domingo, 27 de junio de 2021

Minas, criptas, textos

Por Rafael Spregelburd para Perfil

El portal de Business Insider de México dio cuenta de la decisión de China de prohibir a veintiseis minas de criptomonedas que sigan haciendo eso que se supone que están haciendo. Son muchas suposiciones: que el portal exista, que haya minas que creen valor, o que sepamos si es cierto que los bitcoins se pueden desplomar tan imprevistamente como surgieron. Cayeron un 11% y no sé si es mucho porque no sé cuánto es el 11% de equis.

No es la invención de un valor basado sólo en su capacidad de encriptamiento lo que preocupa al gobierno chino; los motivos son ecológicos. Las computadoras que pican la piedra de lo inasible para acuñar criptomonedas consumen una cantidad enorme de energía y China se preocupa por el impacto ambiental de tan esquiva praxis, tan espinosa como el criptoarte. Así como antes un artista podía imprimir una cantidad de copias de sus serigrafías y vender cada una a un precio en relación con el número limitado de reproducciones, el criptoarte supone algo así como la repartición en acciones de una imagen. El comprador tiene acceso a una versión en píxeles y su placer de posesión va ligado a la certeza de que unas computadoras le garanticen que esa imagen no se reproducirá más veces de las prometidas en la compra. Es cierto que si lo llamamos compra la cosa huele a estafa, pero si lo pensamos como donación (coleccionistas actuando como mecenas que hacen posible la vida de artistas emergentes) la estafa presenta su doble filo más inquietante: no importa cuál sea el soporte material de las imágenes, éstas parecen surgir de una mina inacabable que es financiada por el excedente de otras operaciones económicas. Gastar el dinero que no se necesita para la subsistencia primaria en financiar la producción de imágenes.

Este cambio de paradigma material proviene –no podía ser de otra manera- del campo de las artes visuales, siempre a la vanguardia en relaciones de poder entre imagen, materia, posesión, frivolidad, placer y evanescencia.

¿Pero qué sucederá con las otras ramas del arte y la expresión? Por ejemplo, con las palabras. Pronto también los escritores podrían escribir a pedido o casi de mecenas lectores, que financiarían novelas o poemas entre varios para que su autor no dependiera de las reglas del comercio o del gusto hegemónico. Que algunas bandas de música ya lo hacen no es tampoco novedad, como Einstürzende Neubauten, que produce sus canciones al amparo de donaciones de los fans. Canciones a veces invendibles.

La cosa se pone más picante si ahora hemos de considerar que el soporte que permite la difusión virtual del arte consume energía y es contaminante. ¿Habrá que seleccionar qué obras vale la pena producir? Como cuando se tala un bosque para editar un libro y entonces el libro debe ser tan bueno que justifique el hacha.

Estamos lejos de desanudar la trama entre arte y mercancía.

 

sábado, 26 de junio de 2021

O inventamos o erramos

por Daniel Link para Perfil

Y de pronto, el dedo tieso de la segadora toca los corazones y los paraliza. Odio las necrológicas y los elogios fúnebres. El domingo, Juan Forn murió de un infarto y el martes Horacio González cedió al abrazo de la peste.

No hace falta cometer la torpeza de fingirse amigo de ellos para lamentar sus muertes.

Llorar a los otros es llorar la propia soledad porque cada vez que alguien muere nos quedamos atónitos ante la falta de interlocución, de complicidad, de disidencia.

Cuando alguien de la generación previa a la nuestra desaparece nos sentimos abandonados a nuestra suerte y a nuestra ignorancia. Y cuando alguien de nuestra propia generación nos deja es como que una puerta queda abierta para que los vientos entren y se lleven todo por delante. Queda un lugar vacante, una herida que tal vez nunca termine de cerrar.

Yo me había reservado, para esta semana, la historia de ese semi dios escandinavo que cayó muerto en el campo de combate para resucitar después de un cuarto de hora.

Pero nuestros muertos no son como Christian Dannemann Eriksen. Los nuestros se van del todo y para siempre y nos obligan a revivirlos de otro modo.

Lo que hay que hacer es encarnizarse en el empeño de sostener una mirada sobre todo lo que hicieron y el modo en que definieron el presente nuestro, cada uno desde su lugar, que no necesariamente coincide con el propio.

Y transmitir a quienes nos sucedan la obligación no de ver el mundo a través de los ojos de ellos sino de ver en lo que inventaron la posibilidad del salto hacia un futuro.

