Argentina de Libres y Aceptados Masones manifestándose herido por mis burlas a su adhesión como prestanombres a la SADE. Lo último que yo desearía es herir, pero viendo esos regalos de cuarenta mil dólares, de un millón de dólares y hasta de quince millones de dólares, como en el caso del festival de premios municipales, más que de herir dan ganas de matar a alguien.
Los premios establecidos por el brigadier Cacciatore siguen emitiéndose tras veinticinco años de democracia sin que un jefe de gobierno ni un ministro de cultura se tome un rato para evaluarlos. Hasta yo tardé varios en meses en entenderlos y en uso de mis derechos he maileado una copia de mi informe a la sección cultura de PERFIL y a un grupo de periodistas confiables que también se merecen la primicia.
Las tres gracias
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