domingo, 12 de marzo de 2006

Alfajores marplatenses

El infierno tan temido


Veruschka, la autobiografía de una de las mujeres más hermosas de todos los tiempos, es un relato fascinante que plantea, al mismo tiempo, la belleza como condena y el cine como confesión.

Por Daniel Link
La vida de Veruschka parece hecha para ser contada. Uno tiene la impresión, incluso, de que la condesa Vera Gottliebe Anna von Lehndorff (nacida en 1939), conocida durante la edad de oro del siglo XX (los años sesenta) como Veruschka, la supermodelo, hubiera estado esperando hasta ahora que alguien se decidiera a contarnos la historia de su cuerpo y de su cara, una de las más impresionantes del siglo pasado, a juzgar por los testimonios de Jonas Mekas, Michelangelo Antonioni, Andy Warhol, Richard Avedon, Helmut Newton y Paul Morrissey, que la fotografiaron, y de Michele Tournier y Susan Sontag, que escribieron sobre ella.
A los 66 años, la diva, cansada de esperar, tomó el toro por las astas y se puso a escribir un relato autobiográfico que, sumado a un material de archivo que impresiona por su exhaustividad poco frecuente en productos de este tipo (pero previsible en una estrella del exhibicionismo como ella), constituyen la película documental Veruschka, suerte de autobiografía cuya dirección general recayó en Paul Morrissey, antiguo amigo de la modelo desde los tiempos de la Factory.
Vera nació en el seno de una familia aristocrática prusiana. Su padre, el conde von Lehndorff-Steinort) fue condenado a muerte y ejecutado por sus actividades contra el régimen nazi (formó parte del fallido complot para asesinar a Hitler). La madre tuvo que pagar, antes de ser detenida ella misma, la cuenta de la ejecución de su marido. Las hijas también fueron internadas en los campos de la Gestapo. La posguerra encuentra a Vera estudiando diseño de modas en Florencia. A partir de 1961 triunfa en Nueva York como Veruschka, donde su belleza aristocrática (y su historia de niña perseguida por los nazis) triunfan en los círculos más elitistas.
Antonioni la filma en Blow Up (1966). Con el tiempo, Vera se cansa de Veruschka y se entrega al arte. El tema de su "arte" siguen siendo su cara y su cuerpo, pero ella decide alejarse de los estándares del fashion internacional. Hoy recorre los lugares más sórdidos de Brooklyn, donde vive, en busca de imágenes con suficiente fuerza como para interactuar con su cara de bruja de otro tiempo, su estatura de guardia prusiana (1.83) y su fascinante melena de Gorgona.
No, no es que la vida de Vera/ Veruschka parezca hecha para ser contada, sino que lo es, porque de hecho sólo sabemos de esa vida lo que Vera ha puesto en primer plano en Veruschka, su autobiografía (no más falaz que cualquier otra autobiografía, pero un poco más ingenua).
Hizo bien la diva en cansarse de esperar. Así como sería imposible imaginar una película biográfica de Greta Garbo o de Marlene Dietrich porque es tal la pregnancia de sus caras que nadie osaría desempeñar esos papeles aplastantes, no hay quien pueda sustituir la melancólica intensidad de una cara perfecta como pocas y que, además, conocemos a través de las mejores miradas del siglo pasado.
Lo que hace Vera con su cuerpo cuando decide sustraerlo al star system, podría decirse, es un poco ingenuo. Porque Vera se hace pintar enteramente (en un ejercicio de mimetismo animal o de devenir imperceptible) sin conseguir que su belleza desaparezca nunca. O más bien, haciendo de la superviviencia de esa belleza, debajo de todas las capas de piedras, plumas y pintura, la condición de posibilidad de su "arte".
Es en ese punto que Veruschka, a diferencia de Garbo (que se sustrae realmente y para siempre del universo de lo representable), peca de ingenuidad superlativa, una ingenuidad que se traslada a su relación con el género autobiográfico. Es como si Vera, para evitar las trampas de autocomplacencia que acechan en toda escritura de si retrospectiva, hubiera decidido confiar sólo en la variación de las personas gramaticales. No dice "Yo", sino "ella" (es decir, Veruschka). Y al hacerlo no hace sino coincidir en un ciento por ciento con el sentido común de época del cual habría sido su personaje una excrecencia (su belleza, su elegancia, su melancolía infinita, etc). Habiendo querido escapar de ese personaje y de ese sentido común, Vera quedó, sin embargo, atrapada en él, justo en el momento en que su vejez le hubiera permitido desaparecer, como a los artistas de Kafka.
Bien mirada, la única película posible sobre la vida de Veruschka debería ser una que eludiera sistemáticamente la cara de la protagonista, es decir: una película contada totalmente a través de la mirada de Veruschka. Una sucesión de flashazos enceguecedores, las rodillas de los oficiales de la Gestapo que, habiendo ocupado el castillo familiar, se dedicaban a mimar a las herederas del condado, las manos de la condesa, ya madura, construyendo en Brooklyn la maqueta de Nueva York que después habría de entregar a las llamas. Being Veruschka. La danza de los tiempos, el hilo de las horas: desde el Reich hasta las Torres Gemelas; los sismos que se producen cuando las culturas se tocan (el aristocratismo, la democracia de masas, la imaginación pop). Un film en el el que no estuviera nunca el cuerpo propio en compromiso.
Richard Avedon escribió que Veruschka era la mujer más hermosa del mundo. No se equivocaba, y allí están sus imágenes y las de sus contemporáneos si hiciera falta prueba más allá de su palabra. Lo fascinante de Veruschka, la autobiografía de la diva que puede verse en la sección "Ventana documental", es que cuenta dos secretos al mismo tiempo: el deseo de escapar de la mirada de los otros, y la imposibilidad para satisfacerlo.

1 comentario:

Andrea dijo...

Me parece demasiado interesante, no sabía mucho acerca de Verushka.