Juan Forn inventó, entre otras cosas, una literatura argentina que antes de la colección Biblioteca del Sur no sólo no existía sino que era insospechable. Horacio González nos regaló versiones memorables de nuestro pasado cultural, político, estético e ideológico.

Sé que la divisa de Simón Rodríguez que titula esta nota le gustaba a Horacio, pero a Juan también le sentaba.

 

miércoles, 23 de junio de 2021

Horacio González (1944-2021)

por Daniel Link para Mu

Se pueden discutir las opciones ideológicas de una persona que, como Horacio González, nos ha abandonado a nuestra suerte. Se puede discutir también su obra inmensa. Lo que no se puede negar es que esa obra existió y existe. Que Horacio González modeló buena parte de lo que consideramos nuestro presente.

Horacio fue un militante, un intelectual, un funcionario público, un conversador incansable y un gran escuchador. Nunca fui su alumno, pero lo imagino un profesor generoso, dispuesto a compartir sus saberes. Después de todo, así funcionaba fuera de las aulas. En contra de lo que suele suceder con figuras de su talla, compartir un panel con él implicaba siempre (subrayo: siempre) su escucha atenta y una devolución enriquecedora.

Como bien señaló María Pía López, Horacio funcionaba en tribus o manadas. La más célebre de ellas fue sin duda el colectivo Carta Abierta, que sesionaba en la Biblioteca Nacional durante su gestión al frente de esa institución a la que le devolvió el brillo que había perdido, sosteniendo la revista La Biblioteca y una innumerable cantidad de colecciones de libros.

Pero hubo, por supuesto, otras tribus: las cátedras de las que formó parte, los proyectos de investigación e intervención pública de los que participó.

Creo que no hay una sola fotografía de Horacio González donde su cara no aparezca dominada por una melancolía profunda. Le había tocado en suerte esa máscara, pero no era una persona exenta de alegría.

De hecho, su prosa tan rica, tan brillante, abunda precisamente en eso, en explosiones de alegría, en volutas y circunloquios que son como una espuma riente superpuesta a la gravedad de las cosas que tenía que decir.

Cualquiera de esos acontecimientos que nos paralizan por un rato porque nos exigen una toma de posición encontraba en Horacio una resonancia particularmente rica. Había que esperar a que Horacio se expidiera en sus columnas de Página/12, no tanto para mimetizarse con sus opciones (aunque casi siempre tenía razón) sino para conocer mejor el campo de tensiones respecto del cual había que decidirse.

Al faltarnos Horacio nos faltan, hoy, su amabilidad, su capacidad crítica, su orientación sobre qué deberíamos ser capaces de pensar. Nos falta casi todo.

 

Juan y yo

por Daniel Link para La Agenda

No creo que haya habido un universo posible en el que Juan Forn y yo compartiéramos gustos literarios o ideas sobre la cultura.

Y sin embargo, trabajamos frente a frente durante siete años, él editando las 32 páginas de Radar y yo las 8 páginas de Radarlibros, trabajo para el cual él me había convocado, con una confianza ciega.

Para mí fue una experiencia al mismo tiempo enriquecedora y dichosa. Podíamos discutir con Juan, pero siempre había un acuerdo fundado en el respeto mutuo. Además, siempre supe que nuestras diferencias se neutralizaban en un horizonte ético donde el trabajo tenía que ejercerse sin dañar a nadie.

A Juan le gustaba formar tanto como a mí me gusta enseñar. Son incontables las personas que aprendieron periodismo cultural de la mano de Juan.

Cuando tenía que editar una nota, muchas veces lo hacía con sus colaboradores sentados a su lado, para que vieran qué cosas podían mejorarse.

Cuando decidió retirarse para mejorar su calidad de vida, yo supe que mis días como editor estaban también contados. Lo extrañé entonces, y voy a extrañarlo todavía más ahora, porque sé que ya ningún azar alcanzará a reunirnos.



jueves, 17 de junio de 2021

Soy moderna

Por Daniel Link para Perfil

Sólo muy cada tanto me desvelo. Anoche, a las 4 de la mañana, me desperté incomodado por ciertos restos diurnos, y ya no pude dormirme.

