por Daniel Link para Perfil
Qué difícil es explicar en Europa la situación política argentina. Dos son los principales obstáculos. Por un lado, la ignorancia (efecto de la mala conciencia) sobre los procesos históricos que nos han llevado hasta este punto. Por el otro, la distancia entre las configuraciones políticas, imaginarias y culturales nacionales.
En 2002 (lo recuerdo como si fuera ayer) la izquierda alemana nos acusaba por no haber sabido aprovechar el impulso de la crisis para imponer nuevas formas de Estado, ligadas con ansias de emancipación revolucionaria. Tuvimos que aclarar públicamente a los sociólogos que nos interpelaban que una cosa son las condiciones objetivas y otra muy diferente las condiciones subjetivas.
Hoy, las izquierdas españolas e italianas nos miran con la condescendencia de quien no entiende que estemos dominados por el yugo delirante de Milei y sus secuaces. Tenemos que aclararles que Milei es sólo el mascarón de proa de la coalición liberal que hoy, como en 1880, propone sus ficciones, su normativa y su hipótesis de futuro para un país que, por ahora, no tiene fuerzas de reserva suficientes para imaginar un futuro alternativo.
Tratándose de los españoles se admite la perplejidad, porque su socialismo se mueve como una habilidad de zorro entre los vientos huracanados de la derecha popular y los extremismos cayetanos.
Pero en Italia el asunto es un poco más difícil de entender, un poco porque ellos se han puesto bajo la tutela de una señora que enarbola los estandartes de «Dios, la patria y la familia» y porque el proceso político italiano de las últimas décadas se parece bastante al nuestro: los diez años de menemato tuvieron su correlato en Roma con los once años de berlusconismo, además dilatados en el tiempo, lo que ha tenido una fuerza de disolución todavía mayor que la del menemato. Sobre todo teniendo en cuenta la longue durée de los procesos italianos, que todavía son capaces de articular en situación de contemporaneidad los restos del imperio y los hitos del arte de la contrarreforma (para nosotros el barroco fue, en cambio, el arte de la contraconquista). Todo sucede en Roma muy lentamente, como si fuera efectivamente cierto que “la tradición de todas las generaciones muertas oprime como una pesadilla el cerebro de los vivos”.
Confieso que he perdido la paciencia más de una vez. Por ejemplo, respecto de la demonización de los Estados Unidos. Si se han convertido en una potencia militar temible, les digo, es porque tuvieron la ocurrencia de inventar el fascismo y luego necesitaron de ellos para sacárselo de encima. Como homenaje, les regalaron para siempre el nombre “gli americani” por el que los yankees venían luchando simbólicamente desde mediados del siglo XIX.
No nos quedó más remedio que adoptar “latinoamericanos”, esa invención parisina, para expresar nuestras incertidumbres. “Abya Yala”, creo, todavía no nos representa cabalmente y si lo enarbolamos como posible solución es particularmente para desconcertarlos (para ellos somos todavía la “América hispánica”).
Fascismo, berlusconismo (liberal-populismo), Meloni. ¿De qué se sorprenden si nuestra historia (que sucede mucho más rápidamente que la italiana por lo antes señalado) es un calco de la suya?
La mayor diferencia, que tampoco comprenden cabalmente, es la Unión Europea que impide, al mismo tiempo que la liberación de energías vitales (lo que se llama estado de bienestar es también una sociedad de control), los excesos políticos de las derechas. En Roma despotrican también contra la presidenta de la Unión Europea, a la que responsabilizan por la guerra en Ucrania.
Lo peor está por venir, porque gracias a Trump, cuyos admirables saltos hacia adelante y al vacío pueden tener resultados imprevisibles, Europa se está armando nuevamente. Y una Europa armada es una Europa suicida. Mientras los jóvenes protestan contra los elevados alquileres y festejan en las plazas barriales el “día de la liberación” (el 25 de abril), el gobierno de Meloni vuelve a hablar de reclutamiento militar, desempolvando un proyecto aprobado en 2010 para un serivicio militar voluntario de 40 días. Por fortuna, Italia tiene el índice europeo más bajo de adhesión al combate en defensa del “tuo paese”: apenas un 14 % (España, un 29 %).
Nuestro experimento liberal fracasará (es una ley histórica). Esperemos que el italiano también.