sábado, 21 de marzo de 2020

Diario de la peste, día 3

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Lo primero, cada mañana, es comprobar el estado de salud de les amigues que están lejos: Gabriel, Germán, Sylvia y Jack en NY, Natalia en California, Ale y Nathalie en Chicago, Ana, Graciela, Michèlle y Oria en Francia. En España: Flor y Sergio (y sus niñas catalanas), Manolo, Nuria... En Alemania: Silvia, Carolin, Rudi. En México y Brasil tanta gente... que la enumeración aburriría.
No todos los días, claro, porque la paciencia de nuestros corresponsales tiene un límite tan frágil como el de las madres. Me escribe una corresponsal extranjera:

"Yo no tengo paciencia para cocinar más que pollo y arroz. No puedo más con mis hijos.  
Es desesperante estar acá metidos los tres."

Como conozco bien a esa mujer, me imagino su cara desencajada y muero de risa. 
Más allá de las comprobaciones obvias, rescato un cierto avance de la pandemia. Algunos de los alemanes (los que se entregaban a las "corona party" o las miraban con envidia) dudaban de la existencia de la epidemia o de su peligro. Integraban el núcleo duro de los "negacionistas". Un poco para contradecirlos, les mandé el 16 de marzo este mensaje: "Despejada mi duda, el coronavirus existe y no es un invento del fascismo mundial (pero bien puede ser su arma): en Hamburgo, los padres de la amiga de adolescencia de la novia de una amiga mía de Berlín dieron positivo ayer". 
Ayer, ayer, ayer, esa palabra. Ayer sábado nos enteremos de que una vecina de Rosi, la asistente de mi mamá que ya no viene a acompañarla ni a hacer las tareas de la casa, dio positivo y la internaron junto con su hijo. En La Reja (a dos puentes de autopista de donde estamos) fue el caso del chabón que se fue a una fiesta el día después de haber llegado de viaje. De seis grados de separación pasamos a dos.
Reservo para mañana una reflexión sobre las políticas del cuidado de si para mañana, pero lo que es evidente es que el virus en circulación ha contagiado ya a mucha más gente de la que los datos oficiales dicen (habrá que multiplicar por diez, dicen algunos, esas cifras). Eso permite explicar la creciente clausura de todo y el ánimo militarizante del gobierno. Al mismo tiempo, nos obliga a considerar el hecho incontrastable de que no se están haciendo la cantidad de tests necesarios para evaluar seriamente el contagio. Las políticas son más bien conjeturales, porque no tenemos capacidad económica para encarar testeos masivos.
Hago una confesión: yo no me lavo las manos (en ningún sentido). No puedo hacerlo, porque tengo enyesada mi mano izquierda. Así que uso y abuso del alcohol en gel. ¿Cómo haré cuando tenga que ir al traumatólogo? Ya veremos...

(continúa)



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