Prendí el televisor en el instante justo en que empezaba una “comedia romántica” protagonizada por Anne Hathaway en el papel de una enferma de Parkinson en fase 1. Su contrafigura es un visitador médico de la empresa Pfizer en los años en que se lanza el Viagra, que llevó a la farmacéutica a una ganancia neta de US$21,308 millones en 2018, antes de que se venciera la patente del vasodilatador y empezaran a aparecer genéricos a troche y moche.

Con semejante balance, no sorprende que Pfizer gaste cientos de millones de dólares anuales en promoción y honorarios jurídicos. Amor y otras adicciones (2010) no escatima detalles sobre el arte que ejercen los visitadores para convencer o engañar a los médicos, presentados como víctimas de la máquina farmacológica: congresos-orgía pagos en diferentes paraísos del mundo, cuando no directamente sobres con miles de dólares para que receten la propia droga y no la de la competencia (en la película, Pfizer compite con Lilly por la hegemonía en el campo de los odiosos antidepresivos: Zoloft vs. Prozac).

Ahora, el departamento publicitario de Pfizer ha impuesto las ideas de que su vacuna es maná caído del cielo y de que sólo los tratos con otras compañías son sospechosos de corrupción.

No estaría mal que quienes participan del decadente universo periodístico argentino vieran esa película que pone en evidencia su ignorancia y su mala fe, antes que nada.

Gracias a la manía bien paga de la prensa, tememos a los trombos de Astrazeneca (cuya segunda dosis ya fue prohibida en dos países) porque nadie informa sobre las miocarditis que provocaría la vacuna de Pfizer.

Odiar la propaganda fascista no implica venderse a la propaganda capitalista. En tren de adherir imaginariamente a una vacuna elijamos el “¡Soy Moderna!”

 


sábado, 12 de junio de 2021

Shakespeare y Borges

Por Daniel Link para Perfil

Anne Hathaway se despertó alarmada en su casa de Temple Grafton. El cronotopo de muñeca, un dispositivo para viajar a través del tiempo y el espacio que además le enviaba informaciones sobre las coordenadas que visitaba, había estado sonando desde hacía varios minutos y finalmente le dio una leve punzada que la arrancó del sueño.

Chequeó la pantallita y verificó que su marido, William Shakespeare, acababa de morir de nuevo, esta vez como el primer hombre que había recibido la vacuna de Pfizer contra el virus covid-19.

Se vistió a toda prisa y calibró el cronotopo para que la transportara a su residencia de Los Ángeles, a finales de mayo de 2021. Anne tenía esperanza de convertirse en la heredera del que se decía que acababa de morir, pero sobre todo terror de que esa nueva desgarradura temporal destruyera un mundo de por si en precario equilibrio.

Ya en Hollywood, se dedicó a revisar las publicaciones sobre la noticia. La BBC había consignado que la presentadora Noelia Novillo comunicó consternada el fallecimiento de William "Billy" Shakespeare de 81 años.

No era raro que el informe original se originara en la televisión de un país que tantas veces se había rebelado al Imperio Británico (con aceite hirviendo en el Siglo XIX y con una guerra destemplada bien entrado el Siglo XX). Después de todo, el nombre Shakespeare había sido sostenido como ariete cultural del imperio y, como Anne sabía, todas las hipótesis sobre la autoría de los dramas y poemas de Billy (que firmaba lo que Christopher Marlowe, luego de su muerte fraguada, escribía para su teatro) habían sido sepultadas por el bien de la Corona.

Otro escritor nacido en el mismo país que la señorita Novillo había escrito que, en efecto, “Shakespeare es cifra de Inglaterra; así lo ha querido el consenso del tiempo y del espacio” (la infatigable Anne se había encargado de consolidar ese consenso usando su cronotopo de muñeca).

Para casi todo el mundo, incluso para Borges, a quien Anne había conocido en Ginebra, “logrado el bienestar económico”, Shakespeare “dejó caer la pluma que había registrado, casi al azar, tantas inagotables páginas, y se retiró a su pueblo natal, donde esperó los días de la muerte y no de la gloria”. Pero Billy que “se había adiestrado en el hábito de simular que era alguien, para que no se descubriera su condición de nadie”, no esperó la muerte, sino que se sustrajo a ella, viajando a través del tiempo y del espacio para siempre.

Casi al mismo tiempo de ese nuevo fallecimiento, comprobó Anne, la policía de un conocido balneario argentino detuvo a los integrantes de una organización delictiva que actuaba bajo las órdenes de Jorge Luis Borges. Entre otros crímenes, se comprobó que Borges había robado identidades amparado en la certeza de que “yo soy los otros, cualquier hombre es todos los hombres”.

 


viernes, 11 de junio de 2021

Juego de tronos

Drag Race, la genial invención de RuPaul, llega a España el mismo año en que una competencia salteña domina la virtualidad desde Youtube. La expansión del mundo drag (con su política de los nombres y los gestos inapropiados) es ya una marea imparable.

por Daniel Link para Soy

En una de sus más celebradas ficciones, el cuento “Tlön, Uqbar, Orbis Tertius”, Borges escribe la premonición “El mundo será Tlön”, porque a partir de “la primera intrusión del mundo fantástico en el mundo real”, “la realidad cedió en más de un punto”.

De todas las interpretaciones del cuento de Borges, la mejor es la que hace equivaler el país Tlön (y el Orbis Tertius con él relacionado) con el advenimiento de la cultura global de masas como un régimen de producción de diferencias y semejanzas y como una política de los nombres y los gestos inapropiados.

En ciertas performances que hoy reconocemos como drag o como crossplay, pero que tienen una larga trayectoria en Occidente, se aúnan el uso de un disfraz asociado con un nombre genérico (“hombre” o “mujer”) que recubre un cuerpo que desnudo se asocia con el nombre paradigmáticamente opuesto, y el desempeño de una serie de gestos tradicionalmente asociados con el traje que se viste. El efecto de estos usos de gestos y ropajes es la interrupción del género como categoría continua.



La función dragamática supone la cita de gestos en el sentido en que Brecht la concebía, como una interrupción de la relación entre lo mostrado y el mostrarse a si mismo. Los gestos deben impedir que la diferencia entre ambos registros desaparezca. La interrupción, glosa Benjamin en sus Tentativas sobre Brecht, es uno de los procedimientos de forma fundamentales. Citar un gesto implica interrumpir su contexto identitario. El gesto es siempre, en su esencia, gesto de no conseguir encontrarse en el lenguaje (en el propio nombre), es siempre drag. En el caso que hoy nos interesa, ciertos seres tienen nombres fantásticos y se apropian de la gestualidad femenina (pero no son propiamente “mujeres” ni necesariamente aspiran a serlo).

Drag Race A mediados de 2008 RuPaul Andre Charles (1960) comenzó a producir su programa de telerrealidad (o reality show) Drag Race, que venía a coronar no sólo su propia práctica sino también su lema: “You can call me he. You can call me she. You can call me Regis and Kathie Lee; I don't care! Just as long as you call me” ("Puedes decirme él. Puedes decirme ella. Puedes llamarme Regis y Kathie Lee. ¡No me importa! Siempre y cuando me llames"). En esa realidad aumentada o en ese mundo fantástico que toma a la realidad por asalto, la única norma es la política de los nombres y pronombres inapropiados que, naturalmente, es correlativa de una gestualidad impropia y, por eso mismo, política.

Muy pronto el show se duplicó y a la carrera de debutantes se agregó una segunda, la carrera de “all stars” (concursantes previas que no habían alcanzado la corona). A partir de 2010, RuPaul's Drag U (suerte de escuelita pública de dragueo para “mujeres” así designadas al nacer) tuvo tres temporadas. Si bien careció del éxito de los otros shows, es una pieza imprescindible para comprender la lógica y la filosofía del drag, que no necesariamente implica una dialéctica del género, sino una estética del simulacro (en la última temporada de Drag Race llegó a la final un hombre trans, el primero en concursar, que obligó a reformular los latiguillos discursivos de RuPaul).

La explosión Pareciera que nuestro tercer milenio ha encontrado en el dragueo una forma de pensar el presente. A los shows decanos de RuPaul se sumaron hace poco su versión canadiense (bastante penosa, muy lejos de los originales), la versión UK (que supera todo lo conocido, abriéndose a un universo donde todas las referencias previas colapsaron), la versión holandesa, la versión “sur global” (Australia y Nueva Zelanda), las giras y los especiales sobre los shows permanentes en Las Vegas, y varias concursantes de RuPaul lanzaron sus propias telerrealidades, etc.

La última joya de la corona es Drag Race España que, a las previsibles cualidades de sus versiones anglosajonas, agrega el “salero” peninsular y una cierta incorrección política (en fin: guaranguería) que mejora todavía más el efecto final. La conducción, a cargo de Supremme de Luxe es burocrática y deslucida, pero el brillo de las concursantes permite disimular ese traspie de producción. Se destacan la sevillana Carmen Farala, la valenciana Hugáceo Crujiente (ganadora del primer episodio) y la jovencísima Inti, de Bolivia (de identidad trans y que forzó durante un segmento la declaración de “no binario”: que levante la mano quiénes se reconocen como no binario. Fueron cuatro).

No es el primer o único intento de una carrera de drags en la lengua de Cervantes. Chile lo intentó en 2015 con el show The Switch Drag Race, todavía atado a los valores del transformismo (“hombres de día, mujeres de noche”, decía la presentadora; “imitación” era la descripción de la práctica drag y “sufrimiento” el anzuelo para la audiencia). Duró poco.

En Argentina, Salta lo está haciendo desde marzo de este año con su Juego de reinas, que no sigue el formato de Drag Race. Si bien la producción del Canal 10 salteño es algo precaria, el programa se apropia con soltura de los fundamentos del dragueo: la apropiación de gestos, la interrupción de las identidades continuas, el juego o simulacro y la danza libérrima de los nombres. Puede verse por youtube.


Mientras tanto, en los Estados Unidos, el ex “American Idol” Clay Aiken producirá un nuevo programa de noticias diario, NewsBeat, con Bianca Del Rio y más ex concursantes de RuPaul's Drag Race como presentadors y corresponsals.

Como en Juego de Tronos, las dragonas se apoderan del universo. Y, como en Borges, el mundo será drag.

 

 

jueves, 10 de junio de 2021

Metafísica de la presencia

 


miércoles, 9 de junio de 2021

lunes, 7 de junio de 2021

Todo sobre Molloy

 

 

Se emite a través del canal de youtube de UNTREF

 



sábado, 5 de junio de 2021

El mundo de Molloy

Por Daniel Link para Perfil

Hace un par de años empezamos a planear un homenaje a Sylvia Molloy. Habíamos comprometido una lista de invitados de todo el mundo y de todas las especialidades, que se habrían dado cita en Buenos Aires en octubre de 2020. Nada de eso pudo suceder por razones sanitarias, confinamientos, prohibiciones de viajes.

Pero el entusiasmo de los convocados, sin embargo, no cesó: desde hace dos años giramos como derviches desbocados o como satélites averiados alrededor de Sylvia, nuestra estrella en un mundo desastrado. Meses atrás decidimos hacer pública esta celebración colectiva mediante un número fuera de serie de Chuy. Revista de estudios literarios latinoamericanos, la revista que la cuenta en su consejo académico, que ya está colgado y listo para su lectura. El número será presentado el próximo 9 de junio con un brindis, ay, virtual.

Yo, que había leído casi todo lo que Sylvia había escrito, me sentí obligado a revisitar algunos textos que volvieron a deslumbrarme pero en los que, además, fui capaz de notar cosas en las que antes no había reparado.

Por supuesto, siempre supimos que Sylvia es una de las más exquisitas lectoras que Argentina ha dado (y exportado). Así como existe un Kafka de Deleuze (es decir: una manera de entender a Kafka que no puede prescindir de Deleuze) o un Baudelaire de Benjamin (por lo mismo), hay un Borges de Molloy, porque hoy ninguna lectura de sus lecturas puede prescindir de Las letras de Borges (1979), libro que yo había leído en mis años de estudiante sin entenderlo bien del todo.

Allí Sylvia escribe, como al pasar, que los fragmentos de texto (de un texto único, incesante) son “hechos móviles”. Pero esa definición acompaña todo su trabajo de escritura (no importa en qué género se instale). Escribir no es exactamente darle una forma discursiva a una imagen, ni tampoco imprimir en una página determinados trazos, porque la literatura es un “hecho móvil”, lo que involucra no sólo una dimensión lingüística o textual sino, sobre todo, gestual y vital.

Gestos, ademanes, poses. Como si se nos dijera: lo que te define no es tu encarnizamiento en tu propia práctica, sino un cierto deseo, una inclinación, una atracción, un gusto.

Se trata de una manera de estar en el mundo lo que, fundamentalmente, hoy tenemos que agradecerle a Sylvia (sí, claro, también su inteligencia, también su sutileza, también su generosidad). Ilumina una parte del mundo y nos deja vivir en él.